Amazon: retrato de una hidra digital mundial

Jeff Bezos

Martine Orange (Mediapart)

El 20 de julio de 2021 fue el mejor día de su vida, según Jeff Bezos. 52 años después de que los astronautas del Apolo 11 dieran sus primeros pasos en la luna, el multimillonario y fundador de Amazon acababa de completar el primer vuelo espacial tripulado durante 10 minutos y 10 segundos a bordo del cohete New Shepard, construido por su empresa Blue Origin.

Este breve viaje espacial no sólo fue la realización de un sueño de niño, fascinado por la aventura espacial y la ciencia ficción, sino también un “Rosebud” ahora al alcance del hombre más rico del mundo, que posee más o menos 200.000 millones de dólares, según la evolución de la Bolsa. Dos semanas después de ceder la presidencia ejecutiva de Amazon, Jeff Bezos presentaba la primera aportación a un proyecto alimentado y financiado desde hace más de una década gracias a los superbeneficios obtenidos por su plataforma de distribución: la conquista o, más bien, la colonización del espacio.

El proyecto abre el apetito de unos cuantos multimillonarios que comparten la visión de que el espacio ya no necesita ser protegido en nombre de la humanidad, sino que debe convertirse en el campo natural de expansión del sector privado: Jeff Bezos pretende luchar por ser el primero en hacerlo, frente al multimillonario Richard Branson (Virgin), que partió rumbo al espacio nueve días antes que él, o Elon Musk (Tesla, Space X), que está dispuesto a poner decenas de miles de satélites en órbita.

Desde hace varios años, Jeff Bezos explica su visión del futuro del planeta y del universo; sus cohetes, diseñados para ser reutilizables, deberían utilizarse a partir de 2030 para organizar vuelos espaciales a estaciones “turísticas” en el espacio.

Pero en un futuro más lejano, “50 o 100 años”, el espacio, en su opinión, está destinado a convertirse en el lugar donde vivan miles de millones de seres humanos, ya que se supone que el universo ofrece capacidades ilimitadas de explotación de energía y recursos minerales. La Tierra, en cambio, se convertirá en un inmenso parque natural, reservado a un puñado de humanos como destino de vacaciones, ya que “no debe estropearla”.

Como libertario convencido, Jeff Bezos no puede imaginar ningún límite a su deseo de poder y conquista. Desde el lanzamiento de Amazon en 1994, no ha encontrado ninguno, al menos ninguno que obstaculice su infinita expansión.

Amazon se ha convertido en uno de los componentes del acrónimo Gafam (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft), que representa a estas multinacionales digitales que dominan el mundo y se saltan todas las leyes y estados. Y Jeff Bezos es una de las figuras tutelares de este capitalismo digital, o más bien un señor de este tecnofeudalismo, como lo describe Cédric Durand, que pretende invertir y mercantilizar el más mínimo espacio de nuestras vidas, que desea promulgar el marketing de la vigilancia en toda la sociedad para que nada se le escape.

La crisis sanitaria provocada por el covid ha reforzado aún más el dominio de Amazon; los confinamientos impuestos, el miedo a salir han validado su modelo de negocio online. En 2020, el grupo aumentó su facturación mundial en casi un 40% (386.000 millones de dólares) y duplicó con creces su beneficio (21.300 millones de dólares).

Durante este periodo, contrató a unas 500.000 personas en todo el mundo para hacer frente al aumento de los pedidos. En Estados Unidos, donde tiene 1,4 millones de asalariados, es ahora el segundo mayor empleador, por detrás del gigante de la distribución Walmart. Con una capitalización bursátil de casi 1,8 billones de dólares, el grupo tiene un valor casi equivalente al PIB italiano.

Es probable que la aparición de la variante Ómicron, con las medidas restrictivas y de precaución impuestas durante la temporada navideña –tradicionalmente la época más importante y de mayor actividad de Amazon–, amplíe aún más estas cifras. Los responsables de Amazon, compañía ahora presidida por Andy Jassy, mano derecha de Jeff Bezos desde hace años, sin duda verán esto como una muestra más de su éxito.

Pero, ¿las cifras lo dicen todo? Porque existe una paradoja Amazon, como señala el periodista Brad Stone, especializado en capitalismo digital en Silicon Valley y autor de dos libros sobre Amazon. “A medida que la fortuna del grupo y de su fundador ha crecido, su imagen pública se ha deteriorado constantemente”, resumía en una columna en The New York Times coincidiendo con la salida de Jeff Bezos de la presidencia de Amazon.

Su dominio abrumador, sus métodos de gestión, su modelo de consumo desenfrenado y globalizado y sus tecnologías de vigilancia son cada vez más criticados, incluso en el mundo político, que hasta ahora había hecho la vista gorda ante las prácticas del grupo.

“No tenemos que convencer a la prensa ni a los mercados financieros, solo a nuestros clientes”, repite una y otra vez Jeff Bezos. Pero, ¿y si este vínculo de confianza se está rompiendo, porque Amazon sólo responde imperfectamente a las demandas de sus clientes? Las prácticas del grupo son contrarias a las preocupaciones por la preservación del medio ambiente, el clima, la Justicia social y un desarrollo más respetuoso y controlado, mientras que el covid ha puesto de manifiesto la fragilidad de nuestros estilos de vida y las nuevas necesidades. ¿Y si, paradójicamente, este momento de crisis sanitaria, que supuso el apogeo del modelo Amazon, marcó también el inicio de un cuestionamiento, de una contestación de un modelo que nunca antes se había discutido?

 

Una hidra digital

 

En el mundo de Wall Street, los gigantes digitales han adquirido un estatus especial. Su poder financiero y su éxito hacen que todo se acepte y perdone. Pueden eludir todas las normas impuestas a los demás. Mientras que los últimos grandes holdings industriales, como GE (General Electric) en las últimas semanas, han recibido la orden del mundo financiero de escindir, abandonar o vender actividades para mejorar su eficiencia y rentabilidad, los gigantes digitales escapan a cualquier restricción de este tipo. Por el contrario, los mercados financieros aplauden todas las operaciones, incluso las que se alejan de su negocio original, pero que les permiten consolidar su posición oligopólica.

En este sentido, Amazon es probablemente el que ha llevado más lejos la diversificación, la concentración vertical y horizontal y la búsqueda de posiciones de renta. En apenas tres décadas, ha construido un extenso imperio. Su estrategia de desarrollo parece resumirse así: todo lo que implique algoritmos y permita a Amazon extender su imperio sobre los intercambios comerciales le interesa. Con esta línea de acción, el campo es casi infinito.

Creada para vender libros en línea, la plataforma ahora vende de todo, en todas partes, excepto en China, que le ha negado el acceso a su mercado. El dominio de Amazon en el comercio online es abrumador. Según estimaciones de eMarketer, controla el 41% de las ventas en línea en Estados Unidos (22% en Francia), muy, muy por delante de sus competidores. Para extender su dominio, el grupo ha decidido competir directamente con la gran distribución y abrir tiendas físicas para establecerse en el comercio alimentario.

Después le ha seguido la cadena logística. Acortando cada vez más los plazos de entrega, el grupo se ha convertido en propietario de millones de metros cuadrados de almacenes en todo el mundo. Para no depender de los servicios postales y de los grandes transportistas internacionales, como DHL o Fedex, se ha dotado de una flota de aviones y buques de carga para transportar los productos –a menudo procedentes de China– con destino a los países occidentales de la forma más rápida y barata posible.

Pero el corazón del reactor del grupo es Amazon Web Services (AWS), la entidad que ha diseñado y construido toda la infraestructura informática de la plataforma, la nube que le permite almacenar todos los datos de sus clientes, como insiste Benoît Berthelot, autor de Le Monde selon Amazon, fruto de un trabajo de investigación de tres años. Por extensión, esto le ha permitido desarrollar servicios de marketing, de venta de datos personales al mundo de la publicidad, compitiendo en este campo con Google y Facebook.

La nube de Amazon domina ahora el sector, muy por delante de Microsoft y Google; muchos grandes grupos, incluso en Francia, como el Banco Público de Inversiones (BPI) o Enedis en el caso del contador Linky, alojan allí sus datos, haciendo caso omiso de cualquier imperativo de seguridad; en 2018, con Trump en el gobierno de Estados Unidos, el ejecutivo amplió las leyes de extraterritorialidad americanas: los servidores estadounidenses están obligados a proporcionar todos los datos de sus clientes, independientemente de su nacionalidad, si lo solicitan los tribunales o las agencias federales de seguridad.

Amazon, que invierte más de 20.000 millones de dólares (se espera que el grupo duplique la cantidad este año) en investigación y desarrollo, ha adquirido una potencia tecnológica y un avance en inteligencia artificial que le permite creer que todo está a su alcance. Ahora está presente en ámbitos como la robótica, la construcción de drones, la seguridad, el reconocimiento facial, los objetos conectados y la salud.

En el camino, se ha expandido a los medios de comunicación, la difusión en streaming, la producción de películas y series. Ha comprado los estudios MGM y ha adquirido los derechos del equipo de fútbol de la Ligue 1 francesa. Mientras tanto, está a la espera de entrar en el mundo de las criptomonedas. Acuñar moneda, su moneda, sería la culminación de este imperio, que escapa a todo control estatal y público.

Jeff Bezos también adquirió The Washington Post en 2013. Reforzó la redacción, desarrolló la tecnología digital y fomentó el desarrollo de un software de edición que ahora se vende a la prensa mundial. El multimillonario también ha aprovechado para aumentar su influencia en el mundo político.

 

Bajo la amenaza de las leyes antimonopolio

 

Durante años, los sucesivos gobiernos de Estados Unidos han observado esta expansión total con benevolencia, si no con admiración. Es cierto que el modelo de Amazon conducía a la destrucción de los comercios locales, rompía todas las organizaciones comerciales y ponía a su merced a muchos productores grandes y pequeños, pero estaba creando puestos de trabajo y vendiendo mejor y más barato. Encarnaba el futuro. Su éxito mundial justificaba que no se tocara nada, explicaba la clase política estadounidense de la época, renunciando a cualquier aplicación de las leyes antimonopolio.

El tiempo del laissez-faire parece haber terminado. Los políticos han empezado a darse cuenta de los riesgos de dejar que estos gigantes digitales escapen al control o incluso los desafíen. En medio de la pandemia, una comisión parlamentaria de investigación convocaba los representantes de los Gafam para que explicasen sus prácticas. El rayo judicial ya ha caído sobre Facebook y Google. Ahora amenaza a Amazon.

A finales de noviembre, una mayoría bipartidista (demócratas-republicanos) decidió apoyar en el Senado una nueva regulación de los gigantes digitales, sobre todo en lo relativo al control de los motores de búsqueda, las plataformas digitales y el comercio electrónico. Los senadores apoyan una propuesta, la American Innovation and Choice Online Act, que consideraría la plataforma y los motores de búsqueda de Amazon como infraestructuras esenciales y les prohibiría favorecer sus productos y servicios en detrimento de otros a través de sus algoritmos.

También quieren tomar medidas para contrarrestar cualquier práctica anticompetitiva. Un riesgo que no es sólo producto de la imaginación. El 9 de diciembre, las autoridades italianas de la competencia multaron a Amazon con 1.100 millones de euros, una de las mayores sanciones europeas contra un gigante digital, por abuso de posición dominante al negarse sus competidores a utilizar sus servicios logísticos.

Algunos quieren ir más allá y reescribir las leyes antimonopolio a la luz de los desafíos que plantean los gigantes digitales. La hipótesis del desmantelamiento la mencionan incluso algunos políticos estadounidenses. Amazon, que percibe los vientos del cambio, ha gastado más de 15,3 millones de dólares este año, según OpenSecrets, en hacer lobby en el Congreso para intentar frenar todos estos proyectos.

 

One click, la estrategia para fomentar el consumo desenfrenado

 

Durante mucho tiempo, Amazon ha rechazado las críticas a su modelo. Cuando Greenpeace le reprochaba ser uno de los mayores emisores de CO2, por no ser transparente en sus cifras de contaminación, y cuando otras ONG le acusaron de promover un modelo de consumo desenfrenado sin ninguna preocupación ecológica o social, el grupo del comercio online actuó como si no hubiera escuchado nada. Había que hacer olvidar que el éxito de la plataforma se basaba en este capitalismo globalizado, que acepta una fragmentación multiplicada de las cadenas de valor y de los lugares de producción en los países de bajo coste, por tanto sin leyes sociales y medioambientales, llevando a miles de millones de productos a cruzar el globo en todas las direcciones. Preferiblemente de China a los países occidentales.

El tono cambió en 2019, cuando el asunto del cambio climático se hizo visible en las juntas generales, cuando los accionistas y especialmente los fondos empezaron a evaluar sus inversiones según criterios medioambientales y preguntaron a la dirección sobre las prácticas del grupo. Incluso los empleados lo hicieron, criticando abiertamente la política del grupo.

A principios de 2020, Jeff Bezos anunciaba la creación de una fundación para la protección del medio ambiente y la lucha contra el calentamiento global. El fundador de Amazon planea invertir 10.000 millones de dólares en las causas que él mismo elija. Ha decidido donar 100 millones de dólares al fondo medioambiental, que tiene previsto utilizar una parte del dinero para lanzar un satélite capaz de localizar y medir las fuentes de contaminación por metano en todo el mundo, y la otra parte para reforzar la confianza en los créditos de carbono que compran las empresas para compensar su huella de carbono, sobre todo participando en proyectos de reforestación. Estos proyectos están totalmente en línea con la visión que Jeff Bezos tiene del medio ambiente.

El grupo está tratando de dar el cambiazo. Al ser uno de los mayores consumidores de energía, principalmente debido a sus centros de datos, ha instalado paneles solares en muchos de sus almacenes. Ha prometido promover el desarrollo de vehículos limpios para sus entregas. En su plataforma, destaca los productos ecológicos o locales, presentándose ahora como empresa partidaria de la economía local. A finales de octubre, incluso lanzó una referencia especial para los productos made in France en su plataforma.

Muchos de sus detractores denuncian que se trata de una conversión engañosa. Porque el modelo de Amazon, desarrollado desde el principio, cuando la plataforma sólo vendía libros con calificaciones y reseñas, y adoptado ahora por todas las plataformas de comercio electrónico, se basa en la ambición de desarrollar un consumo excesivo, por todos los medios, anticipando o solicitando los deseos de los clientes, facilitando las compras compulsivas y haciéndoles olvidar que tendrán que pagar.

Esta estrategia tiene un nombre: one click. Tres años después del lanzamiento de Amazon, Jeff Bezos pidió a sus equipos que desarrollaran una tecnología que eliminara todos los obstáculos para los compradores; en un clic, todo debía estar hecho, el artículo pedido, pagado y enviado. Esto significaba que los clientes tenían que registrar previamente todos sus datos personales, dirección y cuenta bancaria. Una vez hecho esto, nunca volverían atrás. Ya no sufrirían la molesta tendencia de anular la venta en el momento del pago o de reducir el volumen de sus pedidos al ver la factura. El momento de la transacción financiera quedaría oculto. Con el riesgo de hacer caer en el sobreendeudamiento.

El proceso fue todo un éxito. Al ver sólo la facilidad inmediata, millones de clientes accedieron a dejar sus datos personales de forma gratuita, para gran satisfacción de Amazon, que ahora dispone de una extraordinaria base de datos: ha construido millones de perfiles de consumidores que le permiten solicitar clientes, sugerirles otras compras y revender los datos al exterior.

Desde entonces, Amazon ha ampliado y mejorado el proceso. En 2015 empezó a comercializar un altavoz conectado, Alexa, que permite a los clientes hacer pedidos, solo con la voz, de todos los productos y servicios que vende Amazon, a veces solo para satisfacer el impulso o la urgencia del momento. Ampliando las posibilidades, Alexa ya es capaz de gestionar el contenido de nuestras neveras, de encargarse de la vigilancia de los domicilios, de abrir la puerta a los repartidores de Amazon, uno de los problemas recurrentes de la plataforma.

Al mismo tiempo, está experimentando en sus tiendas físicas con la compra sin contacto utilizando únicamente el reconocimiento facial. A la entrada, se reconoce al cliente, cuyos datos se han registrado previamente. Hacen sus compras pero no pasan por caja. A la salida, todo se ha registrado y se carga automáticamente en la cuenta del cliente. Amazon ha puesto sus tecnologías de reconocimiento facial a disposición de varias Policías estatales estadounidenses, desafiando todas las leyes, tal y como denuncian las organizaciones de derechos civiles.

 

El gran bazar del mercado

 

Pero este Minotauro del consumo necesita ser alimentado cada vez más. Tras ampliar el número de artículos vendidos más allá de lo posible, Amazon creó un mercado ampliable hasta el infinito; todos los productores, grandes o pequeños, pueden registrar sus productos en la plataforma a cambio de un pago. Las importaciones chinas están sobrerrepresentadas y suponen entre el 40% y el 60% de las referencias de productos.

El mercado de Amazon se ha convertido en una autopista para el fraude del IVA. Según un informe de Attac, la pérdida de ingresos en Francia asciende a entre 2.000 y 5.000 millones de euros al año. Otro informe de la Inspección General de Hacienda estima que el 98% de los vendedores extranjeros en las plataformas de comercio electrónico evaden el IVA.

También se ha convertido en un lugar para productos falsificados, productos que no cumplen las normas de salud y seguridad y productos ilegales. Según una investigación de The Wall Street Journal, 4.152 productos puestos a la venta en Amazon han sido declarados peligrosos o prohibidos por los distintos organismos de control estadounidenses. Al menos 2.000 juguetes y medicamentos no llevaban advertencias sobre los riesgos para los niños.

“La seguridad es prioritaria para Amazon”, explicó la portavoz del grupo a los periodistas de The Wall Street Journal. Un argumento que convenció a medias: Amazon tiene tanta potencia de cálculo que sabe identificar todos los productos de su plataforma, sus éxitos y sus fracasos. Hasta el punto de lanzar sus propios productos para competir con los de terceros que están realizando importantes ventas. ¿Pero no podría detectar productos peligrosos o prohibidos?

A raíz de esta investigación, Amazon puso en marcha una importante limpieza en su plataforma y excluyó una serie de productos no reglamentarios. Pero entre algunos de sus clientes han surgido dudas: ¿pueden seguir comprando con los ojos cerrados?

 

Detrás del escaparate digital, millones de empleados precarios

 

La decisión pilló a todos por sorpresa. El 29 de noviembre, la agencia federal de derecho laboral ordenó una nueva votación sobre la creación o no de un sindicato en un almacén de Amazon en Alabama, al considerar que el gigante de la venta online había incumplido las normas en una votación celebrada a principios de año. La empresa pensó que había terminado con el movimiento sindical, pero ahora vuelve a la casilla de salida. Esta vez tiene al Gobierno federal en contra: Joe Biden no ha ocultado su deseo de ayudar a las organizaciones sindicales a restablecerse en las empresas.

Amazon no es la única empresa que socava los derechos sociales y sindicales. En nombre de la “disrupción”, muchos grupos digitales, como Uber, han desarrollado modelos basados en la excesiva precarización de los empleados, la constante presión a la baja de los salarios y el rechazo de toda protección. De esta destrucción social han sacado parte de su riqueza y éxito.

Pero como fue uno de los precursores, Jeff Bezos ha servido a menudo de modelo para otros en este ámbito. Muchos de sus antiguos colaboradores lo describen como un jefe a menudo visionario, pero también como un monstruo frío, que practicaba un estilo de gestión duro y sin concesiones; esto llevó a que todos compitieran contra todos y a que el rendimiento de todos se midiera en cada momento, transformándose en robots. Ha teorizado sus principios en forma de 14 reglas. Como en una secta, todos los empleados, de arriba a abajo del escalafón, deben conocerlas y aplicarlas al pie de la letra. Al menor incumplimiento, ahí está la puerta.

El mundo digital está acostumbrado a presentarse como virtual: todo sucede como por arte de magia, como si no hubiera contacto con la realidad. Pero detrás de ella viven millones de personas en situación precaria, mal pagadas para mantener la máquina en funcionamiento. El primer lugar son los almacenes, donde los empleados se ven obligados a trabajar a ritmos cada vez más infernales a medida que el grupo, en una carrera por ir siempre más allá, acortando los plazos. Ahora, la ambición del grupo es entregar los pedidos realizados por los clientes de las grandes ciudades en 24 horas o incluso en apenas unas pocas horas.

Aunque se trate de almacenes enormes en los que los empleados recorren a menudo varias decenas de kilómetros durante el día para recoger los productos, la organización del trabajo es la de una cadena de producción, lo que no les deja tiempo para la inactividad, con el añadido de una vigilancia digital constante, con pedidos que llegan continuamente a través del pinganillo. “Para Amazon, somos robots”, declaró un empleado en Francia en 2018 en la emisión de Mediapart (socio editorial de infoLibre) “Espacio de trabajo”. Nada ha cambiado.

Para mejorar aún más el ritmo de trabajo, Amazon ha desarrollado robots para recoger los productos de las estanterías. Los empleados se encuentran al final de la cadena para finalizar los pedidos, repitiendo los mismos movimientos a ritmos cada vez más sostenidos. Hasta el punto de que algunos almacenes de Amazon en Francia se han convertido en motivo de preocupación para las aseguradoras médicas, ya que el número de casos de enfermedades musculares y de burn out es muy elevado.

De media, en Francia, los trabajadores de los almacenes de Amazon no permanecen en el puesto más de dos años y medio. Pero su permanencia en el grupo suele ser mucho más corto: un mes, dos meses, el tiempo de un contrato temporal excepcional que no se renovará porque su “productividad” se juzga demasiado baja, porque protestan. Durante el covid, los empleados de Amazon en Francia y Estados Unidos denunciaron los métodos del grupo: les obligaba a trabajar desafiando todas las normas sanitarias, como si la pandemia no existiera.

Los repartidores se encuentran en la misma situación de precariedad. Empleados por subcontratistas de subcontratistas, se les pide que realicen tareas incompatibles incluso con el código de circulación. Tienen que asumir todos los riesgos. Para agilizar las entregas –la parte más cara y difícil de su negocio– a Amazon en Estados Unidos se le ocurrió recurrir a personal externo. Durante unas horas, unos días, algunas personas pueden ofrecerse a hacer entregas con su propio coche en nombre de Amazon. La hora de entrega se paga a unos pocos dólares. Pero estos empleados temporales están sujetos a las mismas obligaciones de tiempo y resultados que los demás. Sin embargo, no reciben ningún tipo de remuneración: al igual que Uber, son autónomos y trabajan de forma voluntaria, no como empleados.

Para acortar aún más los plazos de entrega, Amazon está probando la entrega con drones. Sin embargo, es evidente que el proceso aún no está perfeccionado.

Esta precarización se extiende naturalmente a las actividades digitales. Para alimentar sus bases de datos, Amazon contrata a colaboradores voluntarios que probablemente pasen unas horas al día detrás de sus ordenadores copiando recibos, respondiendo a encuestas de consumidores y buscando números de teléfono de empresas. El autor de Le monde selon Amazon, Benoît Berthelot, lo probó. Tras una hora de clics, había ganado 37 céntimos de dólar...

Mientras los grupos estadounidenses temen enfrentarse a una escasez de mano de obra después del covid, Amazon se ha visto obligado a cambiar –un poco– su política social. En algunas zonas con poco paro, como Texas, ya ha aumentado el salario por hora de sus empleados a más de 15 dólares. Un nivel superior al mínimo legal. Jeff Bezos pretende incluso promover una nueva imagen para el grupo: a partir de ahora, Amazon quiere ser “el mejor empleador del mundo” y “el lugar más seguro para trabajar del mundo”.

 

Un arte consumado de la evasión fiscal

 

“¿Por qué deberíamos subvencionar sus instalaciones cuando ganan miles de millones y no pagan impuestos?”. La dirección de Amazon no había previsto la rebelión de los neoyorquinos, apoyada por las asociaciones de consumidores y algunos políticos, cuando presentó su proyecto de nueva sede en Nueva York. Como es habitual, pretendía poner en marcha la competencia entre ciudades y estados para obtener las mejores subvenciones, suelo gratuito, las urbanizaciones necesarias y, por supuesto, exenciones fiscales y sociales durante al menos una década. Regalos por valor de miles de millones de dólares.

Sólo que esta vez, los habitantes de Nueva York se rebelaron y obligaron al ayuntamiento, que estaba dispuesto a aceptar, a rechazar las exigencias de Amazon. Esto supuso un gran revés para el grupo, que no estaba acostumbrado, hasta entonces, a obtener un no por respuesta. Renunció a su nueva sede en Nueva York y sólo mantuvo el proyecto de una nueva instalación en Arlington, en los alrededores de Washington.

No pagar impuestos pero exigir constantemente financiación pública forma parte de la filosofía original de Amazon. Desde el principio. Si Jeff Bezos eligió poner en marcha su empresa en Seattle, no fue por su proximidad a Microsoft, sino porque el estado tiene uno de los regímenes fiscales más complacientes. Desde entonces, el grupo ha desarrollado con consumada habilidad todo tipo de técnicas de evasión fiscal, según lo que hoy son esquemas bien conocidos: subestimación de ingresos y beneficios en los países donde el grupo realiza realmente sus ventas, derechos exorbitantes sobre la propiedad intelectual, establecimiento de sedes regionales en países con sistemas fiscales “comprensivos”, colocación de flujos financieros en paraísos fiscales, etc.

Así pues, Amazon es uno de los principales gigantes digitales del mundo, pero un gigante en quiebra, si nos atenemos a sus declaraciones fiscales. Durante años, ha podido prosperar sin pagar un dólar de impuestos en Estados Unidos mientras se beneficiaba de las ayudas públicas. Europa es un campo de juego aún más formidable para el grupo: su sede europea se encuentra, por supuesto, en Luxemburgo, donde negoció acuerdos fiscales secretos ya en 2003, con sus operaciones vinculadas a la nube en Irlanda.

A pesar de las amenazas de la Comisión y de los gobiernos europeos, y de las campañas de las asociaciones que denuncian las prácticas del gigante digital, no se ha hecho nada: Amazon perpetúa la evasión fiscal a escala industrial, burlándose de todo y de todos.

Como reveló una investigación de The Guardian, Amazon tuvo un año histórico en Europa en 2020: sus ventas alcanzaron los 44.000 millones de euros, 12.000 millones más que el año anterior. Sin embargo, el grupo declaró pérdidas por importe de 1.200 millones de euros. Esto le permitió no pagar impuestos. Mejor aún, recibió un crédito fiscal de 56 millones, teniendo en cuenta las pérdidas de años anteriores.

¿Por qué molestarse? En abril de 2021, el Tribunal de Justicia Europeo anuló en apelación una decisión de la Comisión según la cual el grupo disfrutaba de ventajas ilegales en Luxemburgo que le permitían evitar el pago de impuestos sobre tres cuartas partes de sus beneficios. El Tribunal de Justicia Europeo consideró que la Comisión no había “demostrado que hubiese una reducción indebida de la carga fiscal de una filial europea del grupo Amazon”.

En la última década, Amazon sólo ha pagado 3.400 millones de dólares en impuestos sobre la renta en todo el mundo, mientras que facturó 961.000 millones de dólares por sus ventas y obtuvo 26.800 millones de dólares en beneficios en el mismo periodo, según el estudio de la Fair Tax Foundation. Las nuevas reglas fiscales para las multinacionales adoptadas por el G20 este verano no deberían cambiar la situación: oficialmente, el tipo impositivo global de Amazon es del 15%, exactamente el nivel fijado por la nueva normativa.

Amazon justifica el bajo tipo impositivo destacando la magnitud de sus inversiones y el número de puestos de trabajo que crea. El argumento sigue teniendo peso entre los políticos, que siguen dándole muchas ayudas en nombre del empleo, como en Metz (Francia), donde Amazon ha abierto su mayor almacén en el país. Pero ahora es mucho menos aceptado por la opinión pública. Desde hace varios meses, se multiplican las acciones de protesta contra la implantación de nuevos almacenes de Amazon en Francia.

 

El reto del D + 2

 

La advertencia es conocida por todo el grupo. Desde hace años, Jeff Bezos dice que el grupo debe estar siempre en D + 1, es decir, siempre al acecho, innovando, investigando. “En D + 2, ya es demasiado tarde”, explica en esencia. “El grupo se duerme, empiezan los problemas y es el fin”. ¿No se está demostrando esta regla para el propio Jeff Bezos?

Todos sus colaboradores han notado el cambio desde su divorcio en 2019. El fundador de Amazon, que solía seguir la misma disciplina de hierro que impone a los demás, ha empezado a vivir a todo tren. Mientras su exesposa MacKenzie, que se convirtió en una de las mujeres más ricas del mundo tras su divorcio (su fortuna se estima en más de 38.000 millones de dólares), multiplica desafiantemente las grandes donaciones a fundaciones dedicadas a la protección del clima, el medio ambiente o los derechos sociales, él ha abandonado el ascetismo para llevar una vida de multimillonario.

Compra casas, cada cual más grande que la anterior, encarga la construcción de un barco de 127 metros y se codea con todo Hollywood. Una deriva que preocupa cada vez más a sus allegados. ¿Como si anticipase la de Amazon?

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

 

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