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Un atentado contra nuestras libertades

12 muertos, 11 heridos. Una redacción masacrada a sangre fría, dos policías abatidos. El atentado cometido por un comando compuesto por tres hombres contra Charlie Hebdo es sin lugar a dudas el “día más negro de la prensa francesa”, tal y como lo ha calificado Reporteros Sin Fronteras. Se trata de un acto sin precedentes, un acto nunca antes ocurrido en Francia ni en el resto del mundo. Se trata de un acto de terror –el más mortal en 50 años– cuyas primeras víctimas son los miembros de la redacción del semanario Charlie Hebdo. Y, con ellos, se echa por tierra un periódico y un periódico que, desde su nacimiento en 1969, ha sido uno de los emblemas de nuestra libertad.

Se trata por supuesto de la libertad de prensa. Sin embargo, es algo más, se trata del conjunto de nuestras libertades individuales y colectivas. A su manera, Charlie Hebdo –poco importa nuestras coincidencias o desavenencias– no ha dejado de reivindicar una libertad cada vez mayor. En todo momento, ha querido ampliar los límites establecidos por los censores de turno, por las convenciones, antiguas o nuevas, por los pequeños y grandes intereses, por los bienpensantes y por los fanáticos. Gracias a esa radicalidad, esa provocación permanente favorecedora del pensamiento y del debate, el periódico considerado satírico ha ampliado los espacios del debate público.

La sátira, la crítica, la provocación, la vulgaridad pero también el humor, la risa, la revelación y el posicionamiento editorial. Cada semana, Charlie Hebdo recordaba que la libertad es un combateCharlie Hebdo. Y con total naturalidad en enero de 2009, se sumó a una jornada “por una prensa libre e independiente” con Mediapart, les Inrockuptibles, Le Nouvel Observateur, Rue 89 y Marianne. Por encima de nuestras diferencias, estábamos ante esta evidencia única: la libertad de prensa no se discute, no se divide, no se distribuye en función de los riesgos del momento. Charb y Tignous “dibujaron” aquella tarde los debates mantenidos en el teatro de Châtelet. Nuestros dos amigos han muerto en el ataque perpetrado este miércoles.

Cabu, Charb y Tignous. © (dr)

Como Cabu y Wolinski, también abatidos este miércoles, Charb y Tignous defendieron en todo momento esta tradición anclada en lo más profundo de nuestra democracia, ya que se remonta a la Revolución Francesa: hacer de las viñetas de prensa una forma de escritura polémica sobre los debates de interés general. Cabu y Wolinski, al igual que otros dibujantes de Charlie Hebdo, están entre los principales reporteros y editorialistas de la prensa francesa. ¿Qué sería de la memoria de estos cuarenta últimos años sin sus dibujos que tras el 68 se hicieron eco de la liberación sexual, la emergencia de la ecología, el antimilitarismo y demás seísmos llegados para transformar la sociedad francesa?

Los autores intelectuales que han atentado contra Charlie Hebdo, a través de una acción guerrera que, todo hace pensar, había sido minuciosamente preparada y premeditada, atacan al núcleo mismo de la democracia. En una entrevista concedida a Mediapart, el historiador Pierre Rosanvallon lo recordó así: “Un periódico debe cumplir dos funciones, organizar el espacio público y también hacer revelaciones. Revelar en primer lugar en el sentido de tender un espejo a la sociedad, revelar también en el sentido de hacer la luz, meter el dedo allí donde duele”.

El espacio público desaparece; el espejo está roto; la oscuridad sucede a la luz. Cualquier empresa terrorista tiene como objetivo golpear para que la estupefacción y el miedo acaben con nuestras libertades. Este miércoles por la tarde, los primeros elementos de la investigación dados a conocer por el fiscal de París avalan la tesis de que el ataque ha sido obra de extremistas islamistas. Desde 2006, tras la publicación de las caricaturas de Mahoma, el periódico se encuentra en el centro de la polémica con relación al islam. En 2011, un incendio criminal arrasó buena parte de sus instalaciones.

La masacre cometida este 7 de enero, si se confirma que es obra de fanáticos islamistas, tendrá consecuencias políticas en estos momentos difíciles de determinar. Cuando pase la indignación lógica y unánime, cuando pase la “preocupación por la unidad nacional”, a la que ha apelado inmediatamente François Hollande, que este miércoles se desplazó al lugar de la masacre, llegará el momento de las preguntas y de las fracturas.

Preguntas sobre la política exterior de Francia y sobre sus múltiples compromisos militares. Estos compromisos se sellaron en nombre de la “guerra contra el terrorismo”, una fórmula poco clara que impide ver las realidades políticas de una parte del mundo árabe y que dificultar pensar sobre las complejidad de los cambios en marcha. Tras las matanza cometida por Mohammed Merah en Toulouse y en Montauban en marzo de 2012, durante el ataque perpetrado en una escuela judía, asistimos a una nueva demostración trágica de que Francia va a tener que asumir una guerra en su propio suelo, sin otro horizonte que una regresión de nuestras libertades y de las tensiones sociales exacerbadas.

A continuación, llegarán las fracturas internas. Se trata del desmembramiento de nuestro panorama político y social a golpes propinados por la extrema derecha frente a una izquierda que está derrotada ideológicamente. Desde hace años, la extrema derecha y sus ideólogos, lo mismo que una parte de la derecha con Nicolás Sarkozy, en el papel de incendiario, ha creado sistemáticamente un “problema musulmán en Francia”.

Esta empresa, que va de la discriminación creciente a la xenofobia reivindicada, ahora se sitúa en el centro del debate público, estigmatizando a los musulmanes, identificados como un nuevo enemigo interior, por no decir como terroristas. Este clima nauseabundo es favorable a todo tipo de extremismos. “Se termina creando un peligro, al gritar cada mañana que existe”, escribía Émile Zola. “A fuerza de mostrar un espantapájaros, se crea el monstruo real”. Este monstruo ha matado a 12 personas este miércoles 7 de enero.

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Traducción: Mariola Moreno

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