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China amenaza al mundo con una guerra de precios

El presidente de China, Xi Jinping.

Romaric Godin (Mediapart)

Mientras los hogares europeos siguen teniendo que hacer frente a las graves consecuencias sociales de la inflación, al otro lado del mundo se cierne ya otra amenaza: la deflación. Porque en China el principal problema ya no es la subida de los precios, sino su caída. En enero, los precios al consumo interanuales cayeron un 0,8%. Es el cuarto mes consecutivo de descenso, y la caída más pronunciada desde 2009. 

Más preocupante aún es el hecho de que los precios interanuales de la producción industrial china llevan once meses cayendo. En enero, bajaron un 3,4%. Esta situación es la consecuencia lógica del empeoramiento de la coyuntura económica del país y, en particular, de la crisis inmobiliaria que comenzó a finales de 2021 con las dificultades del promotor Evergrande, que fue puesto en liquidación el 28 de enero por un tribunal de Hong Kong. 

La crisis se ha extendido por todo el país y ha afectado a la mayoría de los grandes promotores, privándoles de la oportunidad de completar sus proyectos. Al mismo tiempo, la confianza en el mercado inmobiliario se ha desplomado y el exceso de capacidad de los años de la burbuja, entre 2015 y 2021, ha provocado una caída de los precios de venta que ha disuadido a muchos compradores de entrar en el mercado, lo que a su vez ha provocado una nueva caída de los precios. 

A finales de noviembre de 2023, los precios de las viviendas de nueva construcción habían registrado la mayor caída desde 2014. En Pekín, los precios de las viviendas existentes han bajado un 1,4% interanual. En pleno apogeo, la burbuja inmobiliaria pudo haber representado casi el 30% del PIB de China, teniendo en cuenta sus efectos más amplios. Por tanto, la crisis ha tenido un efecto negativo sobre la actividad, privando de mercados a muchas empresas, reduciendo las entradas de efectivo a las administraciones locales y repercutiendo negativamente en los ingresos de los hogares, que a menudo utilizaban la propiedad como forma de ahorro para la jubilación. 

La estrategia de la sobreproducción industrial

El gobierno chino se mostró reacio a apoyar abiertamente al sector inmobiliario, cuyo ajuste era inevitable. La estrategia adoptada entonces se basaba en una idea que el presidente Xi Jinping venía defendiendo desde finales de la década de 2010. Está obsesionado con la "trampa de la renta media", es decir, la incapacidad de China para unirse al club de los países de renta alta. Para salir de ella, sostiene que la economía debe subir de nivel mediante el desarrollo del sector de la tecnología avanzada.

 

Con el inicio de la crisis inmobiliaria, Pekín ha redoblado sus esfuerzos en este sentido, orientando créditos y subvenciones hacia tres grandes sectores ya en desarrollo: los coches eléctricos, las energías renovables, en particular la solar, y las baterías de litio. En el último trimestre de 2023, la producción de estos tres sectores aumentó, respectivamente, un 28,5%, un 54% y un 30,3% interanual, según cifras de la Oficina Nacional de Estadística. En 2023, China se convirtió en el primer productor mundial de automóviles

Al mismo tiempo, la inversión en el sector tecnológico ha aumentado un 10,3%, compensando la caída del 9,6% en el sector inmobiliario. Durante un tiempo, esta estrategia mantuvo las apariencias, es decir, las cifras oficiales de crecimiento. Pero ha abierto un nuevo frente, que recuerda la situación tras la crisis de 2008-2009: ¿qué hacer con todos los bienes producidos? 

En el modelo de desarrollo de Xi Jinping, la sobreproducción no es accidental, sino estructural

El mercado chino es incapaz de absorber esa producción por varias razones. En primer lugar, como se ha dicho, porque la crisis inmobiliaria ha tenido un efecto negativo sobre la confianza y, en consecuencia, sobre el consumo de bienes duraderos. El aumento del desempleo juvenil ha acentuado esa preocupación. En junio de 2023, esta tasa alcanzó su máximo, con un 21,3% de la población activa de 16 a 24 años, antes de que el Gobierno dejara de publicar la cifra y, mediante un cambio de método estadístico, la redujera al 14,3% en diciembre. 

En segundo lugar porque, a pesar del aumento de los salarios, el modelo de desarrollo impulsado por la oferta china sigue basándose en la ventaja del coste salarial. En su intento de ganar cuota de mercado en el sector tecnológico, China no tiene más remedio que recortar los salarios, dada su relativamente baja productividad laboral. Recordemos que en 2022, la parte del consumo de los hogares en el PIB chino era del 37%, casi 16 puntos por debajo de la media mundial y 7 puntos por debajo de la media de los países de renta media-alta.

Todo eso significa que el mercado chino no puede absorber todos los productos tecnológicos diseñados en el país. Este es, por cierto, el núcleo de la estrategia de "desarrollo de nuevas fuerzas productivas" preconizada por Xi Jinping en la reunión del politburó del 31 de enero. 

Como en los años noventa, el cambio de modelo económico de China deberá basarse en las exportaciones y en el establecimiento de una posición dominante en los mercados internacionales. Es este liderazgo el que, a su vez, permitirá elevar el nivel de vida en China. Xi Jinping siempre ha sido muy crítico con cualquier política de demanda o Estado del bienestar. Su idea central es que es el desarrollo de las fuerzas productivas el que lleva al desarrollo del consumo, y no al revés. 

Pero este desarrollo presupone en primer lugar poder desempeñar un papel de liderazgo en el mercado mundial, y no es casualidad que China se haya centrado en los coches eléctricos, las energías renovables y las baterías de litio. Son los sectores con una fuerte demanda de los países avanzados que se han embarcado en estrategias de "neutralidad del carbono" y "crecimiento verde". La situación es, pues, muy sencilla: estos países tienen necesidades y China dispone de los medios para satisfacerlas a bajo coste. 

En otras palabras, en el modelo de desarrollo de Xi Jinping, la sobreproducción no es accidental, sino estructural. Garantiza el dominio de los sectores que asegurarán la subida de nivel de la economía china. Los productos chinos están pues inmediatamente disponibles en el mercado mundial y a buen precio. 

Para los países avanzados, la elección es a priori la más lógica: en lugar de invertir recursos en la construcción de una herramienta industrial costosa y lenta, mejor recurrir a productos chinos para avanzar hacia sus "objetivos climáticos". La estrategia de Pekín consiste, pues, en construir un dominio del mercado que haga inútil cualquier competencia. 

La ofensiva china sobre los precios

Aquí es donde surge la cuestión de la deflación. Si la estrategia china funciona, las importaciones presionarán los precios a la baja, forzando sobre todo a bajar los salarios en toda la economía. Esto es lo que ocurrió cuando China atravesó su primera crisis de sobreproducción entre 2009 y 2014. Estados Unidos y luego Europa se enfrentaron entonces a un riesgo deflacionista que no fue ajeno a la crisis de deuda de la eurozona. Cuando los precios se debilitan, la carga de la deuda se hace más pesada para los deudores. 

Pero esta vez, lo que está en juego es aún más importante, porque la producción china de vehículos eléctricos amenaza una parte importante de la actividad industrial europea y americana: la automoción. Precisamente cuando los grupos occidentales llevan retraso en ese campo. 

Entre 1990 y 2015, los países occidentales abandonaron las industrias menos rentables en favor de China para concentrarse en los productos de alta gama. La sobreproducción china no era entonces una amenaza para la industria europea. Al contrario, podía impulsar la producción alemana de máquinas-herramienta, por ejemplo, y las exportaciones de coches de alta gama a China. Pero la situación ha cambiado por completo: Pekín busca ahora la confrontación con lo que queda de la industria occidental. 

Por eso los países occidentales intentan reaccionar. Estados Unidos, que ha entrado en una fase de confrontación casi directa con Pekín, es el más avanzado en este punto. Con las medidas proteccionistas de Donald Trump, seguidas de la Inflaction Reduction Act de Joe Biden, ha comenzado a diversificar sus suministros. En 2023, por primera vez en veinte años, China cedió a México su posición como primer proveedor del país y las importaciones americanas procedentes de la República Popular cayeron un 20%. 

Pero estas cifras son engañosas, porque China sortea los obstáculos con exportaciones a México, que a continuación reenvía a Estados Unidos. Por tanto, las cadenas de suministro no han cambiado radicalmente.  

El 18 de febrero, Jay Shambaugh, subsecretario de Estado americano para asuntos internacionales, de regreso de un viaje a China, se declaró "preocupado por el apoyo industrial y las políticas de oferta" del país, advirtiendo que "el resto del mundo responderá" a esta política de exportación de la sobreproducción china. 

El año pasado, la Unión Europea inició una investigación sobre las subvenciones chinas a los vehículos eléctricos. Es probable que esta investigación conduzca a un aumento de los aranceles aduaneros en este ámbito, pero probablemente tardarán bastante en aplicarlo. Mientras tanto, el mercado está inundado de productos chinos baratos. 

Además, las autoridades occidentales siguen siendo muy ambiguas sobre su política hacia China. De hecho, exportar la deflación china es también una forma a corto plazo de reducir la inflación y permitir que bajen los tipos de interés. Varios observadores, como el editorialista de Bloomberg Daniel Moss, creen ya que "la caída de los precios chinos proporcionará una silenciosa pero poderosa ayuda a muchos bancos centrales". 

Pero también hay razones más concretas. En primer lugar, como Occidente va a la zaga en el campo de las tecnologías "verdes", China tiene la ventaja de la disponibilidad. El planteamiento de los gobiernos occidentales en materia de medio ambiente tiene mucho que ver, limitándose a cumplir objetivos cuantificados de reducción de las emisiones de carbono. Los productos chinos permiten avanzar rápidamente hacia esos objetivos y, por esa razón, es poco probable que haya obstáculos a su desarrollo en los mercados occidentales. 

Pero la situación mundial es compleja. China está tan avanzada que los fabricantes de automóviles europeos ya han firmado importantes acuerdos con actores chinos para avanzar en el sector eléctrico, a veces incluso con sus propios competidores. En 2023, Volkswagen firmó un acuerdo con Xpeng y Stellantis con Leapmotors

Además, la cuestión no sólo afecta al ensamblaje de vehículos eléctricos, sino también al equipamiento y la electrónica de a bordo. BMW, por ejemplo, ha anunciado que utilizará productos del grupo Appotronics, con sede en Shenzhen, para equipar sus vehículos eléctricos. A mediados de febrero, el grupo de equipos de automoción Forvia (antes Faurecia) anunció que estaba invirtiendo fuertemente en su producción china mediante asociaciones con empresas locales. En realidad, China es ya el hub indiscutible de producción de vehículos eléctricos. Incluso Tesla se apoya cada vez más en su planta de Shanghai. 

En los otros dos sectores, la situación no es muy diferente. China representa el 80% del mercado de paneles solares y el 50% del mercado de baterías de litio, y probablemente la guerra de precios refuerce aún más esta posición. Frente a semejante poderío, el proteccionismo moderado de Estados Unidos y la Unión Europea parece ineficaz y contrario a sus propios objetivos. 

Posibles efectos de la deflación

Por tanto, es de esperar que la sobreproducción china repercuta en los precios de los países avanzados, sobre todo porque esa sobreproducción no se limita únicamente a esos tres sectores. Las cifras de precios de producción de enero muestran una caída generalizada de los precios, que afecta a la industria del automóvil (-1%), los textiles (-1,3%), los productos metálicos (-1,8%), los productos informáticos (-3%) y la industria papelera (-5,8%). 

En 2022, China representaba el 20,8% de las importaciones de bienes de la UE y el 14% de las de Estados Unidos, posiciones capaces de influir en los precios de la mayoría de los mercados afectados, sobre todo porque los primeros afectados por la exportación de la deflación china serán los países emergentes, estrechos socios de la República Popular. 

La deflación aumenta el nivel real de la deuda privada y pública, lo que conduce a restricciones del gasto que agravan aún más la situación

Para las empresas de esos países significa tener que igualar los precios chinos para mantener sus posiciones en sus propios mercados, pero también en los internacionales. El efecto de la caída del precio de los productos industriales chinos es, por tanto, más amplio de lo que podría sugerir la parte del comercio chino en las importaciones por sí sola. 

De hecho, es probable que el fenómeno ya haya comenzado. Los precios de las importaciones manufactureras en la eurozona ya han caído un 3,05% en un año. En Francia, la caída fue del 1,7% en diciembre de 2023. Aunque todavía están muy por encima de los niveles anteriores a la pandemia, esta caída augura una fuerte presión sobre los precios industriales. En Francia, los precios de producción cayeron un 1,2% interanual en diciembre y los salarios en la zona euro empezaron a caer en términos nominales en el último trimestre de 2023.  

Como hemos visto, algunos podrían alegrarse: esta caída de los precios de importación acelerará la desinflación y permitirá a los bancos centrales bajar los tipos de interés. Pero esto sería hacerse ilusiones sobre la situación real de las economías occidentales, particularmente de las europeas. Contrariamente a lo que se piensa, la deflación no es mejor que la inflación. Las crisis más violentas y duraderas del capitalismo, las de 1873, 1929 y 2008, fueron de naturaleza deflacionista. 

Desde la pandemia, el ritmo de crecimiento de esos países se ha ralentizado claramente. Los niveles de vida reales se han visto en todas partes debilitados por la inflación. Todas las industrias han experimentado, en el mejor de los casos, un nuevo debilitamiento de la productividad y un estancamiento de la producción. Y 2024 anuncia el regreso de la austeridad y las restricciones presupuestarias en la zona euro. 

Una fuerte presión a la baja sobre los precios en este contexto tendría temibles consecuencias. Como los niveles de vida se han visto gravemente afectados por la inflación, probablemente será imposible enfrentarse a una competencia basada en los precios. Ante esta situación, las industrias occidentales no tendrían más remedio que trasladar esa presión a la baja a los salarios y a los proveedores en un intento de salvaguardar sus márgenes, debilitando la demanda de los hogares y el tejido productivo general. 

Sin duda, algunas industrias tendrán dificultades para sobrevivir, y los planes de reindustrialización "verde" se convertirán en una quimera. En esas condiciones, los trabajadores tendrían que aceptar la moderación salarial y la reducción de plantillas. En un contexto en el que el nivel de vida aún no se ha recuperado de los efectos de la inflación, el impacto sobre la demanda sería enorme. 

Sobre todo porque lo que queda de la industria europea estaría en el punto de mira. La única forma de compensación en términos de empleo sería en los servicios de baja productividad y escasa remuneración. 

También hay que recordar que la deflación aumenta el nivel real de la deuda privada y pública, lo que conduce a restricciones del gasto que empeoran aún más la situación. Los bancos centrales volverían sin duda a políticas más acomodaticias, pero la experiencia de 2009-2019 demuestra que su eficacia en este ámbito es limitada. 

Inestabilidad general

Obviamente, no hemos llegado aún a esa situación. La inflación sigue siendo alta, pero no se puede descartar una crisis deflacionista en un momento en que los precios de producción han caído en números rojos en muchos países occidentales. La estrategia china dista mucho de ser ganadora porque, al jugar con fuego, Pekín puede ser la primera víctima de la deflación y entrar en una fase de estancamiento suave al estilo japonés. Sobre todo porque el ejemplo americano demuestra que el desarrollo de un sector industrial de alta gama no garantiza el crecimiento de los ingresos de la mayoría. 

El martes 20 de febrero, se redujo en 0,25 puntos una importante tasa de préstamos inmobiliarios a cinco años del mercado chino, su mayor recorte desde 2019. Y es posible que se tomen medidas más agresivas a principios de marzo, cuando se fijen los nuevos objetivos de política económica. Pero, como hemos visto, la sobreproducción es un hecho estructural de la estrategia china y probablemente la idea sea más la de evitar cualquier espiral recesiva que acabar con la deflación. Así pues, no cabe esperar ninguna inflexión. 

Por su parte, las economías occidentales parecen bastante desamparadas. No disponen realmente de medios para volver a un proteccionismo duro, debido a la falta de medios de producción adecuados y a la creciente complejidad de las cadenas de valor. Estados Unidos está claramente decidido a mantener su ventaja tecnológica, en particular controlando la producción de semiconductores de última generación, pero es una postura defensiva que oculta una debilidad en los mercados avanzados, donde China ya está construyendo su hegemonía

El hecho de que el capitalismo mundial se vea zarandeado una y otra vez entre crisis deflacionistas e inflacionistas revela sobre todo sus incoherencias y contradicciones internas. Cualquier intento de resolver una crisis en una parte del mundo abre una nueva fase de otra crisis más global, que ya parece ser la crisis ecológica. Así que la estabilización económica no parece que sea lo más preocupante.

Las sombras chinas de la economía mundial

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Traducción de Miguel López

 

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