Londres (Reino Unido).– Es mediodía, las calles de la City parecen despertar del letargo que las ha envuelto toda la mañana. Sus callejuelas bullen de vida antes de las nueve, cuando los empleados con traje y corbata, en su mayoría hombres, se dirigen a toda prisa hacia los rascacielos de cristal hasta la hora del almuerzo. Y salen a mediodía, algunos para tomarse un sándwich rápido en una de las numerosas cadenas de restauración, otros para tomarse una pinta de cerveza apoyados en la barra de un pub.
Los primeros son quizá traders, empleados de banca o gestores de fondos... Los segundos también. Probablemente terminan su jornada más tarde para adaptarse a los horarios de sus clientes al otro lado del mundo. Quizá incluso esos alcohólicos del mediodía sigan trabajando: nada como el contacto humano para cerrar una transacción, incluso después del covid, incluso en la City.
Se dicen a sí mismos que se merecen ese pequeño capricho: al fin y al cabo, el sector financiero británico —con sede principalmente en el centro histórico de la capital— es “la joya de la corona de la economía”, según declaró el pasado mes de noviembre la ministra de Finanzas laborista Rachel Reeves, durante su discurso anual ante los actores del mundo financiero.
En abril de 2025, las últimas cifras de la Oficina Nacional de Estadística mostraron que el valor de la producción anual de la City de Londres superó la barrera de los 100.000 millones de libras esterlinas, concretamente 110.800 millones. Según los datos de la City, todo este dinero creado es para el bien de todos, ya que los impuestos recaudados en este pequeño territorio de 2,9 kilómetros cuadrados representan el 12,3 % de los ingresos fiscales totales del Reino Unido.
Una ilusión
John Christensen, fundador de la organización contra el blanqueo de capitales Tax Justice Network en 2003 no cree nada de eso. O, más bien, ofrece otra versión: ese discurso es una ilusión y tiene un nombre, “la maldición de las finanzas”. Según él, para que una economía nacional funcione bien, debe “estar equilibrada y diversificada”. Tener un sector financiero “sobredimensionado” se vuelve perjudicial para el funcionamiento democrático de las instituciones nacionales.
La necesidad de ser competitivo en los mercados financieros internacionales influye en las decisiones políticas y empuja a la City a “extraer riqueza en lugar de crearla”, según Christensen.
“Las inversiones extranjeras en el sector inmobiliario y en fusiones y adquisiciones no generan la creación de nuevas infraestructuras, la financiación de la investigación y el desarrollo para proyectos a largo plazo, ni la comercialización de nuevas ideas y patentes”, afirma. Por el contrario, explica, el dinero se “desvía” de esos sectores que benefician a la sociedad civil para ser «”capturado” por los financieros que “no están realmente interesados en invertir en el país”.
En la City viven solo 9.000 personas, pero trabajan allí 500.000
Su objetivo es más bien “consolidar el poder del mercado para poder extraer más riqueza mediante la creación de monopolios”. El activista pone como ejemplo a Thames Water, proveedor exclusivo de agua de la capital: “Los dividendos se deducen de los beneficios de la empresa para distribuirlos entre los accionistas. El dinero real se extrae de los balances, lo que deja a ese tipo de empresas incapaces de cumplir con sus obligaciones legales.”
Se trata de ingresos que no van a parar a las arcas del Estado como de jóvenes que se sienten atraídos por los salarios astronómicos de la City y que no van a ser profesores ni crear su propia pyme, por lo que no contribuyen de forma significativa a la economía nacional ni al tejido social y democrático del país.
El fundador de Tax Justice Network cita a la Universidad de Massachusetts, que ha calculado la pérdida de crecimiento debida a la City: 4.500 millones de libras entre 1995 y 2015.
Privilegios
Si esa confiscación de la riqueza nacional puede pasar desapercibida es gracias al funcionamiento de la City. Todo está en el nombre: en el Reino Unido, los ayuntamientos suelen denominarse councils. Aquí se llama City Corporation. Tiene su funcionamiento propio y sus privilegios.
Uno de ellos es la existencia de una persona llamada remembrancer, un funcionario no elegido que tiene acceso a los legisladores. “Su función es recordar al Parlamento y a los responsables políticos quién proporciona el capital prestado y la deuda”, explica John Christensen. Según él, se trata de un caso de lobbying unido a favoritismo, ya que ningún otro sector ni autoridad local cuenta con un abanderado de este tipo. “Eso socava las instituciones y el funcionamiento de un Estado democrático, es corrupción”.
La City Corporation no ha querido responder a las preguntas que le ha dirigido Mediapart.
Pero Eamon Mullaly conoce bien el Guildhall, el nombre del enorme edificio medieval que alberga el Ayuntamiento. Durante tres años, hasta principios de 2025, fue un commoner, nombre que se da en la City a los concejales. Ha conservado su acceso y puede pasar por seguridad con solo decir su nombre.
En el gran salón de piedra, flanqueado por enormes estatuas, entre ellas la de un esclavista del siglo XVIII, Mullaly también denuncia la semántica: las reuniones del consejo municipal se denominan pomposamente “Tribunal del Consejo de los Comunes” y “Tribunal de los Concejales”. Todo ello está presidido por el lord alcalde de la City, un cargo que no existe en ningún otro distrito de la capital. El gobierno de la City está compuesto por 25 concejales y 100 commoners que representan a 25 distritos.
Una anomalía democrática
Todas sus reuniones son públicas: “En ese sentido, es muy democrático... al igual que la elección de los concejales y los commoners.” Pero en las últimas elecciones, celebradas el pasado mes de marzo, fuera del calendario electoral, en 14 de los 25 distritos no había opciones: se presentaba exactamente el número de candidatos necesario para cubrir los puestos vacantes y muchos de ellos se presentaban a la reelección. “Creo que habría que examinar el sistema y ver si hay colusión” para “que las cosas vayan en una determinada dirección”, opina Eamon Mullaly.
Él ha decidido no volverse a presentar. Ya no quería formar parte de esos elegidos que buscan sobre todo el estilo de vida y el prestigio que conlleva el título de commoner. Ya esta harto de cenas fastuosas, invitaciones a eventos elegantes y selectos, privilegios entre amigos, networking excesivo... Ahora jubilado, se ha convertido en guía turístico para compartir los secretos de Londres: desde leyendas fantásticas hasta sus dudosos entresijos.
La City es también la única autoridad local cuyos votantes no son solo residentes. En la City viven solo 9.000 personas, pero trabajan allí 500.000. Las empresas tienen por lo tanto derecho a voto: se concede un voto por cada cinco empleados. Los votantes son designados por la empresa.
Eamon Mullaly cuestiona la naturaleza misma de la democracia que rige la City, que se asemeja a esas grandes torres de cristal como el famoso Walkie-Talkie (el rascacielos de Fenchurch Street). En la última planta, hay un bar y un restaurante abiertos a todo el mundo, pero los precios son prohibitivos y el código de vestimenta descarta a algunos visitantes ya en la planta baja.
Todo el mundo es bienvenido a los guildes (gremios), antiguos sindicatos que solo existen ya en la City. Actualmente hay 110, desde la Worshipful Company of Mercers, que agrupa a los comerciantes de telas, hasta la de los banqueros internacionales. “Todo el mundo puede afiliarse”, afirma Eamon Mullaly, pero estos son los requisitos que hay que cumplir: el “patrimonio”, que consiste en obtener una entrada gracias a la herencia familiar; la “servidumbre”, que obliga a participar en un aprendizaje formal; y, por último, la “redención”, que consiste en pagar la entrada.
Una vez más, está oficialmente abierto a todos, pero, en realidad, es accesible a un número reducido: el precio varía mucho de un gremio a otro, pero puede oscilar entre unos cientos y más de 1.000 libras por la admisión, a lo que hay que añadir unos cientos de libras por la renovación anual.
Aceras privadas
Algunas de las Livery Halls, las sedes de los guildes, son edificios catalogados como patrimonio histórico, como el de los orfebres, mientras que otras apuestan por lo ultramoderno, como la futura sede de los aseguradores, según Eamon Mullaly. Contribuyen a la extrema diversidad arquitectónica de la City.
Su paisaje urbano también es peculiar. Los adoquines de las aceras varían regularmente en las proximidades de las torres. Las grandes empresas o los promotores que las construyeron decidieron, con el acuerdo de la City Corporation, apropiarse de trozos de acera. En estos espacios públicos privatizados, un agente de seguridad se encarga de dirigir a los transeúntes o de decirles lo que no pueden hacer. Pueden prohibir sentarse en el suelo.
Ni siquiera la policía de la City, independiente de la policía metropolitana de Londres, puede defender el derecho de los ciudadanos a utilizar el espacio público, precisamente porque es público solo en apariencia.
La City no es el único lugar donde proliferan esas zonas sin ley (también existen en otros barrios de Londres), pero abundan a los pies de sus rascacielos.
Los guildes también ven con muy buenos ojos la construcción de rascacielos. Algunos incluso son construidos por las propias corporaciones, que luego alquilan oficinas a otras empresas y obtienen rentas, precisa Eamon Mullaly. Otros lugares permanecen vacíos, sobre todo complejos residenciales. Han sido comprados por particulares o entidades, a veces extranjeras, como inversión, confirma Tim White, sociólogo urbano de la London School of Economics.
“Los bienes inmuebles son como el oro, sobre todo en Londres, que se considera relativamente a salvo de las fluctuaciones geopolíticas. Son una inversión segura para las personas que viven en países con gobiernos más inestables”.
Un retorno de la inversión para los grandes financieros que no están “realmente interesados en invertir en el país”, como decía John Christensen. Sobre todo porque esas inversiones contribuyen al aumento de los precios inmobiliarios. Un fenómeno que se extiende más allá de la City, que ya no alberga más que a ricachones entre las pocas viviendas sociales obligatorias.
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Ilustrando las palabras del activista anti fraude fiscal sobre la riqueza de unos pocos en la City, en Tower Hamlet, el barrio vecino, las torres se sustituyen por bloques de viviendas. La tasa de pobreza general se ve distorsionada por la presencia de Canary Warf, el otro barrio financiero de Londres, pero el nivel de pobreza infantil no miente: es el más alto de la capital.
Traducción de Miguel López
Londres (Reino Unido).– Es mediodía, las calles de la City parecen despertar del letargo que las ha envuelto toda la mañana. Sus callejuelas bullen de vida antes de las nueve, cuando los empleados con traje y corbata, en su mayoría hombres, se dirigen a toda prisa hacia los rascacielos de cristal hasta la hora del almuerzo. Y salen a mediodía, algunos para tomarse un sándwich rápido en una de las numerosas cadenas de restauración, otros para tomarse una pinta de cerveza apoyados en la barra de un pub.