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Die Linke se aleja un poco más del SPD alemán
En citas anteriores fue el turno de Alexis Tsipras o de Pablo Iglesias. Sin embargo, en esta ocasión la nota amable del congreso de Die Linke –celebrado del 9 al 11 de junio en las afueras de Hannover– la puso Jeremy Corbyn, el líder laborista británico que a punto estuvo de derrotar a Theresa May: “El resultado de las elecciones inglesas pone de manifiesto que no se pueden descartar sorpresas [...]. Hace unas semanas, quién iba a creer en la remontada de Corbyn [...]. El éxito de Corbyn es el éxito de una verdadera alternativa social frente a la corriente liberal dominante. Esto demuestra que podemos ganar unas elecciones abordando temas sociales tradicionales, por ejemplo, proponiendo recuperar el sistema de protección social”, se felicitó la intransigente Sarah Wagenknecht, figura destaca del ala izquierda del partido y que encabeza la lista junto con Dietmar Bartsch, más abierto al compromiso que su compañera.
Social. Justo. Para todos. Ése es el eslogan que la izquierda radical alemana eligió para ir al combate. “Queremos luchar por la desaparición de la pobreza y por las clases medias, es decir por el 40% de los alemanes, que han visto recortados sus ingresos desde 1999”, precisó la copresidenta del partido, Katja Kipping. Desde la tribuna, Sarah Wagenknecht espetó que el objetivo del partido es “restaurar el Estado social y traer a los soldados a casa. Si encontramos a socios que estén de acuerdo con esto, entonces, gobernaremos con ellos”.
En un país que registra sistemáticamente superávits comerciales récords y una baja tasa de paro, pero que también cuenta con cerca de 13 millones de ciudadanos que se ven acechados por la pobreza, Die Linke ha apostado definitivamente en su programa por las cuestiones sociales. El partido quiere acabar de inmediato con la renta universal, más conocida como Hartz IV (409 euros al mes). Dicha renta, creada por Schröder en 2005, se ha convertido, con el paso de los años, en el símbolo por excelencia de la injusticia social. En su lugar, Die Linke reclama una renta universal de 1.050 euros mensuales (y 573 euros adicionales por un niño), así como el incremento del sueldo mínimo desde los 8,84 euros/hora a los 12 euros/hora. También pretende que aumente el nivel de las pensiones, actualmente fijadas en el 48% del último salario percibido –porcentaje que está previsto que descienda hasta situarse en el 43% de aquí a 2030–, pero Die Linke quiere elevar dicho porcentaje al 53% para luchar “contra el fenómeno creciente de los jubilados pobres”.
Para ello, el programa incluye un ambicioso programa de inversiones por valor de 120.000 millones de euros anuales, destinados a financiar viviendas social, pero también escuelas, hospitales e infraestructuras de transporte. Lógicamente, en el capítulo de la fiscalidad, prevén subir las retenciones practicadas a los sueldos más altos (retenciones del 60% para aquéllos que ganen más de 260.000 euros y del 75% si los ingresos superan el millón de euros) y aumentar la base impositiva hasta los 12.000 euros, frente a los 8.820 actuales. En términos generales, las medidas cuentan con el apoyo de las diversas corrientes que existen en el seno del partido.
Las cosas se complicaron cuando Dietmar Bartsch anunciaba en la tribuna que Alemania “es nuestro país, recuperemos el control”. Para los 600 delegados de Die Linke, semejante declaración, poco sorprendente en campaña, no era necesaria. Al expresarse en esos términos, Dietmar Bartsch lo que hacía era reclamar a sus tropas que aceptasen la responsabilidad del poder, es decir, la perspectiva de aliarse al SPD y a Los Verdes en una coalición denominada roja-roja-verde (R2G), la única factible para Die Linke y, por supuesto, que se preparen para los compromisos derivados de ella.
Ahora bien, en cuestiones como Europa o defensa, la voluntad de compromiso con los socialdemócratas es limitada. En lo que respecta a la cuestión europea, el programa prevé una “nueva salida para Europa”, que debería materializarse gracias a nuevas estructuras y a nuevos contratos europeos destinados a poner fin a las políticas de austeridad y a las cifras masivas de paro. Pero, contrariamente al programa que defiende Mélenchon en Francia, el texto no se hace mención a ninguna intención ni a ningún calendario para denunciar los tratados cuestiones (sobre todo el de Maastrich). Preocupado por la posibilidad de haberse mostrado ambigüedad y con el fin de facilitar un acercamiento con un SPD partidario de la UE, rápidamente se presentó (y se retocó) una moción por una “República Europea”, que alertaba contra la descomposición de la UE.
En lo que respecta a defensa también el programa es ambiguo y complica una eventual alianza. “Die Linke no participará en un gobierno que va a la guerra y que implica a los soldados de la Bundeswehr en combates en el extranjero. Queremos la disolución de la OTAN, que será reemplazada por un sistema de defensa colectiva que incluya a Rusia”, se puede leer en el texto. Sin embargo, Die Linke aceptó matizar sus principios: eventualmente, los soldados alemanes podrán participar en misiones para el mantenimiento de la paz. Poca cosa, habida cuenta de que el SPD es completamente atlántica y se muestra muy comprometido con la reforma de la Bundeswehr, pero también con la defensa europea. Asimismo, la moción que condenaba la ocupación rusa de Crimea era rechazada por los delegados de Die Linke, mientras que la que pide el fin de las sanciones contra el mismo país fue ampliamente aceptada.
Por otro lado, existen importantes puntos de desencuentro entre las dos grandes corrientes internas del partido, como puso de manifiesto la moción adoptada en contra de la privatización de los bienes públicos. Esta última está relacionado con un acuerdo reciente que permitirá que el Estado federal recurra parcialmente a capital privado para renovar y gestionar las autovías, parte de las cuales efectivamente presentan un estado deplorable. Para conseguirlo, Berlín tuvo que mantener arduas negociaciones con los länder que, a cambio, han recibido jugosas partidas. El acuerdo ha sido posible gracias, entre otros, al voto favorable del land de Turingia, el único en manos de un ministro presidente de Die Linke, Bodo Ramelow y gobernado por una coalición de izquierdas. Bodo Ramelow, que apuesta por una alianza R2G federal, no acudió al congreso. Muy sintomático.
“El éxito de Corbyn nos ha reforzado en nuestra resistencia en contra del desmantelamiento social, de las privatizaciones y de las guerras. También es una señal para que Die Linke sea más autónomo y ofrezca un perfil claro, en lugar de aliarse con un SPD neoliberal, que equivaldría a finiquitar las políticas de izquierdas”, apuntó la diputada federal Sevim Dagdelen, partidaria de la línea intransigente que defiende Sarah Wagenknecht.
Desde luego, el éxito de Jeremy Corbyn no es la única razón del “triunfo” de una línea más dura para con el SPD. También se puede ver en él una herida narcisistas y consideraciones estratégicas recientes. El domingo 26 de marzo, coincidiendo con las elecciones parlamentarias en el land del Sarre, el SPD contaba con ganar en la región y gobernar en coalición con Die Linke y los ecologistas, acuerdo de gobierno que habría hecho posible impulso necesario para conformar una unión de izquierdas. Claro que, los electores del Sarre dejaron claro que no querían a Die LInke al frente del Ejecutivo y prefirieron volver a elegir a la ministra presidenta conservadora. Así las cosas, el SPD decidió cambiar de táctica y se comprometió ante su electorado a no buscar más alianzas con Die Linke. Este giro realista, pero brutal y oportunista, se vivió en el seno del partido de la izquierda radical como una bofetada.
Pese a esto, la derrota vivida en el land del Sarre precedió a otras dos derrotas a cada cual más sonora que la anterior. Posteriormente, el SPD también decidió ampliar su base y no volver a poner en el centro de su campaña la cuestión de la lucha por la justicia social. Una decepción para Die Linke. Y Martin Schulz, demasiado lento a la hora de desvelar su programa, se desplomó en los sondeos.
Incluso si algunos consideran que no aliarse con el SPD supone acabar con cualquier esperanza de imponer una política más social en Alemania, parte de Die Linke prefiere alinearse con los planteamientos de Sarah Wagenknecht, que ya no ve factible una coalición de izquierdas en este 2017. En el diario berlinés Der Tagesspiegel, un periodista le preguntaba si el R2G era un proyecto “nacido muerto”, a lo que Wagenknecht respondía que “tiene toda la pinta”, para precisar acto seguido: “No hemos sido nosotros los que hemos llamado al sicario”.
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Traducción: Mariola Moreno
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