En una isla misteriosa
Marisa Martínez Pérsico - Penumbra de mí en la noche
Tanta Ceniza Editora, Neuquén (Granada), 2025. Ilustraciones de Romina Berenice Canet
Penumbra de mí en la noche es el décimo título en la producción de Marisa Martínez Pérsico: una trayectoria, pues, ya más que consolidada. Conviene destacar desde el principio, y en seguida se verá por qué, que este poemario es el fruto de una residencia de escritura creativa en el Baltic Centre for Writers and Translators en la isla de Gotlandia, en Suecia, durante abril de 2024.
Quizás, solo quizás, esa residencia pudo llegar en el preciso momento en que la autora atravesaba una época de crisis o de transición; quizás, solo quizás, en ese azar de la insularidad encontró la autora la perfecta metáfora de la pausa geográfica y vital en que se encontraba. El caso es que el libro podría considerarse un dietario simbólico de algo más que una residencia de escritura, la plasmación en verso de unos, dicho laicamente, ejercicios espirituales tan necesarios como oportunos.
El título parece revelador de la situación en la que se encuentra la voz cuando afronta el trance y la escritura. Esa convención enojosa de ‘la voz’ aquí lo es menos, porque esa “penumbra de mí” es su boca que canta en la noche, encontrándose y poetizando una zona confusa, donde las formas, valga la redundancia, se confunden con las sombras, pero donde el latido es siempre una certeza. Una zona, al cabo, que no es ajena a otros títulos de la autora, que suele escribir en el meridiano que separa –o une– la vida y la quimera.
Penumbra de mí en la noche se sitúa, nos sitúa, en un ámbito laberíntico. Marisa Martínez Pérsico, que sabe buscar un lenguaje propio para cada proyecto manteniendo siempre una voz reconocible, esta vez construye uno más despojado de elementos narrativos o discursivos que en otras obras, un lenguaje más denso de imágenes con las que levanta ese laberinto y traza sus salidas. Aunque no toca ahora teorizar ni estoy descubriendo nada, apuntaré que en la imagen poética se dice lo que no existía hasta entonces y se dice de forma que hace que lo extraordinario parezca natural. Ese es el raro arte de la imagen poética, y Marisa Martínez Pérsico lo domina a la perfección; dueña de un oficio pacientemente consolidado y de una rica imaginación, se adentra en un territorio de preguntas o, mejor dicho, lo construye con el lenguaje de la sibila: más paradójico que oscuro, y sapiencial a su modo paradójico.
Ya he dicho que el libro se escribió durante una residencia creativa en la isla de Gotlandia. Y el imaginario de la isla, con su inagotable simbolismo, determina la obra. Isla: pausa, estancia, aislamiento; condición humana que es siempre transitoria; isla que, lo sabe, nunca será su hogar. La autora abre y cierra el libro con la referencia insular. Revelador de su situación existencial, el primer poema es un laberinto, implícita referencia al de otra isla, Creta, pero este de ahora “Laberinto abierto”. Un primer poema, por cierto, con mensaje a su ‘yo futura’: Ariadna de sí misma, no es la primera vez que la autora se deja en un poema mensajes para la mujer que será. Volviendo al laberinto de Gotlandia, su particular pesquisa es la de una Creta de amores y preguntas, porque el libro tiene mucho de cancionero amoroso, tanto del amor, digamos, de pareja, como del amor fraternal o maternal, aunque en este libro el último apenas se apunta.
Esa indagación laberíntica tiene que ver con la realidad externa y con la vida, pero también con la propia identidad. No habrá nunca respuestas, pero sí comprensión de que la naturaleza más profunda de esas cuestiones está en el cambio y en la asunción de los conflictos de encontrar la identidad precisamente en ese cambio. Una suerte de vitalidad desasosegada inspira, pues, estos versos. Ya la primera sección del libro acude a la paradoja para titularse “La intuición que piensa”. Su campo semántico es muy revelador del territorio en el que esa intuición busca: “incógnita”, “desentrañar”, “revelación”, “descifrar”, “preguntas” son vocablos recurrentes. Me gusta encontrar incluso una filiación mística cuando ilumina su salto amoroso diciendo, con Juan de la Cruz: “Me escapé/ de donde no sabía/ para llegar contigo/ adonde tampoco sé”.
Me gusta también que la autora sea tan consciente de que afronta su búsqueda escribiendo poemas (va repitiendo “cantar”, “canto”, “canción” mientras escribe y canta) y acaso incluso con una cierta conciencia de la sacralidad del oficio. Estos poemas crecen en la contradicción. La poeta se sabe enemiga de su propia estabilidad (“no finjas/ más, te hechiza lo lejano.”, dice en algún momento). Y dirá también: “A veces tengo miedo/ de moldear el corazón/ por el lado de las armas./ Ver espejos quebrados/ por las piedras que yo misma lancé// y reconocerme".
Hablando en la segunda parte del libro con la hermana ausente, la poeta cuestiona el falso refugio, el perdido paraíso hipotético de las “fábulas eternas” de la infancia; más tarde, reconociéndose como Pessoa una fingidora, amplía su impugnación: “La memoria/ es una fábula dudosa: carga/ con los escrúpulos de su época,/ y el poeta –la poeta– roza su falsedad/ riendo.” Es significativo que, al hablar con la amiga que murió, la autora la sitúe entre “neblina” y “penumbra”, territorio infernal similar al territorio desde donde ella misma escribe y titula.
Va siendo hora de decir que, si la vida es un laberinto misterioso, la propia identidad no lo es menos. La poeta se encuentra a sí misma en la extranjería vital. Quién soy, por cuánto tiempo y dónde no son las preguntas: son la respuesta. Escribir poemas es el modo de vida con que la poeta vive, valga de nuevo la redundancia, esa afirmación. Al cabo, pues, el tránsito –y no solo como desplazamiento, viaje o nomadismo, sino como transcurrir de nuestra propia vida hacia la muerte– es nuestra naturaleza, la condición doliente que acentúa el misterio maravilloso de la vida, y que cifran así dos versos del libro: “un extraño crujir de río que ha cantado/ en medio del incendio”.
Como una canción italiana...
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En coherencia con esta conciencia cíclica, el cuerpo, que tiene una presencia importante en toda la obra de Martínez Pérsico, la tiene aquí en simbiosis con el paisaje de la isla, que recorre estos versos, este ‘laberinto abierto’. Penumbra de mí en la noche es, en fin, un libro de introspección y de reconstrucción; también de reconciliación con el animal que somos. No es una obra amable porque está escrita, cosa habitual en la autora por otro lado, desde el desarraigo y la conciencia de fragilidad. También, en parte, desde la condición del derrotado, de la que todos participamos en un momento u otro. Y quiero recordar aquí aquel poema de Finlandia, libro de 2021, en el que la poeta habla del accidente en que su padre perdió el dedo pulgar y concluye que todos somos, de un modo u otro, mutilados. Porque solo perdiendo se deja espacio para algo nuevo, algo que podríamos llamar “futuro” o, sencillamente, “vida”.
Las ilustraciones del libro, por cierto, son de la también poeta Romina Berenice Canet, y se acompasan tiernamente con esta vulnerabilidad. He dicho antes que este libro, escrito en una isla, se abre y se cierra con la referencia insular. En su último poema, la propia poeta es una isla. Una isla emergida, una Atlántida que vuelve a superficie haciendo balance de daños y mostrando la vigencia del cataclismo que la hundió. Pero, insisto, emergida, y como dice con Juan Gelman en otro verso, lista para seguir, porque: “Todo brazo/ es pretexto/ para seguir remando.”
*Mateo Rello es un poeta catalán, editor de la revista Caravansari de poesía contemporánea en lenguas peninsulares. Su último libro es Dos que se besaban en la muerte (Libros de Aldarán, Valencia, 2025, prólogo de Manuel Rico).