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Europa firma un acuerdo de libre comercio con Japón pese a las críticas

El primer ministro japonés, Shinzo Abe, el presidente de la Comision Europea, Jean-Claude Juncker, el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk.

“Acuerdo histórico”, “el pacto más importante nunca firmado por la Unión Europea”, “un texto que evidencia nuestra voluntad política inquebrantable por promover el libre comercio”… El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, y el primer ministro japonés, Shinzo Abe, se mostraron así de líricos este martes 17 en Tokio.

En un momento en el que los Estados Unidos de Donald Trump cuestionan día tras día el multilateralismo e imponen medidas proteccionistas y aduaneras a una lista cada vez más larga de productos importados, los tres líderes consideraron que estaban dando la respuesta correcta a los ataques estadounidenses al firmar un acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y Japón.

Este acuerdo comercial, denominado JEFTA (de Japan-Europe Free-Trade Agreement), venía negociándose desde 2013. Se pretende que sea el equivalente al CETA, el acuerdo comercial con Canadá. Al igual que este último, el acuerdo entre la Unión Europea y Japón tiene por objeto eliminar las barreras arancelarias y reglamentarias con el fin de “liberalizar” el comercio entre ambas partes, que en conjunto representa un tercio del producto interior bruto (PIB) mundial. Pero a diferencia del CETA, el JEFTA se ha negociado y firmado con total indiferencia.

Después de la polémica surgida con el CETA, la Comisión Europea se comprometió a tener en cuenta las críticas. Ha aprendido algunas lecciones, pero no en la dirección esperada por la opinión pública. Para evitar las controversias, primero se aseguró de que todas las negociaciones fueran discretas y se mantuvieran entre bastidores.

Más tarde, decidió descartar las cuestiones espinosas, aquéllas que pueden movilizar a la ciudadanía e incluso, ahora, a algunos gobiernos europeos. Por lo tanto, se ha eliminado el punto más delicado del texto del acuerdo firmado el martes: ya no se creará un tribunal arbitral que permita a una empresa, que se considere perjudicada, demandar a un Estado en nombre de la protección de las inversiones.

Esta retirada parece ser una concesión importante por parte de la Comisión, pero también tiene una inmensa ventaja. Como esto ya no afecta a las prerrogativas nacionales y soberanas, el JEFTA ya no necesita ser sometido a examen y votación de los respectivos Parlamentos nacionales. El JEFTA, presentado como un simple acuerdo comercial, dentro de las prerrogativas de la Comisión Europea, simplemente se someterá por tanto a votación en el Parlamento Europeo lo antes posible, sin consultar en ningún momento a los Parlamentos de los Estados miembros.

Así pues, ya no existe el riesgo de ver cómo un Parlamento valón desmenuza los términos del acuerdo durante semanas, poniendo todos los términos sobre la mesa, a disposición del público; tampoco existe ya riesgo de bloqueo institucional. Cabe recordar que el CETA se aprobó sin contratiempos en el Parlamento Europeo.

Según la presentación de la Comisión, no hay motivos para preocuparse. “El JEFTA es queso y vino frente a coches baratos”, resume el periódico financiero alemán Handelsblatt. Según Bruselas, el sector agroalimentario europeo es el virtual gran ganador de este tratado comercial: el 85% de los productos agroalimentarios europeos podrían entrar en Japón libres de impuestos, en ocasiones tras un período de transición. Tokio parece haberse comprometido a reconocer más de 200 denominaciones geográficas o denominaciones de origen controladas.

A cambio, la industria automovilística japonesa tendrá libre acceso al mercado europeo, pero sólo tras un período de transición de varios años. Las industrias automovilísticas francesa e italiana, en competencia directa con los fabricantes japoneses, corren el riesgo de acusar esta situación. Pero los dos países pueden consolarse vendiendo su chianti y su beaujolais, en nombre de la especialización que tanto defendía el economista Ricardo, uno de los padres del libre comercio.

“Este acuerdo debería suponer un aumento del PIB europeo un 10% superior de lo que tendría que haberlo incrementado el tratado comercial trasatlántico [este tratado, conocido como TTIP o Tafta, está suspendido desde 2016]”, dice Hosuk Lee-Makiyama, profesor del Departamento de Relaciones Internacionales de la London School of Economics, encargado de estimar las consecuencias del JEFTA para la Comisión Europea. Sin embargo, no puede dar cifras precisas por sectores, ya que difieren según los elementos de cálculo que se tienen en cuenta en sus modelos, según la revista alemana Wirstchaftswoche.

Sin embargo, hay muchos indicios de que este acuerdo va mucho más allá de lo que los signatarios quieren decir. “El JEFTA es el mayor acuerdo climático jamás firmado”, advierte el Instituto Veblen, que subraya que cualquier referencia al Acuerdo de París ha desaparecido. “Debemos evitar todas las barreras y sobrecargas indebidas”, reiteraron continuamente los lobbies, tanto japoneses como europeos, durante las negociaciones. Está claro que se les ha escuchado.

Por su parte, Greenpeace ya ha lanzado la voz de alerta sobre los numerosos riesgos que entraña este acuerdo con la publicación de documentos de la Comisión. Con este acuerdo comercial, todos los principios y normas de protección de que se ha dotado Europa en las últimas décadas se ven amenazados, según esta ONG internacional.

El JEFTA, insiste Greepeace, no reconoce los principios de cuidado al medio ambiente y la salud. Los grupos químicos y farmacéuticos japoneses han abogado por la exclusión de todas las referencias a sustancias cancerígenas en las presentaciones de los productos.

Greenpeace también señala que el JEFTA representa un ataque a la agricultura de calidad y cuestiona los controles aduaneros a los productos agroalimentarios, al abrir una autopista a los organismos modificados genéticamente, muy empleados en Japón. Este tratado, siempre según la ONG, supone una nueva amenaza social al reducir aún más las protecciones laborales (Japón no ha ratificado todos los convenios de la Organización Internacional del Trabajo) e impulsar la liberalización acelerada de los servicios.

Las condiciones en las que se negoció este acuerdo explican en gran medida el resultado. Según los documentos obtenidos por la ONG Corporate Europe Observatory (CEO) de la Comisión Europea –y de nuevo, ésta se ha negado a ofrecer acceso a los documentos de 2017, el año más importante, alegando “sobrecarga de trabajo”–, los lobbies industriales y financieros participaron en todas las negociacioneslobbies.

Entre 2013 y 2016, asistieron a 190 reuniones con las Direcciones de la Comisión. Las asociaciones de consumidores, las que representan el interés general, el público en general y las ONG sólo fueron invitadas a un 4% de las reuniones durante el mismo período. En cuanto a los sindicatos, ningún directivo, ningún miembro de la Comisión Europea consideró oportuno invitarlos, ni siquiera una sola vez.

Keidanren, la federación que representa a los principales grupos japoneses, parece haber interiorizado plenamente la forma de trabajar europea. “Los grupos japoneses que están presentes en el mercado europeo deben estar activamente representados en el desarrollo de la regulación desde la fase inicial”, explicó en 2015.

En el momento en que el Gobierno italiano confirmó el 13 de julio que se negaba a firmar el CETA, cuando el Gobierno austriaco declaró que no lo firmaría hasta que el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas se hubiera pronunciado sobre el principio de los tribunales de arbitraje, ¿es realmente útil que la Comisión Europea firme un acuerdo con Japón, que en muchos aspectos recoge los defectos del acuerdo con Canadá? Sin embargo, son estos mismos líderes europeos los que llorarán por el sentimiento antieuropeo imperante y pedirán a la opinión pública que luche contra el populismo. _________

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Traducción: Mariola Moreno

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