Europa frente a sus responsabilidades: “¿Seguirá habiendo palestinos en Gaza después de las bombas?”
Sobre el papel, Europa nunca ha parecido tan pro palestina. Francia ha reconocido oficialmente al Estado de Palestina en las Naciones Unidas. El presidente Emmanuel Macron insiste en que “el pueblo palestino no es un pueblo sobrante” y pide una misión internacional de estabilización en Gaza. Varios gobiernos europeos presentan eso como un giro moral, una corrección tardía tras casi dos años de devastación.
Pero si dejamos de lado los discursos y nos fijamos también en las negociaciones de contratos, las misiones en las fronteras, la financiación del control de la migración y los nuevos mapas de Gaza, aparece otra historia. Una historia en la que Europa construye las infraestructuras de una Franja de Gaza donde los palestinos ya no son un pueblo con derecho a vivir y regresar allí, sino que han desaparecido, han sido encerrados o son gobernados como un problema que hay que gestionar, sin tener voz ni voto.
No pretendo afirmar que exista un plan maestro secreto. Pero cuando se comparan la destrucción física de Gaza, la defensa abierta de las autoridades israelíes a favor de la “emigración voluntaria”, las inversiones masivas de Europa en el control de las fronteras y la promoción de programas de gobernanza internacional, se puede ver una orientación coherente.
Esta orientación dibuja un futuro en el que Gaza subsiste, pero en el que sus habitantes son prescindibles. Cualquier debate sobre “el día después” de la guerra debe comenzar por el día que estamos viviendo actualmente. Porque una comisión de investigación de las Naciones Unidas ha concluido que Israel es responsable de cuatro actos de genocidio en Gaza. Amnistía Internacional llegó a una conclusión similar.
Sobre el terreno, esos términos jurídicos se traducen en cifras y ruinas. Las agencias de las Naciones Unidas estiman que han sido desplazadas al menos 1,9 millones de personas, es decir, alrededor del 90 % de la población de Gaza, a veces en varias ocasiones.
La Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas informa de que alrededor del 86 % de la Franja de Gaza se encuentra ahora bajo órdenes de desplazamiento israelíes o ha sido designada como “zona militarizada”, lo que obliga a los palestinos a agruparse en zonas cada vez más pequeñas y peligrosas.
Las familias se enfrentan ahora a un tercer invierno en tiendas de campaña que se inundan con aguas residuales cuando llueve. Hacer que un territorio sea físicamente inhabitable no es un accidente de guerra, es un método. Y este método va acompañado de mecanismos políticos y militares que persiguen un único resultado: menos palestinos en Gaza, menos tierras palestinas y un control externo permanente.
El apoyo cómplice de la UE a Egipto
No se trata de una especulación. Los responsables israelíes lo dicen abiertamente. El ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, declaró que Israel debería ocupar Gaza y “animar” a la mitad de sus 2,2 millones de habitantes a emigrar en un plazo de dos años.
En julio de 2025, la ministra israelí Gila Gamliel publicó un vídeo generado por inteligencia artificial que mostraba un futuro Gaza lleno de complejos hoteleros de lujo y torres con el logo Trump. Un paraíso costero construido sobre la promesa de la desaparición de los palestinos, con una leyenda inequívoca: “Son ellos o nosotros”. Palabras aplicadas con la fuerza de los bulldozers.
Es en este contexto en el que Europa elabora su política. Oficialmente, insiste en que el desplazamiento de los palestinos a Egipto es inaceptable. Extraoficialmente, paga a El Cairo precisamente para que gestione y contenga las consecuencias humanas de la situación. En marzo de 2024, la Unión Europea (UE) y Egipto firmaron una “asociación estratégica y global” respaldada por una dotación de 7.400 millones de euros para el periodo 2024-2027.
Los responsables egipcios niegan cualquier intención de aceptar un desplazamiento masivo. Pero las bases están ahí
Esta cantidad incluye 5.000 millones de euros en préstamos blandos, 1.800 millones en inversiones y 600 millones en subvenciones, de los cuales 200 millones se destinan explícitamente a la “gestión de la migración”. Los documentos de la UE indican claramente que esta financiación está destinada a reforzar las fronteras egipcias y permitir que El Cairo acoja a los exiliados para que no se dirijan a Europa.
Se trata de un acuerdo clásico de externalización: Europa paga a otros países para que mantengan a las personas desplazadas fuera de su vista. Poco después, las imágenes de satélite revelaron que Egipto está construyendo una zona tampón fortificada y un complejo rodeado de muros de hormigón en el Sinaí, cerca de Rafah, lo que se ha interpretado en gran medida como una infraestructura destinada a acoger a un gran número de palestinos si se veían empujados a cruzar la frontera. Las autoridades egipcias niegan cualquier intención de aceptar un desplazamiento masivo. Pero las bases están ahí.
Al mismo tiempo, las instituciones europeas han acelerado la concesión de ayuda financiera adicional a Egipto, invocando explícitamente su “papel estratégico” en el contexto de la guerra en Gaza y las presiones migratorias regionales. No se trata de una ayuda neutral. Al invertir masivamente en la fortificación y el cierre de las fronteras, mientras un Estado vecino habla abiertamente de dejar Gaza sin población, Europa se convierte en cómplice de una posible limpieza étnica, independientemente de sus declaraciones de intenciones.
Una jaula gestionada por la comunidad internacional
Europa no actúa sola. El futuro de Gaza se debate cada vez más como si se tratara de un territorio vacío que debe ser administrado por fuerzas de seguridad, donantes y dirigentes extranjeros.
El famoso “plan Trump” prevé la creación de un órgano internacional, el “consejo de paz”, presidido por él mismo, que supervisaría la reconstrucción de Gaza durante al menos dos años bajo el mandato de las Naciones Unidas (ONU). Una fuerza multinacional de estabilización, aún por constituir, controlaría la seguridad, mientras que un comité tecnócrata palestino se encargaría de la administración ordinaria.
El propio Trump ha hablado públicamente de la “limpieza” de Gaza y del reasentamiento de los palestinos en otros lugares. Francia se ha sumado a la idea de una presencia internacional en materia de seguridad. Macron, en el discurso ante la ONU en el que reconoció a Palestina, propuso una administración transitoria en la que participarían la Autoridad Palestina, una nueva generación de palestinos y fuerzas de seguridad formadas por Francia y sus socios, con el apoyo de una misión internacional de estabilización.
En ninguna parte de esta propuesta se garantiza la posibilidad de que los gazatíes desplazados regresen a las zonas transformadas en “zonas tampón» o zonas de tiro. En ninguna parte se rechaza claramente la apropiación de territorios por parte de Israel. Mientras, la UE ha reactivado y ampliado su misión fronteriza en Rafah (EUBAM Rafah) para supervisar los pasos fronterizos y facilitar las salidas de Gaza, principalmente a los heridos, los estudiantes y los “casos excepcionales”. Su mandato se ha prorrogado hasta 2026.
Los palestinos son seleccionados y sacados de un recinto controlado que se está convirtiendo en permanente
Como periodista que ha abandonado Gaza este año, en el marco de un proceso de evacuación gestionado por el consulado francés y las autoridades de ocupación, sé cómo es la situación sobre el terreno: filas de autobuses con los logotipos de la ONU y la UE; listas de nombres “aprobados” decididas en oficinas lejanas; un estrecho pasillo de salida para unos pocos y una mayoría que queda atrapada.
Esto se puede calificar de gesto humanitario. También es un laboratorio para un futuro en el que los palestinos son seleccionados y sacados de un recinto controlado que se convierte en permanente. Europa argumentará que el reconocimiento de Palestina demuestra su compromiso con nuestra presencia allí en lugar de con nuestra partida. Pero un reconocimiento sin confrontación carece de sentido.
En mi habitación en París, no paran de llegarme vídeos al teléfono: tiendas de campaña que se derrumban bajo la lluvia de noviembre; niños que intentan dormir en colchones empapados de aguas residuales; una abuela que murmura que ahora teme más a las nubes que a las bombas.
No son personas “sobrantes”. Son personas cuyos abuelos perdieron sus pueblos en 1948 y a quienes se les repite, entre los escombros y las fronteras, que no hay lugar para ellos.
Europa todavía tiene una opción
Si los dirigentes europeos se oponen realmente a una Gaza sin palestinos, deben expresarlo con sus políticas, no en discursos poéticos.
Esto significa rechazar explícitamente los programas israelíes de “emigración voluntaria” y condicionar las relaciones con Tel Aviv al abandono de la ingeniería demográfica y las zonas tampón permanentes. Significa vincular la reconstrucción y las misiones fronterizas al derecho al retorno de todos los gazatíes desplazados, incluso a las zonas actualmente declaradas “zonas prohibidas”.
El lenguaje político se convierte fácilmente en pies descalzos en el barro y en la tos de mi hermana pequeña toda la noche bajo una lona de plástico
Significa cancelar los acuerdos de control de la migración que convierten a los Estados vecinos en carceleros de Europa, a menos que estén condicionados a garantías firmes contra el reasentamiento forzoso o bajo coacción económica.
También significa garantizar que cualquier fuerza internacional u órgano rector en Gaza sea responsable ante los palestinos (y no ante Washington, Bruselas o Tel Aviv), y que ese órgano proteja nuestro derecho a vivir en nuestra tierra, y no el deseo de Europa de no vernos.
De lo contrario, la conclusión es sencilla. Europa será recordada como el continente que lloró por Gaza, que reconoció a Palestina en Nueva York y que contribuyó discretamente a diseñar un futuro en el que los palestinos se encontrarán dispersos en campamentos a lo largo de sus fronteras o atrapados bajo administración internacional en una franja de tierra reducida y segura.
No escribo estas líneas como “mujer enojada de Gaza”, como a algunos les gusta llamarme, sino como testigo que ha vivido las dos realidades: la tienda inundada y las conversaciones de “paz” en París.
Si mi voz tiembla es porque sé hasta qué punto el lenguaje político se transforma fácilmente en pies descalzos en el barro y en la tos de mi hermana pequeña durante toda la noche bajo una lona de plástico.
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Traducción de Miguel López