Frente a Trump, evitemos el 'shock' y el miedo

Ciudadanos participan en una manifestación contra las políticas de Donald Trump, en Lake Worth Beach, Florida.

Carine Fouteau / (Mediapart)

El nuevo presidente de Estados Unidos administra a la población una dosis diaria de electroshocks con el objetivo de exaltar a sus seguidores y anestesiar a sus oponentes.

Sus acciones y gestos producen sistemáticamente el mismo efecto en aquellos que tienen como referencia los principios de igualdad, justicia social y solidaridad, consagrados en los textos fundamentales que rigen el derecho internacional desde la Segunda Guerra Mundial: les dejan estupefactos, les escandalizan, les asustan. En resumen, los violentan y los debilitan creando desesperación y resignación en el campo progresista.

Desde su investidura el 20 de enero de 2025, Trump aprovecha ostensiblemente la velocidad del fascismo contra la lentitud del Estado de Derecho, aplicando escrupulosamente el método promulgado por su asesor Steve Bannon de “inundar la zona de mierda”. No importa que sus declaraciones y decretos sean inmediatamente matizados por sus asesores o suspendidos por la justicia, Trump hace política, en el sentido clásico del término, es decir, que al polarizar los debates, reconfigura, en su beneficio, el espacio político-mediático en torno a sus obsesiones ultraderechistas, racistas, sexistas, homófobas y climáticas. Marca las mentes a fuego.

Entre los saludos nazis de su acólito Elon Musk, el proyecto de limpieza étnica de Gaza, el desmantelamiento del Estado federal, la concentración de poderes ejecutivos y la puesta en peligro de millones de mujeres, personas transgénero o pacientes con VIH, sus intervenciones están calculadas para sembrar el pánico y el caos, no solo entre las comunidades afectadas, sino también entre los defensores de un universo democrático, por vaga que sea su definición.

Y eso funciona: por ahora encuentra un escaso nivel de resistencia, a pesar de los signos de vida que han dado los demócratas (ver el artículo de Alexis Buisson) y los intentos de respuesta de la sociedad civil (ver el artículo de Patricia Neves).

Igual que la táctica militar utilizada durante la guerra de Irak, el shock y el temor (“shock and awe”) provocados por los decretos firmados en cadena el mismo día de la investidura –expulsiones masivas de migrantes, abolición de la ciudadanía por nacimiento, salida del Acuerdo de París, supresión de las energías renovables, perdón a los alborotadores del 6 de enero de 2021, fin de los programas de diversidad, de equidad e inclusión–, han desarmado a sus oponentes, que no saben en qué concentrarse prioritariamente, debido a la magnitud, multiplicidad y rapidez de los ataques, ni cómo gestionar su reacción.

Un resistencia obstaculizada

Es sorprendente el contraste con los inicios del primer mandato de Trump. Hay que recordar las inmensas Marchas de las Mujeres que hicieron resonar su ira en todas las grandes ciudades del país el 21 de enero de 2017: hasta medio millón de personas desfilaron por las calles de Washington, 5 millones en todo el país, para denunciar el sexismo y la misoginia del presidente.

Tampoco ha habido nada este año parecido a las manifestaciones que se celebraron en los aeropuertos y ante los tribunales de justicia hace ocho años para protestar contra una de las primeras directivas antiinmigración de Trump, una prohibición de 90 días para los viajeros procedentes de siete países de mayoría musulmana.

En ese terreno contestatario surgió la campaña #MeToo al principio de esta era y, en 2020, tras el asesinato de George Floyd, las manifestaciones de Black Lives Matter. A pesar de aquella presidencia hostil, se emprendieron batallas por los derechos y la emancipación sobre la convicción colectiva de que la sociedad civil podía denunciar la injusticia allá donde apareciera. Y ganar.

Salvo un puñado de figuras del Congreso y gobernadores de bastiones demócratas (California, Nueva York, Illinois), hoy en día son pocas las voces anti-Trump que se hacen oír más allá de las fronteras, hasta el punto de que la obispa Mariann Edgar Budde se ha convertido en una celebridad internacional por atreverse a enfrentarse a Trump. Al pedirle “compasión por las personas de [su] país que ahora tienen miedo” —se refería a los inmigrantes y a los niños LGTBIQ+—, esta mujer se expuso a la ira del presidente.

Es cierto que los tribunales intentan detener este tsunami. Se han iniciado más de veinte procedimientos judiciales para impugnar las medidas adoptadas por la administración Trump, de los cuales al menos nueve se refieren a la impugnación del ius solis. Los jueces han bloqueado temporalmente ese decreto, así como la congelación del pago de 3 billones de dólares de subvenciones nacionales cuyos créditos ya estaban aprobados por el Congreso y el traslado de reclusas transgénero a prisiones para hombres.

Contrapoderes atacados

Pero frente a la brutalidad de la represión de extrema derecha, estas acciones parecen marginales. Durante el mandato anterior, la oposición seguía convencida de que, aunque el período era peligroso, Estados Unidos todavía contaba con un sólido sistema de contrapoderes que podían frenar o incluso detener la maquinaria. Hoy en día eso ya no es tan seguro. Y por una buena razón: Trump y su banda —con Elon Musk, el poderoso jefe de la tecno en cabeza— ya no se consideran sujetos al Estado de Derecho y lo han dejado claro desde la campaña presidencial.

De la misma manera que califican a los periodistas de “enemigos del pueblo”, denigran a la justicia. Ya no se conforman con desafiar el marco legal, incluido el constitucional. Esta vez tienen la intención de destrozarlo reforzando la base del poder ejecutivo. Ya no buscan simplemente eludir las normas y reglas o poner a prueba sus límites, sino que actúan para sabotearlos desde dentro, aplicando el programa descrito precisamente en el “Proyecto 2025” de la Heritage Foundation.

En su guerra relámpago, Trump ya ha anulado leyes, impidiendo que los migrantes soliciten asilo en suelo estadounidense y ordenando al Departamento de Justicia que no aplique la prohibición de TikTok, cuando el Tribunal Supremo ya la había confirmado por unanimidad.

Ha tomado medidas para purgar la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), creada por el Congreso, y ha intentado congelar los gastos previamente aprobados, incluida la mayor parte de la ayuda exterior. Ha paralizado la acción de otras tres agencias estatutariamente independientes, la Junta Nacional de Relaciones Laborales, la Comisión para la Igualdad de Oportunidades en el Empleo y la Junta de Supervisión de la Privacidad y las Libertades Civiles, al destituir a algunos de sus miembros, en contra de las normas jurídicas que prohíben las destituciones arbitrarias.

También ha despedido sin previo aviso y sin base legal a fiscales, en particular a aquellos cuyas investigaciones habían conducido a sus acusaciones y a la condena de los alborotadores del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021. Han sido también despedidos altos funcionarios de carrera del FBI, así como inspectores generales, cuya misión es perseguir el despilfarro, el fraude, el abuso y la ilegalidad... dentro del gobierno, , lo que hace temer el mismo destino para miles de funcionarios.

Contradicciones que hay que superar

Ante este poder autoritario y destructivo, la oposición parece estar desorientada. Lejos de la energía contestataria convergente de los años 2016-2020, los demócratas no parecen capaces de superar, al menos por ahora, esta repetición de la historia. La sorpresa de una elección entendida como una aberración hace ocho años ha dado paso a la constatación de que el país se mantiene en sus trece y que es consciente de sus errores estratégicos.

Al agotarse contrarrestando las ocurrencias del todopoderoso multimillonario, los anti-Trump se han dejado encerrar en su terreno y han perdido la batalla cultural. Al indignarse, han descuidado la creación de una contranarrativa radical sobre la cuestión social que pudiera responder a la inmensa ira de los votantes estadounidenses, independientemente de sus vínculos partidistas.

En un reciente podcast, la congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez explicó por qué algunos residentes de su distrito de Nueva York habían votado tanto por ella como por Trump en las últimas elecciones: “Ven a dos personas fundamentalmente anti establishment, dos personas que no respetan una regla si no conduce a un resultado”.

En lugar de centrarse en lo que une al electorado, es decir, un fuerte rechazo a las “élites” y un fuerte resentimiento relacionado con la pérdida de salario real y el declive generacional, como ocurre en Francia, los demócratas han seguido apoyándose en los reflejos moralizantes de una vieja y privilegiada sociedad blanca, evitando la necesaria introspección sobre la forma en que han acompañado al neoliberalismo durante más de treinta años.

¿Cómo podría ser este partido creíble en su crítica de la sumisión de Trump a los intereses financieros sin renunciar él mismo a cortejar a los “buenos” multimillonarios y sin cuestionar las estructuras del capitalismo destinadas a perpetuar la desigual distribución del fruto del trabajo?

¿Cómo pueden sus representantes presentarse como garantes de la justicia y la paz, cuando Barack Obama autorizó diez veces más ataques con drones que George W. Bush? ¿Cómo podría Kamala Harris convencer de su compromiso con la libertad de expresión, cuando Joe Biden negó a un palestino-estadounidense la oportunidad de intervenir en la Convención Nacional Demócrata?

Mientras, Trump, al presentarse como el salvador, logró, en un increíble truco de magia, hacer creer que iba a arremangarse para transformar las jerarquías sociales. Prometer ir al planeta Marte cuando el nuestro estaba en llamas debería habernos alertado sobre sus intenciones de salvar en realidad solo a los suyos, en el mejor de los casos a algunos de sus congéneres.

Convergencias por construir

Las contradicciones a las que se enfrentan los demócratas americanos cuestionan al campo progresista en su conjunto, especialmente en Francia, donde las mismas causas están produciendo los mismos efectos. La respuesta a la extrema derecha supone, en primer lugar, negarse a dejarse atrapar por el shock y el miedo, que sabemos, desde Rinoceronte, la obra de teatro  de Eugène Ionesco, que luego se transforman en hábito, aceptación y luego adhesión. Frente al tsunami no sirve de nada achicar el agua: el estado de reacción perpetua termina produciendo impotencia.

Mientras que la oligarquía en el poder en Estados Unidos, abiertamente hostil a las minorías sexuales, de género o raciales, se va a transformar inevitablemente en una máquina de guerra contra los pobres y los trabajadores, es imperativo, también en nuestro país, poner fin a las disputas entre facciones y hacer converger las reivindicaciones sociales y colectivas. Hacer que la igualdad y la solidaridad pasen de ser principios a realidades es una necesidad para reparar las injusticias y destruir los fenómenos de reproducción en beneficio de todos y todas.

Ante las herramientas digitales de comunicación, vigilancia y represión que están en manos de los dirigentes americanos, es urgente organizarse. En su blog en Mediapart, el economista Cédric Durand menciona la necesidad de “formar una frente anti-tecnofeudal que incluya, además de las fuerzas de izquierda, fuerzas democráticas, incluidas fracciones del capital que han roto con las Big Tech”.

Los medios de comunicación tienen un papel importante en esta lucha. Al igual que los jueces y los defensores de los derechos humanos, los periodistas están en el punto de mira de Trump y de Musk, que a base de algoritmos difunden odio, confusión y propaganda en sus redes sociales. Mediapart, cuya misión de interés público es hacer que las potencias económicas y políticas asuman sus responsabilidades, asume plenamente su papel de contrapoder. Es nuestra razón de ser. Lo es aún más en los momentos oscuros que atravesamos.

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"¿Cuántas veces puede un hombre girar la cabeza y hacer como si no viera?"

Nos sumamos a este llamamiento de Bob Dylan a ver las cosas con claridad, inscrito en su canción Blowin' in the Wind, que se ha convertido en el estandarte de las luchas por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam. Cada día intentamos mostrar el mundo tal y como es. A nuestros lectores y lectoras tratamos de darles referencias y sentido para que se orienten en el caos. Para que no sucumban al shock ni al miedo y no se conviertan en rinocerontes ni en robocops.

Traducción de Miguel López

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