Japón decide abrir cueste lo que cueste el área prohibida de Fukushima once años después de la catástrofe

Una mujer con una máscara facial llora durante un acto celebrado para conmemorar el 11º aniversario del Gran Terremoto y Tsunami del Este de Japón.

Johann Fleuri (Mediapart)

Tomioka, Futaba (Japón) —

Desde su millar de cepas, Shubun Endo sueña con un renacimiento de Tomioka, el pueblo donde nació. Su pequeño viñedo está situado en lo alto del pueblo, donde también ha construido su casa, y está orientado al mar.

Desde allí se puede ver uno de los reactores de la central nuclear de Fukushima Daiichi, que está a sólo ocho kilómetros. Shubun Endo no es un agricultor, sino un profesional de la construcción.

En 2016, cuando las autoridades permitieron a la población local volver a entrar en Tomioka, aunque sin permiso para residir, plantó doscientas vides con la ayuda de un puñado de antiguos residentes, unidos por una necesidad visceral de volver a conectar con el pueblo donde nacieron.

"Queríamos hacer algo por las futuras generaciones que vengan a instalarse aquí". Para ello, se propusieron producir vino, seleccionando variedades de uva que combinaran con la cocina local, rica en marisco: Sauvignon Blanc, Merlot, Chardonnay. Producen menos de 2.500 botellas al año y no se comercializan. Este vino, símbolo de solidaridad, reúne a unos cuantos empleados y a muchos voluntarios, deseosos de que Tomioka brille por otra razón que no sea su proximidad a la accidentada central nuclear.

El 11 de marzo de 2011, el "Gran Terremoto de Tohoku" sacudió el noreste de Japón, provocando un tsunami mortal y el accidente de la central de Fukushima Daiichi. De los casi 20.000 muertos en la catástrofe, 1.614 fueron en la prefectura de Fukushima. Además, hay que añadir 196 personas desaparecidas y 2.329 muertes indirectas. 

En marzo de 2018 el gobierno declaró el fin de la fase de descontaminación, excepto en la zona cercana a la planta. El levantamiento de las restricciones para vivir en los seis pueblos restantes (Tomioka, Namie, Iitate, Futaba, Okuma, Katsurao) se ha acelerado y se espera que se complete para junio de 2023.

Desde el 12 de junio ya es posible volver a instalarse en Katsurao. En Futaba, donde el 96% del territorio sigue afectado por la prohibición de residencia, las autoridades esperan con impaciencia a los nuevos residentes. En 2020 se inauguró una nueva estación de tren y se está construyendo un enorme ayuntamiento. "Y también vamos a tener una clínica", añade Muneshige Osumi, concejal de la ciudad.

Esperamos que alrededor de 2.000 personas regresen dentro de cinco años

Muneshige Osumi — Concejal de Futaba

Al día siguiente de la catástrofe, evacuaron Futaba unas 7.000 personas. Para llevar a cabo la descontaminación, todo ha sido arrasado o está siendo demolido. En el distrito de Shinzan, las casas siguen esperando su demolición y ahí siguen, junto a flamantes edificios a unos cientos de metros de distancia. En la salida oeste de la estación de Futaba, se puede ver una urbanización formada por una docena de pequeñas casas idénticas en fila, preparadas para el regreso de los evacuados. 

Según una encuesta realizada entre antiguos residentes de Futaba, sólo el 11,3% expresó su deseo de volver a vivir aquí. El 60,5% ha empezado una nueva vida en otro lugar, mientras que la cuarta parte restante aún no sabe qué hacer. "Desde hace unos años los resultados no han variado, así que, basándonos en estas estimaciones, esperamos que de aquí a cinco años vuelvan unas 2.000 personas", explica, confiado, Muneshige Osumi.

Masayuki Kobayashi, estudiante de ingeniería de la Universidad de Tohoku, que lleva construyendo una comunidad en Futaba desde 2020, se muestra no obstante perplejo: "Las casas se construyeron sin tener en cuenta realmente las preocupaciones y necesidades de los evacuados". La urbanización es un buen ejemplo. "Es una especie de dormitorio que podría ser adecuado para estudiantes, pero no para personas mayores que han pasado por un calvario tan terrible.”

Cuando el joven visitó Futaba por primera vez, sus sentimientos fueron contradictorios. "Me impactó mucho ver la magnitud del trabajo que aún quedaba por hacer, pero al mismo tiempo me entusiasmó la tarea de reconstrucción: en un lugar donde no queda nada, se puede crear cualquier cosa".

Casas nuevas 

Desde la catástrofe y la orden de evacuación, la zona se convirtió en un laboratorio al aire libre: ahora alberga uno de los mayores centros de investigación de hidrógeno del mundo (Namie), un proyecto experimental de reciclaje de residuos nucleares (Iitate) y un sistema agrícola totalmente automatizado (Okuma), por no hablar de las numerosas start-up que se están instalando. 

Masayuki Kobayashi se pregunta: "Las autoridades piensan en términos de normas y etapas. ¿Qué sentido tiene construir cuando nadie vive aquí y pocos expresan su deseo de volver? Y añade: "La gente necesita más los cafés que nuevas instalaciones de paneles solares". 

La propuesta sobre Futaba es una casa nueva, pero sin servicios cercanos, sin supermercados y, sobre todo, sin empleo. “Históricamente, aquí nunca ha habido industria", dice el estudiante. “Más del 80% de los puestos de trabajo de Futaba estaban vinculados a la central eléctrica. Por tanto, la ciudad vivía de este proveedor de empleo, pero también de las subvenciones recibidas por su presencia en la zona.” El joven quiere creer en ello, pero reconoce que "tardará mucho en reconstruirse". 

En contra de los resultados de la encuesta, "muchos de ellos realmente quieren volver", dice. “Pero son viejos, así que aunque los niveles de radiactividad fueran altos, no les preocupa realmente. Saben que no les quedan muchos años de vida. Sin embargo, lo único que no quieren son riesgos para sus hijos y nietos”. 

"Cien veces el nivel natural" de radiactividad 

Se trata de preocupaciones que pueden ser escuchadas y demostradas. El paisaje del pueblo de Iitate está formado en un 75% por bosques, y "el nivel de radiactividad que se sigue midiendo en los bosques de toda la zona afectada sigue siendo muy alto", explica Cécile Asanuma-Brice, investigadora del CNRS y codirectora del programa internacional de investigación Mitate Lab. Post Fukushima Studies y autora de Fukushima, diez años después. Sociología de un desastre (publicado por la Maison des Sciences de l'homme, 2021). 

En las mediciones realizadas en Namie una semana antes, "encontramos niveles de 47,5 µSv/h, [la tasa natural es de 0,04 µSv/h/año en este lugar - nota del editor], es decir, muy por encima de la norma internacional, incluso después de haberla elevado para el período de gestión posterior al accidente” .

Añade que en Okuma, uno de los dos municipios donde se encuentra la central nuclear de Fukushima y donde ya se ha levantado parcialmente la prohibición de residir a pesar de la reconstrucción parcial, "se miden regularmente niveles superiores a 5 µSv/h: de nuevo, unas cien veces el nivel natural". Esta investigadora también se pregunta por las enormes sumas invertidas por el gobierno en la descontaminación y la reconstrucción y se cuestiona la pertinencia de esta elección. 

"Reconstruir el tejido urbano de Futaba, por ejemplo, significa reajustar una ciudad creada en el siglo VII, es decir, eliminar 1.300 años de historia impresa en sus muros para reconstruir edificios de cartón-piedra similares, con un coste menor, en zonas donde la contaminación sigue siendo desigual. La mezcla urbana y el ambiente de las animadas callejuelas quedarán pues totalmente destruidos en favor de la producción de un urbanismo suburbano sin carácter", lamenta. 

Los evacuados podrían haber sido realojados en el campo, un poco más lejos, evitando la contaminación ambiental, explica, en viviendas más sostenibles. Y la zona podría cerrarse permanentemente, como Chernobyl. 

El 11 de marzo de 2011, Sunlight Okuma se congeló para siempre. A través de la ventana de esta antigua residencia de ancianos, la escena era de infarto. Todas pertenencias dispersas delatan la agitación que tuvo lugar ese día. En las mesas, las bandejas de comida quedaron intactas, con la comida en el fondo de los platos. A pocos metros, desde lo alto de un promontorio, Hiroshi Hattori observaba cómo los sacos de tierra contaminada eran llevados de un campo a otro a la espera de ser reciclados o almacenados en otro lugar, lejos, muy lejos de la prefectura, según prometió el gobierno. 

Hiroshi Hattori dirige esta infraestructura temporal de casi 1.600 hectáreas, y desde 2014 se han acarreado aquí 12,89 millones de metros cúbicos de tierra, escombros y cenizas incineradas aún cargadas de bequerelios (hasta 100.000 bq/kilo). A lo lejos se ven los reactores de la central accidentada. "Aquí estamos en la zona que aún está prohibida", dice, observando el trajín de camiones. 

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"Validar el fin de la reconstrucción es poner la catástrofe en el pasado, negar el hecho de que sigue estando ahí", señala Cécile Asanuma-Brice. La reapertura de la zona también envía el mensaje de que hay formas de rehabilitar las zonas arruinadas por el desastre nuclear. "De hecho, cinco años después de su reapertura, está descendiendo de nuevo la población de la localidad de Iitate debido a la muerte de los pocos ancianos que han regresado. Se trata de un fenómeno generalizado en la zona y está claro que no existe entusiasmo alguno por el regreso o el asentamiento de los recién llegados a pesar de los incentivos económicos del gobierno.”

 

Traducción de Miguel López

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