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Una historia política del balcón en tiempos del coronavirus

Una de las vecinas de un edificio de apartamentos tutelados para personas mayores de San Sebastián sale a su balcón este viernes, como cada día al mediodía desde la alerta por pandemia, a bailar y realizar sus ejercicios diarios.

Ludovic Lamant (Mediapart)

En España, el balcón no es solo el lugar desde el que se apoya al personal sanitario movilizado por la pandemia. Algunos vecinos sacan sus cacerolas a las ocho de la tarde para organizar ruidosas caceroladas contra el rey Felipe VI, cuyo padre Juan Carlos está salpicado por un escándalo de dinero negro de Arabia Saudita.

¿Es el balcón una reinvención de la plaza pública durante el confinamiento? Cuando el 15M, el movimiento de los indignados españoles en 2011, era en las plazas de las ciudades donde se concentraba una mezcla de gentes que defendían los servicios públicos y criticaban la corrupción de la clase política.

Esta referencia es válida también en Brasil, donde los ciudadanos muestran su descontento contra la política de confinamiento de Jair Bolsonaro con enérgicos “panelaços” (caceroladas), también desde los balcones. En Francia se está haciendo un llamamiento para el martes 31 a una “manifestación de confinamiento” en apoyo al personal sanitario, pero también contra las reformas de las pensiones y del subsidio de paro. Es como si el balcón volviera a ser la plaza pública pero en forma atomizada.

Pero la figura del balcón es más ambigua. Hay españoles que, atemorizados por el caos sanitario y económico que sufre su país, se han puesto a insultar desde su balcón a los viandantes, acusándoles de no respetar las órdenes de confinamiento y de poner en peligro a la población. “Vuelve a tu puta casa”, le han dicho a un médico generalista que iba a atender a un paciente posiblemente infectado.

Sin embargo, son muchos los viandantes que tienen derecho a andar por la calle: la mayor parte están comprendidos en las excepciones previstas por el estado de alarma decretado por el gobierno. “Comprendo la preocupación de la gente, pero le aseguro que yo no salgo con mi hijo por capricho. La ley me autoriza a hacerlo”, explica una madre de 52 años cuyo hijo autista tiene derecho a salir a tomar el aire pero que es objeto de insultos cuando sale por su barrio.

El balcón se ha convertido en una torre de control desde la que los confinados vigilan el barrio y a los viandantes culpables de infringir las reglas. A César Rendueles, profesor de sociología en la Complutense de Madrid, le preocupa el “masoquismo ciudadano” que justifica y anima los excesos de las fuerzas del orden en nombre de la lucha contra la pandemia, terminando por una forma de “normalización del linchamiento social”. Según declara este profesor a El País, “detrás de cada cortina se esconde una patrulla ciudadana. La España de los balcones es el país de los chivatos”.

El balcón no es solo la plataforma de apoyo a los servicios públicos amputados por la austeridad sino que se ha convertido también en el instrumento del regreso al Estado policial. Las ambigüedades del balcón español durante esta pandemia son la imagen de un elemento arquitectural con significados complejos a lo largo de los siglos: ha sido dispositivo militar en la Edad Media, escena de teatro al servicio de los poderes autoritarios y fascistas del siglo XX y promesa de progreso social y de emancipación popular.

En la Biennale que el arquitecto holandés Rem Koolhaas había coordinado en Venecia en 2014, bajo el tema Fundamentales, había concedido un lugar destacado al balcón dentro del inventario de “elementos de arquitectura” que había establecido. El autor del clásico New York Délire describía el balcón como “un laboratorio en el que se prueban experiencias a veces explosivas, en la frontera entre lo público y lo privado, entre lo interior y lo exterior”.

“En esta exposición se observaba que ciertas tipologías, como los baños, no habían evolucionado en absoluto a lo largo de los siglos. Al contrario, el hogar ha conocido grandes evoluciones con la aparición de la calefacción eléctrica, los electrodomésticos y las nuevas tecnologías. Pero el balcón ha conocido una doble trayectoria, fiel a sus orígenes: un dispositivo de defensa militar que hace las veces también de dispositivo teatral”, explica a Mediapart Alice Grégoire, arquitecta del OMA, la agencia de Koolhaas, que trabajó en la Biennale de 2014.

En su Diccionario razonado de la arquitectura francesa (1854-1868), Viollet-le-Duc encuentra los orígenes del balcón en los matacanes del siglo XI, esos andamios de madera pegados a las murallas de piedra que rodeaban las ciudades. En cuanto al postigo teatral, hay que remontarse a Shakespeare y el balcón de Julieta en Verona, de la obra Romeo y Julieta, escrita sobre 1591.

Para la exposición de 2014, Koolhaas y sus asociados encontraron la carga anti-balcón de un arquitecto francés, Quatremère de Quincy (1755-1849), asqueado por la “moda de los balcones”: Un “aprendiz de frívolo”, un “entrante artificial” del edificio, un “voladizo casi siempre en falso” con el resto del armazón, que daña el clasicismo de las fachadas mejor dispuestas (Diccionario histórico de la arquitectura, 1832).

A partir de los años 1850, el baron Haussmann rediseña el plano de París, traza inmensas líneas rectas y libera espacio permitiendo a las nuevas fachadas de la capital dotarse de balcones. Este patrón, hasta entonces reservado a la aristocracia, se extiende a las familias burguesas. Al principios de los años 2000 lo recodaría, con humor, el artista Julien Berthier, que dota de balcones haussmannianos a los edificios modernos de todo tipo, incluidas las viviendas sociales (Título de la obra: “Servicio de injerto de un balcón de plástico estilo haussmanniano para todo tipo de arquitectura”).

El “despertar social del balcón”

En el siglo XX, Thomas Mann da al balcón una de las visiones más sorprendentes: la pista higienista, muy de actualidad en 2020. En La Montaña Mágica (1924), el escritor alemán describe los inmensos balcones de un sanatorio de Davos, en los Alpes, donde sacan a los enfermos de la aristocracia europea para que respiren aire puro antes de morir.

Años más tarde, el 10 de junio de 1940, Mussolini anuncia su entrada en guerra contra Francia y Gran Bretaña y su alianza con el Reich de Hitler, desde el balcón de su residencia romana, el Palazzo Venezia:

Es el ejemplo más claro de una larga asociación de regímenes autoritarios, fascistas y populistas con el balcón, en el que juegan al máximo la actuación teatral y su propia puesta en escena. El balcón es el intermediario entre el líder y el pueblo. La tendencia durará más allá de la Segunda Guerra Mundial, a través de los populismos latinoamericanos de numerosos caudillos (por ejemplo, la escena modelo de Eva Perón en el balcón de la Casa Rosada en Buenos Aires).

Al mismo tiempo, el siglo XX marca también el “despertar social del balcón”. Al dotarse de balcones, los bloques de viviendas sociales ofrecen a las clases más modestas el acceso al aire y a la luz que hasta entonces no podían permitirse. El balcón se convierte en “la encarnación monumental de la solidaridad socialdemócrata”, escribe el historiador del arte americano Vincent Scully, citado también en Elementos de arquitectura de Koolhaas.

El 'immeuble villas' de Le Corbusier | © Fondation Le Corbusier.

El balcón se impone así como vocabulario característico de la arquitectura modernista. Desde 1922, Le Corbusier imagina el edificio-chalet que nunca será construido. En Dessau, cerca de Berlín, Hannes Meyer, rostro del Bauhaus, acondiciona un “acceso al balcón” para varias viviendas de un mismo piso, en un edificio construido en 1927. En “Viena la Roja”, el periodo en que la capital austríaca está dirigida por fuerzas de la izquierda (1918-1934), edificios de viviendas sociales totalmente innovadores, como el Karl-Marx-Hof, imaginado por Karl Ehn a finales de los años 20, son dotados de grandes balcones, esta vez individuales.

En 1957, cuando era cada vez más contestada la presencia francesa en Argelia, el francés Fernand Pouillon contruye grandes bloques, como el de Diar-es-Saâda, la Ciudad de la Felicidad de Argel, tratando de favorecer la mezcla de culturas. En este caso, este “balcón postcolonial”, según la terminología de Koolhaas, sirve a Pouillon de punto de encuentro entre las culturas que él reagrupa (el estilo monumental otomano, el arte islámico de Granada y Sevilla, etc.).

En Brasil, donde el activismo está en auge estos días, el gran arquitecto comunista Oscar Niemeyer “jamás estuvo interesado en diseñar balcones”, dice Olivia Vigneron, una arquitecta brasileña originaria de Río, contactada por Mediapart. “Pero hay muchos balcones en todo el país, tal vez debido a las condiciones climáticas. Tanto para los pobres como para los ricos”. Ella insiste en solución del cobogo, sobre todo en Río, “una versión brasileña del moucharabieh árabe (especie de celosía que acelera el paso del aire, ndt), que permite a los habitantes ver la calle sin que les vean”.

Junto con el alegre bricolaje del posmodernismo de los años 70 y como reacción al formalismo hostil de las décadas anteriores, el balcón se convierte en motivo de diversión, como es el caso del grupo de viviendas de Choux, en Créteil (Gérard Grandval, 1972). Pero uno de los edificios más fascinantes de este periodo fue construído, en plena agonía del franquismo, a principios de los años 70 en España: Walden 7, cerca de Barcelona, registrado por Ricardo Bofill. “Cubos y silos (…) como una casbah en el espacio”, escribe el arquitecto catalán. Y añade, “En el interior, he multiplicado voluntariamente la verticalidad vertiginosa (…). Yo quería que el habitante sintiera fuertemente el espacio” (Espacios de una vida, Bofill, 1985). El balcón es el vínculo entre la escala monumental del edificio y el hogar individual.

En 1990, Jean-Paul Goude retoma el balcón como elemento y lo lleva al campo del lujo para una publicidad de Chanel, partiendo de una reconstrucción del hotel Negresco de Niza.

En tono más confidencial, un artista holandés, Constant Dullaart, escribió en 2014 un manifiesto titulado “balconismo”, que hacía del balcón el lugar de construcción de una nueva soberanía en un momento de vigilancia online generalizada y de deriva digital de los Estados autoritarios. El texto, que abogaba por formar desde los balcones “comunidades en lugar de mercancías”, empezaba así: “Estamos todos fuera, en el balcón”. Más actual que nunca.

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Traducción de Miguel López.

Texto original en francés:

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