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Irlanda, el principal escollo del 'Brexit'

El primer ministro de Irlanda, Leo Varadkar, y su homólogo bitánico, Boris Johnson, en Thornton Manor, en Cheshire (Gran Bretaña).

Hace tres años, durante la campaña del referéndum sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea, se habló mucho de los valores, del orgullo, la independencia, pero también del sistema sanitario, del flujo de mercancías, del ahorro presupuestario y de la situación de la City. Pero de Irlanda, apenas se habló. Hoy casi se habla exclusivamente de Irlanda. Y en Irlanda aún más que en ningún otro sitio.

El Brexit ocupa los titulares de la prensa local y de innumerables e interminables conversaciones en el bar, hasta el punto de agotar a los irlandeses, algunos de los cuales finalmente han dejado de dar su opinión –deal, no deal, nuevo referendo... – para abogar por una solución rápida, sea la que sea. “Just get over with it !” (¡Acabemos con esto de una vez!). La incertidumbre reinante en los últimos tres años en torno a la solución final mina incluso a los más decididos de una y otra opinión.

Theresa May cayó porque no pudo convencer a los diputados de su propio partido conservador para que aprobaran un acuerdo con Bruselas que preveía una solución de backstop, salvaguarda o red de seguridad, a la situación irlandesa. Su sucesor, Boris Johnson, a pesar de su brusquedad y fanfarronería, también parece poco probable que logre la aprobación de los suyos, los brexiters, y de los proeuropeos.

Bajo este nombre aparentemente críptico, el backstop es muy sencillo de entender. Desde 1937, la isla irlandesa está dividida entre una república independiente que ocupa cuatro quintas partes del territorio al sur, miembro de pleno derecho de la UE, e Irlanda del Norte, una de las cuatro naciones que componen el Reino Unido (con Escocia, Gales e Inglaterra). Con el Brexit, Irlanda del Norte está destinada a abandonar la UE, pero no la República de Irlanda (también llamada Eire).

A priori, aunque la insularidad complique un poco la cuestión y plantee problemas logísticos, bastaría con restablecer una frontera entre el norte y el sur de la isla irlandesa, como por ejemplo entre Noruega y Suecia, o entre Suiza y sus cuatro vecinos de la UE. Excepto que la historia, con sus recuerdos y amargos recuerdos, ha pasado ya por esto. Una guerra civil de 16 años (1921-1937) ensangrentó Eire entre los partidarios de una república y los que deseaban seguir siendo súbditos británicos con cierta autonomía, como los escoceses.

Pero este conflicto no es nada comparado con el que asoló Irlanda del Norte desde finales de los años 60 hasta 1998 entre la mayoría unionista (también conocida como lealista) y la mayoría protestante en general, a favor de unirse a la corona británica, y la minoría republicana (también conocida como nacionalista), principalmente católica. No es tanto el número de muertes (3.500) como la violencia y el destrozo entre las comunidades vecinas lo que queda anclado en nuestra memoria. Sin embargo, el Brexit amenaza con reavivar las llamas de esta guerra civil.

“Es absolutamente inconcebible restablecer una frontera aquí”, dice Paddy, subido en su tractor, mientras señala las colinas verdes, los campos abiertos y vacas que pastan en el punto exacto donde se supone que debe cruzar la línea entre las dos Irlandas. “Recuerdo mi infancia en la década de 1970, cuando había torres de vigilancia, con soldados, y frecuentes vuelos en helicóptero sobre la granja. En ese momento, estaban monitoreando intentos de infiltración de armas o contrabando de alcohol. ¿Queremos volver a eso? ¡Por supuesto que no!”.

Paddy creció a unos pocos metros de esta línea inmaterial que es literalmente invisible hoy en día. Aparte de la línea negra que figura en el GPS y una posible diferencia en el color del alquitrán de carretera, nada indica el límite físico que alguna vez existió. Cuando era niño, Paddy tenía que acercarse a los soldados en la carretera o infiltrarse a través de los setos, pero corriendo el riesgo de encontrarse con un soldado de gatillo fácil. Era un viaje que hacía, en el mejor de los casos, una vez a la semana. Hoy, según él mismo admite, suele cruzar la frontera “entre 30 y 40 veces al día”. Con su tractor para ir de un campo a otro, pero también para llevar a sus hijos a la escuela, visitar a su tía o reunirse con amigos en el pub. Su única concesión a la idea de dos países separados es que lleva libras en el bolsillo izquierdo y euros en el derecho.

Por difícil, ubuesca o trágica que sea, según el punto de vista adoptado, la situación de Paddy y de los miles de residentes fronterizos irlandeses sigue siendo, sin embargo, una suma de casos individuales. Por otra parte, la economía de la isla afecta a millones de irlandeses y, potencialmente, a millones de otros europeos. Tomemos un ejemplo, que aparece con frecuencia en la boca de los irlandeses: la cuestión de los medicamentos. Hoy en día, dos tercios de ellos proceden del Reino Unido. Si se restablece la frontera, se producirá inevitablemente una escasez en la República de Irlanda, por no hablar del aumento de los costes (cambio de las normas aduaneras) o de los problemas de armonización de los protocolos farmacéuticos.

No es la panacea para la República de Irlanda

La situación será aún más difícil en una ciudad como Londonderry, que se extiende entre Irlanda del Norte y el Eire. “Ahora tengo pacientes de ambos lados, lo único que me preocupa son los cuidados y los seguros”, dice John McLean, un médico de los suburbios de Londonderry (Derry, para el sur de Irlanda). “Pero mañana, ¿puedo seguir tratándolos a todos? ¿Para administrar los mismos medicamentos a todos mis pacientes? ¿Algunas personas tendrán que pagar más que otras por la misma fórmula? Actualmente, no tengo ni idea, pero todo lo que sé es que ¡no trabajo en esto para clasificar a los pacientes!”.

Una de las cuestiones más difíciles de resolver en el caso del Brexit es la de la agricultura. A día de hoy, un tercio de la leche producida en Irlanda del Norte va al sur para ser transformada en queso y mantequilla, y 400.000 ovejas hacen el mismo viaje cada año a los mataderos del sur. En la otra dirección, el 50% de la carne de vacuno y el queso irlandés se exporta al Reino Unido. Todo ello sin derechos de aduana ni controles sanitarios. “Si el Brexit se lleva a cabo sin un acuerdo previo, será un verdadero desastre y muchos agricultores terminarán al margen”, predice Ivor Ferguson, un sindicalista agrícola de Irlanda del Norte.

Para superar estas dificultades vinculadas a una isla que, a pesar de su división política, constituye una única entidad económica, social y cultural, Theresa May y la Unión Europea habían propuesto un acuerdo que habría mantenido a Irlanda del Norte, y por tanto al Reino Unido, en la Unión Aduanera Europea. Obviamente, a los ojos de los ardientes defensores del Brexit, esta no era una solución satisfactoria: ¿de qué sirve decir bye-bye a la UE si quiere mantener una de sus principales características, el mercado único?

Así se concibió el backstop, la red de seguridad: consiste en restaurar la frontera, pero en el mar. Es decir, considerar la isla irlandesa como perteneciente a la UE, mientras que Escocia, Gales e Inglaterra se dirigirían hacia su propio destino político y económico. Esta solución no es muy interesante para la República Irlandesa, ya que requiere el restablecimiento de muchas estructuras aduaneras (control de los buques procedentes del Reino Unido) y cambios logísticos considerables (el 40% de las exportaciones de Eire pasan por Inglaterra) que debilitarían su economía.

El Banco Central Irlandés, que, según uno de sus portavoces, se encuentra en “modo catástrofe nacional” desde 2016, publica un informe sobre las consecuencias del Brexit, todos igualmente pesimistas, tanto si el Brexit se materializa con o sin acuerdo. Por supuesto, la segunda hipótesis es la más perjudicial. “Nuestras previsiones de crecimiento en el caso de Brexit sin un acuerdo oscilan entre el 0% y el 1%, mientras que sin Brexit se habrían situado en torno al 4%”, dijo el portavoz. Esperamos un déficit de 100.000 puestos de trabajo, que representan el 5% de la población activa, y hasta un tercio de las explotaciones agrícolas podrían desaparecer en el peor de los casos si el Reino Unido se retira repentinamente de la UE”.

Una infraestructura que se ha convertido en algo tan común como la línea ferroviaria entre Dublín (Eire) y Belfast (Irlanda del Norte), gestionada conjuntamente por dos empresas, una británica y otra irlandesa, no saben a qué compañía quedará adscrita. En estas condiciones, incluso un backstop bien diseñado no es la panacea para la República de Irlanda.

Sin embargo, esta solución se ve obstaculizada por la cuestión política de Irlanda del Norte. Los unionistas rechazan categóricamente esta “red de seguridad” que, según ellos, los separa del reino al que se sienten vinculados (sus oponentes, los nacionalistas, en particular el Sinn Fein, se niegan a formar parte del Parlamento británico).

Por lo tanto, se opusieron ferozmente al plan de Theresa May y sólo aceptaron el proyecto reciente de Boris Johnson con la boca pequeña. Este último ha construido un complicado escalonamiento en torno a las cuestiones aduaneras, en particular las cuestiones agrícolas y fitosanitarias, que constituyen el núcleo de las preocupaciones irlandesas, un escalonamiento que equivaldría a someter el Brexit en Irlanda del Norte a varias votaciones en los próximos años en el Stormont, la Asamblea Regional (Parlamento que, además, no se ha reunido desde hace dos años debido a conflictos internos).

Esta propuesta en forma de mecano fue rechazada por Irlanda y parece en vías de ser rechazada por el resto de los Estados miembros de la UE. Según las filtraciones que circularon el 8 de octubre, después de una conversación telefónica entre Johnson y la canciller alemana Angela Merkel, esta última, considerada la más conciliadora con el primer ministro británico, rechazó el proyecto.

Pocos días antes del Consejo Europeo previsto para el 17 de octubre, cuando el Reino Unido debía presentar su propuesta del Brexit, la cuestión irlandesa sigue siendo la piedra más afilada en la bota del primer ministro británico. Un escollo que los promotores del Brexit no habían considerado o ni siquiera habían pensado en él. Porque, más allá de las cuestiones económicas, siempre está la cuestión humana e histórica, la de la posibilidad de revivir el conflicto de Irlanda del Norte.

 

Traducción: Mariola Moreno

Los servicios secretos británicos temen al 'Brexit'

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