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Arquitectura

Le Corbusier: pensamiento fascista y ‘ciudad radiante’

Le Corbusier: pensamiento fascista y ciudad radiante

Por el 50 aniversario de su muerte, Le Corbusier será objeto de una gigantesca exposición en el Centro Pompidou de París, que estará abierta del 29 de abril al 3 de agosto. Sin embargo, la imagen del que ha sido considerado como el arquitecto más grande del siglo XX empieza ahora a debilitarse. Acaban de ser revelados nuevos descubrimientos sobre su adhesión personal y política al fascismo y la luz que esto arroja sobre su concepción del urbanismo y de la arquitectura. Tres libros documentan la cara oculta del cuervo que se convirtió en arquitecto cuervo.

Marc Perelman, arquitecto y filósofo, se dedicó desde 1986 a conocer profundamente la figura de Charles-Édouard Jeanneret-Gris, Le Corbusier, con su obra Urbs ex machina, Le Corbusier, y a estudiar las apuestas políticas que promocionaban una arquitectura mecánica y un urbanismo totalitario. El próximo 9 de abril vuelve con una obra titulada Le Corbusier, une froide visión du monde, con el sello editorial de Michalon.

Perelman analiza de manera sistemática sus proyectos y realizaciones arquitectónicas para cuestionarse el consenso que todavía rodea al hombre considerado como el heraldo de la modernidad, consenso que olvida muy rápido su gusto por el autoritarismo y su preocupación por gustar a los regímenes autoritaristas, al de Vichy el primero.

Xavier de Jarcy, periodista especializado en dibujo, grafismo y arquitectura en la revista Télérama, también publica el próximo abril, con la editorial Albin Michel, un libro llamado Le Corbusier, un fascisme français. En él se recogen todas las frases comprometedoras del que inventó las “ciudades radiantes”. Para el autor, “lo más espantoso no es que el arquitecto más conocido del mundo fuera un militante fascista. Lo peor es descubrir que un velo de silencio y de mentira ha sido corrido no solo sobre esa realidad, sino también sobre la ideología fascista que tuvo una parte de las élites intelectuales, artísticas e industriales francesas”.

Pero el libro más impactante, aunque más literario e impresionista que los dos anteriores, es sin duda el que firma Seuil François Chaslin, arquitecto y crítico, exproductor del programa Métropolitains de la cadena France Culture. Bajo el título Un Corbusier, el libro se presenta como “un retrato” y no como “un juicio”. Sin embargo, aunque niegue ser “una acusación” e intente entrar en el nudo de las contradicciones del arquitecto, sin duda ya ha sembrado la duda de si habría o no que conmemorar el aniversario de su muerte en el Centro Pompidou.

PREGUNTA: El debate lanzado por estos libros plantea cuál fue el grado de adhesión de Le Corbusier al fascismo. Algunas pruebas son abrumadoras, incluso antes de los 18 meses que pasó en Vichy durante la guerra. ¿Le Corbusier era fascista?

RESPUESTA: Muchos historiadores, como Michel Winock, rechazan utilizar la palabra fascismo para hablar de Francia, ya que el fascismo fue lo que ocurrió en España o Italia. Si no nos dejamos intimidar por este debate historiográfico, podemos decir que Le Corbusier fue fascista. Muchos elementos lo demuestran.

En primer lugar, militó en un grupo que se llamaba Le Faisceau, creado a mitad de los años 20, en el que encontró a su gran amigo el doctor Winter y al ingeniero François de Pierrefeu, quienes fueron de todos los partidos fascistas creados en Francia.

Además, los líderes de esos partidos fascistas reconocieron en Le Corbusier al hombre que encarnaba sus ideales. Así lo dijeron y escribieron en muchas ocasiones. Uno de los militantes más brillantes de esta causa, Philippe Lamour, se adhiere de un modo místico y fascinado a las ideas urbanas de Le Corbusier: higienismo, organización racional de la sociedad, destrucción de las ciudades y remplazamiento de estas por sistemas de autopistas y rascacielos.

A todo esto hay que añadir que Le Corbusier se asoció a Winter, Pierrefeu y Lagardelle para crear la revista Plans. Lagardelle pasó, a partir de 1932, una decena de años en Roma al lado de Mussolini, donde fue uno de los principales inspiradores, antes de convertirse en ministro de Pétain. Muchos fascistas notorios, entre los que se encuentra Brasillach, consideran Plans como una encarnación del fascismo. En la revista se hablaba de arquitectura, pero también de eugenesia, de racismo, de la cuestión judía y mucho de Mussolini, que les fascinaba. Pero Plans es también, para muchos, una especie de preencarnación de lo que será el intervencionismo de Francia, aquel que apareció en Vichy y se extendió sobre los Treinta Gloriosos [Edad de oro del capitalismo o período socioeconómico transcurrido desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la crisis del petróleo de 1973].

Esta pequeña banda formada por Lagardelle, Winter, Le Corbusier y Pierrefeu creó un periódico que se llamó Prélude, del que se nombraron a sí mismos “miembros del comité central”, algo que ya era una categoría política. Prélude es la carta de este pequeño grupo fascista, aunque ellos explicaron a mitad de los años 30 que la palabra fascismo había sido reservada para la realidad italiana. Esta desvinculación estuvo notablemente ligada al hecho de que el poder imperialista de Mussolini comenzaba a ser un problema para la extrema derecha francesa.

Yo creo que Le Corbusier es esencialmente un ideólogo, un político y unos de los “jefes” de ese grupúsculo, una célula más o menos latente, pero que esperaba la oportunidad de radicalizarse. Es un núcleo militante que aspiraba al totalitarismo y que solo la confusión de la época acantonó en el fracaso. No podemos afirmar nada más que, como ya lo hicieron sus amigos y el mundo de la arquitectura, que “Cuervo no era un político”…

P: ¿Era Le Corbusier antisemita?

R: Él era incontestablemente antisemita, como mucha gente en el periodo de entreguerras. Lo era por muchas razones, sobre todo porque guardaba el sentimiento de que la industria relojera de la zona geográfica del Jura suizo, en la que había crecido, había sido acaparada por familias judías. Existe una caricatura muy desagradable, hecha por él durante los años 20, del crítico de arte Léonce Rosenberg, dibujado como un nazi, salvo que no se parecía en absoluto. Yo pienso que algunos de los trazos antisemitas que se encuentran en Le Corbusier se encontrarían también en muchas personas de su generación y de su entorno durante los años 20 y 30, si los buscáramos.

P: ¿Existen nuevos elementos que demuestren el fascismo de Le Corbusier?

R: Hace ya algunos años, Le Point tituló Le Corbusier, el archi nazi… La toma de conciencia de las tendencias fascistas de Le Corbusier es relativamente reciente, sobre todo desde que se tuvo acceso a su correspondencia privada. Los documentos en su contra son pocos, sin que sepamos todavía por qué. Los archivos de Le Corbusier son considerables, pero faltan cosas, especialmente sus carnés que datan de la guerra o de entreguerras. No sabemos si fue él, los ejecutores de su testamento o algún alma piadosa quienes se han esforzado en borrar las huellas comprometedoras.

Sin embargo, a pesar de la simpatía de Le Corbusier hacia el fascismo, el titular de Le Point no tiene mucho sentido, aunque también se dijo en Alemania y en Suiza que Le Corbusier era pronazi. No es cierto. Sin duda el arquitecto ha sido preservado por su poco gusto hacia lo alemán. A él no le fascinaba Hitler y se encuentra en su correspondencia privada un puñado de juicios odiosos, aunque en ella también expresa su admiración por el sentido de la organización y por las autopistas del Tercer Reich.

P: Xavier de Jarcy, quien firma el libro Le Corbusier, un fascismo francés, dice que “Le Corbusier se impuso porque consiguió que se olvidase su pasado”. ¿Está usted de acuerdo con eso? Le Corbusier, un fascismo francés

R: Le Corbusier se impuso, desde antes de la guerra, como el principal teórico de urbanismo funcionalista y moderno. Pero la cuestión es saber por qué no fue depurado. Mientras que pasó tanto tiempo en Vichy, tuvo intenciones odiosas y se comprometió con la Administración fascista. Él se quejaba en varias cartas a su madre de que le querían depurar.

Por tanto, no solamente no fue depurado, sino que fue recuperado después de la guerra, tanto como por el Partido Comunista como por de Gaulle. Sin duda porque Francia eligió juzgar solamente a aquellos colaboradores manifiestos de Alemania y a las figuras más expuestas del régimen de Vichy, y empezar de nuevo tras la guerra con numerosos académicos, arquitectos, funcionarios, políticos u hombres industriales que habían servido a Vichy con celo y rendido públicamente su admiración por los regímenes fascistas.

P: ¿Se ha preguntado usted si cambiarán algún día el nombre de las calles dedicadas a Le Corbusier? ¿Le gustaría?

R: No, yo no deseo esas actuaciones de memoria retroactiva. Aunque podría pasar. Cuando el escándalo sobre su compromiso político estalló en Suiza, se renunció a darle su nombre a una plaza e incluso se estuvo a punto de renunciar al billete de 10 francos suizos con su efigie…

P: El historial del hombre tiene tendencia a influir sobre el del arquitecto. ¿Deberíamos considerar el Plan Voisin de París o los proyectos de las ciudades radiantes como utopías o como pesadillas?Plan Voisin

R: Cuando yo tenía 18 años y era un joven estudiante de Arquitectura, se me vendía el trabajo de Le Corbusier como un magnífico dispositivo humano, racional y estético. A los 65 años, me doy cuenta de que todo esto fue realizado por un hombre que reflexionaba con argumentos y puntos de vista odiosos. Y que tenía una visión del mundo que se expresaba con la frase: “El objetivo de nuestra cruzada –arquitectura y urbanismo– es poner el mundo en orden”.

Ese mundo en extremo racionalista nos es hoy horrible y a nadie le gusta la idea de destruir ciudades para reemplazarlas por edificios alineados y unidos por autopistas gigantescas. El mundo que soñó Le Corbusier no se vive hoy como un mundo de progreso, pero hay que recordar que sí fue vivido de tal forma hasta la década de los 80.

P: A los ojos de los arquitectos y urbanistas como Le Corbusier, la eficacia de los regímenes autoritarios parecía cautivadora y prometedora… ¿Podemos comparar lo que hizo Le Corbusier a los que hacen hoy algunas estrellas de la arquitectura en los Emiratos Árabes, Turkmenistán o China?

R: Hoy los arquitectos construyen solo por razones de negocio y no por razones ideológicas. Muy pocos de ellos se adhieren a las ideas de los tiranos a los que sirven. A los arquitectos hoy les da igual la ideología. Para Le Corbusier había un proyecto de transformación del mundo, desde el punto de vista político, físico, en términos de circulación, de zonas…

P: Oímos a veces decir que Le Corbusier era un buen arquitecto y mal urbanista. ¿Está de acuerdo?

R: No. Lo considero un arquitecto inmenso, probablemente como el más grande del siglo XX por el carácter innovador de algunas de sus invenciones plásticas y por la calidad propia de sus obras en diversos registros. Era el urbanista de un mundo sometido a la eficacia, al orden, a la técnica, pero eso no quiere decir que fuera mal urbanista. Era un urbanista que llevaba consigo un mundo que nosotros hemos aprendido a no amar.

P: ¿Cuál era su relación con los pobres? Las ciudades radiantes que construyó después de la guerra fueron consideradas como revoluciones por el pueblo, no como conejeras destinadas a hacinarles… ciudades radiantes

R: No he leído muchas cosas suyas sobre los pobres, solo el miedo que les tenía. En el libro de Marc Perelman encontramos una frase extraordinaria de 1934 en la que expresa su temor, con el desarrollo del ocio, a ver millones de hombres abandonados a sí mismos, porque implicaría construir miles de estadios para canalizar esa masa humana.

Pero los pobres no son su tarea. Su especialidad es el hombre como tal. Él quiere reencontrar al hombre puro, al hombre no social, al hombre liberado de todo lo que le degrada. Para él, la sociedad degrada a la gente.

Le Corbusier busca, entonces, encontrar a la familia pura que viviría en un hogar lo más aislado posible del mundo. Su universo de las ciudades radiantes, sean cuales sean sus cualidades admirables, especialmente en Marsella, es un universo en el que la familia vive en lo que él llama el “templo”, es decir, en una especie de ideal de lo que es la felicidad.

Esa familia encuentra en su propio hogar algunos clubs, de ping-pong o de televisión, y el edificio más cercano estaría a 400 metros. Para Marsella, él había diseñado 24 edificios como estos, separados unos de otros y unidos por pistas que imitaban autovías. En cuanto a las actividades que no se encontrarían en estos inmuebles, ni tampoco en las ciudades radiantes, se desarrollarían en los centros cívicos, donde se encontraría el teatro, el cine o las fiestas. Él concebía la ciudad como una extraordinaria puesta en orden y con adecuación a las normas de la ciudad viviente y bulliciosa que detesta.

P: Toda la segunda parte de su libro habla sobre la construcción y sobre lo que se convirtieron esas cuatro unidades de vivienda creadas por Le Corbusier en Francia. ¿Qué revelan los recorridos de las ciudades radiantes de Marsella, Rezé, Firminy y Briey? ciudades radiantes

R: Son tres grandes edificios. Marsella tiene 135 metros de largo por 24 de ancho. En aquella época no se habían visto nunca edificios como aquellos. Incluso en América, donde había rascacielos, no existían esos inmuebles tan colosales en los que la gente vivía y que tenían una pequeña calle comercial, una escuela, un restaurante, clubes deportivos…

Toda esta comunidad ideal le fue sugerida por un tipo de navío que adoraba: el trasaltlántico. Le gustaba la dimensión del trasatlántico y su capacidad de ofrecer al hombre actividades colectivas. La ciudad ideal era, para él, una flota de barcos espaciados y perdidos en el paisaje.

La ciudad radiante de Marsella, a pesar de su sobrecoste en dinero y tiempo, fue algo prodigioso que visitaron miles de personas cada mes durante sus obras de construcción. Jamás hemos visto nada igual. En Rezé, Firminy y Briey, las ciudades radiantes son menos masivas y, especialmente en las dos últimas, menos mixtas socialmente. Sufren la degradación rápida de su medio económico: la siderurgia en la Loire y la actividad minera en Lorraine. El edificio de Briey estuvo a punto de ser destruido y el de Firminy estuvo mucho tiempo medio tapiado.

P: ¿Por qué esas construcciones son amadas u odiadas más allá de sus cualidades o sus defectos objetivos? ¿Es porque simbolizan el origen de todo lo que representan?

R: Son amadas porque tienen cualidades plásticas extraordinarias, especialmente en Marsella, pero además hay que ser sensibles a la belleza del hormigón bruto. Estas ciudades también son amadas por una parte de la población porque se sitúan bajo la mirada de la sociedad y de la prensa.

Pero son tan mediocres como espaciosas. Las últimas son muy pequeñas, el techo está al alcance de la mano, todo es estrecho. Como todo está muy definido, el espacio no es modulable, algo desventajoso si se tienen niños y hay que comprar nuevos electrodomésticos o acogerse a nuevos modos de vida. Las ciudades radiantes de Le Corbusier, pensadas como ciudades verticales, no están adaptadas al auge de la motocicleta y el coche y, sobre todo, a la gran distribución que pronto caducaría el principio de la calle comercial integrada en el inmueble mismo.

Pero lo esencial es, sobre todo, la disputa ya antigua que cuestiona si Le Corbusier es el inventor del gran inmueble. Los especialistas en grandes edificios lo afirman desde los años 70. Los arquitectos franceses han rechazado durante mucho tiempo este análisis, diciendo que él no los había construido. Pero muchos arquitectos que los construyeron eran admiradores incondicionales de Le Corbusier y sus colaboradores principales construyeron inmuebles semejantes. Es innegable que el gran conjunto de ellos persigue ciertos valores defendidos por Le Corbusier: un inmueble geográfico, bien orientado, liberado de la calle, rodeado de espacios verdes más o menos adaptados al paisaje…

P: ¿Cómo juzga la idea desarrollada en los 50 por el crítico Pierre Francastel de que el universo de Le Corbusier constituye un “universo concentracional”?

R: Desde mi punto de vista, Francastel dice esto para hacer, discretamente, referencia a Vichy. Sin embargo, desde los 30, se le reprocha a Le Corbusier querer realizar hormigueros. Él mismo reivindicaba hacer colmenas. El carácter autoritario de su urbanismo explica también que este tema de la arquitectura como campo de concentración sea transmitida por sus críticos, tanto de derechas como de izquierdas.

P: ¿Sus fracasos nunca mermaron sus convicciones?

R: No, ya que para él , “los eventos se retorcieron alrededor de mi carácter, que es de derechas”.

P: ¿Cómo se concibe hoy la figura de Le Corbusier entre los arquitectos?

R: Fue violentamente atacado por las generaciones que le siguieron tras su muerte, en 1965. Pero ha sido un icono que escribió tantos libros como construyó edificios. Es una figura inmensa, a la altura de Picasso. Hoy, Le Corbusier se ha convertido de nuevo en un semidiós para los arquitectos que adoran el conjunto de su obra arquitectónica.

No fue el caso de hace unos años, cuando algunos abandonaron el hormigón bruto de las ciudades radiantes o la sensualidad de la capilla de Ronchamp para concentrarse sobre su arquitectura de los años 30. A partir de ahora, toda su obra se convierte en un bien patrimonial, pero creo que la veneración por su figura va a sufrir, en los próximos años, el peso del descubrimiento de sus lados más reprochables. Temo que su imagen se desmorone.

P: En su libro, que también es una pequeña autobiografía de forma indirecta, usted dice que, siendo un joven estudiante de arquitectura, el autoritarismo de Le Corbusier podía parecerle una forma de folclore. ¿Qué le parece hoy?

R: Antes sabíamos menos cosas y hoy me encuentro de cara con un personaje desagradable. Le Corbusier era un hombre que conocía muy bien y que ya no me gusta. He vuelto de este libro, de estos dos años de trabajo, con mucha melancolía. He trabajado sobre el cuervo que era. Y su carne es dura.

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Traducción: Marta Semitiel

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