La pandemia y Putin alteran un orden internacional en el que EEUU se ve incapaz de mantener el liderazgo

Ilustración

Fabien Escalona (Mediapart)

En sólo tres años, la década de 2020 ya ha agudizado el sentido de la perturbación mundial en todas sus facetas. No faltan ya amenazas a la seguridad colectiva, ya sea el cambio climático, el arraigo del yihadismo en el Sahel o la persistencia de conflictos latentes en todo el planeta.

La sociedad internacional, después de haber sido sacudida a principios de 2020 por una pandemia que aún continúa, se ha visto singularmente vapuleada por la decisión de Vladimir Putin, en febrero de 2022, de invadir Ucrania. Al lanzar sus tropas contra el país vecino, el presidente ruso transgredió drásticamente el derecho internacional precipitando el caos en materia de seguridad, energía y alimentos.

El verano siguiente, las tensiones aumentaron en torno a Taiwán, otro territorio amenazado por una potencia nuclear con intenciones irredentistas, la China de Xi Jinping. En septiembre de 2022, Xi Jinping y Vladimir Putin se reunieron en una cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), en la que afirmaron su hostilidad común al orden mundial liderado por Estados Unidos y su intención de desempeñar un "papel pionero" al servicio de la "estabilidad". 

Detrás de este término de "estabilidad" se escondía explícitamente lo que consideraban el carácter desastroso de las "revoluciones de colores". Esas revueltas populares, que se produjeron durante la década de 2000 en el continente euroasiático y en ocasiones desembocaron en cambios de gobierno, suelen ser consideradas por los autócratas como injerencias occidentales, de las que desean preservar su propia cercanía y su propio régimen.

En octubre, pocas semanas después de esa cumbre de la OCS, la administración de Joe Biden se vio humillada por la decisión de las potencias petroleras de la OPEP+ de alinearse con los intereses de Rusia, en lugar de satisfacer las expectativas occidentales de bajar los precios de los combustibles. En el corazón de este cártel de países productores, Arabia Saudí ha sido históricamente aliada de Estados Unidos, que hasta ahora ha hecho la vista gorda ante la naturaleza de este régimen y ha garantizado su seguridad.

Haber aceptado que Mohamed ben Salmane vuelva a ser interlocutor –a pesar de la responsabilidad del príncipe heredero en el asesinato del periodista Jamal Khashoggi- no habrá bastado para evitar semejante revés.

Unipolaridad, o el mundo de ayer

Estos acontecimientos ilustran, y además aceleran, una recomposición del orden internacional vigente, es decir, la disposición de las potencias y las relaciones que mantienen a escala mundial. Es como si hubiera tenido que pasar una generación para que se cerrara definitivamente un paréntesis abierto tras la caída de la Unión Soviética, caracterizado por la supremacía indiscutible de Estados Unidos.

"El aspecto más sorprendente del mundo posterior a la Guerra Fría es su unipolaridad", escribió Charles Krauthammer en 1990 en la revista Foreign Affairs. Este ensayista conservador no escatimaba hipocresía, señalando que aunque parecía florecer el multilateralismo, era sólo a la sombra de esta hegemonía. "Las Naciones Unidas no son garantes de nada", insistió. Para él, la verdad del momento era que el hemisferio norte estaba "ideológicamente pacificado" tras dos guerras mundiales y cuatro décadas de rivalidad Este/Oeste, y buscaba "orden y seguridad alineando su política exterior con la de Estados Unidos".

"En los años 90, todas las grandes potencias estaban del mismo lado, algo excepcional", afirma Olivier Schmitt, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad del Sur de Dinamarca. El propio Charles Krauthammer era consciente del carácter efímero de la situación, anunciando en su texto que "la multipolaridad llegará en su momento, (y que) el mundo, en su estructura, se parecerá a la época que precedió a la Primera Guerra Mundial". Queda por ver si esta predicción es acertada, pero lo que es seguro es que "ahora estamos viendo cómo se forman varios bandos", señala Olivier Schmitt. 

China y Rusia hacen normalmente frente común en la ONU, cubriéndose mutuamente mediante sucesivos vetos.

Lukas Aubin, investigador — Investigador

Esta dinámica se mantiene desde hace muchos años. En 2007, en la Conferencia de Múnich (foro anual dedicado a cuestiones de seguridad), Putin atrajo la atención cuando calificó el "modelo unipolar" de "inadmisible e imposible". En Géopolitique de la Russie (La Découverte, 2022), el investigador Lukas Aubin describe su estrategia a largo plazo, que consiste en explotar oportunamente los fallos del discurso y las prácticas occidentales para promover "un nuevo orden mundial no occidental y policéntrico" en todos los continentes.

El Partido Comunista Chino (PCCh) no se queda atrás. Tras mantener un perfil bajo mientras se despojaba de sus harapos revolucionarios a finales de los años setenta, en el cambio de milenio no ha dejado de anunciar un mundo "multipolar". Y desde su acceso al poder en 2012, Xi Jinping ha mostrado claramente su deseo de que el poder chino recupere una posición preeminente, si no de liderazgo, en el mundo. Forman parte de ello la crítica al "liberalismo occidental", la ampliación de los intereses y la influencia del país a escala India-Pacífico y el considerable aumento de sus capacidades militares. 

China y Rusia, además, han intensificado sus relaciones económicas, militares y diplomáticas entre sí. Así lo detalla Lukas Aubin en su libro, señalando, por ejemplo, que "las dos potencias hacen normalmente frente común en la ONU cubriéndose las espaldas mutuamente con sucesivos vetos".  

En Demain la guerre? (Le Bord de l'eau, 2020), el politólogo bordelés Adrien Schu escribe: "China y Rusia quieren un mundo menos desequilibrado a nivel global, pero más jerarquizado a nivel regional. Defienden la igualdad soberana de los Estados y la no injerencia a escala mundial, al tiempo que reclaman el derecho a ejercer cierto control sobre sus vecinos a escala regional.” Sin embargo, ese tándem no supone una alianza estricta, y es sobre todo asimétrico, con muchos más recursos por parte de Pekín.

Más allá de las estrategias rusa y china, muchas otras potencias han optado por desafiar el llamado "orden internacional liberal". Delphine Allès, profesora de Ciencias Políticas en Inalco (Instituto Nacional de Lenguas y Civilizaciones Orientales), observa que el concepto de "no alineamiento" es cada vez más esgrimido por una serie de actores secundarios, como India o Indonesia, pero no de la misma manera que durante la Guerra Fría, cuando ese concepto expresaba la idea de una tercera vía entre el bloque atlántico y el bloque soviético.

"En los años sesenta”, señala la investigadora, “el Movimiento de Países No Alineados consideraba pertinente la idea de normas comunes, concebidas desde una perspectiva universalista. Ahora son los mismos Estados los que cuestionan esa idea. Están ‘reculturalizando’ su discurso de política exterior, promoviendo el nuevo axioma de ‘cada cual a lo suyo’. Es una forma de legitimar sus acciones internacionales anclándolas en las llamadas tradiciones nacionales.”

Este contexto explica la crisis del multilateralismo. Durante la breve era unipolar iniciada en los años noventa, la cooperación internacional había gozado de cierta dinámica. Desde entonces, eso se ha estancado. Y por una buena razón: no reflejaba tanto una marcha irrefrenable de la humanidad hacia el derecho y la moral, sino una estructura de intereses y poderes dominada en gran medida por las democracias liberales. Pero éstas han disminuido en favor de las autocracias, tanto en cantidad como en su capacidad para influir en las relaciones internacionales.

Eso no significa que las prácticas multilaterales hayan cesado por completo. Pero el espíritu liberal que las sustentaba, tratando de producir normas universales en el marco de las Naciones Unidas, ha decaído bruscamente. Según Delphine Allès, el multilateralismo actual corresponde sobre todo a su "significado descriptivo", a saber, "una cooperación internacional regular entre tres o más Estados". “Estamos asistiendo a un declive de la confianza en las formas institucionales tradicionales", afirma, "pero también a la aparición de formas alternativas y más fluidas de socialización multilateral, para dialogar e intentar co-gestionar los problemas".

La jerarquía de poder de la década de 2020

¿Significa esto que se trata de desorden y no de orden internacional? ¿Debemos contentarnos con calificar a este último de "magma ilegible", según la expresión elegida hace unos años por el filósofo Pierre Hassner?

Desde un punto de vista político y ciudadano, si de lo que se trata es de orientarse entre la miríada de acontecimientos que alimentan el flujo de noticias, difícilmente sería satisfactorio quedarse ahí. Sobre todo porque, desde el punto de vista del conocimiento, es posible identificar las dinámicas que hacen cambiar el orden internacional, cuando no definir un estado estabilizado de ese orden.

En este sentido, la evolución de la jerarquía de poderes es bastante clara. Estados Unidos sigue a la cabeza, "en una categoría propia en la medida en que es el único capaz de intervenir de forma significativa en cualquier parte del mundo", en palabras de Olivier Schmitt. Sin embargo, su declive es real, y su hegemonía se ve singularmente erosionada.

Por un lado, siguen superando a todos los demás en cuanto a avance tecnológico y arsenal militar. Están tomando medidas para preservar esta superioridad, como demuestra el aumento del presupuesto de defensa de la administración Biden y su reciente ofensiva para contrarrestar cualquier avance chino en el sector estratégico de los semiconductores. Su red de alianzas es también la más extensa del mundo. Además, siguen siendo los poseedores de la moneda de reserva mundial, el dólar

El control americano de los espacios compartidos (aire, mar y espacio) está siendo cuestionado localmente, lo que hace mucho más arriesgada cualquier posible operación.

Adrien Schu — Politólogo

Por otra parte, su capacidad y legitimidad para influir en los asuntos mundiales han disminuido. Esto es en parte obra suya, como ha documentado el profesor lionés Olivier Zajec en La Nouvelle Impuissance américaine (L'Œuvre, 2011), hablando de "autodisolución estratégica". Durante la década de 2000, los dirigentes americanos dedicaron enormes recursos a la "guerra contra el terror" y a arriesgadas aventuras expedicionarias que han desestabilizado regiones enteras y socavado el sistema de seguridad colectiva que Estados Unidos afirma defender para los demás.

Sus fuerzas, aunque enormes, están dispersas por todo el planeta. Sin embargo, se enfrentan a desafíos en espacios regionales donde China y Rusia están poniendo a prueba el derecho internacional y desarrollando estrategias para impedir o complicar una posible intervención americana. “Se trata de un avance significativo", afirma Adrien Schu, "el control americano de los espacios compartidos (aire, mar y espacio) se ve así desafiado localmente, lo que hace que cualquier operación potencial sea mucho más arriesgada y, por tanto, mucho más costosa.” 

La fragilidad del poder americano también es interna. La polarización política y cultural es extrema, las clases medias y trabajadoras han quedado relegadas a un capitalismo de segunda velocidad y la calidad del sistema democrático se ha deteriorado. La administración Biden es consciente de ello. Su Estrategia de Seguridad Nacional, publicada en octubre, citaba los retos externos planteados por China y Rusia, pero también -algo sin precedentes- el reto interno de preservar el Estado de Derecho y mejorar la situación de los hogares corrientes.

En segundo lugar en la jerarquía de potencias se encuentra China, por la magnitud de su riqueza nacional y la red de infraestructuras que está construyendo para ella, pero también por el aumento de poder sin precedentes del Ejército Popular de Liberación (EPL). "Hoy en día, China tiene el segundo ejército del mundo. Y en cuanto a sus efectivos, el número de sus buques e incluso de sus aviones, es el primero", recuerda el sinólogo Jean-Pierre Cabestan en su último libro.

Su estrategia de influencia lo abarca todo: en los foros multilaterales existentes, como donante importante y situando a sus ejecutivos al frente de agencias especializadas; pero también en varios continentes, entre ellos África, donde se está estableciendo como socio comercial privilegiado, desempeñando un papel de acreedor, configurando su imagen a través de actividades sanitarias y culturales, e incluso ofreciéndose como proveedor de seguridad. "China, en ascenso y con una capacidad de acción cada vez mayor, ocupa una categoría aparte por detrás de Estados Unidos", resume Olivier Schmitt.

Según Schmitt, una categoría inferior de potencias incluye a aquellas con "ambiciones globales pero capacidades limitadas, con la posibilidad de influir en todas partes pero no de forma decisiva", entre las que se encuentran Rusia, Francia y el Reino Unido. Una última categoría de países significativos para el orden internacional sería la de "potencias regionales que no pueden ser ignoradas en su entorno", como Alemania, Japón, Corea del Sur, Indonesia, Turquía y Brasil.

En comparación con la era unipolar, se ha reducido el diferencial de poder entre la potencia a la cabeza y las demás, y el sistema internacional se ha vuelto más heterogéneo, con regímenes que compiten en asuntos de distinta naturaleza, que persiguen objetivos contradictorios o incluso antagónicos. Si bien existe un consenso general sobre esta situación, los análisis son mucho más divergentes cuando se trata de calificar positivamente la configuración global en la que se sitúa esta nueva jerarquía.

Un mundo "bipolar", "multipolar" o "a-polar”

De forma bastante radical, Delphine Allès sugiere que el mundo se ha vuelto a-polar. La noción de polo implica la noción de atracción", explica. Pero no hay ningún poder real que tenga esa capacidad de atracción. También implica la noción de alianzas estables. Pero la única que se mantiene, la OTAN, dista mucho de ser homogénea, como demuestra el comportamiento de Turquía en su seno. Y por parte de los Estados del sur, ya no hay ningún deseo de implicarse en una cooperación vinculante.”

Preguntado al respecto, Olivier Schmitt considera que hay que distinguir entre "polaridad, es decir, el número de grandes potencias que coexisten en el sistema internacional", y "polarización, es decir, si se agrupan de una manera u otra". En este sentido, considera reveladoras las votaciones distintas en la ONU sobre la invasión de Ucrania y sobre las violaciones de los derechos humanos cometidas en ese contexto.

“Surgen tres bandos", describe: “las democracias liberales occidentales y sus aliados, que lo condenan todo; una clara minoría revisionista del orden internacional, que no condena nada; y un grupo expectante de 80-90 países, que condenan la falta de respeto a la soberanía y las fronteras de Ucrania, pero son hostiles a las normas liberales de derechos humanos porque no quieren ser molestados ellos mismos. Es este ‘punto débil’ el que va a ser objeto de competencia entre los otros dos grupos".

Dado que estos dos grupos están holgadamente dominados por Estados Unidos y China, respectivamente, algunos sostienen que vivimos en un orden internacional que vuelve a ser bipolar. Así lo piensa el profesor noruego Øystein Tunsjø. En su último libro, extrae esta conclusión del hecho de que se ha reducido la diferencia de "capacidades" entre ambos Estados , pero que cada uno de ellos es más poderoso que cualquier otro tercer país

De hecho, la Unión Europea sigue pareciendo incapaz de transformar las capacidades combinadas de sus Estados miembros en el plano geoestratégico debido a la falta de una "razón de Estado" común. En cuanto a la Rusia de Putin, su huida hacia adelante bélica y los límites de sus recursos internos la dejan bastante aislada.

Según el profesor Tunsjø, la situación confiere a Estados Unidos y China el estatus de "superpotencias". Sostiene que la distribución de poder entre ambos países se asemeja a la que prevaleció al principio del anterior sistema bipolar entre Estados Unidos y la Unión Soviética en el siglo pasado. Su posición está bien argumentada, pero sigue siendo minoritaria. En la literatura internacional, muchos prefieren hablar de multipolaridad o "policentrismo".

Una fuente diplomática francesa, contactada por Mediapart, está de acuerdo. No cree en una perspectiva binaria de bloque contra bloque, ni en la a-polaridad. "Cuando vemos el lío que Putin es capaz de montar a todos los niveles, no se puede defender la idea de que sólo hay dos polos, o incluso de que no hay polos. En cuanto a la fluidez de las alianzas y el hecho de que algunos Estados no pongan los huevos en la misma cesta, es un buen indicio de efectos de polarización, pero contradictorios.”

Este diplomático, que quiere creer en la capacidad de la Unión Europea para ejercer por sí misma tal efecto, cree que cabe "una tercera opción entre Washington y Pekín". “Se puede imaginar un polo que considere necesario un orden multilateral con acción colectiva y coordinación para resolver los problemas comunes", afirma. “Y en este sentido, el problema no siempre está del lado chino, si pensamos en las sanciones extraterritoriales que se permite Estados Unidos.”

No se trata de una vuelta al pasado

El resultado de la controversia depende en parte de las definiciones acordadas y del marco teórico en el que se enmarque. Sin pretender zanjarlo, concluyamos señalando que, en cualquier caso, la configuración contemporánea no se presta a analogías con el pasado. Debemos tomar la medida del carácter sin precedentes del cambio que se está produciendo.

Si existe el equivalente a una Guerra Fría, será de hecho de un tipo diferente al que prevaleció en el siglo XX. Y si la multipolaridad ha de prevalecer, no adoptará la misma forma que las rivalidades de poder que se manifestaron en el siglo XIX.

En primer lugar, está la naturaleza de la competencia ideológica, competencia que existe puesto que las potencias en liza no comparten los mismos criterios sobre lo que deben ser las relaciones internacionales. No siempre fue así, por ejemplo en la Europa homogénea de las monarquías conservadoras que habían triunfado sobre la Francia revolucionaria y luego napoleónica. Por otra parte, esta competencia no adopta la forma de un enfrentamiento entre dos relatos universalistas, como en los tiempos en que americanos y soviéticos pretendían encarnar el "mundo libre" y un bando "socialista".

Florian Louis, codirector de una reciente Histoire mondiale du XXe siècle (PUF, 2022), lo resumía así en una entrevista a Le Figaro: "Donde la URSS se disputaba con Estados Unidos el control de lo universal, hoy son Rusia y China, bien conscientes de su incapacidad para conseguirlo, las que intentan más bien romperlo por despecho. Incapaces de dominar el mundo, buscan fragmentarlo en un mosaico de entidades más pequeñas que puedan controlar más fácilmente.”

La interdependencia es mucho más pronunciada que nunca.

Luego está la cuestión de la interdependencia de las potencias implicadas. Esto ya era una realidad en el pasado, sobre todo en el mundo anterior a la Primera Guerra Mundial, descrita por la economista Suzanne Berger como una "primera globalización". Eso no impidió que se produjeran conflictos, ni que esa interdependencia se convirtiera en un arma. Pero esta vez, las cosas son diferentes.

La interdependencia es mucho más pronunciada que nunca. Olivier Schmitt señala que las grandes potencias de principios del siglo XX podían contar con "una integración vertical de sus economías en el sistema colonial", lo que les permitía conservar una autonomía relativa. El comercio globalizado también estaba asegurado por el poder británico, cuya armada controlaba los mares.

“Hoy en día", sostiene el investigador, "hemos creado cadenas de valor y suministro energético con Estados que ya no controlamos necesariamente, con una infraestructura desconectada de las grandes potencias.” El resultado es a la vez más razones para cooperar y no caer en la confrontación directa o generalizada, pero también más fragilidad potencial cuando surge el conflicto, como está experimentando dolorosamente Europa en la actualidad debido a su dependencia de Rusia. 

Desde 1945, y más aún desde el final de la Guerra Fría", afirma la fuente diplomática antes citada, "vivíamos un momento de relativo aislamiento entre las relaciones económicas y la competencia política. Puede que eso fuera un paréntesis, pero como las estrategias de los Estados se construyeron en este entorno, hubo sobresaltos cuando llegó el momento de hacer ajustes. No es sólo que la economía esté volviendo a ser política, es que el uso coercitivo de la economía como arma se está produciendo en una maraña de vulnerabilidades muy sorprendente.”

Por último, la propia base económica de todas las relaciones internacionales está experimentando una evolución sin precedentes. No sólo porque el modo de producción capitalista nunca ha estado tan extendido, sino también porque sus polos y su régimen de acumulación ya no son los mismos. Esto afecta necesariamente a las lógicas del poder, aunque tengan su autonomía. Este es el tema del próximo episodio de esta mini serie sobre un mundo en convulsión. 

'Qué horizonte. Hegemonía, Estado y revolución democrática'

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Traducción de Miguel López

 

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