La policía de la moral vuelve a las calles de Irán con más represión meses después del crimen de Mahsa Amini

Una gran foto de Mahsa Amini durante una manifestación contra el régimen político en Irán.

Jean-Pierre Perrin (Mediapart)

A dos meses del aniversario de la paliza que causó la muerte a Mahsa Amini por llevar incorrectamente un pañuelo en la cabeza, el 16 de septiembre, las siniestras furgonetas blancas de la policía de la moral, idénticas a la que se llevó a la joven kurda, han vuelto a aparecer en las calles de las ciudades iraníes. Las primeras imágenes de detenciones muestran, entre otras cosas, a una mujer con chador negro reteniendo a una mujer sin velo, hasta la rapidísima llegada de la furgoneta de los gasht-e ershad, "las patrullas de orientación islámica".

Tras el levantamiento de la juventud iraní provocado por el asesinato de Mahsa Amini y la represión extrema (unos 520 muertos y 19.000 detenidos), estas brigadas se habían vuelto mucho más discretas y el Fiscal General de la República Islámica había incluso planteado su posible supresión.

Pero el 16 de julio, el portavoz de la policía, Saeed Montazerolmahdi, echó por tierra todas las esperanzas al anunciar que volvía a ser una prioridad la persecución de quienes "desgraciadamente ignoran las consecuencias de no llevar correctamente el hiyab e insisten en desobedecer las normas". De ahí el regreso con fuerza de la policía de la moral, rebautizada "policía de la ropa inusual" y apodada por el público "policía asesina".

Negarse a llevar el velo obligatorio ya no es sólo un delito, sino también una "enfermedad mental contagiosa". La Segunda Sala de lo Penal de Teherán la ha descrito como la "enfermedad infecciosa del no-hijab". En base a ello, acaba de condenar a una acusada, que alegó que el velo se le había caído accidentalmente sobre los hombros, a seis meses de prisión (o 300 horas de trabajos comunitarios), dos años de prohibición de viajar y seis meses de psicoterapia.

La web Iranwire reveló el exorbitante coste de la psicoterapia, que debe pagar la condenada, para una población ya agobiada por la pobreza: 26 millones de tomanes, unos 520 dólares por sesión, por dos sesiones semanales durante seis meses. Las clínicas donde tienen lugar los "tratamientos" son propiedad de personas cercanas a las autoridades judiciales o en contacto con ellas, según esa web.

El regreso de la policía de la moral se anunció poco después de que se publicara en Telegram un vídeo en el que se ve cómo unas jóvenes son intimidadas en la calle por unos individuos que les mandan ponerse el velo. Se oye a uno de los agresores decir: "¿Creéis en la libertad? Bien, dejaremos que los violadores y ladrones se ocupen de vosotras". Según la web británica Amwaj, la cuenta de Telegram en cuestión pertenece a los servicios de seguridad iraníes.

El hashtag "#PatrullasdeOrientacionIslamica", publicado en persa, se hizo rápidamente viral en las redes sociales, señal de la inmensa preocupación que siente un amplio sector de la población. Algunos observadores reformistas han condenado rotundamente la decisión de las autoridades, respaldada por el Presidente Ebrahim Raissi.

El comentarista político Ahmad Zeidabadi calificó de "incalculable" el precio que deberá pagar la República Islámica por intensificar la lucha contra las malas hijabi (las que se niegan a llevar el velo o lo llevan incorrectamente). 

Aunque no todo el país vive la situación de Teherán, muchas mujeres iraníes ya no llevan el velo.

"Es evidente que el peligro de subversión, recurrente tema de debate, se hará más patente con el regreso de la policía de la moral, junto a la actitud de la policía, las medidas de seguridad y las resoluciones judiciales poco convencionales en materia social, sobre todo en lo que concierne a las mujeres", criticó el ex presidente Mohammad Jatamí, haciendo gala de una valentía inusitada.

Aunque no todo el país vive la situación de Teherán, muchas mujeres iraníes ya no llevan velo, hasta el punto de que algunos observadores consideran que ya habían ganado esta batalla contra el régimen. Hace unos días, las redes sociales publicaron un vídeo de un concierto en el que unas chicas bailaban mientras agitaban sus hiyabs, una escena hasta entonces inimaginable. Los organizadores, que no fueron capaces de impedirlo, cortaron la electricidad para que no continuara el espectáculo .

En las calles, las mujeres iraníes se aprovechan de que las autoridades no tienen suficientes "cámaras inteligentes" para identificarlas. “De hecho, son sobre todo las conductoras sin velo las que están en el punto de mira de estas cámaras", explica Azita (nombre ficticio), una joven empresaria. “La primera vez que infringes la ley, recibes un aviso por SMS. La segunda, otra. Pero a la tercera infracción, las autoridades confiscan el coche y sólo puedes recuperarlo pagando una multa.”

Del centenar de mujeres que trabajan en mi empresa, unas ochenta ya no lo llevan. Y muchas de ellas vienen a trabajar sin llevarlo ni siquiera al cuello, que es lo que solían hacer al principio, para poder ponérselo rápidamente si había algún problema. Yo todavía lo llevo, simplemente porque tengo miedo. Pero mi madre, que tiene más de 80 años, es mucho más atrevida que yo y ya no lo lleva.”

Una oleada de intoxicaciones por alcohol adulterado

Esta vuelta al primer plano de la escena del gasht-e ershad ha relegado a un segundo plano otro temor, el de la intoxicación por alcohol adulterado, en una escala sin precedentes y que sin duda ha causado la muerte de decenas, quizá cientos, de personas en los últimos meses. Según cifras oficiales, en la provincia de Alborz se registraron entre el 13 y el 23 de junio al menos 191 casos de intoxicación, 17 de ellos mortales. Y treinta y cinco casos en un solo barrio de Teherán, entre ellos nueve muertes.

La muerte del artista Khosrow Hassanzadeh, de 60 años, el 2 de julio en Teherán, dio mayor relieve a este fenómeno que afecta a todos los estratos sociales. Fue vendedor de frutas y verduras y se había convertido en uno de los artistas iraníes contemporáneos más famosos, con obras expuestas en el Museo Británico de Londres y en el Museo de Bellas Artes de Los Ángeles, así como en toda Europa. Sus amigos han acusado al régimen iraní de ser el responsable de su muerte.

“Khosrow Hassanzadeh sufrió terriblemente durante quince días antes de morir", afirma Leila Varasteh, comisaria de arte afincada en París que dirige una plataforma de artistas iraníes y ha expuesto su obra. “Según uno de sus amigos, con el que me puse en contacto en Teherán para preguntar por él, había perdido la vista y su desgraciada muerte fue un alivio para él".

“Es difícil saber cuántas personas han sido envenenadas", afirma Reza Moini, politólogo e investigador sobre Irán. “A los ojos de la ley islámica, beber alcohol es un delito, por lo que no acuden al hospital para recibir tratamiento, o lo hacen demasiado tarde. Es lo que ocurrió con Khosrow Hassanzadeh. La situación es aún más dramática para las mujeres, que están sometidas a una prohibición aún mayor".

Cada año, el alcohol producido clandestinamente envenena a cientos de iraníes: 664 en el último año del calendario persa, que terminó el pasado marzo, según cifras del director del instituto de medicina forense, Abbas Masjedi Arani. Esto representa un aumento de cerca del 30% respecto al año anterior.

Circuitos opacos

Pero esta vez no son sólo estas "botellas de plomo", como se conoce al alcohol adulterado, las responsables de los envenenamientos, sino también el alcohol de contrabando que permite a los iraníes adinerados prescindir de la producción local, esencialmente el vodka llamado aragh, para comprar las marcas más emblemáticas: whisky Johnnie Walker, vodka Absolut y vino de Burdeos.

Pero lo que hace muy compleja cualquier investigación es que los canales de distribución clandestinos son totalmente opacos. "En realidad, podemos conseguir el alcohol que queramos, sólo tenemos que pedirlo a nuestro proveedor. Pero el alcohol que hay dentro de la botella no coincide con la etiqueta. Así que no sabemos lo que vamos a beber. La botella de Chivas no contiene Chivas en absoluto", explica Niloufar (ficticio), una mujer de Teherán.

Aunque el alcohol está estrictamente prohibido en la República Islámica desde 1979, y su consumo se castiga con ochenta latigazos y fuertes multas, sigue siendo considerable. Se calcula que el consumo anual es de 85 millones de litros, lo que sitúa a Irán en el noveno lugar entre los países consumidores de alcohol del mundo.

La mayoría de las familias iraníes que consumen alcohol utilizan un saghi, una bonita palabra persa muy utilizada en la poesía clásica, que significa "escanciador", pero que ahora se utiliza para designar a un proveedor encargado de obtener alcohol en el mercado negro. 

Como en el caso del envenenamiento con gas de las colegialas, es difícil saber quién está detrás.

Reza Moini, investigador especializado en Irán

"Lo que realmente nos sorprende es que Hassanzadeh tenía el mismo saghi desde hacía mucho tiempo, por lo que confiaba plenamente en él. Así que no podemos descartar la posibilidad de que fuera envenenado deliberadamente, aunque haya artistas aún más comprometidos que él que no hayan sido víctimas de tal acto", señala la comisaria de arte.

Ante la actual oleada de envenenamientos, muchos iraníes están convencidos de que el de Hassanzadeh es deliberado y culpan al régimen. "Con un nivel de consumo tan elevado, se necesitan grandes redes de distribución. Así que es imposible que el mercado clandestino del alcohol escape al control del régimen, ya sea la policía o los pasdaran” (guardias de la revolución). “Es exactamente igual que las drogas", afirma Reza Moini.

Es metanol lo que se ha metido en las botellas y el responsable del envenenamiento", afirma Afsaneh (ficticio), una mujer iraní contactada en Teherán. La sepah (nombre oficial del Cuerpo de Guardias Revolucionarios) intenta envenenar a los bebedores del mismo modo que los envenenamientos con gases tóxicos que han afectado a decenas de escuelas secundarias femeninas en los últimos meses, enfermando a miles de ellas".

Todavía no hay nada que apoye esta teoría. Pero las primeras sospechas de envenenamiento se registraron en noviembre de 2020, en la ciudad santa ultrarreligiosa de Qom, corazón de la República Islámica. Y se han reanudado en Karaj, una ciudad dormitorio en los lejanos suburbios de Teherán, donde hubo uno de los mayores levantamientos contra la muerte de Mahsa Amini.

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“Como en el caso del envenenamiento con gas de las colegialas, es difícil saber quién está detrás", explica Reza Moini. “Un funcionario del régimen habló de grupos ultras. Es posible que también sea el caso del alcohol adulterado. Tampoco se puede descartar que este "alcohol de plomo" sea el resultado de un ajuste de cuentas entre las fuerzas de seguridad y las mafias del alcohol.

  

Traducción de Miguel López

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