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Rawadi, la ciudad palestina que mira al futuro con optimismo

Obreros palestinos en el centro comercial de Rawabi.

Se dice de él que es un hombre que siempre va con prisas, a menudo hostil contra los que no le han apoyado. Sin embargo, este martes 16 de mayo, Bashar Masti, sonriente, parece relajado. Es la primera vez que puede paladear un café en la terraza del centro comercial que abría sus puertas esa misma semana en Rawabi. Se ha hecho realidad un sueño que este millonario venía acariciando desde 2010, el año en que emprendió el descabellado proyecto de levantar de la nada una ciudad nueva, a 10 km al norte de Ramala, en Cisjordania. “Mi único miedo es que seamos víctimas nuestro propio éxito. Le he pedido a mi gente que haga menos promoción de la apertura, para que nos supere la afluencia de público”, dice ufano este hombre de negocios norteamericano-palestino.

Rawabi (colinas, en árabe) es la primera ciudad palestina construida enteramente gracias a fondos privados. Su nombre no es casualidad. Casi faraónica, se erige con insolencia sobre una colina, allí donde habitualmente proliferan las colonias israelíes. Una inmensa bandera palestina ondea en la zona alta del complejo, frente al showroom destinado a recibir y seducir a los potenciales compradores. La enseña es tan imponente que, por sí misma, es uno de los principales motivos de descontento de los vecinos israelíes, según admite uno de los responsables de la colonia vecina de Ateret.

Y, frente a los que le reprochan que contribuya a la “normalización” con Israel, Bashar Masri permanece impasible: “No debemos cerrar los ojos. No podemos hacer nada sin los israelíes”. El hombre de negocios ha comprado adoquines y equipamiento eléctrico a empresas israelíes, pero también ha tenido que pelear, a cada paso, con las autoridades del Estado hebreo, para recibir las toneladas de materiales necesarios y para abastecer de agua a la ciudad. Durante varios meses, la construcción de un acueducto que pasa por la zona C, situada bajo control israelí, sufrió demoras ante las diferentes denuncias que presentó la colonia vecina. “Esto nos ha hundido desde el punto de vista financiero”, subraya el multimillonario. El resultado ha sido una factura más abultada de lo prevista, en torno a los 1.400 millones de dólares (alrededor de 1.250 millones de euros). Dinero que ha salido de la fortuna personal del hombre de negocios, pero sobre todo de los bolsillos de un fondo de inversión catarí, la Qatari Diar Real Estate Investment Company.

Pese a las reiteradas peticiones de Bashar Masri, la Autoridad Palestina no ha puesto un céntimo en la aventura. Ni en la financiación de las tres escuelas de Rawabi ni de la academia inglesa (la primera de Cisjordania que aplica el sistema educativo de Cambridge), que acoge ya a 120 alumnos. Tampoco en la clínica de varias plantas que pronto abrirá sus puertas y que podrá atender a pacientes procedentes de toda la región. No obstante, el multimillonario quiere mostrase conciliador. “Mamud Abbás nos apoya, pero creo que si hubiese realizado una inversión mayor, se habría entendido mal. Nuestro problema no es Rawabi. Nuestro problema, mucho más grave, acabar con la ocupación y desmantelar las colonias israelíes”, asegura.

Moderna, “inteligente” e incluso ecológica, la ciudad de Rawabi está proyectada para acoger 25.000 palestinos en alguno de sus 22 barrios señoriales, trazados en forma de caracol, dos de los cuales ya han sido acabados y otros dos están a punto de rematarse. Aceras pavimentadas con sumo cuidado, grandes inmuebles de lujo con las persianas bajadas y sin un alma en el horizonte… El visitante bien podría encontrarse deambulando por un decorado de cine o por una localidad de cartón-piedra. “La mayoría se encuentra en el trabajo o en la escuela”, puntualiza Mahmud Thaher, director de ventas y de marketing de Rawabi. Según está “estrella al alza de la juventud palestina”, como le llama Bashar Masri, 3.000 palestinos, unas 750 familias, ya viven en la ciudad.

“Nos dirigimos principalmente a los jóvenes profesionales que comienzan su carrera y quieren encontrar la misma calidad de vida que en Dubái o en Nueva York, pero existe oferta para todos los bolsillos y ofrecemos muchas facilidades de pago. El crédito cada vez está más presente en la cultura palestina”, precisa. Comprar un apartamento de 140 metros cuadrados cuesta alrededor de 120.000 dólares (unos 107.000 euros). En torno a un 25% menos que valdría en Ramala o en Jerusalén, pero “en medio de ninguna parte” y “lejos de todo”, aseguran las malas lenguas. Sobre todo cuando se piensa en el terrible tráfico que se registra en las carreteras de Cisjordania o en el cierre inopinado de los puntos de control que llevan a cabo las autoridades israelíes. De hecho, para muchos de los habitantes, Rawabi puede convertirse en una segunda vivienda, en un destino de fin de semana o vacacional.

Para evitar que se convierta en una ciudad dormitorio, la localidad no ha escatimado en infraestructuras. Una mezquita (“la mayor de Cisjordani después de Al-Aqsa) aún en construcción, pronto una iglesia griega ortodoxa (Rawabi espera acoger un 10% de árabes cristianos, un porcentaje superior a la mayoría de las ciudades palestinas), un parque de actividades deportivas, un centro ecuestre o un viñedo. Pero también dispondrá de un anfiteatro con aforo para 15.000 personas donde mandan los retratos de varias estrellas internacionales, entre ellos la mítica foto de Marilyn Monroe y de su vestido blanco al viento sobre una rejilla de metro. Una decoración atrevida que contrasta con el pudor y el poco peso que la mujer tiene normalmente en la sociedad palestina. “Estamos muy orgullosos de tener a Marilyn. Si te fijas, también puedes ver que también fotos de cantantes tradicionales árabes. Hoy, la cultura palestina evoluciona, la gente piensa de otra manera. Cada vez somos más abiertos y tolerantes”, dice. En 2016, el anfiteatro acogió el primer concierto de Muhammad Assaf, nacido en Gaza y ganador del programa Arab Idol [la versión local de Operación Triunfo]. “Había de too, algunas mujeres vestían velo, otras no”, dice. “Rawabi es una ciudad laica”, insiste Bashar Masri.

Sin duda, la atracción principal de la visita es el centro comercial a cielo abierto, construido en el centro de la ciudad, de forma que cada habitante pueda desplazarse con total comodidad hasta las instalaciones. Vestido con un traje elegante y gafas de sol, el director general, Ibrahim Barakat, enseña con orgullo la zona. Durante el tiempo que dura el recorrido, se escuchan perforadoras y martillos neumáticos. Varias decenas de obreros se afanan en terminar las tiendas todavía inconclusas. En los otros locales, que huelen a nuevo, los polos están plegados con suma cuidado y los precios que muestran las etiquetas a menudo dan vértido. Entre 400 y 600 shekels israelíes (entre 100 y 150 euros), cuesta, por ejemplo, una camiseta Tommy Hilfiger. Varios vendedores, en su mayoría mujeres, están listos para atender a la clientela. Algunas visten velo, pero la mayor parte presenta un look occidentallook, camiseta de tirantes o vestidos escotados y tacones. Una ambiente que contrasta con el del resto de tiendas o restaurantes palestinos, donde los que dependientes son hombres.

De Ferrari a Mango, pasando por Levis, Adidas o incluso Gucci, más de una veintena de firmas, la mayoría extranjeras, han aceptado estar presentes. Supone la exportación de su imagen y de sus productos a Cisjordania, algo que no era fácil. “Hace tan sólo tres años, ninguna marca quería invertir. Sus países de origen no reconocen el Estado palestino. Así que, ¿por qué iban a correr el riesgo de instalarse en Rawabi?”, explica Ibrahim Barakat. Pero a fuerza de insistir, sin duda destacado el potencial de una clientela palestina acomodada, capaz de ir a Jordania o a Dubái de compras, Rawabi ha sabido convencer a los más reticentes. “Las marcas se han implicado mucho, nos han ayudado a adaptar su oferta a la clientela palestina”, subraya.

“Esperaba la apertura con impaciencia. Cuando vivía en Dubái, estaba acostumbrada a tener todas las marcas al alcance de la mano”, se felicita Manar, con brillo en los ojos. Esta palestina de 28 años, docente en la academia inglesa de Rawabi, se instaló hace unos meses en uno de los inmuebles de la ciudad con su marido, contable, y sus dos hijos de corta edad. “Fuimos los primeros en mudarnos. Es verdad que era un poco raro, pero desde entonces hay dos familias nuevas”, cuenta. Rawabi es “un lugar tranquilo, donde nos sentimos seguros”, dice.

El mismo entusiasmo invade a Mourad Hawari. Este palestino, de 39 años, abre esta semana un nuevo café de shisha en la plaza principal del centro comercial. Y para él poco importa si la clientela no llega de inmediato. “No me supone ningún problema esperar. He corrido un riesgo”, admite, pero Bashar Masri ha corrido uno mayor. Estoy encantado de formar parte de esta aventura”. El hombre, dueño de una cafetería en Ramala, y padre padre de familia asegura que tiene intención de comprar un apartamento en Rawabi en breve y matricular a sus tres hijos en la academia inglesa. “Rawabi es un destino económico pero también la ciudad de la paz, es el futuro de Palestina”, quiere pensar.

Bashar Masri también quería convertir Rawabi un centro tecnológico y atraer a peses pesados norteamericanos como Google, Apple o Microsoft. Mientras, el hombre de negocios puede sentirse contento por haber conseguido convencer a Mellanoz Technologies, una empresa israelí especializada en la banda ancha, que subcontrata ya en Cisjordania. La compañía, cotizada, puede arrastrar consigo próximamente hasta Rawabi a un centenar de trabajadores.

El multimillonario no tiene problemas en admitir que su proyecto no es rentable. Al menos desde el punto de vista económico. Porque para él, el interés está en otro sitio: “Rawabi enseña al mundo que los palestinos no son sólo víctimas o una banda de terroristas, sino gente sofisticada, que somos capaces de mejorar nuestra calidad de vida”. Cuando se le pregunta si su futuro no está en la política, Bashar masri no rechaza la idea. “Cuando se conoce la región, se sabe que todo lo que tiene que ver con la sociedad palestina es inseparable de la política”, afirma.

¿De ahí a que su ciudad nueva, la ciudad “laica” y templo del consumismo occidental pueda ser considerada como la primera piedra del futuro Estado palestino? “No encontraréis a ningún dirigente, a ningún grupo político o religioso que critique Rawabi”, dice el multimillonario. “Aunque piensen que estoy loco y que malgasto mi dinero y mi tiempo, saben que genero empleo”. En la construcción, el mantenimiento, la promoción o los servicios: se estima que unos 10.000 palestinos trabajan, de forma directa o indirecta, en la ciudad. “Somos el primer empleador de Cisjordania”, dice sin medias tintas. Traducción: Mariola Moreno

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