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Rabia, resignación y cansancio: una semana en el epicentro de la catástrofe

Reino Unido extenderá el modelo de los derechos de emisión de carbono al sector de la construcción

El primer ministro británico, Rishi Sunak en Downing Street.

Romaric Godin (Mediapart)

La información ha pasado bastante desapercibida. Sin embargo, es un paso decisivo en la mercantilización del ecosistema, que se ha convertido en un horizonte para los promotores del crecimiento verde. El 21 de febrero, el Gobierno británico publicó su respuesta a la consulta sobre el sistema de Ganancia Neta de Biodiversidad (BNG). Esta respuesta sienta las bases para el lanzamiento, de aquí a noviembre, del primer mercado regulado de compensación de la biodiversidad.

En concreto, para esa fecha, todos los nuevos edificios industriales y comerciales de más de 25 metros cuadrados en Inglaterra y Gales tendrán que compensar su impacto sobre la biodiversidad en un 110% para obtener el permiso de obras. En otras palabras, la idea de los legisladores británicos es que, cuanto más construyamos, más reconstruiremos la biodiversidad.

Esta obligación puede aplicarse de tres maneras distintas. La empresa que desee construir tendrá que pagar a un "promotor" para que cree hábitats que compensen la biodiversidad. Otra posibilidad es comprar un "crédito de compensación" del Estado, o adquirirlos a través de "bancos de hábitats", intermediarios o plataformas comerciales

Este es el núcleo del proyecto: la compensación de biodiversidad dará lugar a un mercado de certificados que, a diferencia del mercado de compensación de carbono, no será "voluntario" sino obligatorio. Un operador del mercado, Natural England, se encargará de hacer cumplir esta normativa, posiblemente con sanciones.

El objetivo es muy sencillo: al garantizar una fuerte demanda, la obligación dará liquidez al mercado. "El caso de la compensación de carbono demuestra que la organización voluntaria de los mercados no funciona, no hay suficiente demanda", explica Frédéric Hache, de la ONG Green Finance Observatory. Este nuevo mercado representa, pues, un verdadero avance: el Gobierno británico va a crear ex nihilo una nueva clase de activos financieros.

Por supuesto, no todas las empresas querrán compensar por sí mismas la biodiversidad, por razones de coste y tiempo, por lo que muchas preferirán recurrir al mercado, que se nutrirá de varias maneras.

En primer lugar, los promotores encargados de "compensar" podrán superar ese nivel del 110% y obtener así créditos. En segundo lugar, los propietarios de solares podrán crear proyectos de compensación en sus terrenos. Estos proyectos también podrán emitir créditos que podrán acumularse y luego comercializarse. Para apoyar el inicio de este comercio, el Gobierno ha anunciado que los créditos del Estado se venderán a un precio superior al del mercado, para animar a los constructores a recurrir al comercio privado, lo que debería fomentar la liquidez y la demanda.

Además, Londres ha anunciado su intención de crear otros dos mercados de compensación: uno para "permisos de contaminación fluvial" y otro para "mitigación del riesgo de inundaciones". Estos dos mercados, cuya fecha de lanzamiento aún no se ha anunciado, se combinarán con el mercado BNG. Así, con una sola acción, por ejemplo plantar árboles cerca de un río, un propietario puede esperar tres tipos diferentes de créditos y, por tanto, tres fuentes de ingresos.

Consecuencias desastrosas

Sobre el papel, este proyecto puede parecer positivo, ya que obliga a "compensar" los daños causados por la construcción a la biodiversidad. De hecho, es uno de los proyectos defendidos por la COP Biodiversité de Montreal, que se celebró en diciembre de 2022 con el apoyo de varias ONG, como WWF. Pero las cosas no son tan sencillas.

Porque no hay nada más difícil que "compensar" la biodiversidad. No todos los ecosistemas que se destruyen pueden "reproducirse" de forma idéntica. Es algo que escapa en gran medida al conocimiento humano actual. Los proyectos de compensación "de igual a igual" suelen ser poco convincentes. Necesitan mucho tiempo y a menudo fracasan.

Para sortear el obstáculo, uno de esos trucos semánticos que tanto le gusta utilizar al neoliberalismo consiste en "mejorar" la situación proponiendo un "igual por igual o mejor" (like for like or better). En otras palabras, el proyecto de "compensación" puede llegar a ser "mejor", es decir, diferente en su naturaleza pero superior en su cuantificación. Pero la naturaleza no funciona así: no se puede compensar la destrucción de un hábitat construyendo otro totalmente distinto.

Ese es el segundo problema de este proyecto. Un mercado funciona sobre la base de un sistema de intercambios. Para ello, los créditos deben ser "equivalentes", estandarizados. Si sólo se hicieran mercados para hábitats específicos, estarían demasiado fragmentados para tener liquidez y, por tanto, ser rentables. No funcionarían. Por tanto, la destrucción y la compensación tienen que agruparse en categorías amplias en las que, por supuesto, se pierde la realidad de la destrucción. Este es el fenómeno de abstracción de las realidades concretas que encontramos en cualquier mercado. En el caso de la ecología, esto se traduce en desastres.

El sistema vigente no pretende frenar la destrucción de hábitats, lo que requeriría normativas estrictas y soluciones alternativas

Por el momento, el Gobierno de Rishi Sunak, primer ministro británico, no ha dado detalles sobre las categorías de las futuras compensaciones por biodiversidad. Frédéric Hache cree, sin embargo, que "en el mejor de los casos, deberíamos tener dos o tres categorías", teniendo en cuenta, por ejemplo, el tipo de hábitat o el tipo de superficie. Pero la estandarización que exige el mercado obligará a tomar atajos.

Las consecuencias de esta lógica son aún más graves de lo que parece. Porque el sistema que se ha establecido no pretende frenar la destrucción de hábitats, lo que exigiría una normativa estricta y alternativas económicas. Al contrario, permite que continúe la destrucción y, en cierto modo, la fomenta para que el futuro mercado funcione a la perfección.

La prioridad concedida a la compensación permite así favorecer los métodos más baratos y, por tanto, "compensar menos" para obtener beneficios sustanciales en los mercados. Pero entonces se olvida la realidad de la destrucción. Existe así el riesgo de que este mercado haga del "110%" un mero señuelo. Recordemos que, en el caso de la compensación del carbono, a menudo bastaba con replantar árboles baratos, sin tener en cuenta los hábitats de biodiversidad existentes.

También hay otros efectos perniciosos. En primer lugar, hay que situar esta decisión británica en el contexto del anuncio de la cumbre One Forest organizada en Libreville (Gabón) por Emmanuel Macron. Al término de esta cumbre, se decidió que "los Estados comprometidos emitirían 'certificados de biodiversidad', que podrán ser adquiridos por Estados soberanos o actores privados como contribución positiva a la protección de la naturaleza". 

Se trata ante todo de preservar el statu quo, es decir, conservar el modo de vida actual dando la ilusión de que se protege la biodiversidad.

Frédéric Hache (Green Finance Observatory)

Reino Unido anunció inmediatamente su adhesión. Y podemos entender la lógica: África podría convertirse en la retaguardia para la emisión de certificados baratos que "ecologizarían" la destrucción de ecosistemas en los países occidentales. Con consecuencias preocupantes: la gestión industrializada de los bosques primarios, mantener a los países africanos como "emisores de certificados" y, finalmente, el inicio de una forma de "neocolonialismo verde", como señala Frédéric Hache.

Hay que añadir otro elemento que la experiencia de la compensación de carbono ya ha puesto de manifiesto. Las operaciones de "compensación" utilizan evidentemente terreno agrícola. Es la lógica de toda la operación: para permitir un aumento de la urbanización del suelo, hay que utilizar otras tierras para compensar. Pero eso ejerce aún más presión sobre las tierras agrícolas. Hay que producir más en menos superficie, es decir, hay que aumentar los rendimientos e industrializar aún más la agricultura.

La lógica de la compensación no tiene mucho sentido desde el punto de vista medioambiental. "Se trata ante todo de preservar el statu quo, es decir, conservar el modo de vida actual dando la ilusión de que se protege la biodiversidad", resume Frédéric Hache, según el cual la iniciativa británica se basa en otra prioridad: dar un nuevo impulso al sistema financiero londinense.

Salvar la City por encima de todo

Al lanzar este mercado, cuyo funcionamiento está "garantizado" por una nueva clase de activos financieros e instituciones ad hoc, los británicos quieren beneficiarse de una prima por ser los primeros, lo que les permitirá dominar el mercado y sacar provecho de los sustanciosos beneficios que siempre acompañan al nacimiento de un nuevo mercado. La ecología es sólo un pretexto, lo que cuenta es hacer de Londres el futuro centro neurálgico de la compensación verde.

Una vez lanzado y establecido su funcionamiento, evidentemente será posible extender esa lógica y hacer también obligatorio el mercado de compensación de carbono, haciendo olvidar el fiasco del pasado. La cifra que todos los dirigentes y financieros tienen en mente es la del Foro Económico Mundial: los "servicios ecológicos", es decir, la mercantilización de la naturaleza, representarían un maná de 10 billones de dólares. Todo un sueño.

En el actual contexto británico, el gobierno de Rishi Sunak busca la manera de reactivar un crecimiento estructuralmente débil. Los conservadores, incapaces de comprender que la extrema financiarización de la economía británica es una de las causas del problema, intentan reactivar la City, muy afectada por el Brexit, con un "Big Bang 2.0", una nueva desregulación financiera. Este anuncio de la puesta en marcha de compensaciones de biodiversidad se enmarca en la reactivación del proyecto "Singapur-on-Thames" (Singapur en el Támesis), del que se viene hablando desde 2016.

Pero no se equivoquen. El competidor de Londres en este terreno financiero del continente no es otro que París. Desde 2017, una de las obsesiones de Emmanuel Macron ha sido convertir París en el centro financiero alternativo tras el Brexit. La cumbre de Libreville ha demostrado que Francia también está activa en este terreno, y el paso dado por el Reino Unido podría acelerar el movimiento.

Pero, en conjunto, este fenómeno de mercantilización de la naturaleza muestra la profunda crisis que atraviesa el capitalismo contemporáneo, sometido a una triple dificultad: económica con el agotamiento de las ganancias por productividad, social con la creciente presión sobre los trabajadores, y medioambiental con la aceleración de los daños vinculados a su actividad. Incapaz de responder fuera de su motor central, la ley del valor, el capitalismo sólo puede optar por huir hacia adelante pensando en una "adaptación" más del sistema a la crisis. Pero eso es negarse a tomar conciencia del carácter profundamente sistémico de la crisis.

A partir de ahora, la solución capitalista toma inevitablemente la forma de un agravamiento del desastre en curso. Este episodio de los mercados de compensación de biodiversidad nos lo ha recordado una vez más.

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Traducción de Miguel López

 

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