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Plantar árboles en la República del Congo, la triquiñuela de la petrolera Total para compensar las emisiones de carbono

Signos de desertización en España.

Floriane Louison (Mediapart)

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En los viveros de la República del Congo crecen pequeñas acacias, que tienen un destino grandioso. Deben transformar en un bosque las arenosas mesetas de Batéké, cerca de la frontera con Gabón, para salvar el planeta y desarrollar la región. Se trata de uno de los nuevos proyectos verdes de la futura “empresa de energía responsable” Totalverdes. Desde hace un año, la petrolera, convertida en “empresa de energía”, lo jura en todos los frentes: la transformación está en marcha y la multinacional aspira a la “neutralidad del carbono” en 2050. Esto no impide que planeé aumentar su producción de combustibles fósiles en un 15% hasta 2030. A este ritmo, Total va a hacer subir la temperatura del planeta. Para limitar el aumento de la temperatura por debajo de 1,5 °C, los escenarios climáticos de referencia coinciden en la necesidad de reducir inmediatamente la producción de hidrocarburos. Pero Total propone otra cosa.

Para reducir sus emisiones sin reducir rápidamente la producción de hidrocarburos, “Total pretende equilibrar la huella de sus actividades con emisiones negativas”, afirma su último informe sobre el clima. En otras palabras, parte de la estrategia se basa en la “compensación de carbono”. En nuestro planeta, los árboles, los mares o los suelos “compensan” el CO2 liberado en la naturaleza. Se trata del ciclo del carbono, que es la base del equilibrio climático. La idea es multiplicar estos “sumideros de carbono” naturales para compensar, además del resto, una parte de las emisiones antropogénicas y recuperar así la neutralidad del carbono preindustrial. Climatólogos y ecologistas popularizaron este concepto. A los contaminadores les encantó.

La compensación “artificial” se organiza en un mercado en el que cada tonelada de CO2 capturada permite adquirir un “crédito de carbono” de una organización certificada. Esta herramienta, a menudo denominada derecho a contaminar, fue concebida a finales de los años ochenta. Desde entonces, se ha desarrollado de forma laboriosa, con polémica y sin mucho éxito. “Tras un boom a mediados de la década de 2000, se produjo una fuerte desaceleración y, hasta hace poco, los profesionales del sector consideraban que el mercado del carbono iba muy mal”, explica la socióloga Alice Valiergue, autora del libro Compensation carbone: la fabrique d’un marché contesté [Compensación del carbono: la fábrica de un mercado cuestionado]. Pero el negocio se está recuperando. “Las promesas de neutralidad de las empresas han impulsado un volumen de transacciones récord”, a pesar de la pandemia del covid-19. Los volúmenes podrían superar los de 2019.

En teoría, si Total obtuviera tantos créditos de carbono como toneladas de emisiones producidas por sus actividades, la multinacional podría afirmar que es “neutra en carbono” sin cambiar su modelo de producción de combustibles fósiles. No aspira a esos objetivos, que no son muy aceptables por la opinión pública. Total cuida su imagen ecológica. “La compensación no es LA solución, pero es una solución imprescindible para reducir nuestras emisiones”, explica un ejecutivo del grupo que desea permanecer en el anonimato. En Total, cuando no se es “portavoz”, no se habla, aunque los propósitos que se defiendan sean idénticos a los de la portavocía oficial. Esta última formula su ambición en materia de compensación según los términos acordados: “Las acciones del grupo tienen como primer objetivo evitar y reducir las emisiones vinculadas a sus actividades, siendo la compensación sólo la última etapa”.

En cualquier caso, para el mayor emisor del CAC 40, con aproximadamente 450 millones de toneladas de CO2 emitidas cada año, la compensación tendrá que hacerse a escala industrial para tener impacto. Y, para eliminar millones de toneladas de CO2, “la forma más eficaz hoy en día por menos de 10 dólares la tonelada es la reforestación”, explicó su director general, Patrick Pouyanné, durante un debate en los Encuentros Económicos celebrados en la ciudad francesa de Aix-en-Provence en 2019. “Los bosques son estratégicos”, confirma una fuente interna. Sus competidores hacen lo mismo. Shell, BP, ENI..., todos compiten en ambiciones forestales. Para gestionar sus futuros ejércitos de árboles, el grupo ha creado una nueva unidad de negocio, la llamada Total Nature Brand Solution, con un presupuesto de 100 millones de euros anuales.

Su primer gran proyecto se dio a conocer en marzo: la plantación de un bosque de casi 40.000 hectáreas –cuatro veces el tamaño de París– en la meseta de Batéké, en la República del Congo. “El proyecto creará un sumidero de carbono que secuestrará más de 10 millones de toneladas de CO2 en 20 años”, afirma Total. Realizado en colaboración con la empresa forestal Forêt Ressources Management y el gobierno de Brazzaville, el proyecto estará certificado según las normas de referencia Verified Carbon Standard (VCS) y Climate, Community & Biodiversity (CCB). Bosque sostenible, agrosilvicultura, puestos de trabajo locales; sobre el papel, todo parece bueno. “Las reservas territoriales de las mesetas de Batéké, en el Congo, ofrecen un medio formidable de lucha contra el cambio climático a nivel mundial y una oportunidad única de desarrollo socioeconómico sostenible para el país”, afirma Bernard Cassagne, director general de Forêt Ressources Management, su socio en este proyecto.

“Exactamente como no hacer nada”

Esta vasta silvicultura de acacias, explotada en parte para obtener madera energética, contrachapado y aserrado, va a tener dificultades para cumplir sus promesas.

El primer gran problema es que la Tierra no es lo suficientemente grande. Según las proyecciones del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), los bosques y los suelos podrían absorber cuatro gigatoneladas de emisiones antropogénicas de CO2 de aquí a 2050 en un mundo en el que se detuviera la deforestación, se protegieran los bosques y se plantaran árboles por doquier. Estas cuatro gigatoneladas servirían para compensar nuestras emisiones mínimas necesarias para lograr el equilibrio climático, por ejemplo, algunas de las procedentes de la producción ganadera. Los bosques no tendrían el potencial de compensar el CO2 adicional de Total. “Total se está apropiando de un bien escaso, superando a sus competidores. Pero esto sólo reduce el depósito potencial sin cambiar el hecho de que no hay suficiente tierra disponible para compensar las emisiones atribuibles a los combustibles fósiles”, añade Alain Karsenty, socioeconomista del Centro de Cooperación Internacional en Investigación Agronómica para el Desarrollo (CIRAD), especialista en bosques.

Para justificar su estrategia forestal, Total se basa en otras cifras. Según su propio escenario climático, los bosques podrían absorber no cuatro sino ocho gigatoneladas de CO2 en 2050. Eso es el doble de lo que indica el ya optimista escenario del IPCC.

“Las empresas que se impliquen en los bosques deberían hacerlo con el fin de contribuir a la neutralidad planetaria, más que para anular su propia huella”, subraya César Dugast, consultor de neutralidad de carbono de Carbone 4. Desde esta perspectiva, Total debería plantar árboles para que otros compensen las emisiones de la ganadería y la agricultura, por ejemplo, que son actividades esenciales para la producción de alimentos que no pueden dejar de emitir CO2. No es la idea del director general: su nueva unidad de negocio forestal no tiene intención de hacer “filantropía”, asume Patrick Pouyanné. Para las buenas acciones, tiene una fundación, pero con un presupuesto para árboles 20 veces menor que el de la unidad de negocio, ha quedado en gran medida al margen de las ambiciones forestales del grupo. Entre bastidores, la Fundación Total está de acuerdo: “Hemos perdido la batalla ideológica”. “Total es una empresa orientada a los resultados”, todo debe encajar ahí.

Luego está el problema de la equivalencia: un árbol no vale un barril. En pocas palabras, cuando Total emite una molécula de CO2, parte de ella permanecerá en la atmósfera durante mucho tiempo, hasta varios siglos, y contribuirá al calentamiento global. Los árboles, en cambio, sólo secuestran CO2 durante el tiempo incierto de su vida. Para compensar las emisiones del grupo, las acacias de Total tendrán que seguir en pie contra viento y marea y convertirse en centenarias.

Se trata de una apuesta de alto riesgo, especialmente en el contexto del calentamiento global. La tasa de mortalidad de los árboles podría aumentar considerablemente debido a la multiplicación de las sequías, las enfermedades y los incendios. En un futuro con dos grados más, la mayoría de los bosques podrían incluso perder su función de “sumidero de carbono”. Este sería el caso de las tres cuartas partes de los bosques tropicales, tal y como demuestra un amplio trabajo de investigación realizado por un equipo internacional de 225 científicos y publicada en mayo de 2020 en la revista Science. Y sucede así ya en los bosques del sudeste asiático.

Para compensar con árboles, no sólo hay que creer mucho en el futuro, sino también muy poco en el dinero... Porque si se explota un bosque –y se promete a sus vecinos madera y puestos de trabajo, como en el proyecto de Total–, el carbono secuestrado acabará rápidamente almacenado en la madera comercializada. Su vida útil se reduce entonces: entre un mes para la madera energética y 75 años para una estructura de madera, según el instituto tecnológico FCBA. Al final del ciclo, la madera habrá desaparecido y el CO2 seguirá en el aire. “Secuestrar el CO2 en madera y quemarla es exactamente lo mismo que no hacer nada”, afirma Arnaud de Grave, silvicultor de la empresa emergente EcoTree.

El pecado original de la industria petrolera es haber liberado al aire carbono enterrado para la eternidad en las capas profundas de la Tierra. Su redención es más compleja que una hilera de acacias.

Árboles modificados genéticamente

“Una empresa no puede confiar en que los bosques contengan sus emisiones a largo plazo”, resume Julia Grimault, responsable del proyecto “bosques, agricultura y clima” del Instituto de Economía del Clima (I4CE). De hecho, todos los implicados en la “neutralidad del carbono” coinciden: la compensación mediante el aumento de los sumideros naturales de carbono es una idea válida, hasta cierto punto, a escala planetaria, no a escala de una empresa petrolera. “La neutralidad ecológica se ha convertido en un nuevo eslogan con todo un discurso construido a su alrededor. Pero, ¿dónde podemos invocar esta neutralidad? Podemos encontrar cosas, podemos trabajar para ello, pero a escala de Total, esta neutralidad es falaz e inalcanzable”, insiste el economista Harold Levrel, especialista en contabilidad ecológica del CIRAD.

Y Total es consciente de ello. “La reforestación no es una solución de compensación de carbono que deba promoverse en la lucha contra el cambio climático”, admite un ejecutivo de Total, implicado en la cuestión climática. Según varias fuentes, una nota interna presentada a la dirección en 2018 así lo recogía. No convenció.

Pero, ¿cómo ha llegado una mala idea a los cerebros multidiplomados de los dirigentes de uno de los principales grupos franceses? “Ese es el misterio de las grandes empresas...”, dice dicho responsable. “Hay una parte de irracionalidad. Es un juego de influencias, hay que convencer al Comex [la dirección]. En Total, hay muy pocas personas que toman decisiones y, después, se aplican, sin cuestionarlas... Es un ejército que funciona”.

Especialmente cuando el ejército se siente atrapado. “La transición está en marcha”, insisten en todos los niveles, incluso entre los colaboradores más lúcidos. “Pero no va a ocurrir de inmediato. Ante la presión, se produce una reacción de pánico. Existe esta solución de los bosques, no nos vamos a complicar, sería enterrar una buena idea”, continúa un consultor que colabora con el grupo en las cuestiones medioambientales. “Tampoco hay que subestimar que, en Total, se trata de ingenieros un poco perdidos en las cuestiones del mundo vivo y esta idea tiene un verdadero poder de persuasión tanto sobre la multinacional como sobre el ciudadano o el político”.

Por ello, el grupo trabaja para transformar su nuevo bosque en CO2 que se deducirá de sus próximas facturas de carbono. Para ello, Total está dispuesta a poner en marcha una maquinaria infinitamente compleja. Porque convertir un árbol en una tonelada de carbono en una hoja de cálculo es todo un reto. ¿Cuál es la fórmula?

Hoy en día, los silvicultores son capaces de predecir la capacidad de almacenamiento de un monocultivo de rápido crecimiento, siempre que nada lo diezme en las próximas décadas. Pero plantar millones de palmeras de aceite o eucaliptos no es la idea del siglo para el planeta. “La optimización del carbono puede ser desastrosa para la biodiversidad, los suelos y el ciclo del agua”, resume el silvicultor Arnaud de Grave. También plantea otras cuestiones, como el acaparamiento de tierras y el impacto en las poblaciones. Para no estropear el planeta reduciendo el carbono, “las etiquetas –que tratan de legitimarse– desarrollan constantemente nuevos criterios, desde la biodiversidad hasta el impacto en las mujeres”, afirma la socióloga Alice Valiergue. Total intenta marcar el mayor número posible de casillas para ser inatacable. Cada nueva restricción hace que el cálculo del impacto del carbono de los proyectos sea aún más complejo y los modelos se vuelven muy imprecisos.

La mejor práctica sería utilizar los escenarios más conservadores. Pero esto no interesa realmente a los agentes del mercado, ni a los propietarios de los proyectos que buscan créditos de carbono, ni a los consultores o auditores que pagan para hacer o comprobar sus cálculos, ni siquiera a las normas de certificación que pagan un canon por cada crédito de carbono certificado. “A todo el mundo le interesa adoptar escenarios optimizados y generar la mayor cantidad de créditos de carbono”, considera Alain Karsenty, economista del CIRAD especializado en bosques.

Según estos complicados cálculos, Total espera obtener 10 millones de créditos de carbono en los próximos 20 años, es decir, 10 millones de toneladas de CO2 capturadas en ese periodo. “Eso sigue siendo en la atmósfera de 2040”, defiende un empleado del grupo. “Menos carbono significa menos calentamiento global”. Puede que Total no pueda “compensar”, pero habrá hecho su contribución y habrá ganado algo de tiempo antes de llegar al punto de no retorno. “A fuerza de pasar todo por el molino de la ecología y de ponerle pegas a los conceptos, acabamos denunciando iniciativas que van en la buena dirección”, prosigue.

Una contribución muy pequeña. Incluso si inflamos las previsiones de secuestro, el nuevo bosque de Total “compensará” el 0,1% de las emisiones anuales del grupo a su ritmo actual. Incluso si la multinacional alcanzara su objetivo declarado de cinco millones de toneladas de CO2 secuestradas cada año en 2030 mediante una inversión colosal de más de mil millones de dólares en diez años, llegaríamos a... un 1%. “Los créditos de carbono [de la unidad de negocio Nature Based Solutions] se producirán de forma prioritaria para lograr la neutralidad del carbono de las emisiones de alcance 1 y 2”, dice un portavoz de Total.

En la jerga del carbono, esto corresponde a las emisiones de las instalaciones del grupo, es decir, entre el 10% y el 15% de sus emisiones totales. Estas son las únicas emisiones sobre las que Total considera que tiene “capacidad para actuar directamente”. En resumen, la ambición forestal de Total es “compensar", de forma contable y previsible, una parte muy pequeña de las emisiones del grupo. Toda una declaración de intenciones.

Total cree en sí mismo. “Nosotros, los industriales vivimos en un mundo artificial en el que se controla casi todo. Queremos integrar en este software la lucha contra el calentamiento global. No es cinismo, es una convicción”, explica un antiguo directivo de Total, “siempre fiel” al grupo, al que ha dedicado buena parte de su vida. Total es una empresa “pionera”, “exploradora”, según su mitología interna. Desde su creación, la multinacional ha explorado los límites del mundo y de la tecnología. Para el futuro, promete, encontrará soluciones. “Quizá nos estemos aventurando en un campo en el que nuestra capacidad de control será mucho más débil”, admite el exejecutivo. “Total maneja temas extremadamente complejos, pero la naturaleza es de un grado de complejidad superior. Habría que tener cuidado de no ser demasiado arrogantes y de no tener nuestros reflejos industriales. El plan forestal de Total tiene un sesgo industrial, que es peligroso para el bosque”. Cuenta una anécdota. Ejecutivos de Total discutían con un científico el limitado potencial de los “sumideros de carbono” naturales. La reacción fue unánime: “Entonces, tenemos que trabajar en los sumideros tecnológicos de carbono y en árboles modificados genéticamente”.

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Traducción: Mariola Moreno

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