Primero hubo que comprarles ropa, calzado, cepillos de dientes, productos de higiene personal, detergente, comida para rellenar en la nevera y en los armarios del piso alquilado para ellos. Después hubo que acompañarlos a hacer los trámites administrativos, al banco, a la CAF (Caja de subsidios familiares) y al colegio de los niños.
En abril llegaron a Francia diecisiete palestinos y palestinas de Gaza, universitarios y artistas, junto con sus familias, sin nada más que la ropa que llevaban puesta, sus teléfonos móviles y algunos documentos. Órdenes del ejército israelí. Tuvieron que dejar atrás Gaza, lo que quedaba de sus vidas y lo que pudieron salvar de sus respectivos trabajos.
Llegaron con el agotamiento de dieciocho meses de guerra genocida y el inmenso deseo de poder, por fin, retomar su trabajo. El deseo de encontrar un lugar sin bombas, sin la búsqueda diaria de comida, agua y leña para sobrevivir, que obstruye la mente y mina el cuerpo.
Eso es lo que ofrece el programa Pause (Programa nacional de acogida de emergencia para científicos y artistas en el exilio), puesto en marcha por el Collège de France desde 2017 para científicos y artistas de todo el mundo que se encuentren en peligro en sus países.
“No hacemos labor humanitaria, acogemos a colegas eminentes que sufren, como está perfectamente documentado y demostrado, un educidio. La decisión de acogerlos se tomó hace meses, coincidiendo con la destrucción sistemática de las universidades de Gaza”, asegura Norig Neveu, historiadora especializada en Oriente Próximo contemporáneo en el Instituto de Investigación y Estudios sobre el Mundo Árabe y Musulmán (Iremam) de la Universidad de Aix-Marsella. “Era importante ponerlos a salvo para que pudieran trabajar y preservar la cultura material e inmaterial de Gaza con el fin de poder reconstruirla posteriormente”.
La Universidad de Aix-Marsella acoge a dos investigadores, Youssel Elqadra, poeta y especialista en literatura, y Abdellatif Abou Hachem, doctor en islamología y reconocido erudito en manuscritos antiguos de Gaza.
“Su presencia es una oportunidad inconmensurable”, prosigue Norig Neveu. “Abdellatif Abou Hachem tiene un conocimiento enciclopédico de la cultura letrada, de su construcción, de sus textos, de los archivos, incluidos los textos clásicos árabes. Aportará mucho a nuestro programa sobre la predicación durante el periodo otomano”.
Los beneficiados del programa Pause no son, por tanto, refugiados. De hecho, no gozan de este estatus, sino de un visado de talento, un permiso de residencia y un salario. Y el programa no está solo reservado a los palestinos de Gaza. Desde 2017, se han beneficiado de él sirios, afganos, yemeníes, turcos, ucranianos y rusos.
Dos años para recuperarse y trabajar
Los candidatos presentan una solicitud. Su expediente debe incluir un lugar de acogida (un laboratorio de universidad, una escuela de arte, una escuela de cine, una asociación cultural nacional, regional o departamental) que se comprometa a hacerse cargo del 40% de su salario, mientras que Pause se encarga del 60% restante. La evaluación la realizan comités científicos o artísticos. Los beneficiarios reciben entonces los permisos necesarios para venir a Francia.
Los gazatíes presentan particularidades con respecto a los sirios, ucranianos o rusos acogidos en gran número en los últimos años.
En primer lugar, suscitan menos entusiasmo que sus colegas de otras nacionalidades. Generalmente ha sido necesario mostrar perseverancia y convicción para encontrarles lugares de acogida, incluso y quizás sobre todo en el ámbito universitario. Este se mostró, en el primer año de la destrucción del enclave, tan reacio acogerlos como a organizar debates sobre la guerra en Gaza o a permitir la expresión de los estudiantes e investigadores.
Es un culturicidio. Las voces que dan testimonio de la vida cotidiana son objeto de ataques: poetas, músicos, artistas visuales, cineastas
Aquí, como en otros ámbitos, es mejor ser intelectual o artista ucraniano que palestino. También en términos económicos, por cierto. Tras perder los fondos europeos asignados desde 2017, cuando se inició el programa, hasta 2021, Pause ha logrado mantener su presupuesto e incluso aumentarlo gracias a una considerable ampliación de la ayuda de su principal patrocinador, el ministerio de Educación Superior e Investigación.
“En 2022, con la guerra contra Ucrania, se produjo una fuerte movilización de los poderes públicos”, explica Laura Lohéac, directora del programa. “Recibimos 4 millones de euros adicionales del ministerio de Educación Superior e Investigación. Los de Cultura y Asuntos Exteriores también aumentaron sus contribuciones. Nuestro presupuesto pasó entonces de 4 a 9 millones de euros. Hemos podido acoger a 200 ucranianos y un centenar de rusos”.
Pero, lamentablemente, han vuelto los tiempos difíciles, y son los palestinos quienes más lo van a sufrir. Con un presupuesto que ha vuelto a caer a 3,5 millones de euros para 2025, frente a unas necesidades estimadas en cerca de 8 millones, Pause está con el agua al cuello.
“Ni siquiera sabemos si podremos garantizar un segundo año a nuestros beneficiarios, cuando el programa prevé un año renovable”, prosigue Laura Lohéac. “Además, ya no podemos responder a más solicitudes, y recibimos cada vez más procedentes de Gaza”. En el primer trimestre de 2025, solo cinco palestinos de Gaza han accedido a la condición de becarios. Y el obstáculo no radica en la calidad de las candidaturas, sino en la escasez del presupuesto de Pause.
Otra particularidad, destacada en un llamamiento lanzado por más de 350 académicos, se refiere al peligro inminente que corren los ganadores del programa que aún se encuentran en Gaza, así como todos aquellos que podrían optar a él. Porque si sus colegas de Ucrania, Rusia, Yemen, Turquía o Siria no pueden trabajar en sus países y corren graves riesgos, los artistas e intelectuales de Gaza pueden morir en cualquier momento.
“Es un culturicidio”, afirma Marion Slitine, antropóloga especializada en la escena artística palestina y pieza clave en la acogida de artistas de Gaza con su asociación Maan, colaboradora de Pause. “Las voces que dan testimonio de la vida cotidiana están en el punto de mira: poetas, músicos, artistas visuales, cineastas... Todos lo han estado. También han empezado a perder sus talleres, sus casas. Poco después del inicio del genocidio, empecé a recibir llamadas. Nos decían que querían salir de ese infierno. Y sigue así”.
Llegadas retrasadas
“Estamos llegando a un punto álgido de peligro de muerte. A escala del programa, nunca hemos conocido un peligro tan grande para los becados”, asegura Marianne Poche, responsable del acompañamiento de los científicos en Pause. “Además, su llegada es muy compleja. Antes de mayo de 2024, algunos pudieron salir de Gaza por sus propios medios, a través de Rafah. Pero desde mayo de 2024, el territorio está herméticamente cerrado. Y ahora hay que organizar verdaderas evacuaciones”.
Estas dependen exclusivamente de la buena voluntad de las autoridades israelíes, que controlan todos los puntos de paso. Los que llegaron en abril deberían haber llegado a Francia meses antes: todos son admitidos de 2024. Doce siguen aún atrapados en la Franja de Gaza. De hecho, eran trece los que esperaban una nueva evacuación, pero uno de ellos, el arquitecto e investigador artístico Ahmed Chami, falleció el 13 de mayo. No sobrevivió a las heridas causadas por un bombardeo israelí una semana antes.
El ministerio de Asuntos Exteriores lleva meses negociando con Israel para que autorice la salida de los beneficiarios. Una persona que conoce el caso afirma que el retraso se debe a la exigencia israelí de que los becados salgan sin sus familias. Negativa rotunda. El programa Pause prevé, en efecto, la acogida de los científicos y artistas, así como de sus familias. En el contexto de la guerra genocida en Gaza, la separación sería, además, insostenible. El obstáculo se ha superado, no sin dificultades.
Unos días antes de Navidad, todo el mundo creyó que por fin había llegado el momento. Fue una falsa alarma y una prolongación del infierno para todos aquellos que, en Gaza, habían vislumbrado un rayo de esperanza. Finalmente, llegaron a Francia. Casi a escondidas.
Las autoridades francesas querían sin duda evitar la polémica, ya que el debate sobre la situación en Gaza sigue siendo muy candente, pero no lo consiguieron. Apenas pisaron suelo francés los académicos y los artistas, las redes sociales se incendiaron. Militantes pro palestinos acusaron a Francia de participar en la limpieza étnica llevada a cabo por Israel y aprobada por Donald Trump. Un sinsentido en el marco del programa de acogida de científicos y artistas, afirman todos aquellos que lucharon hasta la extenuación para sacar a sus colegas del infierno de Gaza.
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“Esas personas fueron seleccionadas para el programa mucho antes de la llegada de Trump y sus declaraciones. No tiene nada que ver. Se trata de personas que no podían seguir ejerciendo su trabajo, que corrían peligro de muerte”, precisa Marianne Poche. “El programa Pause ofrece a esas personas la posibilidad de retomar sus actividades profesionales, reconstruirse, reconstruir sus familias, integrarse en una actividad en Francia con sus colegas y, posteriormente, volver a sus países, al menos eso esperamos, y ellos también”.
Traducción de Miguel López
Primero hubo que comprarles ropa, calzado, cepillos de dientes, productos de higiene personal, detergente, comida para rellenar en la nevera y en los armarios del piso alquilado para ellos. Después hubo que acompañarlos a hacer los trámites administrativos, al banco, a la CAF (Caja de subsidios familiares) y al colegio de los niños.