50 años de ‘Un, dos, tres’, el concurso que reunía a 25 millones de espectadores frente a la tele

Chicho Serrador y uno de los primeros equipos de 'Un, dos, tres'.

A mitad de los años setenta, y tras múltiples charlas anteriores con Chico Ibáñez Serrador, consigo que se me permita asistir a las grabaciones del Un, dos, tres, que se iniciaban los lunes en los antiguos Estudios Roma (hoy sede de Mediaset), y se emitían en la noche de los viernes. El pacto al que llegué con Chicho me otorgaba total libertad para hablar con cualquier miembro del programa durante las interrupciones de los distintos fragmentos, así como realizar una pequeña conversación con la pareja ganadora de cada edición; con todo ello realizaba distintos reportajes y la entrevista a la pareja, que aparecían en el suplemento de televisión que acompañaba al diario Ya los sábados, y se imprimía en la propia tarde del viernes.

Así sucedió durante más de un año, en el que ambas partes cumplimos sin fisura alguna nuestro compromiso, que afianzó la confianza mutua, extendida durante más de una década con mis visitas a la oficina de Chicho, primero en la cercana a la Plaza de los Delfines, y posteriormente en la que residió su empresa, Prointel, en la calle Apolonio Morales, muy cerca de la entonces sede del diario. Allí, en 1987, fue donde comuniqué al creador del concurso que había llegado al techo (cercano a los veinticinco millones de espectadores mayores de 14 años) de audiencia en la historia de la televisión en España. Con ese dato abrí la portada del suplemento de esa semana, que Ibañez Serrador reprodujo en el programa siguiente a tamaño monumental. 

Con todos los detalles de aquella época, y las múltiples conversaciones con el creador del Un, dos, tres, escribí en el primer verano de existencia de infoLibre, y dentro de la serie denominada Pegados a la Tele el artículo que sigue:  

Finales de enero de 1977. La Transición, que inicia sus primeros balbuceos, vive sus horas más críticas. Los asesinatos protagonizados por la extrema derecha se suceden, mientras permanecen secuestrados el teniente general Valenzuela, y el presidente del Consejo de Estado, José María Oriol; el ministro de la Gobernación, Rodolfo Martín Villa, decide, de acuerdo con el presidente Suárez, lanzar un mensaje a los secuestradores desde la televisión. Pero no lo hace dentro de un telediario, no; elige la noche en que se emite el concurso Un, dos, tres.

De modo que las familias acomodadas frente al receptor, ven como Kiko Ledgard da paso a un corte en el que, en lugar de publicidad, aparece el ministro desde su despacho en una intervención que ve toda España. Diez años después, en mayo de 1987, los rudimentarios medidores de audiencias televisivas lanzan la noticia: El Un, dos, tres había superado los veinticinco millones de espectadores mayores de 14 años, Un, dos, tres se convertía en el programa más visto en la historia de la televisión en España. Ya, ya sé que por entonces apenas comenzaban las primeras televisiones autonómicas y no existían las privadas, ni nada parecido; pero la cifra —sin incluir a los menores, primeros fans del programa— no ha vuelto a darse, a pesar del posterior aumento de la población española. Con todo, no son solo los datos numéricos los que convierten a este espacio en “el concurso de concursos” y en el programa más recordado de todas las épocas, sino su longevidad y la capacidad de renovarse a sí mismo de la mano de su creador, Narciso Ibáñez Serrador.

Quizás, a la hora del recuerdo, lo mejor sea ceder la palabra al propio Chicho, que me contaba, años después, los inicios: "El Un, dos, tres nace de una manera absolutamente absurda. El señor Salvador Pons [directivo de TVE y creador de la segunda cadena] viene un día y me dice: “Oye Chicho ¿por qué no te inventas un concurso, lo pones en marcha, y luego sigues con esa serie que quieres hacer?” Y yo digo: “Bueno”. Me divertía volver a mis principios, en los que había hecho de todo en televisión. Me puse a darle vueltas a la cabeza e hice un cóctel al que llamé Un, dos, tres, porque tenía las tres mecánicas básicas de cualquier concurso.

"Todos los concursos, o son preguntas, o son pruebas de habilidad, o son pruebas psicológicas. No hay otras mecánicas en los concursos; así que uní las tres, y le agregué un sobrino, o un hijo natural, de Historias de la frivolidad. O sea que el personaje de Irene Gutiérrez Caba tuvo “un hijo” en 1972 y se llamó “Don Cicuta”. No era otra cosa que una caricatura de lo carca de la España de entonces, y se me ocurrió porque nunca había habido un concurso en el que existiera un personaje que estuviera en contra de los concursantes. También se me ocurrió que tenía que haber un componente “sexy”, y busqué unas chicas y les puse minifaldas, ante el horror del censor, y la sonrisa y la preocupación de Luis Ángel de la Viuda, que era director de TVE en aquel momento y que tenía que aprobar las minifaldas y sobre el que debieron de pesar terribles presiones de las altas esferas. A todo ello se podía agregar actuaciones de cómicos, música, etc… Este cóctel se agitó y se sirvió a las nueve de la noche de los lunes, pero yo no figuraba en los rótulos, porque mi padre [el gran actor Narciso Ibáñez Menta] me dijo: “Pero ¿cómo vas a arriesgar tu nombre en un concurso de televisión? Eso lo hacías cuando eras un chaval. No fastidies, que te puedes ir al diablo. Mira, si televisión te pide que hagas algo, pues muy bien, pónselo en marcha, pero ni se te ocurra aparecer tú y, en cuanto funcione, salte corriendo”. Vamos como si el hacerlo fuera una mancha en el apellido familiar.

Chicho Ibáñez Serrador selecciona a Kiko Ledgard, un presentador peruano (popular en su país precisamente al frente de concursos televisivos) con una personalidad que aparenta ingenuidad, pero que controla hasta el mínimo detalle. Se trata de un hombre peculiar que añade al impecable smoking calcetines chillones y diferentes para cada pie, y que llena sus muñecas de relojes, que no duda en enseñar a cámara. Junto a él está el ya nombrado Don Cicuta, papel encomendado a Valentín Tornos, un actor de teatro con más años que popularidad…, hasta que estalla en el programa y se convierta en el personaje favorito de los espectadores. Tras ambos se sitúan las azafatas, todas guapísimas, casi todas altas, enmarcadas por unas gafas tan grandes como cortas son sus faldas. En los primeros tiempos son Ágata (la luego actriz Ágata Lys) Marisa (que deja pronto el espectáculo y se convierte en guardia municipal de Madrid), Cira, Ana (que abandonó tan pronto como se casó), Marta Monterrey (que adoptó el nombre artístico de María Salerno, muy popular años después al encarnar a la protagonista de la radionovela Simplemente María), Aurora (Claramunt, posterior locutora de TVE en Sant Cugat), y Blanca y Yolanda (Estrada y Rios, que se dedicaron al cine con discretos resultados).

"Así que saque a la pantalla el concurso… y fue un éxito —continúa diciendo Chicho—. En aquel momento era un programa absolutamente progre en todos los aspectos, ya que rompía con todos los concursos que había habido antes: estaba ese personaje, Don Cicuta, que caricaturizaba ciertas formas de ver la vida aún existentes en esa época; las chicas en minifalda por primera vez en Televisión… Entonces en algunos medios de prensa se empezó a reclamar que diera la cara el responsable del programa, y no tuve más remedio que poner mi nombre, a pesar de los consejos de mi padre".

"Y empecé a agregar ingredientes: que tuviera un tema diferente cada semana, y que vinieran actores a decir chistes, que hubiera números musicales. En definitiva, que fuera creciendo el espectáculo, pero siempre pensando en ese señor que llega cansado a casa y se reúne con la familia para distraerse y comenta con ella “que tontos esos que no han dicho violeta o clavel” cuando se les pedían nombres de flores; o aventurar que “el coche está en la botella, y no en el cenicero”.

Tal y como lo cuenta su creador, todo parece muy sencillo; pero, como siempre que algo funciona en televisión, hay detrás un gran trabajo, una gran imaginación y una búsqueda constante de nuevos ingredientes. Un día se graba la parte de preguntas, otro las intervenciones de humoristas y los números musicales, también se filma por separado la eliminatoria de habilidad y la subasta final; después hay que ensamblar todo, y que el conjunto aparezca como si estuviera ocurriendo en el mismo momento en que se emite…

Y lo consigue. Ya en su primera temporada, Kiko, Don Cicuta, las azafatas, figuran en cabeza de las clasificaciones de popularidad que realizan las publicaciones del momento. Los lunes, al principio, los viernes en etapas posteriores, son días en que, en hogares y locales públicos, todo el mundo está pendiente de las parejas que contienden. Y cada cual se convierte en juez y parte por esta o aquella respuesta; se ríe a carcajadas ante los apuros de más de una pareja, y se juega a hacer de adivino sobre donde estará el mejor regalo (en las etapas iniciales, los primeros Seat 124, después los apartamentos en la playa), y siempre la posibilidad de quedarse con lo peor, la temible calabaza y la natural decepción, o el asombro ante “obsequios” insospechados, como el de aquella pareja que terminó ganando un caballo con el que no sabían que hacer.

Tras más de un año de programas, el concurso sale de televisión y se convierte durante un par de temporadas en un espectáculo itinerante por plazas de toros y grandes locales de toda España, hasta su regreso en 1976. Un regreso marcado por la ausencia de Don Cicuta; Valentín Tornos, delicado de salud, muere ese mismo año y su puesto es ocupado por Los Tacañones. También hay un cambio de azafatas con la incorporación de Marian, Raquel Torrent, María Duran, Beatriz Escudero, María Casal, y una joven de diecisiete años, que terminaría por implantar la muletilla de “tantas respuestas acertadas, a veinticinco pesetas cada una, son tantas pesetas” y que se llama Victoria Abril. Sigue, claro, Kiko Ledgard, con sus calcetines de colores, con sus múltiples relojes, y sus bolsillos llenos de dinero dispuesto a ser ofrecido a cambio de este o aquel regalo en la subasta. Una subasta en la que han desaparecido las sencillas puertas de los primeros tiempos, y los regalos se ocultan en cualquier lugar del decorado, siempre cambiante, siempre alusivo al tema principal de esa semana, o que es traído de la mano de una actuación musical de un humorista que interrumpe “por sorpresa” al presentador, y que consigue en unos minutos de televisión mil veces más espectadores que en semanas de actuación en teatros y salas. La calabaza, que fue bautizada con el nombre de Ruperta, es ya tan popular como el bombo, similar al de la lotería, que elige cada semana quién concursará en la próxima, a la voz de “fulanito y menganita, son amigos y residentes en…”. En esos casi dos años, Un, dos, tres ha sobrepasado la calificación de “programa de éxito”, para convertirse en un fenómeno social. He reseñado al principio que es en estos años cuando Martín Villa elige una interrupción en el programa para dirigirse a toda España; y es que toda España sigue y comenta el concurso. Nacen juegos de mesa, llaveros, amuletos, objetos mil, referenciados al programa; “La Ruperta”, esa antigua calabaza a la que le han salido patas, sombrero y bastón, es la gran estrella de ventas millonarias; mientras, ayuntamientos, entidades, empresas, rivalizan por estar presentes en el programa y pagan lo que sea para ello. Pero el ritmo de producción es agotador y su creador sabe que el futuro del Un, dos, tres pasa por la despedida en el momento más alto, justo antes de que llegue a la saturación, e inicie el descenso inevitable de lo demasiado cotidiano. El viernes 27 de enero de 1978 se despide con un “hasta siempre”.

Habrían de pasar más de cuatro años para que el programa reaparezca; y lo hace, el 20 de agosto de 1982, con una novedad importante: la ausencia de Kiko Ledgard, que no se ha recuperado de un accidente ocurrido en su Perú natal. La presentadora de la que va a ser la etapa más larga del Un, dos, tres es Mayra Gómez Kemp, una cubana afincada en España que había tenido esporádicas intervenciones como humorista en el programa, y que había constituido con las “azafatas” María Durán y Beatriz Escudero el trio musical Acuario, de breve pero relativamente popular trayectoria. Mayra encaja desde el primer día y se convierte en un elemento clave; su lectura de las tarjetas que presentan los premios ocultos en la subasta culminan en un misterioso “… hasta aquí puedo leer”, que inmediatamente pasa a ser una muletilla constante se hable de lo que se hable. Y con ella, las mejores sucesoras del añorado Don Cicuta: Paloma, Teresa y Fernanda Hurtado, hijas de la consagrada actriz Mary Carrillo, se convierten en “Las Tacañonas”, y están llenas de reproches a los concursantes, y mala uva, pero también de frases como “Campana y se acabó”, o “Vámos, que nos vamos”, que van a perdurar durante muchas temporadas del concurso. Las antiguas azafatas son sustituidas, en un primer tramo por Patricia Solis, Irene Foster, Rosalía Tornero, Alejandra Grepi, Françoise Lacroix y Kim Marias, a quien sucede Concha Lobón. Entre los humoristas que intervienen, sigue Bigote Arrocet, pero la gran triunfadora es la actriz Beatriz Carvajal, con su personaje de “Loli”, una prostituta tartamuda, unas veces, tierna e ingenua, y otras, descarada, pero que siempre despierta las carcajadas del público. En mayo del 83, se va “Ruperta”, y entra la deteriorada bota “Botilde”, y las “azafatas” pasan a ser “secretarias”, pierden las gafas, aparecen embutidas en maillot y calentadores y protagonizan números musicales y de baile; entre las debutantes destacan las luego actrices Silvia Marsó o Kim Maning. En esta época aparece la figura de “Los Sufridores”, una pareja que permanecía, incomunicada, dentro de una especie de cárcel con barrotes y que veían los regalos ocultos que aceptaban o rechazaba la pareja concursante; al final, recibían el mismo premio que se llevaran los auténticos participantes.

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A estas alturas, el programa se emite en paralelo en Inglaterra, Portugal, Holanda y Alemania, y, a través de este país, se ve en Suiza, Austria, Bélgica y parte de Dinamarca. Mientras, en España, casi todo lo que aparece en Un, dos, tres conlleva beneficios comerciales. Las mascotas (antes “Ruperta”, luego “Botilde”, más tarde “Chollo” y “Antichollo”) reciben el patrocinio de grandes marcas que pagan importantes cantidades por ser nombradas en el concurso; para participar hay que mandar tarjetas, también patrocinadas; siguen los juegos de mesa, los objetos “decorativos”; los programas dedicados a este o aquel país, a esta o aquella celebración o efeméride…. Y todos pasan por caja, sabedores de que la popularidad del programa revertirá más beneficio que gasto. Lejos quedan aquellos programas iniciales, en los que Kiko Ledgard cobraba ocho mil pesetas por semana, y tres mil las “azafatas”.

También continúa el desfile de humoristas, ingrediente que Chicho maneja con maestría. Se incorporan Raúl Sénder, Juanito Navarro, Arévalo, Antonio Ozores…; y vuelven esporádicamente, Bigote Arrocet, Beatriz Carvajal o Fedra Lorente. Entre todos, los triunfadores del momento son el “Dúo Sacapuntas”; uno, alto y enjuto, el otro, bajito y rechoncho; van vestidos de torero y consiguen que media España coree su “veintidó, veintidó”, o “¿Que cómo estaba la plaza [de toros]? La plaza estaba abarrotá”. (He escrito antes que Chicho Ibáñez Serrador manejaba los ingredientes con maestría. Recuerdo que, en una de nuestras conversaciones de aquellos tiempos, le pregunté por el fenómeno de popularidad que suponía el Dúo Sacapuntas, y me dijo: “Sí…, pero durará poco; fíjate como los humoristas veteranos como Juanito Navarro, Ozores, o Sénder, aparecen una vez al mes, más o menos, y es que ellos saben que la presencia continua, por muy exitosa que sea, desgasta y abarata; ellos vienen al programa para mantener su popularidad, pero no abusan para que la gente siga acudiendo a las salas donde tienen sus espectáculos. Esto del Dúo Sacapuntas es lo que yo llamo el “efecto cohete”, sorprende, brilla, hace ruido, pero desciende y se apaga casi tan rápido como ha subido”).

En enero de 1988 terminaba (como siempre, “definitivamente”, dijo Chicho) la etapa más larga y continuada del Un, dos, tres, no sin que antes surgieran, para un largo y exitoso recorrido posterior, figuras como las de Isabel Serrano, Lydia Bosch, o la cantante Nina. El nuevo paréntesis se prolonga hasta enero de 1991 en que se inicia la última etapa del concurso con su formato tradicional, y que de manera guadianesca se prolonga hasta abril de 1994. Vuelve la mascota “Ruperta”, continúan las hermanas Hurtado, y tiene como presentadores a Jordi Estadella y Mirian Díaz Aroca, excepto los últimos 18 programas presentados en solitario por Josep María Bachs. Sigue siendo un espacio muy visto, pero ya lejos de aquella primacía indiscutible de otros tiempos. Cada día es más difícil sorprender e innovar; han pasado casi veinte años desde el estreno y el Un, dos, tres vive casi más de efemérides y recuerdos que de nuevas ideas. Chicho es consciente de ello y el 8 de abril de 1994 realiza su último programa con recortes de los mejores momentos del pasado que culminan con una fingida gran explosión que derrumba y convierte en escombros todo el estudio. El “concurso de concursos”, el programa más visto en la historia de la televisión en España, muere para siempre.

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