Carrascal, mucho más que unas corbatas llamativas

Imagen de archivo del periodista y escritor José María Carrascal.

José María Carrascal era ya un señor mayor cuando llegó a la televisión como presentador de los noticieros. Fue al final de la década de los ochenta, acababan de nacer las televisiones privadas y Antena 3 pensó en él como una figura con personalidad propia, alguien que rompiera con lo que se hacía hasta entonces en los telediarios de TVE, dominados por una cierta asepsia. Cierto que ya los tradicionales locutores habían dejado paso a presentadores con personalidad propia, desde Lalo Azcona a Tom Martín Benítez, pasando por Manuel Campo Vidal, Concha García Campoy, Ángeles Caso, Felipe Mellizo, Luis Carandell, y un largo etcétera. Pero no es menos verdad que respondían a un aspecto convencional y unos contenidos sin opinión propia que se pudieran asimilar a los espacios de radio que ya dominaban figuras como Luis del Olmo o Iñaki Gabilondo. 

Las cadenas privadas buscaban competir con TVE, la hasta entonces única televisión, dueña de unos potentes informativos, desarrollados durante más de treinta años, y con los que era ilusorio competir con formatos similares. Ante esa realidad, Telecinco optó por Luis Mariñas y su Entre hoy y mañana, en el que un abanico de comentaristas glosaba los temas de actualidad. Por su parte, Antena 3 eligió a un veterano corresponsal en Nueva York, José María Carrascal, primero para las noticias a las ocho y, enseguida para el informativo de cierre, lugar en el que competiría con el citado Mariñas y el también reseñado Tom Martín Benítez, por parte de TVE. 

Si ocurre algo importante, pongo TVE

En un primer momento, la figura de Carrascal sorprendió a la audiencia al tratarse de un señor maduro en sus sesenta años, con el pelo blanco y unas corbatas extraordinariamente llamativas. Su tono era reposado y sin estridencias sonoras, pero que ya anunciaba desde los primeros titulares que incluiría su interpretación de los hechos de la jornada con la frase "mi comentario de hoy con el título de ...". Y es que Carrascal llegaba tras veinticinco años en Estados Unidos, donde las tres grandes cadenas que dominaban el espacio televisivo practicaban unos informativos de autor, en el que lo importante no eran las noticias en sí, sino la personalidad de su conductor, desde Walter Conkrite a Dan Rhater, o figuras similares antes y después de esos tiempos. 

Se daba, además, la circunstancia de que el panorama político en aquel 1990 estaba absolutamente dominado por Felipe González, en el poder desde ocho años antes y que continuaría seis más hasta el triunfo de Aznar. Los socialistas dominaban de manera absoluta TVE, y mantenían clara influencia en los informativos de Telecinco, de modo que, con la aquiescencia de la dirección de Antena 3, Carrascal se instaló como única voz televisiva de oposición, remarcada, jornada a jornada, por su comentario. Y así continuó durante la década de los noventa, aunque tras la llegada al poder del PP su influencia y papel fuera diluyéndose hasta dejar la televisión.

Desde entonces, José María Carrascal se refugió en sus artículos de opinión en La Razón y, sobre todo, en Abc, periódico en el que publicó su último artículo el pasado martes, tan solo cuatro días antes de que supiéramos de su fallecimiento a los 92 años.  

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