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Tierno, el crédito y la periodista del Opus

Fernando Pérez Martínez

Érase una vez una joven y prometedora periodista perteneciente a una familia bien posicionada en los círculos de la sociedad reaccionaria de la España recién salida de la dictadura fascista, que escribía modestas crónicas en el periódico estandarte del sector de más rancio abolengo de la prensa nacional sin pena ni gloria.

Esta joven periodista albergaba una poderosa ambición que la hacía vivir insatisfecha con el espacio que ocupaba en las páginas interiores del prestigioso periódico, pues se rumoreaba que el discreto espacio en el que publicaba sus crónicas era debido a la influencia de su parentela uniformada y al peso que ésta ejercía en el escalafón del ejército, columna vertebral de aquella sociedad aún renuente a la democracia.

Con el paso del tiempo y la orientación que iba tomando el país surgieron nuevas cabeceras en la prensa que poco a poco eclipsaron el papel preponderante de aquel periódico inmovilista en el que los discretos escritos de la aún joven pero osada periodista veían la luz, llegando un momento en que el equilibrio de poderes se desplazó claramente hacia espacios más progresistas arrinconando el esplendor de sus páginas, cada vez más impregnadas de olor a naftalina en tanto que otra generación de periodistas tomaba el relevo en el favor del público lector.

A la par que los actores políticos antes represaliados y mantenidos en el ostracismo de los titulares de las primeras páginas iban cobrando relevancia y comenzaban a brillar en el favor popular y en las columnas más destacadas de la prensa ascendente que se comenzaba a publicar y afianzar. El estilo y las ideas que había ido acreditando en sus escritos dentro de la irrelevancia que adquirió definitivamente se deslizaba a la inanidad al mismo ritmo que la influencia de políticos, ya viejos y gastados que eran otrora perseguidos y agasajados por el periodismo de sota, caballo y rey estandarte de su periódico. Colaborando con otros que tal bailan.

Hubo uno de aquellos políticos marginados por la línea editorial para la que ella trabajaba que adquirió gran prestigio y popularidad. Era un hombre de universidad, represaliado y sancionado por su coherencia ideológica que en aquellos años, ya asentada la democracia en sus primeros pasos, gozaba de extraordinario predicamento y cariño entre las masas de ciudadanos de la capital del país y de gran simpatía en el resto de ciudades del mismo por su carisma personal desempeñando la alcaldía de Madrid y su trayectoria reconocida de hombre coherente, sensato, reflexivo y ateo.

En la cima de su popularidad le llegó la hora de morirse y hospitalizado y agonizante pasaba sus últimas horas en el sosiego de sus amigos y familiares bajo el cuidado de los médicos y ante la consternación de un país que se dolía de la inminente desaparición de aquel anciano tan querido y admirado tanto por sus ideas como por su trayectoria vital. La joven periodista tocada de gran ambición comprendió que la declinante cabecera para la que escribía necesitaba de un impulso definitivo, una gran exclusiva, un gran suceso que diese nuevos bríos a sus editores y la elevase a ella al Olimpo periodístico con el que soñaba. De modo que dejando escrúpulos a un lado echó su cuarto a espadas y subrepticiamente concibió y trató de poner en marcha su plan inmoral y reprobable pero a su juicio salvador. Valiéndose de a saber qué medios consiguió penetrar en la habitación del agonizante profesor provista de un clérigo y un magnetófono e irrumpiendo brutalmente en los últimos minutos de la vida de éste le conminó a ponerse en paz con las alturas arrepintiéndose de su fe descreída y repudiando su ideario ateísta.

No lo consiguió y el escándalo de su repugnante iniciativa quedó sepultado por la influencia de sus patrocinadores y por la muerte del personaje y la convulsión popular que siguió al deceso y el clamor de las muestras de dolor y reconocimiento del pueblo. Con el paso del tiempo la bellaquería de la acción de la ya no tan joven periodista no le pasó factura sino que al contrario le proporcionó un prestigio marginal que acreditó a lo largo de cuanta publicación biográfica desautorizada y entrevista cuestionada por la fuente, que al límite ético de la profesión, le fue surgiendo. Se la temía, sus trabajos entre el escándalo y la indiscreción encontraron un nicho comercial del que vivir y así llegó a nuestros días.

Coincidiendo con la muerte de otro relevante personaje de la España contemporánea presentó a toda orquesta unas exclusivas revelaciones que le había hecho el interesado ya difunto, confirmadas por el testimonio de otros personajes también difuntos que daban un sesgo tajante a la participación del jefe del estado en el golpe fallido conocido como el 23-F.

Naturalmente ninguno de los personajes aludidos en su ladrillo de setecientas u ochocientas páginas podía refrendar la veracidad de sus cuestionables afirmaciones, tampoco desmentirlas. Estaban muertos. Ningún superviviente relacionado por amistad o trabajo con las fuentes que esgrimía la, ya más que madura pocha, periodista pudo confirmar conversación o información alguna, antes bien unánimes discutieron dichas afirmaciones. Cuestión de crédito.

La catadura moral que perfila la trayectoria profesional de esta sectaria metida a periodista, protegida por uno de los tentáculos del Octopus Dei, califican su trabajo como periodismo “subprime” en el mejor de los casos o como dicen los castizos “quien no te conozca que te compre”.

Así se pretende escribir la Historia, en la línea marcada por la recalcitrante y desacreditada ejemplaridad del Diccionario que pretendió colar recientemente la Real Academia de la Historia, que motivó la publicación del conocido como Contradiccionario ("En el combate por la Historia”) compuesto por Ángel Viñas y un puñado de los mejores especialistas en el tema que tratan: la República, la Guerra Civil y el Franquismo.

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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