España, un país convulso

Jaime Richart

Por mucho que esos sectores favorecidos de la sociedad española siempre al frente de regímenes del pasado y que ahora siguen go­zando de la protección del partido del Gobierno digan que Es­paña es un país normal e incluso social, económica y políticamente envidiable, Es­paña vive tiempos convulsos. Menos mal que el partido de los profesores con­tiene la ira y la indigna­ción, alivia la desesperación y alienta la esperanza de millones de personas.

Después de al menos dos décadas de despilfarro y desvalijamiento del dinero público, el famoso rescue ha hecho imposible seguir ocultando la realidad. Y cuando digo realidad me refiero a lo que había detrás de tanta hipocresía, cinismo y jactancia du­rante sus mandatos de uno de los dos partidos del bipartidismo virtual, y de tanto oportunismo, debili­dad, pusilanimidad y entre­guismo del otro partido durante los suyos.

Pero a esa situación imposible que impide seguir por más tiempo encu­briendo el desempleo pavo­roso, las humillantes condiciones del empleo, la pobreza, el fraude, el en­gaño y la estafa sufri­dos por millo­nes de personas, se ha añadido la lacra de una justicia inca­paz. De una justicia condicionada por los laberin­tos, argucias, dilaciones y sospechosas garantías pues­tas ahí por el legislador proclive a la causa de las clases sociales acomodadas y de los dirigentes, pero también por falta de volun­tad de los "mandos" judiciales de, como vulgarmente se dice, cortar por lo sano. Los procesos se eternizan, la prescrip­ción gana vertiginosa­mente terreno, las maniobras aje­nas a la técnica del enjuiciamiento propiamente dicho campan por sus respe­tos, y los jueces que se atreven a enfrentarse a los malhechores públicos son aparta­dos y condenados a la postergación. La impuni­dad se enseño­rea del país. Pero hay incluso un in cres­cendo en el abuso del poder cuando parecía que el poder, por vergüenza o por temor a las reaccio­nes populares, debía remitir en sus abusos.

Y, en estas condiciones, encontrándose España en estado tan lamenta­ble de franca involución, con la sensación experimentada por muchos millones de españoles de hallarse en un estado de excepción o en una dicta­dura encubierta por los excesos de la mayoría abso­luta en el gobierno central, en ciertas autonomías y en infinidad de municipios, parte de los políticos y la ma­yoría de los periodis­tas españoles se dedican a hostigar a la democra­cia venezo­lana y a quienes la respetan. Unos proclamando directa­mente su adscrip­ción neoliberal (o fascista), y los más ecuáni­mes e imparciales secundando, porque no se atreven a desentonar, a los que acostum­bran a tergiversar, al libelo y según quien esté en el foco magnificar lo pequeño o empequeñecer lo grave. Y todos, ce­rrando filas corpora­tiva e ideológicamente en cuanto con­cierne a América Latina y especialmente a Venezuela.

Incluso el otro día oí decir a un moderador habitualmente mode­rado (como me pareció hasta ahora quien dirige el espacio de apa­rente de­bate televisivo titulado Al Rojo Vivo) que el presidente de Venezuela es un "indeseable"... Aparente debate porque cuando hay discrepancias o se simulan, al no terciar na­die de los presen­tes con otra óptica que no sea la que predo­mina, el trance se convierte en lo que esos mismos denuncian en otros parlamentos monocordes. Como monocor­des eran las Cortes franquis­tas y sistemas que conside­ran al capitalismo como una pato­logía social y enfermos a quienes lo defienden...

Ya sabemos que la palabra indeseable, "persona no deseable o no recomendable", entendida así, literalmente, no sería propia­mente un insulto. Pero sabemos también las connotaciones que tiene el término cuando se usa en ciertos contextos y el impacto que puede cau­sar en la opinión pública cuando es expresada por un periodista conocido. Pues bien, el periodista de marras, ni corto ni perezoso, ignorante deliberado de la marcha de ese país que viene tratando desde hace varios años de zafarse de las garras del impe­rio ávido de su petróleo y del dominio sobre él, se mani­fiesta co­mo otro más de los muchos informadores que destacan por su falta de rigor, por su falta de preocupación por la objetividad o por no relativizar el hecho polí­tico de países ajenos a nuestra idiosincra­sia y condiciones, que abundan en España. Y además, con los antecedentes y consecuentes señala­dos en España que explicarían incluso que un militar tomase las riendas del poder, algo que apoyaría las tres cuartas partes de la población, no se comprende cómo esos periodistas se atre­ven a mos­trar tanto en­cono con el gobierno de Venezuela, después de venir presen­ciando a lo largo de tanto tiempo hasta qué punto el imperio “ameri­cano”, coreado por sus turiferarios, ha ido reduciendo a ceni­zas los santuarios del socialismo en desarrollo en Irak y Libia, y asolado Afganistán por maniobras geoestratégicas o vaya us­ted a saber por qué...

Pues bien lo que viene sucediendo en Venezuela está fuera del alcance de la sagacidad de este y de otros periodistas y de la ma­yoría de los políticos españoles. Venezuela acaba de abortar “un plan de golpe de estado minuciosamente orquestado en cuatro fases con apoyo del exterior y participación de un grupo de oficia­les de la aviación militar, varios de los cuales están presos y otros en fuga. Dicho plan estaba proyectado exacta­mente para un año después del inicio, el 12 de febrero de 2014, de las “guarimbas” sangrientas protestas con el gobierno que se saldaron con 43 muer­tos y más de 870 heridos. (…) Teniendo todo esto como antecedente el golpe de estado de abril de 2002, la usurpación de la presidencia por unas horas por parte de, éste sí, indeseable (hoy refugiado en Estados Unidos) y el posterior paro petrolero que provocó ingentes daños a la economía del país”. (Ver Redes Cristianas y Argenpress). 

Por razonar como lo hago yo, con una voluntad de amplias mi­ras, los dirigentes del partido de los profesores en Es­paña tienen relación con los países latinoamericanos. Su reali­dad es la altísima presión a que son sometidos por el po­der del impe­rio que se hace insoportable y causa estragos sin cuen­tos en un continente que se pasa la vida sufriendo los embates constantes de la nueva Roma que viene tratando de apode­rarse del cono sur y del mundo desde que ganó la segunda guerra mun­dial.

España y la grandeza de infinidad de españoles prudentes demandan mucha más categoría y más talla de las que vienen dando muestra sus políticos, sus periodistas y la judica­tura. Confiemos en que lleven esa misma prudencia a las urnas para que de una vez por todas dejen de mangonear los ladrones, los pícaros, los mediocres y los miserables.

Jaime Richart es antropólogo y jurista y socio de infoLibre

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