Librepensadores

Yo tampoco sé de política

Jorge Chalmeta Cárdenas

Pues sí, yo tampoco entiendo de política. También pertenezco al nutrido grupo de los decepcionados por los políticos. El caso es que la política tampoco parece saber de mi existencia, como la de esos cuantos millones de personas que cada día se sienten agredidos por la indolencia, la ineptitud y la corrupción de los que dicen gobernar por el bien general. La política no se acuerda de nadie pero nos afecta a todos, porque sus decisiones marcan nuestro día a día, por mucho que no sepamos verlo.

Las campañas electorales nos muestran cómo los políticos de siempre nos toman por amnésicos y nos venden una imagen inmaculada de todo pasado. Hace años oí a un importante político (del PSOE) decir a otro: “Sabemos que la memoria histórica del pueblo dura seis meses, por lo que debemos tomar las medidas impopulares con un año de antelación a las elecciones, seis meses de ruido mediático y seis meses para que se olvide”. Y ahí estamos, en un año de hermosas fuentes en barrios llenos de parados. Un año de promesas a esos prescindibles enfermos de hepatitis C. Un año de lucha sin cuartel contra la corrupción por todos aquellos que organizaron la red clientelar. Un año de promesas y propuestas llovidas del cielo que no soportan el más mínimo análisis lógico, por no hablar del ético. Un año de indignos sonrientes saludando a los que desprecian. En resumen, estamos en año electoral.

Pero no sólo nos toman por desmemoriados, también nos toman por idiotas, pues al olvido por tiempo, suman la confusión por enmierdamiento colectivo. Así se entiende que el PP diga que la corrupción es cosa de todos o que las corruptas son las personas y no el partido, cuando es indudable que existe una red perfectamente articulada en la que los nodos más significativos han tenido, o tienen, carnet del partido. Tampoco el PSOE está libre de una historia llena de agresiones a la dignidad política. Se justifican haciéndonos pensar que haríamos lo mismo, pero lo cierto es que nosotros no engañamos vendiendo un compromiso fingido y tenemos derecho al beneficio de la duda que ellos han dilapidado con sus acciones. No, no somos iguales, y no nos quieren iguales, sólo nos quieren engañados y coartados por un sentimiento de culpa injustificado. 

Para mí, uno de los grandes problemas de esta sociedad, por la que transitamos, es que es más frecuente el voto en contra que el voto a favor. Esta perversión es muy útil a ese puñado de pseudopolíticos que denigran una profesión, que ya en la Grecia clásica era considerada como una de las más altas actividades a las que podía dedicarse una persona, precisamente por su sentido de servicio a la sociedad. Aprovechando nuestro miedo, y nuestro rechazo, pueden evitar responder por sus desmanes con el sólo hecho de desviar la atención sobre los otros partidos mediante falsas acusaciones o inoculando temores, por injustificados y fantasiosos que sean. Estos son unos rojos, eas unas fachas, aquellos chavistas, esa una filoetarra, tú franquista, yo impoluto, otra antisistema... Les resulta fácil, no pretenden informar, pretenden confundir apelando a nuestras vísceras y cercenar la capacidad de conformar una sociedad crítica, sin la que la democracia es una quimera.

El voto en contra les evita convencer por sus ideas y con sus acciones, les vale con evitar el voto al otro, y no escatiman en tácticas torticeras e inmorales. El voto en contra es mucho más fácil de dirigir pues basta soltar una batería de barbaridades para que alguna resulte razón suficiente para evitar el voto del que la oye a los vilipendiados, la mayor parte de las veces con falsedades.

Mucho más difícil es lograr el voto a favor, pues para convencer hace falta una trayectoria de honestidad y coherencia a la que la mayor parte de los políticos parece no estar dispuestos.

Es el voto en contra el que motiva a los indeseables a prostituir la política en pos de sus intereses personales, familiares y grupales. Para el voto en negativo basta con enardecer masas, por lo que interesa un sociedad desencantada de la política, poco informada, poco comprometida, desunida y nada crítica. Nada nuevo bajo el sol, pan y circo para el pueblo. Muy diferente es crear una ciudadanía crítica, con capacidad de respuesta ante los abusos de poder y con la capacidad de proponer. No tendría que ser más difícil, sólo habría evitar cargarse la cultura y la Educación y considerar la política como una vocación de servicio público, no como un medio para el beneficio personal. Lo que es innegable es que resultaría muy incómodo para los carroñeros que ven en la perversión del sistema su campo acción.

El voto en contra permite a los indeseables repetir sus engañosos mantras, escudados en su inmunidad en modo de aforamientos e indultos para amigos. Así podemos asistir a un Rajoy que duda de que el paro sea una preocupación social, a una De Cospedal que se presenta a las elecciones sin programa, a una Aguirre que niega, sin pestañear, que Manuela Carmena sea jueza o se indigna por la publicación de su renta cuando ella no para de usar bajezas de orden personal en su debate. También se aprovechan de nuestra condición de contrarios los periodistas voceros que repiten hasta la saciedad sus consignas, aunque, lo que hacen y como lo hacen, vaya en contra de cualquier mínimo compromiso con la ética periodística.

Es cierto que los nuevos no han demostrado nada; tanto como que los de siempre ya nos han demostrado todo lo que son capaces de hacernos. Estoy totalmente de acuerdo con que hay que atraer a la política a los mejores, en lo que disiento es en el concepto de “mejor”. Mejor no es el que considera que ha de compensar su esfuerzo político con sobresueldos, comisiones, amiguismos, enchufes para familiares, impunidad, abusos de poder y/o atropellos al Estado de Derecho. Mejor no puede ser un presidente que con toda la información mada un SMS de ánimo al corrupto de moda y, después, no sólo no dimite, como se haría en cualquier democracia con un mínimo de decoro, sino que siquiera se digna a dar explicaciones. Mejor no es “el mejor presidente de la Democracia” que nos llevo a una guerra inmoral, en contra de la opinión de todo el País. Tampoco es ese gran presidente aquel durante cuyo mandato, cuando menos, se creó el GAL. Mejor no son esos expresidentes que luego se forran en actividades que no siempre son a favor del global de la sociedad.

El mejor no debe ser un personaje al que idolatrar. El mejor será aquel que gobierne controlado por un sistema legal, pactado por todos, que le impida corromperse. El mejor es el que tenga que rendir cuentas ante una ciudadanía dispuesta a exigírselas.

Yo quiero invitar al voto en contra. Contra el miedo inoculado, contra la militancia acrítica, contra el inmovilismo intelectual, contra la falta de compromiso ciudadano, contra el fanatismo, contra la justificación de lo injustificable, contra el miedo a evolucionar, contra la presbicia social.

Hablo de ejercer de ciudadanos, porque de política han conseguido que no entienda.

Jorge Chalmeta Cárdenas (@IndignadoMillon) es socio de infoLibre

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