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Debate honesto en la era de la posverdad

Himar Reyes Afonso

Cuesta mucho, en esta sociedad incapaz de discutir sin agresividad, poner algo de claridad a las cosas. A menudo percibo una absoluta falta de oportunidad para crear espacios de discusión más o menos fructíferos, esto es, capaces de arrojar luz a los temas de debate, lograr puntos de encuentro que, al menos, sirvan para determinar dónde empiezan o acaban las discrepancias de cada uno.

Esto es grave, porque las maneras de tabernero que gastan los tertulianos de televisión se reproducen en las discusiones cotidianas que mantenemos en la sobremesa, en el trabajo, en el bar o en las cañas del fin de semana. Y si ese tono que torna irrelevante el tema en cuestión (puesto que prima el espectáculo dialéctico, el circo) se ejerce en una discusión de fútbol, tema que podríamos definir objetivamente como trivial, pues bienvenido sea, supongo. Pero cuando se trata de temas algo más trascendentales, que afectan o pueden afectar a la sociedad, sería de agradecer encontrar otras formas.

Este parecido entre tertulia televisiva y discusión cotidiana, ¿demuestra que la tele es un reflejo de la sociedad? Yo siempre he negado esta teoría, creo más bien que la tele representa el modelo que trata de fomentar en la sociedad. Lo de que Sálvame sigue emitiéndose porque la gente lo ve, es una verdad a medias y tampoco demuestra nada. Si no lo pusieran y en su lugar hiciesen un programa de contenido social o cultural, a lo mejor “la gente” también lo vería, y de paso se construiría algún valor social. Y en cualquier caso, que la gente lo vea no quiere decir que le guste. Yo a veces dejo un programa que me parece horroroso, pero soy capaz de verlo un rato.

Me cuesta mucho no responsabilizar a los medios de comunicación de buena parte de las enormes carencias democráticas de nuestra sociedad. Que la gente reproduzca en sus discusiones argumentos manidos y faltos de veracidad, se puede deber en parte a su falta de empeño en estar informado, pero también a que esas falsedades las ha escuchado o leído en un medio de comunicación. ¿Dónde si no? Lo que no es normal –o no debería serlo– es que haya que hacer malabarismo para estar bien informado. El problema, además, está en lo que planteaba la periodista Rosa María Calaf en una entrevista hace poco: “La ciudadanía cree que está informada cuando está sólo entretenida”. Nos han hecho creer que estamos informados, aun cuando los titulares son tendenciosos o directamente falsos, aun cuando el contenido de las noticias no hace sino reproducir las notas de prensa de las agencias informativas –no pocas son las veces que vemos noticias casi idénticas en distintos medios, ya que las copian de Efe, Europa Press u otra agencia–, aun cuando los informativos ofrecen contenido superficial y falto de contexto. ¿Alguien sabe qué está pasando en Siria, aparte de que hay una guerra? ¿Alguien sabe de dónde sale el Estado Islámico? ¿Acaso sale de la nada? ¿Cómo se financió, quién lo creó, dónde se entrenaron, cómo graban esos pedazos de videos de propaganda?

Lo que mayoritariamente vemos en la televisión, principal fuente de difusión de nuestra sociedad, son debates acalorados, groseros y superficiales protagonizados por tertulianos convertidos en todólogos, gente que “sabe” de todo, que habla de todo, y moderado por un presentador-periodista convertido en estrella de la tele. El periodista como estrella, más importante que la noticia. El fin del periodismo. La espectacularización del periodismo convierte en irrelevante la información, porque vale todo: vale la imprecisión, vale la brocha gorda, la afirmación gruesa, la alusión personal… vale hasta la mentira. Lo que vemos es una representación de una discusión o debate en distintos formatos donde la principal característica es la falta de honestidad. No son debates honestos, y me refiero a las “normas” que deberían regir cualquier discusión seria: la educación, el respeto en los turnos de palabra, los argumentos apoyados en hechos contrastados y veraces, la posibilidad de profundizar en los temas y no quedarse en las anécdotas… pero no, lo que prima es la inmediatez, la alta tensión y el ritmo frenético. Al final, lo que se rescata en la resaca de los debates es “la genial respuesta de Fulanito a Menganito”, la tensión entre Pepa y Pepe o la gracia de no sé quién. Y cuando se trata de un debate parlamentario o entre candidatos, más de lo mismo, pero con un plus añadido: vienen siempre precedidos por una tertulia con opinadores todólogos' que van allanado el terreno para dejar bien sesgado los términos del debate. Lo cierto es que la información, ese derecho humano, ese bien público fundamental para el normal funcionamiento de una democracia, al final da lo mismo.

Y este es el gran problema: la información es irrelevante. La verdad es irrelevante. Cuando se habla de la era de la posverdad se suele decir que es "la mentira de toda la vida"

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