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¿Hispanofobia o semiótica de una España caduca?

Amador Ramos Martos

“La semiótica es en principio la disciplina que estudia todo lo que puede usarse para mentir”. Umberto Ecco

Tengo que reconocer que mi capacidad de asombro ante la mediocridad de tantos políticos (utilizo el género neutro inclusivo masculino sin intención sexista, para no estar recurriendo de forma cansina a la mención de los sufijos “o/a” para referirme a ambos géneros) no tiene límites. Probablemente, porque tampoco los tiene, no ya la incompetencia, si no la ruin actitud política de algunos –no sé si muchos– de ellos.

La libertad de expresión, sagrada en una democracia, hay que respetarla. Aunque nuestros representantes políticos a nivel nacional o autonómico, debieran ser cuidadosos. Mejor, exquisitos en su discurso frecuentemente visceral en exceso, y prudentes en el manejo, interpretación y finalidad que dan al uso de los símbolos nacionales.

Los vídeos del PP sobre la Hispanofobia, puestos en circulación en las redes y convertido en trending topic con su carga inquietante e inoportuna de visceralidad, y el de la propuesta del Grupo Popular en el Ayuntamiento de Madrid -demandando la celebración de un pleno extraordinario que apruebe una declaración institucional para reafirmar (que yo sepa nunca la ha negado el Consistorio madrileño) su adhesión a la Constitución española de 1978 recurriendo al exhibicionismo de la enseña nacional y a juras masivas de bandera–, eran a todas luces innecesarios.

Unas imágenes difundidas con el objetivo exclusivo de hacer “ruido mediático” y para tensar más una situación provocada a sabiendas –lo saben el PP y Mariano Rajoy– con su calculada y estratégica inhibición, cuando no oposición abierta, ante las demandas realizadas desde hace años por el Govern catalán.

Una actitud, la adoptada por el PP, que solo sirve –al contrario de lo que debiera hacer un gobierno responsable, dialogante, integrador y sensato- para echar más leña a un ¿incipiente? fuego territorial, que ha disparado todas las alarmas a última hora –nadie quiso ver el humo inicial– y cuyas consecuencias, el número de hectáreas de territorio político calcinadas por los pirómanos nacionalistas de uno u otro signo, conoceremos el día 1-O.

En ocasiones, el lenguaje y simbología políticos, son utilizados con finalidad mezquina recurriendo a la interpretación semiótica (ciencia que estudia los signos en el seno de la vida social) sectaria y excluyente de otras interpretaciones de los mismos. Un manoseo burdo de los símbolos de todos, con el que muchos españolitos, pero sobre todo ciudadanos –tan españoles o más, que, no sé si algunos o muchos españolazos– no estamos en absoluto de acuerdo y no compartimos.

El PP, no quiere entender y debiera hacerlo, que su modelo de “lo español” y de patriotismo, contaminado lo reconozca o no, por el franquismo sociológico residual que alberga en su seno, no puede ser patrimonializado en exclusiva por el partido, y ser utilizado como rueda de molino con la que debemos comulgar semióticamente todos los españoles.

Un hecho, que los disidentes del añejo modelo español y patriótico del PP, debemos reivindicar sin pudor y sentirnos además, orgullosos de hacerlo. Como en su momento señaló Iñigo Errejón en una entrevista en un diario nacional: “El miedo a discrepar es un método de selección de la mediocridad”.

El miedo o pudor de algunos partidos, y de muchos ciudadanos, a exhibir discursos y actitudes alternativas al paradigma del “ buen español” del PP, ha dejado el monopolio del mismo en manos de la facción más excluyente, sectaria, disgregadora, trasnochada y mediocre del españolismo.

Hago esta reflexión, tras ver las imágenes contenidas en el video patrocinado por el grupo popular del Ayuntamiento madrileño para demandar, casi exigir, que Madrid: “se engalane” en un tributo a la Constitución, el próximo 12-O día de la Hispanidad, haciendo exhibición multitudinaria de la bandera de España, (el significante) como reafirmación nacional ante el desafío catalanista.

El PP haciendo su particular e interesada interpretación semiótica de la bandera de todos (el significado) la utiliza como recurso patriótico de su singular patriotismo. Un recurso de última hora, una cortina de humo (rojo y gualda en este caso) para tapar su inanición previa en la génesis del conflicto catalán.

Y lo peor, tratando de ocultar bajo su impostura, la riada de corrupción que no cesa y que corroe las entrañas del partido. Menos exigencia a los españoles decentes de tributo patriótico a los símbolos del estado, y más exigencia de tributación patriótica a las arcas públicas de tantos patriotas de mierda que o expolian al país, o no tributan a Hacienda.

Una morralla antiespañola, que aprovechando los recortes legales de derechos básicos y beneficiándose de la corrupción y del antipatriótico fraude fiscal, han esquilmado el bienestar social, y cegado el futuro de tantos tibios, pero decentes españolitos.

El desafío del Govern será ilegal, anticonstitucional y oculta también en su seno la parte alícuota de corrupción de los partidos que lo apoyan y recurre también – como hace el Gobierno español- a la manipulación semiótica y sesgada de sus particulares significantes y significados nacionales.

No creo que nadie sensato y dotado del más mínimo espíritu democrático podrá afirmar lo contrario. Pero en el fondo, lo que el Govern y una parte no despreciable de ciudadanos de Cataluña vienen demandando por las razones –sinrazones a veces– que sean, es una solución a sus reivindicaciones que serán todo lo ilegales y anticonstitucionales que se quieran, pero legítimamente democráticas.

Frente a esta reivindicación crónica del catalanismo (no todo él independentista), el PP, durante muchos años desde la oposición primero, y después desde el gobierno, se enrocó en su inacción, haciendo inviable política y democráticamente la solución de un desencuentro anunciado y creciente.

Un problema político al fin y al cabo el planteado desde hace tiempo por el Govern, y que el Gobierno, ignorando la POLÍTICA (mayúsculas intencionadas) que es el instrumento base de la convivencia y del entendimiento democrático, se ha visto obligado a encarar y resolver en el último momento.

Recurriendo para ello en exclusiva, a medidas judiciales, económicas, y al uso de las fuerzas de orden público con baja intensidad, hasta el momento –que yo sepa– en que escribo estas líneas en una lluviosa mañana del 1-O desde… Azpeitia.

Se equivocan Rajoy, el Gobierno y el PP, si piensan que: la exhibición sobreactuada y partidista de la enseña nacional; las masivas juras de banderas propuestas; el vergonzante video exhibido por el PP asociando Constitución con la masa enfebrecida de futboleros celebrando los éxitos de “la roja” –una paradoja semiótica– en Cibeles y las imágenes de un desfile militar; van a ser útiles como alternativa de última hora para “compensar”, recurriendo a las vísceras, la absoluta ausencia de diálogo del PP, imprescindible para abordar constructivamente un consenso que acerque a las partes en conflicto.

Al contrario, disiento y creo que conmigo muchos españoles, -españolitos tibios según algunos españolazos- de la interpretación semiológica (el significado) que el PP hace de la bandera (el significante) con la exhibición partidista de la enseña nacional, un símbolo que ellos, patrimonializan semióticamente, y del que se creen portadores e interpretes exclusivos.

Un partido el PP, devastado por la corrupción que no cesa, en minoría parlamentaria, con una legión de imputados en sus filas –algo impensable en una democracia decente– y agrietado éticamente por la discordancia semiòtica entre su discurso y ejercicio políticos, no puede venir ahora, exigiendo a los ciudadanos, que justifiquemos con nuestra adhesión ciega e inquebrantable, la exhibición e interpretación sectaria y excluyente de su modelo de patriotismo, al que recurre ante el choque largamente anunciado y del que es en gran medida… responsable.

Me reivindico sin complejos –por si alguien duda de mi españolidad– como español. Pero eso sí, español a secas, de perfil patriótico quizás “tibio” para algunos españolazos. Un español al que no gusta recurrir a excesos semióticos para manifestar los gentilicios que me adornan, incluido por supuesto... el español.

Un español andaluz, de Málaga, casado con vasca y con nietos euskaldunes; ciudadano desde hace 30 años de Madrid, ciudad que me apasiona. Español... sí, ciudadano de España, pero...sin estridencias... que evita –casi abomina– el exhibicionismo de un modelo tóxico y disgregador de un patriotismo, para mí... huero, falsario y en ocasiones... lugar de refugio de algunos patrióticos canallas. _________________

Amador Ramos Martos es socio de infoLibre

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