Librepensadores

¿Es la injusticia inherente al sistema?

Jorge Ulanovsky Getzel

Si además de preocuparnos por el qué hacer para ayudar al otro nos ocupáramos del qué no hacer para evitar perjudicarle, en otro mundo viviríamos.

Admirable el periodismo independiente que se practica en este medio de comunicación, informándonos sobre todo aquello que se nos pretende ocultar, desvelando mentiras y desnudando la realidad para bien o para mal del gusto del lector.

Honorable actuar el de los jueces que aplican la Justicia para todos por igual.

Saludable la militancia de quienes con su compromiso político se enfrentan a la indiferencia y la pasividad.

Loable labor de todos aquellos que se juegan la piel trabajando en múltiples ONG solidarias y combativas.

Respetable labor la que realiza la oposición en el Parlamento.

Destacable empeño de articulistas y comentaristas que en sus textos aportan fundamentos, protestas, quejas y debates contra todo lo que sea injusto.

De agradecer y felicitar la nunca suficientemente reconocida labor docente de profesores,que introducen a sus alumnos en la oportunidad de una vida cívica.

Pero permítanme opinar, queridos amigos, que tengo la impresión de que la suma de todas estas valiosas voluntades no resultan suficientes. Nadamos en la superficie, algunos en una clara dirección, otros como náufragos de un barco que se nos ha hundido. Mientras la injusticia como pancha, en la profundidad sigue navegando tan ancha. A los más poderosos, nuestra lucha, ni cosquillas. No digo nada nuevo. Ya Aristóteles vaticinaba la quiebra moral de occidente. La vida en sí, es una eterna lucha en desventaja contra la injusticia, la vejez y la muerte.

Mucho más ilustran el estado de nuestro marco contemporáneo la literatura, el cine y la filosofía que los análisis provenientes de la narrativa política. Creo que el señor Jesús Maraña tiene esto muy claro y es de agradecerle sus constantes referencias literarias. Puesto que no hay que dejarse cautivar (en el sentido de quedar aprisionado) dentro de un encofrado informativo reducido a las pautas de una agenda mediática que privilegia el comentario de los acontecimientos provocados por la actividad política. La literatura nos permite observar una realidad más sugestiva, perforando el cuerpo macizo de la crueldad que la reviste. Muchas veces esa realidad supera a la ficción, tantas otras la ficción nos aproxima mucho más a la verdad. Mark Twain consideraba que donde mejor se puede vivir es sobre una balsa a la deriva por el Mississippi, protegidos - con la maciza soledad de los náufragos - de la espantosa crueldad que enfrenta en las riberas los unos a los otros. Venga, náufragos castigados por las injusticias, montemos sobre esa balsa!

¿Es la injusticia inherente al sistema?

Hannah Arendt nos alertaba sobre cómo la transformación de los Estados en administraciones burocráticas y los recortes sociales son una invitación a la violencia. Y está en manos de la ciudadanía el poder resistirse a esa fuerza opresiva con la astucia de la negativa y el protagonismo cívico, pacífico pero firme. Con Justicia.

Decía Balzac que nuestra civilización remplazó el principio del honor por el principio del dinero y fíjense qué interesante afirmación, sostenía que la corrupción es el arma de la mediocridad dominante, ya en el 1834. O sea, cuanta más mediocridad, más corrupción. No me identifico con quienes apuestan por el antisistema pero debo reconocer razonable que digan que así es, que si hay corrupción es porque el sistema lo promueve. Pero es que el “sistema” somos todos. Creo que es este el punto esencial del problema. La necesidad de que todos seamos conscientes de cuánto nos daña la injusticia. La intransigencia que debemos establecer en el ejercicio del vivir cotidiano frente a toda justificación hipócrita de un proceder inmoral. ¿Desde qué moral? Toda aquella que se fundamente en el principio capital de no dañar al otro, llámese mujer, niños, animales, vecino, diferente, pobre, desposeído, oprimido, la tierra. Cada ciudadano debería entender que su integración en la sociedad no puede limitarse a ser un mero elector, bajo tutela de las instituciones, la administración y el estado. Que su obligación va más allá de introducir una papeleta en el interior de una urna. Que su protagonismo consiste en poner las instituciones a su servicio, no a la inversa. Manifestando sus opiniones, críticas, propuestas y autocríticas. Desde lo personal hasta lo social. Empezando a barrer por casa. Es decir, la única y verdadera lucha, a largo plazo, debe materializarse en una respuesta ética colectiva frente a la injusticia, con la construcción de un sujeto altruista, más dispuesto a respetar al otro.

Mi sugerencia es la de tener más presente, insisto, todo aquello que debemos exigirnos NO hacer para mejor sustraernos de la injusticia, que sabemos siempre ha ido por delante, y lo seguirá estando. Por ejemplo, si ayudamos a toda esa gente que huye de los conflictos bélicos, ocupaciones, genocidios y persecuciones NO debemos venderles armas a los señores de la guerra; si el partido que gobierna está plagado de ladrones NO se lo puede seguir votando; si el animal que me quieren dar para comer es el resultado de una crueldad monstruosa, NO lo debo consumir; NO debo aplicar ningún tipo de violencia física ni verbal contra mi mujer, mis hijos o mi perro; NO debo faltar el respeto ni a mis enemigos; si en mi lugar de trabajo se emprende algún tipo de transgresión de la legalidad, NO debo prestarme a colaborar con ello… Podré así sentirme contribuir aunque de forma subjetiva a favorecer en algo al otro, sin fastidiarle, ni agredirle, para diferenciarme en lo posible de la aseveración lapidaria de Stendhal: “Cada cual piensa en sí mismo en este desierto de egoísmo llamado vida”. En favor de la alteridad se nos requiere imponernos un cierto sacrificio sobre nuestro apetito insaciable, sobre nuestras pulsiones viscerales. Entre los ricos habrá algunos razonables. Otros no, a los que ya les tocará pagar las consecuencias de su tozuda avaricia cuando por ejemplo, en materia ecológica, se acabe de cumplir lo que nos advertía Gerónimo, el apache: “Cuando el último árbol sea abatido, cuando el último río esté envenenado, cuando el último pez sea capturado, entonces se sabrá que el dinero no se come”.

No se me ocurre otra solución. Seguro que alguien más inteligente que yo podrá aportar una mejor y quizás menos utópica que la mía. ______________

Jorge Ulanovsky Getzel es socio de infoLibre

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