Librepensadores

La amenaza alienante del conformismo

Amador Ramos Martos

“El conformismo social es un tipo de comportamiento cuyo rasgo más característico es la adopción de conductas inhibitorias de la conciencia en el proceso de construcción de la realidad. Se presenta como un rechazo hacia cualquier tipo de actitud que conlleve enfrentamiento o contradicción con el poder legalmente constituido. Su articulación social está determinada por la creación de valores y símbolos que tienden a justificar dicha inhibición a favor de un mejor proceso de adaptación al sistema-entorno al que se pertenece¨ (Marcos Roitman)

Corremos de nuevo el peligro de instalarnos en la variante política del pesimismo: el conformismo social. El precipitado y, a última hora, malogrado proceso de investidura, alimenta la más que fundada sospecha —justo cuando se plantea la viabilidad de un gobierno escorado a la izquierda— de que los límites del juego democrático están tutelados por poderes al margen del control de los ciudadanos e incluso del estado mismo.

La devaluada versión socialdemócrata del PSOE, responsable en parte de algunos de nuestros males actuales, se ha reubicado, liderada por Pedro Sánchez, en el espacio ideológico de centro izquierda, abandonado previamente. Condicionado, eso sí, por la inesperada, pero oportuna competencia, que supuso la irrupción de Podemos en el escenario político. Un hecho que no debiera olvidar (sería imperdonable) el aún —y esperemos que también futuro— Presidente del Gobierno en funciones.

En Podemos, confluyó el creciente malestar social acumulado desde el comienzo de la crisis que, junto a la corrupción generalizada y sincrónica en el seno del PP, transformó el malestar inicial en hartazgo popular contra su clase política, instalada como estaba en su ramplón y confortable bipartidismo —dominante desde la Transición del espectro político nacional—.

La gestación de Podemos desde el espontáneo inconformismo manifestado en la puerta del Sol y la programada por Ciutadans desde los despachos abrió, supuestamente, nuevos espacios y otras formas de hacer política. Un intento táctico para rediseñar un escenario en el que la vieja verticalidad ideológica del eje izquierda-derecha, PP-PSOE, diera paso a un modelo político más transversal. El objetivo: difuminar los rígidos límites previos, que permitieran ampliar y conformar espacios de mestizaje ideológico, y la búsqueda de consensos más amplios.

El resultado, después de cinco años de pluripartidismo, no puede ser mas desalentador. Tras mucho postureo, amagos, consensos frustrados y pactos imposibles por la mutua desconfianza y los intereses cruzados de sus protagonistas, hemos retornado al punto de partida. La política nacional, ha vuelto a articularse alrededor del eje izquierda-derecha en una variante renovada, pero igualmente sectaria, de la anterior… ¡El bipartidismo-pluripartidista!

Fallida la anunciada muerte de las ideologías, pronosticada por algunos gurús, hemos vuelto a enrocarnos en los viejos bloques ideologizados en extremo, enfrentados a cara de perro en los problemas de fondo, siempre pendientes, y que hacen inviable un consenso de mínimos razonable.

Atrapados en un laberinto de insolidaridad económica y esencialismos nacionalistas, la desigualdad —profundizada por la crisis— y la cíclica desvertebración territorial son, metafóricamente, el 'minotauro español' que amenaza a la, tan necesaria, cohesión social y a la estabilidad de nuestra democracia. El rechazo abierto o las trabas puestas al imprescindible diálogo hacen imposible el consenso básico (el hilo salvador de Ariadna) que nos libre del riesgo de ser “empitonados” por ambos problemas.

La desigualdad social —derivada de las intocables líneas doradas, marcadas desde el poder financiero, que encorsetan las decisiones de un poder político incapaz de promocionar, o capaz de truncar (según quién gobierne) medidas que puedan contribuir a mitigar las escandalosas divergencias de renta— constituye un problema global, pero agravado en España por nuestras singularidades socio-económicas.

Un realidad que no debiéramos aceptar. No vale ampararse en el irresponsable argumento de que "mal de muchos… consuelo de tontos" ni tampoco justificarla con nuestra pasividad, fruto del hastío político. Antesala, esto último, de un peligroso conformismo que puede ser determinante para encarar desafíos que ponen en riesgo nuestros derechos cívicos.

El patio de Monipodio en que se convirtió España en los años previos y durante la crisis, ha dejado como secuela un desequilibrio redistributivo que ha alcanzado niveles de desigualdad que debieran avergonzarnos y hacer sonar todas las alarmas. El sistema no garantiza ya a muchos ciudadanos trabajo ni rentas que permitan llevar una vida humanamente digna y autónoma. Tampoco, eludir el riesgo de caer en el pozo de la precariedad, cuando no el de la pobreza.

Las diferencias entre las rentas del trabajo de los ciudadanos y de sus insolidarios depredadores, las financieras, no dejan de crecer. Un expolio que, junto al patriótico fraude fiscal —una de las señas de identidad de la singular “Marca España”— y la crisis demográfica que padecemos, está sobrecargando el sistema de protección social hasta niveles alarmantes. Una situación que nos devuelve a un pasado de incertidumbre económica y vital que creíamos superado.

Las machaconas y perturbadoras insinuaciones de los responsables del expolio económico —los mismos que denuncian la inviabilidad del sistema protector proporcionado por el estado, ahora puesto en solfa— nos hacen intuir que la solidaria seguridad proporcionada por el Contrato Social corre el riesgo de degradarse como consecuencia de las políticas de recortes antisociales y el blindaje de un modelo fiscal injusto, insolidario e injustificable.

Defender, como defiende el neoliberalismo recurriendo a su batería de mantras, la bajada de impuestos como compensación al “sablazo” fiscal del innecesario Estado —personalizado por Pablo Casado y Albert Rivera en Pedro Sánchez y su banda de asaltantes—, ignorando a sabiendas las consecuencias sociales del vaciamiento de las arcas públicas en aras de otro mantra como el de la presunta mayor eficacia y eficiencia de la gestión privada de lo público, fue, es ahora y seguirá siendo un monumental engaño y una estafa al conjunto de los ciudadanos.

Una táctica neoliberal —pura propaganda tóxica— sin evidencia de veracidad, alimentada por un popurrí cansino y repetitivo de cifras y mensajes trucados. Un  trampantojo ideológic o, incapaz de disfrazar la versión delictiva de la política que ha dejado en evidencia la trama de codicia insolidaria, corrupción política y expolio desvergonzado de lo público de todos, durante tantos años y…. por los mismos de siempre.

En lo concerniente al inacabado e inacabable puzzle territorial, resulta indecente la actitud cerril de algunos defensores —PP Y Ciutadans— de un modelo petrificado de constitucionalismo, que hipócritamente, alberga en las entretelas de sus recientes y vergonzosos pactos a partidos -VOX- cuyo ideario, en parte y aunque todos lo nieguen, está fuera de los límites constitucionales.

Los derechos individuales y sociales van ampliándose a duras penas. Continúan su progresión frente a la sinrazón de tradiciones obsoletas, creencias religiosas, ideologías caducas y trasnochadas o rigores presupuestarios que dificultan su expansión. Todo, gracias al esfuerzo reivindicativo y compromiso de ciudadanos inconformistas —anónimos en su mayoría— que, en ocasiones, pagaron y siguen pagandoun alto precio.

Nunca llegaremos a la inalcanzable utopía, pero en cuestión de derechos creo que estamos —salvando la situación excepcional que venimos padeciendo en la última década como consecuencia de la crisis— mejor que hace 50 años. Una afirmación del autor de este panfleto, instalado desde hace años en la “sesentena” y convencido de que nunca el pasado fue mejor, pero con dudas de si esta afirmación podrá mantenerla en el futuro.

Los dos grandes desafíos pendientes, los que nos sigue dividiendo en dos bloques de nuevo irreconciliables son: la eclosión de la desigualdad económica y social, que hemos normalizado, y la sempiterna desvertebración territorial nacional, derivada de tantos esencialismos nacionalistas y que reclama un reencaje constitucional. Lamentablemente, ambos siguen sin resolverse.

La exigencia activa a nuestros representantes de rigor, transparencia, honestidad y compromiso con el bienestar ciudadano es nuestra responsabilidad. También lo es evitar subterfugios, sean del tipo que sean, para inhibirnos de la misma e instalarnos en un conformismo acrítico, pasivo y, que de ser mayoritario socialmente, puede conducirnos a la devaluación o pėrdida de derechos cívicos y, en ultimo término, a la versión alienante y degradada de nuestra condición ciudadana y… humana.

Como ciudadanos, no tendremos derecho a quejarnos si, fruto del hastío e instalados en un conformismo irresponsable ante el poder, sea este cual sea, renunciamos al control activo y democrático de lo prometido, tantas veces incumplido por nuestros políticos. No olvidemos que ellos fueron libre, pero no siempre acertadamente, elegidos por todos nosotros. _____________________

Amador Ramos es socio de infoLibre

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