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Librepensadores

La mejor España posible, al alcance de la mano

Miguel Ros

A juzgar por lo que leemos y escuchamos estos días, la repetición electoral parece inevitable; y, mientras este miércoles seguía la sesión de control al Gobierno, las palabras y argumentos de los protagonistas parecían corroborarlo.

Los más atentos vieron los plumeros retóricos del relato —el «les hemos hecho innumerables ofertas entre nuestro Gobierno monocolor y su Gobierno de coalición», el «no nos ofrecen ministerios de Estado ni proporcionales a nuestros votos»—. A los telediarios llegaron las cuatro frases de rigor, contextualizadas a gusto del consumidor. La inmensa mayoría compró lo que ya tenía y un día más se añadió la enésima capa de hastío hacia la política.

Ahora que los reproches justificados y los argumentos ni siquiera son novedosos, a la frustración y la incredulidad se suma una profunda tristeza. Porque apena, y duele, ver que hay al alcance de la mano una España de la que sentirse aún más orgulloso y que corre el riesgo de frustrarse por un puñado de escaños o competencias.

Y aunque ya asoma la tentación de resignarse a repetir el voto en noviembre, y aunque a veces ya me imagino la cara de algunos diputados en el hemiciclo, al borde de las lágrimas de impotencia una vez consumado el desastre en la sesión de investidura, me niego a tirar la toalla. Y no es un «no tiraremos la toalla hasta el último minuto» dicho por lo que pueda pasar, como los que quizá, ojalá no mucho, oigamos estos diez días: lo digo con la convicción —y candidez, ya lo sé— de que aún hay margen para el entendimiento sincero.

Al agorero «no hay voluntad real de acuerdo», que evoca intrigas políticas y avaricia de poder, y que solo contribuye a esta profecía que viene autocumpliéndose y a la imagen negativa de los políticos, prefiero el optimista «no existe confianza entre las partes», porque la confianza se puede construir.

Y uno, más allá de las frases de argumentario y los tópicos cotidianos, ve a veces destellos de «humanidad» en el orador, inflexiones en la voz, complicidades, gestos o palabras que lo bajan de la tribuna y lo colocan en la conversación cercana, sincera. «También saben hablar como las personas», se dice uno, y alberga esperanzas, porque eso implica que quizá puedan entenderse como las personas.

¿Que unos y otros se pasan el día rodeados de sus respectivos asesores y núcleos duros, oyendo el mantra de «aguanta, al final cederán»? Pues que quien más ganas tenga de pactar proponga al otro ver el España-Australia —no como machos alfa, sino como líderes electos de sus partidos—, y luego reunirse con sus equipos para poner la primera piedra, otra vez, ¡qué más da!, de una lealtad y una colaboración que, con un poco de tino, podría ser duradera y próspera.

¿Que el PSOE teme por la inestabilidad del Gobierno, y con razón? Pues que Unidas Podemos garantice por escrito, y ya están tardando, un respeto hacia el Gobierno en su conjunto, independientemente de las tendencias electorales futuras, y sobre todo en los temas más espinosos, siendo conscientes de que es una obligación, que no cesión: estarán representando a un país entero, con una sensibilidad muy distinta a la de su votante medio. (Ya se encargarán luego de tirar de pedagogía y explicar las diferencias entre teoría y práctica a guardianes de las esencias varios.)

Sin duda, se me podrá decir que no voy más allá de la capa ingenua de las cosas, que ignoro las jugadas maestras que rigen la política (¡y la vida!) y se comen con patatas el buenismo del «vamos a entendernos», pero lo hecho hasta ahora tampoco ha servido de nada.

A pesar de la decepción que quiere imponernos la realidad, creo que la mejor España posible, con todos sus defectos y con las complicaciones del camino, sigue al alcance de la mano: una España que, frente a los pirómanos, encauce con cordura la cuestión catalana y vuelva a seducir, orgullosa y promotora de su riqueza lingüística y cultural. Que, dentro del inevitable pero ajustable corsé europeo, y aprovechando en buena lid los vientos de la nueva Comisión, abandere las políticas progresistas y humanitarias. Que, por mera inercia y a fuerza de sensatez, talante y pedagogía, arrincone a los que destilan puro odio con sus venezuelas, filoetarras e independentistas.

Una España que el PSOE, con su experiencia y sus números, podría dirigir durante muchos años, y en la que Unidas Podemos —o como den en acabar llamándose todos los que tendrán que estar—, con la lealtad y la prudencia que imponen las instituciones, giraría el timón siempre un poco más la izquierda.

Quiero creer que, sentados esos cimientos de confianza, con unas garantías explícitas; sustituyendo los reproches por el silencio, o poniendo a los recibidos buena cara en lo que queda de negociaciones; y recortando Twitter, el desenlace inevitable puede conjurarse.

Y que las lágrimas en la sesión de investidura sean de tensión liberada y felicidad.

Miguel Ros es socio de infoLibre

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