Librepensadores

Magisterio

José María Barrionuevo Gil

Hasta la santa madre iglesia nos habla de magisterio. Ser maestro o maestra es ser algo y alguien más, que se dedica a que este mundo mejore y que sean más los que aprendan a mejorarse para mejorar nuestro entorno. Nunca se nos ausenta de nuestros pensamientos el recuerdo de aquella persona que fue aquel maestro que nos entendió. Nunca se nos olvidarán aquellos ojos que nos miraban de distinta manera, solamente por ser nosotros quienes éramos. Nunca, a pesar del regimiento de ruidos que nos asedian, dejaremos de oír aquellos silencios cómplices que nos sonaban a perdón. Nunca veremos más capacidad de empatía que, cuando el humor, incluso imprudente, saltaba de nuestros labios, recogía velas y esperaba a que pasara nuestra ventolera...

No siempre los maestros ni los pupilos tuvieron la misma suerte. Si San José de Calasanz abogó y emprendió una obra de magisterio para todos sin distinción de clases, pero, sobre todo, para las clases menos favorecidas, lo pudo hacer porque se marchó y se quedó en Italia. Era seguidor de las propuestas educativas de Juan Luis Vives, que también se tuvo que largar de España por las movidas inquisitoriales de los Reyes Católicos (y tanto). En España, en 1623, según hemos sabido, Felipe IV, contemporáneo de san José de Calasanz y de toda la cultura del Barroco, prohibió enseñar a leer y escribir en los pueblos de España. Se necesitaban manos esclavas e ignorantes.

Tampoco en el siglo XIX y XX tuvieron los maestros muchas atenciones por parte del poder. De todos es sabido cómo se anatematizaba a muchos maestros que suponían un aire renovador en la educación de los españolitos. También sabemos que el cierre de escuelas públicas, que habían sido creadas por la II República, tras la guerra golpista y traidora, sigue en la memoria de todos, al menos a partir de ahora que lo podemos recordar en voz alta.

La eliminación de maestros y la diáspora del magisterio nacional del siglo XX, permitió que hasta sargentos chusqueros (con todos nuestros respetos) de la guerra “incivil” pudieran acceder a plazas de maestro. Al fin y al cabo, cualquiera podía ser maestro.

Con todo, siempre ha habido buenos maestros, pero nunca olvidaremos la paliza que en el año 1954, un maestro del sexto grado de la Primaria de entonces de la Graduada Aneja, le propinó a un compañero. Todavía no sabemos por qué, pero el apellido de aquel niño no se nos olvidó nunca. Recordamos que el compañero caía sobre los pupitres casi sin aliento, bajo las tortas y hasta puñetazos del maestro. El compañero, que ya no volvió, era un chico huérfano y tampoco sabemos si era huérfano natural o artificial. Después supimos, por Francisco Umbral, que “no era el maestro el que nos pegaba”, sino, al parecer, todo el sistema de la dictadura, que no fue capaz de hacer migas con la ONU hasta finales del año 1955. Y todo por las concesiones que España tuvo con el Tío Sam para concederle la implantación de las bases norteamericanas en nuestro sagrado suelo.

Ahora, ya en el siglo XXI, sigue el poder, con sus dicterios, estableciendo unos parámetros de desafecto hacia el trabajo de los maestros, incluso propalando a todos los vientos que los maestros trabajan poco. Muchísimas familias crecen con la desconfianza en los maestros y desarrollan en sus chicos y chicas cierta animosidad hacia los maestros, sobre todo, porque están convirtiendo a la infancia en piezas de cristal que los hace más frágiles, a la vez que más prepotentes por sus falsos reflejos, porque la competitividad vende mucho y la superficialidad lo embarga todo. Los discursos de odio, aunque sea subliminal, suelen ser bastante generalizados y no son buenos compañeros de viaje de una buena educación.

Con todo, recordaremos las palabras de Albert Camus a su maestro, tras recibir el Premio Nobel:

“Querido señor Germain: Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al pequeño y pobre niño que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, nada de esto hubiese sucedido. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece, por lo menos, la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y le puedo asegurar que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted tuvo continúan vivos en uno de sus pequeños alumnos que, a pesar de los años, no ha dejado de ser su agradecido pupilo. Le abrazo con todo mi corazón”.

 

José María Barrionuevo Gil es socio de infoLibre

 

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