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Pablo Casado, entre la hipérbole y el delirio

Amador Ramos Martos

 

“Confundir nuestras propias construcciones e invenciones con leyes eternas o decretos divinos es uno de los más fatales delirios de los hombres” (Isaiah Berlin).

“Cualquiera que se tome a sí mismo demasiado en serio siempre corre el riesgo de hacer el ridículo” (Václav Havel).

El discurso político de Pablo Casado, plagado de hipérboles estrafalarias sin fundamento y de burdas descalificaciones, cuando no insultos humillantes hacia sus adversarios, ha alcanzado un nivel que debiera alarmar a cualquier ciudadano dotado de un mínimo talante democrático y crítico.

Las declaraciones de Borja Sémper al anunciar su retirada de la actividad política dejan en evidencia desde la singularidad del PP vasco, la actitud incomprensible, la degradación argumental y el estilo bronco en extremo del discurso de Pablo Casado.

Su absoluta discapacidad para el entendimiento con sus adversarios (la esencia de la buena política) y su deriva, suicida en mi opinión hacia espacios ideológicos patrimonio de una ultraderecha montaraz, retrógrada y en auge, lo descalifican como líder alternativo de la política nacional.

Desconozco si las soflamas del iluminado líder (¿por cuánto tiempo?) del PP han activado la alarma entre sus impenitentes votantes, algo altamente improbable o entre algunos (no sé si muchos) desconcertados miembros de su partido; algo que sería posible pero sobre todo… deseable.

Pero de persistir mudo el PP ante los desatinos de su líder, enrocado en sus hipérboles, le espera un largo y tortuoso camino para recuperar su menguante credibilidad (hoy puesta en cuarentena) como partido conservador moderado, sensato, dialogante, moderno y flexible.

Liderar el centro derecha político por parte de un PP que corteja a VOX ideológicamente, de momento, a corto plazo es un entelequia. El recurso abusivo de esta figura retórica, la hipérbole, por parte de Pablo Casado evidencia su rechazo de la realidad española. Una España que ėl se niega a reconocer y aceptar como la España de todos y… no solo suya.

Lo que Casado intenta vender, es una versión distorsionada y diseñada a su medida de su España. Una circunstancia que conlleva el riesgo añadido y no menor de persistir en su actitud, de la pérdida de contacto con la realidad del país. Una realidad virtual que intenta justificar con un discurso rayano con el fanatismo.

El argumentario del discurso de Casado a raíz de la crisis desencadenada por el pin parental educativo (una falacia artificial y artificiosa) utilizada como trampantojo ideológico por Vox para hacer ruido político; me inclina a pensar que el líder del PP, ha traspasado el umbral de la hipérbole desaforada, para caer en el delirio ideológico.

Sus alusiones extemporáneas, rozando la enajenación, a Lenin, Stalin, Pol Pot, a la posible delación de los padres por sus hijos adoctrinados sectariamente por el estado totalitario, al inexistente telón de acero o su referencia a ministros comunistas antiespañoles (usar cainita retintín) que reivindican los millones de asesinados por regímenes totalitarios en el pasado siglo XX ponen de manifiesto, un trasnochado delirio ideológico propio de tiempos obscuros y de trágico recuerdo.

Recurrir a contextos histórico sociales pasados y afortunadamente ¿superados? para justificar discursos en una realidad hoy fuera del contexto histórico invocado para justificarlos, es de una falta de inteligencia y capacidad de análisis político preocupante.

Si fue alarmante la aparición de Vox en el ruedo de la política, más debiera alarmarnos el alineamiento en determinados asuntos (como el pin parental) del PP y Ciutadans con el partido de Abascal. A nivel autonómico, donde ambos gobiernan en algunas comunidades (entre ellas la emblemática Comunidad Autónoma de Madrid) el precio democrático y ético a pagar para mantener el poder donde lo ejercen, son las concesiones ideológicas anticonstitucionales exigidas por Vox para apoyarlos.

El fenómeno de la eclosión en Europa de los partidos de ultraderecha, disparó todas las alarmas y determinó la adopción de alianzas preventivas a nivel nacional y europeo por parte de los partidos socialdemócrata, liberal y popular para limitar el impacto político derivado por la aparición de aquellos.

Lo que contrasta con la actitud del PP en el Parlamento Europeo. Donde aliado con lo más granado de la ultraderecha, intenta impedir la salvaguarda de la independencia del Poder Judicial respecto del legislativo y ejecutivo en Polonia. Mientras, farisaicamente, en España el PP y Casado se erigen en defensores acérrimos de la independencia judicial que niegan a aquélla.

El enfrentamiento de los tres líderes de nuestra derecha nacional, en su lucha por erigirse en el macho alfa de su espectro político, provocó la práctica desaparición de Ciutadans. La minusvalía del PP, desubicado ideológicamente y la renuncia a su espacio natural previo, le obliga a compartir poder con Ciutadans allá dónde pueden, y a competir con Vox (en realidad un “socio tapado”) en su intento por recuperar el poder y protagonisno político perdidos.

Un escenario donde Pablo Casado, con su vituperado Pedro Sánchez, ya presidente del Gobierno, Ciutadans jibarizado y Vox al alza, ha vuelto a endurecer su discurso. Reivindicando un modelo trasnochado de ultraespañolismo excluyente de media España, trufado de un añejo y visceral neoanticomunismo, y de una castrante moral social, que la iglesia católica trata de imponer defendiendo con uñas y dientes su protagonismo inadmisible en un estado laico.

Discurso, que a estas alturas, no es de recibo por disparatado, democráticamente injustificable y que se aproxima en el fondo, en las formas y en muchos puntos con el discurso inquietante de Vox. No olvidemos (no me cansaré de recordarlo) la oferta preelectoral, a la desesperada y en el último momento, de Casado a Abascal para entrar el 28A en su Gobierno tripartito de derechas y frustrado democráticamente de forma impecable.

La actitud hiperbólica de Casado en su deriva ultra legitimada por el PP, lo más grave, no es creíble y resulta cuando menos histriónica si no delirante. En cualquier caso, ambas posibilidades revisten al personaje de un aire guiñolesco y ridículo. Con el riesgo añadido, de provocar por méritos propios su autolisis como líder y la fagocitosis por Vox, de su partido.

Amador Ramos Martos es socio de infoLibre

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