Librepensadores

Cuando la izquierda leía

Librepensadores nueva.

Fernando Pérez Martínez

Los españoles, pueblo crecidamente dividido, como corresponde a la esencia de esta peculiar nación de ateos, judíos, moros, cristianos, herejes, paganos, de aquí, de allá …, en el que un solo español encarna tal multiplicidad de facetas que pugnan por imponerse, manifestando su disconformidad e intolerancia interna que uno mismo está permanentemente en guerra, reclamándose simultáneamente propio y ajeno, degollándose alegre y triunfalmente, como es tradición patria. Pero hubo un momento en el que se le añadió una esperanzadora facción. La partida de los lectores cuyas únicas víctimas de miopía y presbicia se cuentan entre los lectores con luz escasa.

Se es lector como se es dipsómano. Por predisposición genética, por herencia familiar, por afición, por gusto y por necesidad de ponerse a salvo de la simpleza con que el poder de cualquier época golpea las neuronas de la población hasta reducirlas al estado de cretinismo pueril que llama modernidad. El lector se asoma al texto desde la humildad de quién se sabe mejorable, para escrutar el mensaje contenido en las letras que alguien combinó minutos o siglos antes movido por la necesidad de transmitir un mensaje que quizá sólo pueda ser entendido por algún desconocido del futuro, en circunstancias inimaginables por los contemporáneos del escriba. Será la curiosidad la que lleve a verificar lo que contienen los signos. Si añade algo que contribuya a despejar la tiniebla. Si incrementa la ilustración, la luz, la experiencia o la capacidad de reflexión que promueva nuestro placer dotándonos de recursos para construir otro futuro que habitar en libertad, distinto al establo predestinado en el que hasta el sexo se convierte en una disciplina de gimnasio y peluquería.

El aforismo “mente sana en cuerpo sano” se degrada hoy como “mente mona en cuerpo mono”. Manteniendo fuera del alcance del iletrado, del bello lerdo que nació con el lastre de saberlo todo desde la cuna, adiestrado en la pasividad por la película sustituta del libro, y por tanto incapaz de aportar ninguna novedad al limitado arsenal de recursos que se le consienten para solventar los problemas que la existencia se divierte planteando cada día. A menudo los hábitos más acendrados, blanqueados como tradición, se aceptan sin pasar por el tamiz del pensamiento, sin parar un minuto a meditar el qué o el por qué han de ser las cosas como alguien dijo que son. Esto hace que desde siglos se reproduzcan conductas o se celebren fastos que a poco que se pasen por el filtro de la reflexión harían variar nuestras vidas desechando lo que maquinalmente repetimos “porque sí” dejando como herencia intelectual a quienes nos siguen y sobre los que tenemos responsabilidad, un páramo duro e inerte en el que el embrutecimiento es la norma… Hoy España es un país de alfabetizados que no de lectores. Hay quién después de salir del sistema educativo no vuelve a leer más que los letreros de las rebajas o los números de la lotería.

Y hay quienes se asoman a los textos buscando sólo confirmar ajenas ideas preconcebidas, creencias, querencias inamovibles, desechando todo cuanto ponga en cuestión adormecedores y sacrosantos tópicos que hacen sentir seguro en un mundo en el que lo único seguro es la muerte… Hubo un tiempo en el que ser lector era casi sinónimo de ser progresista, librepensador inconformista que buscaba en las experiencias ajenas inspiración, argumento, trampolín desde el que impulsar la identidad propia. Hoy el dogmatismo de los años treinta del siglo XX y sus acomodaticios seguidores han producido una generación de amantes del pasado. Para ellos la cumbre del pensamiento social y político se alcanzó en algún rincón pretérito, como los crédulos de las religiones que usan manuales de una humanidad cabrera y trashumante a la que pretenden ajustar la vida de hoy santificando las lacras de violencia, guerras por el supremacismo teísta, racial, sexual, etc., para definir, con etiquetas ideológicas polvorientas y quebradas que aportan nada que valga el esfuerzo. Eres libre: Lee o vive tu condenación.

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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