Cine

‘Días de pesca en Patagonia’: Sorín vuelve a sus historias mínimas

Carlos Sorín

David Bernal

Un momento antes de esta entrevista, Carlos Sorín (Buenos Aires, 1944) tiene que presentar la proyección de su última película en la Casa de América. Lo hace con una brevedad desarmante y, a continuación, le pide al proyeccionista que, por favor, cuando termine corte los títulos de créditos para dar paso al coloquio. “Mis películas son tan cortas que tengo que alargarlos para que lleguen a los 80 minutos, incluyendo en los agradecimientos a gente que no se lo merece” nos explica entre risas. Esta anécdota ilustra la personalidad de un hombre que ha hecho del menos es más un arte, tanto en el cine como en la vida. Quizá porque el éxito le llegó en la madurez y aprendió a desprenderse de lo superfluo. Tras curtirse en el mundo de la publicidad dirigió dos largometrajes, "La película del rey" (1985) y "Sonrisas de New Jersey" (1989), que pasaron desapercibidos. El reconocimiento llegó con "Historias mínimas" (2002) y "Bombón, el perro" (2004), películas pequeñas pero llenas de humanismo, humor y ternura en la que, como hace el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro en sus cuentos, le dio la palabra a aquellos que no la tenían. Ahora, tras la bergmaniana "La ventana" y el ejercicio de suspense "El gato desaparece", vuelve a ese terreno en el que se mueve como pez en el agua.

P. Pensaba que en esta ocasión nos sorprenderías con una película de catástrofes llena de personajes y efectos especiales.

R. ¡No tengo presupuesto para hacer catástrofes!

P. ¿Por qué te fascinan tanto este tipo de historias insignificantes?

R. Creo que es porque son las que puedo hacer. Manejo presupuestos muy pequeños. Pero así me siento cómodo porque tengo poca presión de bancos, productores… y más grado de libertad. Y además son las historias que se me ocurren. Nunca me sale una “película-película” de esas en las que pasan muchísimas cosas.

P. ¿Alguna vez te han tentado de Hollywood?

R. Sí, dos veces. Pero el cine que me interesa no es el que se hace allá.

P. Resulta curioso que alguien que se ha dedicado tanto tiempo al mundo de la publicidad termine haciendo un cine tan despojado y humanista. ¿Existe algún tipo de expiación en ello?

R. (risas) ¿Expiación de culpa? Nunca lo pensé. Pero cuando empecé a hacer cine sí que es verdad que me puse en las antípodas de la publicidad. Son dos oficios totalmente distintos. El objetivo de la publicidad es provocar la necesidad de ir a comprar el producto y apela a cosas en las que en el cine jamás apelarías porque no hay personajes, sino arquetipos: el abuelo feliz, la esposa feliz… El cine es justo lo contrario.

P. En "Días de pesca en Patagonia" la pesca es una excusa para hablar de otras cosas porque el protagonista, en realidad, nunca pesca.

R. Lo de la pesca puede interpretarse como una metáfora, pero no fue la intención. Yo creo realmente que va a pescar y pasarlo bien. Alguien que sale de un infierno como es la adicción al alcohol no tiene momentos de placer o relax y él necesita aire, oxigeno… Él iba a pescar y además ver a su hija. Por supuesto, ver a su hija es más importante, aunque no lo diga.

P. Sorprende que, después de las experimentales "La ventana" y "El gato desaparece", vuelves a las historias mínimas de tus primeros éxitos.

R. Temáticamente vuelvo al periodo de "Historias mínimas". La idea viene de esa época. Pero la puesta en escena de esta película es diferente: está más pensada. No muevo la cámara así como así. Al rodaje no llevé ni steadycam ni travelling para limitarme. No es un problema presupuestario. Quería hacer una película básica y encontrarle una poética a través de esas limitaciones, construirla con la menor cantidad de elementos.

P. ¿Cuál es la relación entre realidad y ficción en tu cine?

R. Los no-actores te dan esa cuota de verdad a mi cine, aunque es relativa, porque, aunque hacen de sí mismos, todo está construido. El cine siempre es una representación de la realidad que está reelaborada o manipulada, sea una película Disney o un documental.

P. ¿Pero dejas improvisar a estos actores no profesionales?

R. Sí, pero dentro de ciertos límites. Nunca les doy el texto. En el rodaje trato de inducirles a que digan lo que yo quiero pero con sus palabras. Es un juego azaroso. Lo que no es improvisado es la estructura narrativa o hacia donde se dirige la escena.

P. Nunca juzgas a tus personajes ni metes el dedo en la llaga. ¿Cuál es tu código ético cuando haces una película?

R. Procuro no ser enfático, incluso cuando soy dramático. Me gusta que las cosas se deslicen como en la realidad, sin grandes exaltaciones. Es algo muy mío y siempre va a ser así. Como Chéjov, que tanto ha influido en mí, siempre trato de aplanar.

P. No eres un cineasta comercial pero tampoco uno de esos autores herméticos. ¿Tú cómo te ves?

R. Nunca trato de ubicarme dentro del mercado o la legión de realizadores. Simplemente trato de contar historias que me parece que están bien y me interesan. Eso es fundamental.

P. ¿Pero estás de acuerdo en que en algunos festivales existe demasiada pedantería?

R. A veces hay una especie de feria de vanidades, pero son un escaparate fundamental para el tipo de cine que yo hago.

P. Hace una década se estrenaron una serie de títulos –"Nueve reinas", "El hijo de la novia" o "Historias mínimas"– que entusiasmaron a la crítica y el público. ¿Qué fue del boom del cine argentino?

R. Surgió en el peor periodo de la crisis, pero como todo boom después se estabilizó. Todavía se producen películas, mucha malas, pero algunas rescatables.

P. ¿Es el confort el peor peligro de un creador?

R. Creo que sí. Muchas de las películas que más me interesan fueron hechas en el momento más crítico y de más necesidad… Cuando las cosas cuestan y no tienes dinero tienes que encontrar otras variantes y darle más vueltas.

P. He leído que una vez se manipularon unas declaraciones tuyas y desde entonces eres cauto en tus respuestas.

R. Sí, era un reportaje de la página de cine pero la pregunta se refería a la realidad socio-política que vivimos. Contesté y el titular estaba completamente tergiversado y alineado con la línea editorial del diario. Por eso procuro no hablar de estos temas, no porque no me interese, sino porque hay tal crispación que es muy peligroso. Después de esto me encontré con Juan José Campanella y decía lo mismo. O tienes tu propio twitter para dar tus opiniones o mejor te callas la boca.

Él, como si fuera uno de sus personajes, no tiene twitter.

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