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Cultura

'El día de mañana': la ambigüedad moral de la dictadura

El director Mariano Barroso junto a Oriol Pla y Aura Garrido, durante el rodaje de 'El día de mañana'.

"Justo es la representación de la dictadura; turbio, canalla, irracional; su degradación es la del régimen". Está claro que Justo Gil no es ningún héroe. Porque quien hablaba así de él era su creador: el escritor Ignacio Martínez de Pisón, que le inventó para protagonizar El día de mañana, novela publicada en 2011 que ahora Movistar+ transforma en serie de televisión. Justo Gil, un buscavidas que trata de hacerse un hueco en la España de los sesenta y setenta tiene una segunda oportunidad de redención de la mano del cineasta Mariano Barroso y de su coguionista Alejandro Hernández. La saga de seis capítulos llega a esta cadena de televisión de pago el viernes 22 y su Justo (Oriol Pla) es igual de taimado, felino y contradictorio como el que transitaba por el papel. 

¿Quién es Justo Gil? Diciéndolo de manera sencilla, Justo Gil es un emigrante almeriense que llega a Barcelona en 1966 para buscar un trabajo que le permita curar la misteriosa enfermedad de su madre, que en los últimos meses ha ido perdiendo facultades y no responde ya a ningún estímulo. También es un "aprovechado", un "mentiroso" o un "arribista", según le describen varios de los personajes, que no duda en estafar a su enamorada, negar a su familia o vender a sus amigos con tal de lograr su objetivo, tan claro en su mente como difuso para los demás. A esa pregunta trataba de contestar la novela echando mano del relato coral, dejando que sus conocidos le describieran. Su éxito consistía precisamente en fracasar: Justo, carismático y calculador, se escapaba por entre las grietas de un retrato poliédrico que afirmaba una cosa y la contraria. La serie utiliza el mismo dispositivo: habla Carme Román (Aura Garrido), a quien le une algo que se podría quizás llamar amor y que habla de él con una ternura incomprensible; habla Mateo Moreno (Jesús Carroza), agente de la Brigada Político-Social con quien traba una extraña amistad que va más allá de su turbia relación laboral. Y otros tantos en los que Justo Gil deja huella, con frecuencia más para mal que para bien. 

Con la publicación de la novela, los críticos también se entregaron a ese juego de tratar de apresar al personaje. "Justo es un trasunto de la España de la época, de su encanallamiento y su mediocridad generalizados, de su grisura esencial", decía el escritor Javier Cercas. "No es una novela de víctimas; es una novela sobre mayorías sociales casi siempre invisibles para la mayoría de las novelas", apuntaba el ensayista Jordi Gracia, que añadía: "La novela sobre todo trae a la memoria de hoy la ambigüedad moral de la vida bajo la dictadura y bajo el subdesarrollo". Aura Garrido apunta, por su parte, a un "paralelismo con la época": "Justo, Mateo y Carme son tres huérfanos que buscan su identidad y su lugar en el mundo. Había algo de eso en aquel momento, de esa búsqueda entre los escombros o las nuevas posibilidades".

Y también habla Justo Gil. "Estás hablando de mi pasado. Y yo no soy mi pasado", se excusa elocuentemente ante otro personaje. "Todo lo que he hecho lo he hecho por mi madre. Sé que tengo muy difícil conseguir el perdón de ustedes, pero sé que alguien en algún lugar conocerá toda la verdad, y ese alguien me perdonará", dice ante un jurado que bien podría estar compuesto de lectores... o de espectadores. 

Transición sin heroísmo

Cuenta Mariano Barroso que él abandonó Barcelona siendo un niño justo en 1966. "Recibí el proyecto como un regalo [del productor Fernando Bovaira, que le propuso la serie] porque era volver a Barcelona en el año 66", recuerda. Regresaría a una ciudad distinta, y no solo porque esta haya sido recreada en sus calles o en estudio durante las 15 semanas de rodaje. También porque él no era ya un niño. "Mis hermanos mayores eran militantes antifranquistas, conocía muchas anécdotas y las tenía todas idealizadas, porque todo aquello me parecían aventuras". El mundo que dibuja Martínez de Pisón, incluso el de la izquierda que combatía el régimen, está desprovisto de heroísmo. Lo decía, de nuevo, Gracia: "Es una narración pensada para quitarnos alegrías jactanciosas sobre la Transición (sin cargarse la Transición)". El propio autor decía sobre el proceso de cambio político: "No se puede exigir más: la realidad era esa; una parte de la policía organizando los grupos de ultraderecha, pasándoles armas y dejándoles hacer… Se llegó a una democracia tan débil que casi no aguanta ni el 23-F". 

Barroso explica que la crítica ha aguantado la traslación de la novela a la televisión: "Estaba la decisión de ser fieles a su espíritu, y con esa misma claridad y rotundidad que están contadas las cosas en la novela, contarlas en la serie. Sin edulcorar y sin paños calientes". La Barcelona de los sesenta y setenta que se dibuja aquí está lejos de la nostalgia familiar que han podido dibujar relatos como Cuéntame. Aquí se aprecia la connivencia entre los distintos poderes, la inexistente permeabilidad entre clases, la especulación urbanística, la violencia del Estado, la represión sufrida por mujeres y homosexuales, la superficialidad con la que la gauche caviar hablaba de revolución... "Si fuera la vida tan fácil como para decir: ‘No, los que son de izquierdas son todos buenos, y los que son de derechas son todos malos’...", lanza Barroso encogiéndose de hombros. 

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En los personajes de Jesús Carroza y de Oriol Pla hay algo, defienden de inconsciencia. "Son dos personajes que se parecen mucho", lanza el segundo. Aunque uno sea policía y otro su confidente, su rata. Carroza habla de su Mateo: "Él ha sido creado en un orfanato, nunca ha tenido ningún referente familiar, ha sido criado por el régimen, a quien cree que le debe todo. Cuando entra a la policía, solo piensa que lo está haciendo bien". Le releva Pla hablando de ambos: "No se cuestionan cosas hasta que no las han pasado. Es gente que mira para sí misma, intentan labrarse algo y no quieren cambiar el mundo. Ni se lo plantean". Eso decía, más o menos, Martínez de Pisón de la clase media de aquella época, "protagonista de la historia, pero que en realidad no hizo nada": "No eran franquistas, pero tampoco activamente demócratas". Los actores dejan abierto un interrogante: "Seguramente ahora no nos planteamos cosas de las que más tarde nos arrepentiremos". 

Entre la oscuridad, hay un punto de luz. Es Carme Román, un personaje femenino, dice Aura Garrido, "tratado en profundidad, con una entidad propia, algo que como actriz no siempre te encuentras". "Ella empieza teniendo un trabajo como tantas mujeres de su generación, que tenían sus vidas pero no habían tenido la posibilidad de elegir", apunta la actriz. Desligándose poco a poco de su tío, de sus amantes, Carme termina labrándose un destino. "Yo pensaba mucho en mi madre y en sus hermanas, en toda esa generación", admite Garrido, que dice haber sentido "más presión" con este personaje que con, por ejemplo, su Amelia Folch de El ministerio del tiempo, una mujer del XIX: "Aquí hay aún una memoria viva, quería entender realmente al personaje, no quedarme con el constructo o la percepción que tengo en mi cabeza".

¿Y quién es Carme Román? Habla Mariano Barroso: "Cuando planteamos la serie dijimos que uno de los conceptos era que había una España vieja, que encarna Karra Elejalde [el comisario Landa, responsable aquí de las torturas de Vía Laietana], en contraposición con la nueva España, a punto de nacer". Esa es Carme, la verdadera esperanza de un oscuro día de mañana. 

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