Series televisión

El mecanismo de 'Better Call Saul'

Bob Odenkirk como Jimmy McGill en 'Better Call Saul', de Vince Gilligan y Peter Gould.

Emmanuel Burdeau (Mediapart)

La cadena estadounidense AMC emitía hace unos días el último episodio de la temporada 4 de Better Call Saul (emitida en España por Movistar+). Así terminaba una de las fases más deslumbrantes de la televisión contemporánea. Provisionalmente, porque está prevista al menos una quinta temporada. 

La serie, sin embargo, no había comenzado tan bien. Cuando Breaking Bad terminó y Vince Gilligan anunció que quería crear, junto a Peter Gould, un spin-off alrededor de los años de formación del personaje del abogado corrupto a más no poder Saul Goodman —con el nombre real de Jimmy McGill—, se creyó que los dos hombres no se proponían más que regalarse un recreo. Las dos primeras temporadas confirmaron ese pronóstico. No es que les faltaran fuerza, sino que el tono era demasiado guasón, y demasiado mecánicas las idas y venidas entre el Jimmy bueno y el malo, entre el jurista concienzudo y el estafador incorregible. En este marco, la introducción de su hermano mayor Charles no podía ser más que reveladora: del mismo modo que este tenor de la abogacía no podía evitar despreciar a su hermano pequeño, la seria parecía, de tanto en tanto, querer someterle al juicio de una especie de buena conciencia. 

Era comprensible. Si Breaking Bad había sido la historia de un profesorcillo de química que se gira súbitamente hacia el mal, Better Call Saul sería, al contrario, la de un hombre que se toma el mayor tiempo posible, y con las mayores dudas posibles, para hacer el mismo giro. Y como además todo el mundo sabía cómo era Saul, era demasiado tentador alargar el placer. Había, sin embargo, un serio inconveniente: queriendo dotar de un pasado, y por tanto de excusas, a ciertos personajes de Breaking Bad, Gilligan parecía ceder a las facilidades de la psicología y de los flashbacks explicativosflashbacks

¿En qué momento empezaron a cambiar las cosas? Recordamos, en la temporada dos, la apertura admirable del episodio 8, un largo plano secuencia que acompañaba con música el paso de un camión en la frontera entre México y Estados Unidos. Recordamos momentos maravillosos en la tercera temporada. Pero es con esta cuarta cuando Better Call Saul se ha convertido en una gran serie, hasta el punto quizás de sobrepasar a Breaking Bad. Es, en todo caso, lo que defienden algunos. 

¿Es simplemente que Gilligan y Gould han dejado caer la psicología y sus explicaciones siempre a la vez demasiado pesadas e insuficientes? Es sin duda una visión demasiado superficial. No obstante, desde que las series están en su punto álgido, ha habido grosso modo dos maneras de proceder. Bien se ha buscado humanizar un género hasta ese momento constreñido por sus formatos, dar profundidad a sus relatos, darle espíritu y alma, una altura y una amplitud de miras que solo el cine había ofrecido hasta ese momento. Esto dio Los Soprano, dio The Wire... No unas series cualquiera. O bien, al contrario, se buscó empujar los formatos, no darle la espalda a las servidumbres televisivas sino a abrazarlas, a ir tan lejos como fuera posible en la mecanización de los afectos y de las historias, su industrialización incluso. En resumen, inventar un arte nuevo a partir de lo que, a priori, se opone a todo atisbo de arte. 

Breaking Bad había dado pasos decisivos en ese sentido. Pero Better Call Saul va en efecto más lejos. Justamente porque es una serie en apariencia menor y que lo menor podría ser el otro nombre de ese esfuerzo. Hasta ahí, lo que las series habían aportado concernía ante todo a la narración. Vince Gilligan es uno de los pocos en pensar en la serie como forma. Cualquiera que sea sensible a eso, sensible a la idea de que podría haber una originalidad formal de las series, no puede más que sentirse cautivado por su trabajo. Eso no quiere decir, por supuesto, que todo sea irreprochable: como Breaking Bad, Better Call Saul no es avaro en coqueterías ni en efectos. Pero hay que creer que estos son necesarios en la invención. O, más bien: estas coqueterías y estos efectos coinciden ya con el cliché. 

Me explico. Todo el mundo sabe cómo funciona un episodio de una serie: la narración pasa de un segmento del relato a otro, a veces incluso sin esperar a que la escena llegue a su fin, y de tanto en tanto los segmentos se cruzan, a fin de que el espectador no se confunda demasiado y no pierda de vista que todo eso compone una unidad. Estas idas y venidas son artificiales y un poco agotadoras, a veces pueden marear, pero forman parte del género y nadie pensaría en quejarse. Better Call Saul funciona de otra manera. Cada escena es más que una escena: una totalidad cerrada, una pequeña película que se basta en sí misma... Estaríamos tentados de decir: un programa independiente. Gilligan y Gould no interrumpen nunca un proceso en marcha para pasar a otra cosa. Van hasta el final. Luego llega el fundido a negro. Y se pasa a la siguiente escena, es decir, al siguiente bloque. 

Gente haciendo cosas

Esto no significa que cada bloque deba decir todo lo que tiene que decir para que se pase al siguiente. Al contrario, porque la mayor parte del tiempo la acción propia de cada bloque revela, a la vez y contradictoriamente, la praxis más pura y el enigma más completo. Jimmy pinta una vitrina, Mike hace chapuzas o monta una cosa, se carga en un camión un hombre con capucha, se extienden trozos de cristal en la carretera, Kim tiene de repente una pierna escayolada, Mike monta en un pequeño vehículo y se pasea en silencio por un hangar, Jimmy toma el autobús y empieza a escribir una postal tras otra, etc. Better Call Saul es una serie que no deja nunca de mostrar a gente haciendo cosas, con sus manos y con su cabeza. Cada bloque es como una fábrica que se hubiera montado por la noche, un taller improvisado, un asunto que marcha como la seda o que se para, al contrario... Pero es también una serie que no empieza nunca diciendo a su espectador a qué viene todo eso. No se descubren las cosas más que a medida que se hacen. 

Es verdad que Better Call Saul se parece en esto a cualquier otra serie: se desarrolla, no hace más que desarrollarse, gana tiempo en espera de la próxima escena, del próximo episodio... Pero ese desarrollo es nuevo en el sentido de que asume como nunca antes una indiferencia o una autonomía puramente mecánica. Los procesos siguen su curso, de manera a la vez necesaria, fatal y profundamente cómica: una enésima estafa de Jimmy, un plan maquiavélico más para Gus Fring, una nueva demostración de fuerza por parte de Mike, una proeza jurídica suplementaria de Kim. Pero todo esto sigue siendo de un laconismo total. Descargado de toda concesión a lo humano. Y mucho más gracioso por eso. 

Flujo y clausura, así funciona esta serie, como un grifo de imágenes que a veces cambiaría de temperatura. Sé bien que nunca se ha hablado bien de un "grifo de imágenes". Hasta aquí, teníamos razón. Pero ahora está Better Call Saul. Y como Jimmy adora los juegos de mesa tanto como Mike el bricolaje, como uno tiene su bingo y sus estatuillas y el otro sus herramientas, como Gus además es un habilidoso cocinero, pasa que tenemos la impresión de mirar una cadena de teletienda o de jardinería, una tirada de lotería o un programa culinario. Salvo que se cuenta con los dedos de una mano los programas de este género que generen el placer que procura Better Call Saul

Podríamos decirlo de otra manera. Hay, vuelvo a ello, dos maneras de hacer televisión hoy. Se puede romper la pequeña pantalla, abrir la caja de imágenes, exponer los afectos y los destinos a cielo abierto, tratar de contar la historia del mundo o la de una familia por medio de un género que dispone del tiempo necesario para ello pero no, a priori, de la envergadura necesaria. Las grandes sagas seriéfilas de los años 2000 nacieron de esta ambición. Pero no se le habrá escapado a nadie que desde hace una década estas mismas sagas han desaparecido, con escasas excepciones, de las pantallas. 

O se puede adorar la pequeña pantalla, cerrar la caja de imágenes con dos candados, divertirse construyendo pequeñas máquinas, narrar y filmar historias herméticamente cerradas. Se puede sacar el destornillador y hacer de manitas. En vez de abrir la tapa, trabajar bajo techo y encontrar ahí lo mejor del mundo. Juzgar a la pequeña pantalla no lo es lo suficiente y dividirla en pedazos todavía más minúsculos... Es así como lo hacen Gilligan y Gould. Cajas y cajas en las cajas, y acuarios y cofres, los figurines y los documentos falsificados, los hangares y las casas, las casas en hangares, se encuentran por millares en Better Call Saul, empezando por esa extraordinaria urbanización construida como al vacío por los ingenieros animales de Fring. 

He dicho que, llegada a la cuarta temporada, Better Call Saul había abandonado la psicología que hasta ese momento le obstaculizaba. No es verdad. Nunca es verdad: no hay grandes obras sin psicología. Sería demasiado fácil si fuera el caso. Pero todo depende del uso que se haga de ella, de los lugares donde escojamos reintroducirla pese a todo. La cuarta temporada de Better Call Saul es también, y más aún que las precedentes, una extraordinaria historia de amor, la que liga a Jimmy y Kim. Su relato pasa igualmente por automatismos, repeticiones, rituales ofrecidos sin frase alguna —el cepillado de dientes matinal, por ejemplo—. Pero pasa también por una larga explicación cargada de resentimiento y de afecto que, milagrosamente, nos libra del gafe de la pelea doméstica. 

Una última cosa. Hay una paradoja en Better Call Saul. Como se vió en Breaking Bad, sabemos que todo va a acabar mal, que Jimmy va a caer del lado oscuro de la justicia y convertirse en Saul Goodman, que la historia con Kim va a romperse, que se lo va a llevar el cinismo... Y sin embargo... Sin embargo creemos, creemos que esto puede no ocurrir. ¿Sí? No, no tanto. Y sin embargo esta serie que, en el fondo, no es alegre, nos hace felices.

  Traducción: Clara Morales

Mucho mejor la ficción que la realidad

Lee el texto en francés: 

 

Más sobre este tema
stats