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Jordan B. Peterson: ¿un liberal provocador o un ideólogo de la extrema derecha?

El psicólogo canadiense Jordan B. Peterson en una charla en Dallas, Texas.

¿Quién es ese tal Jordan B. Peterson? La semana pasada, el público español no tendría ninguna razón para saberlo, pero ahora el nombre del intelectual canadiense parece estar en todas partes. El 13 de noviembre el grupo Planeta ponía en marcha la ubicua campaña de promoción de 12 reglas para vivir. Un antídoto al caos, el último libro de este profesor de Psicología y psicólogo clínico tan popular como polémico. Las cifras del volumen, una suerte de libro de autoayuda, no son desdeñables: dos millones de ejemplares vendidos en inglés desde el pasado enero, según la editorial, y los derechos de traducción cedidos a 50 idiomas, incluido el español, que le da acceso al mercado latinoamericano. Peterson tiene, además, 1,5 millones de suscriptores en Youtube y más de 900.000 seguidores en Twitter

Un fenómeno como este no ocurre todos los días, en términos económicos, pero el caso de Peterson es también un asunto político: los medios anglosajones, en los que aparece con cierta regularidad desde hace alrededor de dos años, se dividen entre definirlo como un héroe contra la "corrección política" o como un ideólogo de la extrema derecha más misógina y transfóbica. Pero su defensa de la necesidad de una desigualdad competitiva y una jerarquía alarman también a quien ven en ella un nuevo darwinismo social que justificaría el dominio de los hombres blancos adinerados. 

Por eso Jordan B. Peterson no llega a la prensa española como un experto en su propio campo —ha impartido clases en Harvard y enseña en la Universidad de Toronto—, sino como polemista. Esa es la faceta que le ha brindado su fama en Canadá primero y luego en Estados Unidos y Reino Unido, y esa es la que reflejan los medios nacionales. Titular de su entrevista en la revista Papel, de El Mundo: "Feminizar a los hombres a la fuerza los acerca al fascismo". El País: "Asociamos masculinidad con tiranía y eso es muy duro para los jóvenes". Cayetana Álvarez de Toledo, exdiputada del Partido Popular y portavoz de la plataforma antiindependentista Libres e iguales —además de embajadora de Peterson en España con una entrevista en El Mundo el pasado febrero— presentaba 12 reglas para vivir el pasado martes en la Universidad Francisco de Vitoria, centro privado y católico situado en Pozuelo de Alarcón (Madrid). 

Camille Paglia, intelectual estadounidense —y conocida por ser una "feminista antifeminista"— le define como "el pensador más importante e influyente de Canadá desde Mashall McLuhan". El ensayista y novelista indio Pankaj Mishra ve en sus ideas un peligroso reflejo del fascismo. El New York Times le ha dedicado al menos un perfil y tres columnas de opinión, y su nombre aparece con mucha más frecuencia citado dentro de reportajes sobre la masculinidad blanca, o la intelectualidad de la dark web, o las fake news. Jordan B. Peterson no llega inmaculado al mercado español: este es el contexto en el que ha nacido una estrella de la autoayuda que parece ser mucho más que eso.  

¿Cómo se hizo famoso Jordan B. Peterson?

Peterson es un personaje complejo. En 1991 se doctoró en psicología en la Universidad McGill, una de las más prestigiosas de Canadá, y allí permaneció hasta 1993, compatibilizando atención clínica e investigación. Pasó luego cinco años investigando y enseñando en Harvard como profesor contratado doctor, antes de llegar como profesor titular a la Universidad de Toronto, donde sigue combinando investigación y docencia con la práctica clínica. Según la plataforma Google Scholar, Peterson aparece citado en casi 10.500 publicaciones académicas, y su trabajo está bien considerado en campos como el de la psicología de la personalidad o psicología de la religión. 

 

Pero no es su prestigio académico lo que le ha dado fama. Sus primeras apariciones públicas sucedieron en 2016, cuando el Parlamento canadiense aprobó la conocida como Bill C-16, una normativa que incluía la identidad de género y la expresión de género dentro de los supuestos protegidos por la ley de derechos humanos, donde ya se encontraban raza, nacionalidad, religión o identidad sexual, entre otros. Esto significaba que quien denegara un servicio o un empleo a un individuo por su identidad o expresión de género —lo que afectaría principalmente a personas trans o no binarias— podría ser castigado, y que a partir de ese momento se consideraba un crimen promover el genocidio contra estos grupos.

Entonces, Peterson lanzó una serie de charlas en Youtube tituladas Un profesor contra la corrección política en las que protestaba contra la ley y criticaba los conceptos de identidad de género y expresión de género, cuestionando que exista una diferencia entre el sexo biológico y el género, y negando por tanto que una mujer trans sea una mujer, que un hombre trans sea un hombre o que puedan existir las personas que no se identifican con ninguno de los dos géneros. El académico explicaba también que no pensaba referirse a sus alumnos con los pronombres que le pidieran —si, por ejemplo, una alumna trans registrada como un chico en la lista de clase le pidiera que se refiriera a ella con un nombre femenino y pronombres femeninos—.

Jordan B. Peterson aseguraba en esos vídeos que su negativa a asumir un lenguaje impulsado por "la corrección política" podía ser considerada ilegal bajo la nueva ley. "Si me multan, no voy a pagar. Si me meten en la cárcel, voy a hacer huelga de hambre (...). No voy a usar la palabras que otras personas me pidan usar. Especialmente si han sido inventadas por ideólogos de la extrema izquierda", reivindicaba. Varios juristas explicarían, tras la aparición del vídeo, que esto era falso: el mal uso de los pronombres no constituía un delito de odio, quedaba muy lejos de promover el genocidio contra las personas trans, y en cualquier caso las penas que podía imponer el Tribunal de Derechos Humanos de Ontario no incluían la cárcel.

En medio de la polémica, Peterson recorría las televisiones del país y ocupaba titulares, mientras parte de los estudiantes protestaba contra él en su universidad. A partir de ahí, la popularidad del profesor fue creciendo gracias a las charlas colgadas en su canal de Youtube — y que cubren los temas más diversos, desde interpretaciones de mitos bíblicos hasta clases de más de una hora sobre psicometría—, discusiones públicas con intelectuales de izquierdas, conferencias en distintos auditorios —siempre llenas— y una creciente presencia en los medios. Peterson recibe, además, 80.000 dólares al mes en donaciones de sus fans a través de la plataforma Patreon, según recogió en mayo el New York Times

¿Qué es 12 reglas para vivir?

En un hotel de Madrid, donde Peterson hace una parada dentro de su larga gira europea, que le ha llevado ya por Finlandia, Suecia, Dinamarca, Noruega, Países Bajos, Reino Unido, Escocia e Irlanda. Con su característico traje de tres piezas y ante seis medios digitales que van desde Libertad Digital hasta infoLibre, Peterson explica cómo su último libro pasó de ser un hilo de Quora —una red social que permite responder preguntas de otros usuarios— a un volumen de más de 500 páginas. "Fui contactado por un agente que había visto mis vídeos de Youtube y me propuso escribir un libro más accesible para el gran público", cuenta el canadiense. Quiere decir más accesible que Maps of meaning, su anterior título, que pasó  más o menos desaparecido cuando se publicó en 1999 pero se ha convertido, en formato audiolibro, en un best seller del New York Times.

Pero 12 reglas para vivir no es un libro especialmente accesible. Se estructura en 12 capítulos está aparentemente clara: todos comienzan con un consejo sencillo, como "Enderézate y mantén los hombros hacia atrás" o "A la hora de hablar, exprésate con precisión". Pero esas reglas que acercan el título al género de la autoayuda se diluyen pronto en los intereses habituales de Peterson, ya esbozados en su anterior libro: reflexiones sobre la mitología de la Biblia trenzadas con esbozos de la doctrina de Carl Jung, anécdotas personales y disquisiciones sobre temas diversos, con una preferencia marcada por las diferencias entre los géneros y la influencia, en su opinión malsana, del marxismo en la vida política y cultural. 

Así, en un capítulo dedicado a la necesidad de decir la verdad, pasa de una anécdota de su práctica clínica sucedida en un pabellón de personas internadas en un hospital psiquiátrico a una historia sobre la relación con su casero, y de ahí pasa a una descripción de las "mentiras de vida", y de ahí a un discurso filosófico donde aparecen Kierkegaard y san Marcos. Pero, aunque Peterson defienda que es un título libre de ideología —el canadiense advierte a menudo sobre el efecto pernicioso de las ideologías, que ve como un lastre para la responsabilidad individual que defiende—, entre salto y salto se detecta alguna idea que sorprenderá —y preocupará— a más de un lector. 

En el capítulo dedicado a la norma "No permitas que tus hijos hagan cosas que detestes" habla, por ejemplo, del "aborto selectivo por sexos" que se practica "en lugares como la India, Pakistán o China". "No hay prueba alguna de que este tipo de ideas sean estrictamente culturales", dice el autor. "Existen razones psicobiológicas plausibles que explican la evolución de este tipo de actitudes y que no resultan gratas desde una perspectiva moderna e igualitaria. Si las circunstancias te obligan, digamos, a jugártela a una sola mano, un hijo es una apuesta mejor —por estrictos motivos de lógica evolutiva— cuando lo único que cuenta es la proliferación de tus genes. (...) Desde una perspectiva profundamente biológica, hay razones por las cuales los padres puedan tener tal preferencia por la descendencia masculina y quieran eliminar los fetos femeninos (...)". 

¿Cuál es su lazo con la alt-right?

En sus apariciones públicas, así como en su libro, Peterson trata de guardarse de ser identificado claramente con una corriente política, situándose en lo que él identifica como centro. En el encuentro organizado con varios medios en Madrid, por ejemplo, ofrece diagnósticos para la izquierda y para la derecha, todo alrededor del concepto de jerarquía, sobre el que vuelve a menudo: "el problema de la derecha es que hay una inclinación clara a defender las jerarquías, que lo que puede suponer es una defensa ciega del status quo", y "el problema de la izquierda es que la compasión por los desposeídos puede volverse odio a los exitosos y falta de gratitud por los beneficios de las estructuras jerárquicas".

Pero sus análisis políticos son, digamos, creativos: alaba el respeto de la derecha por las jerarquías, que considera necesarias a nivel biológico, y critica el supuesto desprecio de la izquierda por ellas. Pero, a la vez, el psicólogo es muy conocedor de la historia de la URSS —su interés por este período histórico va más allá: su casa está decorada con propaganda soviética—, cuya organización política estaba fuertemente marcada por la jerarquía de partido. Y no son, desde luego, imparciales. Peterson es especialmente crítico con el marxismo y el posmodernismo —ataca con frecuencia a los filósofos franceses Derrida y Foucault—: el segundo sería, dice, el disfraz del primero, que acecha a las sociedades occidentales. Igualmente, el "marxismo cultural" estaría dejando según el canadiense a disciplinas como las Humanidades y el Derecho en manos de la "izquierda radical". "Los intelectuales occidentales de izquierdas [son cómplices] de los horrores del siglo XXI", llega a asegurar en uno de sus vídeos más populares, titulado Políticas identitarias y la mentira marxista del privilegio blanco, que suma más de 1,6 millones de visualizaciones. "La diversidad, la inclusividad, la equidad... todos esos elementos hacen una mezcla muy tóxica", decía en una intervención televisiva.   

Con este tipo de declaraciones, no es extraño que parte de su base de fans se identifique con la extrema derecha, y que una gran parte de los medios le hayan nombrado "ideólogo de la alt-right". Él no está de acuerdo con esa asimilación. "Es absurdo", dice, a preguntas de este periódico. "La gente habla de la alt-right sin saber lo que es. Si se refieren al etnonacionalismo, cualquiera que haya leído mi libro ve que esta asociación no tiene sentido, y por la respuesta que dan estos etnonacionalistas a mis ideas se ve que no son amigos míos". Y, efectivamente, hay numerosos vídeos en los que Peterson ataca a la extrema derecha —aunque estos no se encuentran entre sus charlas más populares—. El académico continúa: "Es una idea que conviene a la extrema izquierda, porque son incapaces de lidiar con el contenido de lo que digo. Han preferido expulsarme a una esquina extremista". "Tengo docenas de charlas sobre los riesgos del fascismo, y he enseñado durante treinta años a mis alumnos sobre el colapso de la responsabilidad individual que se produjo justo antes del nazismo y cómo llevó al auge del fascismo. Cómo con estos argumentos se ha llegado a esta asociación se me escapa", concluye.

En su artículo publicado en The New York Review of Books, Pankaj Mishra analizaba cómo algunas de las ideas que conforman el pensamiento de Peterson —la fascinación con el mito como respuesta a un mundo incontrolable, el lazo entre la "feminización" del hombre y el colapso de la civilización, el rechazo de las políticas de igualdad— eran compartidas también por muchos de los intelectuales fascistas. La respuesta del canadiense fue dura; en Twitter, no dudó en llamar al ensayista "arrogante, racista, hijo de puta", y añadía: "Si estuvieras en mi habitación en este momento, te abofetearía con gusto".  

¿Es Jordan B. Peterson misógino?

Que Peterson no es ningún amigo del feminismo no es difícil de demostrar. "La idea de que las mujeres han sido oprimidas a lo largo de la historia es una teoría desastrosa", ha asegurado. En un tuit en el que hacía referencia a un mensaje de Justin Trudeau, primer ministro canadiense, definió el feminismo como una doctrina "asesina". No resulta incoherente que Peterson niegue la existencia de la brecha salarial o asegure que hay motivaciones biológicas para la desigualdad entre los géneros: "La gente que dice que nuestra cultura es un patriarcado opresivo", explicaba en una entrevista con el New York Times, "no quiere admitir que la jerarquía actual puede estar basada en la competencia". Se atreva a decir incluso, en la entrevista de El País, que la violencia machista "suele ser una consecuencia de la falta de proporcionalidad en la fuerza", ya que "si una mujer pega a su marido es probable que no le haga demasiado daño".

Pero más allá de su rechazo al feminismo, Peterson tiene sus propias teorías sobre las relaciones entre géneros. Quizás la más conocida es su defensa de que "el caos, lo desconocido, se asocia simbólicamente con lo femenino" y "el orden, lo conocido", a lo masculino. En términos de análisis simbólico de una cultura patriarcal, esta idea la firmarían también críticas feministas. Pero el canadiense añade que "hay razones" para esta asociación: "No puedes cambiarlo. No es posible. Está bajo todo. Si cambias esas categorías básicas, la gente ya no sería humana". 

Pero hay otras ideas algo más oscuras, si quien las lee es una mujer —y el propio Peterson ha aclarado que el 80% de sus seguidores en Youtube son hombres—. El canadiense hace una comparación entre el comportamiento sexual de las langostas, un animal que se ha convertido en un símbolo para sus seguidores, y el humano. "Las langostas hembra", dice en su libro, "identifican al macho dominante con rapidez y, acto seguido, pasan a sentir por él una irresistible atracción". Si "el macho dominante" consigue "el mejor acceso al terreno de caza" y "la chicas", el que no lo es —y aquí pasamos a los humanos— tendrá menos posibilidades de encontrar casa, trabajo, "una pareja sana y atractiva" y se verá empujado "a abusar de la cocaína o el alcohol". Esta idea se repite a lo largo de todo el libro: "A las chicas no les atraen los chicos que son sus amigos (...). Les atraen los chicos que ganan competiciones de estatus frente a otros chicos". 

Peterson defiende también que las mujeres son más exigentes que los hombres a la hora de emparejarse y que eso genera una desigualdad. "Es la Mujer, en el papel de la Naturaleza, la que mira a la mitad de los hombres y les dice: '¡No!'. Para los hombres, se trata de un encuentro directo con el caos, algo que sucede con una fuerza devastadora cada vez que no consiguen una cita". En la entrevista con el New York Times ya mencionada, habla del joven que atropelló mortalmente a diez personas en Toronto, un autodeclarado incel —abreviatura de "involuntary celibates", "solteros involuntarios"—, grupo que defiende una "redistribución sexual" para que todos los hombres tengan acceso al sexo. "Estaba enfadado con Dios porque las mujeres le rechazaban", dice el académico. Y proponía una respuesta: "La cura para eso es la monogamia forzosa". 

'¿Cómo conversar con un fascista?'

'¿Cómo conversar con un fascista?'

Pero Peterson niega a este periódico que dijera tal cosa: "La periodista lo tergiversó a sabiendas". "Nadie en la historia de la humanidad ha defendido la monogamia forzosa", se defiende, asegurando que se trata de un término antropológico que describe un "conjunto de hábitos sociales que existen de manera implícita para animar a las personas a tener relaciones monógamas a largo plazo", como el matrimonio. En su blog, se extendería sobre el asunto: "Los emparejamientos monógamos hacen a los hombres menos violentos. (...) El peligro de los hombres jóvenes frustrados (incluso si esa frustración viene de su propia incompetencia) tiene que regularse socialmente". Esta regulación no vendría de instituciones gubernamentales o de otro tipo, sino de "convenciones" que empujan a hacer tal cosa, lo que resulta "de sentido común" para el académico. 

Son muchos los periodistas y ensayistas que se han preguntado si Peterson es una persona peligrosa. Pero hay una respuesta inquietante: la de Bernard Schiff, investigador en Psicología ahora retirado que fue un día mentor de Peterson en la Universidad de Toronto. El pasado mayo, publicó en The Star un largo artículo titulado: "Era el mayor defensor de Jordan Peterson. Ahora creo que es peligroso". 

 

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