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Cultura

El precio de la lucha antifranquista

Lola González, Enrique Ruano y Javier Sauquillo, en la primavera de 1968.

En la foto, Lola González Ruiz, Enrique Ruano y Javier Sauquillo caminan de regreso a la facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. Es primavera de 1968, llevan apenas meses militando en el Frente de Liberación Popular y van a formar parte activa de la réplica española al feliz mayo francés. Pero la historia no acaba bien. Enrique Ruano será asesinado en enero de 1969, bajo custodia de la siniestra Brigada Político Social. También en enero, en 1977, Sauquillo y González serían víctimas del atentado ultraderechista contra el despacho de abogados laboralistas de Atocha: él murió, ella resultaría gravemente herida y sufriría las secuencias físicas y psicológicas del ataque hasta su fallecimiento, también en enero, en 2015. 

No es extraño que Javier Padilla (Málaga, 1992) haya elegido esa fecha que se repitió como un mantra en las vidas de los tres militantes antifranquistas para dar título a su ensayo A finales de enero, editado por Tusquets. El título, ganador del Premio Comillas, reconstruye a través de medio centenar de entrevistas al entorno de los protagonistas, documentos oficiales y archivos, las vidas de los tres jóvenes de la foto. "A mí la Transición me interesaba en la misma medida que otros temas", confiesa el joven investigador, licenciado en Derecho. Hasta que oye la historia de los jóvenes, que le llega a través de Sergio Suárez, director del Colegio Mayor Chaminade, donde estudió, epicentro también de las movilizaciones estudiantiles de los sesenta. Había algo en ese trío, relacionado tanto íntima como políticamente, que le llamó la atención. Lola González era novia de Ruano cuando este murió, y sería luego pareja de Sauquillo. Los tres habían sido protagonistas de "hitos históricos" del tardofranquismo y la Transición, momentos "representativos de una época". Más que vivir la historia, la sufrieron de manera física. 

Una de las ideas centrales del volumen es que lo que le sucedería a los tres jóvenes de la foto no fue mala suerte. "Esta no es una serie de catastróficas desdichas, esto les pasó por luchar contra el régimen franquista. Si no lo hubieran hecho, no habrían acabado así", dice el autor. No fueron los únicos, y menciona a Carlos González, estudiante de Psicología asesinado por un pistolero de extrema derecha en 1976. A Mari Luz Nájera, que murió por el impacto un bote de humo lanzado por la policía en una manifestación, en 1977. A Rafael Guijarro, que en 1967 murió tras precipitarse por la venta durante un registro policial, en un suceso que los agentes llamaron suicidio y los antifranquistas, asesinato. El devenir de los tres estudiantes, dice Padilla, "ni fue un hecho aislado ni fue tampoco la tónica general", pero puntualiza que, "a nivel empírico, la Transición fue muy violenta en comparación con otras transiciones europeas". Entre 1975 y 1982 —es decir, sin contar el tardofranquismo y asesinatos como el de Ruano— se produjeron en España más de 700 muertes causadas por violencia política, según el recuento de la investigadora Sophie Baby.

 

El volumen puede dividirse en tres partes, marcadas por tres muertes. Primero, el inicio del compromiso político de los protagonistas, hijos de "una clase acomodada" que se habían puesto "del lado de los vencidos", en palabras de la propia Lola González, pronunciadas en 2009. Su despertar ideológico, su compromiso con el Frente de Liberación Popular (conocido coloquialmente como Felipe, por sus siglas FLP), que fue creciendo gradualmente, el complejo triángulo amoroso formado entre la pareja que formaban Ruano y Rodríguez y el pretendiente Sauquillo. La muerte del joven marca no solo la primera muesca en el grupo, sino también el progresivo alejamiento de González y Sauquillo del FLP, su acercamiento al PCE y su enamoramiento. La vida de la pareja, descrita como feliz, atraviesa los estertores del franquismo y llega a 1977, cuando ambos trabajan como abogados laboralistas. De nuevo, la violencia, perpetrada por militantes de extrema derecha vinculados al Sindicato Vertical de Transportes y a Falange. El último tercio es el más breve: Lola González, superviviente y decepcionada con el papel que el Partido Comunista había aceptado jugar en la Transición, cae en una larga depresión que duraría hasta su muerte. 

Padilla no cree que se haya sido justo con la memoria de los tres antifranquistas: "Cada uno ha hecho un Enrique y un Javier a su medida, pero bueno, siempre se va a tener una visión idealizada de ellos. La gente que no los conoció, supongo que la mayoría no saben quiénes son. Y Lola ya…". Pese a ser la última del trío en fallecer, y aunque su muerte esté aún cercana, el investigador ha encontrado más dificultades en acercarse a la figura de González: "Se debe en parte a su personalidad", cuenta, "porque, quizás influida por el género o por infinidad de cosas, nunca quiso ser protagonista. Enrique y Javier, sí". Cree también que la muerte "épica" de ellos ha generado interés y multitud de investigaciones, frente al lento apagarse de ella, cuya importancia en el devenir del grupo antifranquista no llegó a valorarse suficientemente en vida. Pero Padilla añade otro elemento: "Cuando mueres joven, todo el mundo se acuerda de ti, y pasado el tiempo todo el mundo quiere imaginar una vida posible que se adecúe a los intereses de las personas [que lo cuentan] más que a la realidad". La presencia de Lola, discreta pero de ideas firmes, no daba lugar a mitificaciones. 

Una de las distorsiones más habituales tiene que ver, valora, con la ideología de sus protagonistas: "Me sorprendió que algunos entrevistados me intentaran defender que el Frente de Liberación era algo moderado, socialdemócrata. No lo era". Ellos tres, y sus compañeros, tenían como referente a la revolución cubana, y soñaban algo similar para España. "Eso tampoco creo que merezca ningún juicio crítico", continúa, "en esa época era lo que tocaba, y no creo que tuvieran una información amplia de lo que ocurría en esos países. No me parece que sea equiparable ser franquista y ser revolucionario". Padilla lamenta que "la izquierda a veces olvide que la mayoría de los mártires de la lucha antifranquista no defendían lo que hay ahora", aunque "contribuyeran modestamente a que la Transición llegara a buen puerto". Nunca se podrá saber si Ruano, de seguir vivo, hubiera abandonado sus ideas revolucionarias, pero Lola González escribió en 2011: "Ellos no murieron por este mezquino mundo que nos ha tocado vivir, porque si algo les distinguió a ambos fue su lucha por el socialismo (no el oficial, entendámonos), su creencia en las ideas marxistas y su vigencia, y la solidaridad, hoy inexistente". 

'Los abogados de Atocha'

'Los abogados de Atocha'

No es la única afrenta a la memoria que Padilla ha observado durante su investigación. Es especialmente crítico con las maniobras de Manuel Fraga, entonces ministro de Información, Manuel Jiménez Quílez, su director general de Prensa, y Torcuato Luca de Tena, director del periódico ABC, para encubrir el asesinato de Ruano. El título narra cómo la policía incautó irregularmente las notas que el joven enviaba a su psiquiatra, que fueron luego enviadas por el Gobierno al diario, y que finalmente este publicó como si se trataran de un diario del fallecido, junto a un editorial que justificaba con distintas mentiras la versión del suicidio y culpaba a la militancia marxista de la depresión del estudiante. "Algunas de las personas que lideraron la Transición igual tienen un reconocimiento que no merecen, teniendo en cuenta algunos de sus actos", defiende el autor, después de estudiar el archivo de Luca de Tena, que guarda su abundante correspondencia, y de escuchar el relato de la familia sobre el comportamiento del entonces ministro. "Quizás Fraga hiciera luego cosas buenas, no lo sé, pero es un personaje que merece una biografía en mucha profundidad, también teniendo en cuenta que ha sido un referente para el Partido Popular. No por un ánimo de enjuiciar, sino por un ánimo de respeto a las familias [de las víctimas] y de respeto a la verdad".

El autor no cree que revisar el relato existente sobre la Transición esté fuera de lugar o resulte innecesario, y es tajante al respecto: "Es absurdo decir que no se puede estudiar y revisar lo que ocurrió en los setenta. Claro que se puede. Y si alguien cae, tendrá que caer. No será culpa de la persona que lo estudia, sino de quien cometió esos actos". Pero tampoco apoya el discurso de quienes ven este período como "un fraude" —y nombra al fundador de Podemos Juan Carlos Monedero—, ni de quienes establecen paralelismos entre la democracia actual y la dictadura franquista. "No me gustaría que se utilizara el libro para decir que demuestra que la Transición fue una estafa. No, eso no lo demuestra el libro, el libro cuenta una historia de unas personas a las que la Transición las trató muy mal". La democracia y la memoria colectiva quizás no les haya devuelto aún el alto precio que pagaron. 

 

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