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Cultura

El mucho talento perdido

Leo Tolstoy, seis semanas antes de su muerte, y Sofia Tolstaya.

Hace años, publiqué un artículo titulado Ellos no son lo que parecen en el que hice una visita a muchas autoras que decidieron ocultar su condición femenina y adoptaron un nom de guerre masculinonom de guerre: George Eliot, George Sand, Fernán Caballero, los hermanos Acton, Currer y Bell, Víctor Catalá, Isak Dinesen… todos ellos eran mujeres: Mary Anne Evans, George Sand, Cecilia Böhl de Faber, las tres hermanas Brönte, Caterina Albert, Karen Christence Blixen-Finecke… travestidas por razones variopintas, si bien en general se vieron forzadas por los prejuicios y las censuras.

Como escribió Ángeles Mateo del Pino (Universidad de Las Palmas de Gran Canaria) en un trabajo en el que se refería a mi texto, "la negación del yo femenino ha sido una constante en la literatura", y adoptar diferentes personalidades o una identidad viril, como en los casos anteriores, "para protegerse de la dureza misógina del entorno, ha sido más común de lo que en principio pudiera pensarse".

Luego hay otras (Colette o María Lejárraga) que publicaron cediendo la firma de sus obras a sus respectivos maridos (Willy, Gregorio Martínez Sierra), autores de enorme éxito y popularidad sin más mérito que la explotación inmisericorde del talento de sus cónyuges en un tiempo en el que ese aprovechamiento era posible.

El consuelo que nos queda es constatar que, al final, el genio de esas mujeres ha sido reconocido, aunque una no puede dejar de pensar en la cantidad de personas, muchas de ellas lectoras, que seguirán convencidas de que Eliot o Caballero eran varones; ni puede evitar preguntarse en cuánto talento femenino ha sido ignorado o ha quedado sepultado.

"Es muy difícil estimar cuántas escritoras podrían haber existido y no fueron o cuántas tienen obras interesantísimas (desde novelas a diarios y escritos biográficos) perdidas en algún archivo", dice Raquel C. Pico, periodista especializada en literatura, historia de las mujeres y feminismo, la mano que mueve Libropatas.com. Aun así, ni siquiera tenemos que irnos a esas posibles obras perdidas para reivindicar a estas mujeres. "Su papel ha sido infravalorado de forma clara en la intrahistoria literaria, a pesar de que muchas fueron piezas clave para que sus maridos literatos pudiesen desempeñar su trabajo". Pico no se refiere únicamente a su trabajo silencioso en el hogar (que también), liberando a los creadores de las tediosas labores cotidianas, sino de su papel como agentes activas en lo literario: "Eran secretarias, traductoras, documentalistas, estrategas de marketing, agentes literarios, correctoras, editoras..."

Entre estas últimas estaba Sofía, la esposa de Lev Tolstói, de la que la editorial aragonesa Xordica recuperó recientemente ¿De quién es la culpa?. Tolstaia, de soltera Sofía Andréyevna Behrs, escribió esta novela como respuesta literaria a Sonata a Kreutzer, que su marido publicó en 1889. Obviamente, ella conocía el texto antes de que viera la luz puesto que, como hacía siempre, lo había copiado cuantas veces el insigne Lev consideró necesarias. Pero, en esta ocasión, fue más allá de su tarea de amanuense: pidió a Tolstói que no siguiera adelante, que renunciara a la obra, porque la consideraba un ataque público y despiadado contra ella. En vano. El libro se imprimió; familia, amigos y público en general lo leyeron, y Sofía tuvo que soportar que todos (zar incluido) "supieran" cosas de su vida, o que parecían serlo.

Dolida, ideó una venganza, escribió su versión. Aunque Lev nunca tuvo que soportar una humillación equiparable a la que sufrió la madre de sus hijos: ¿De quién es la culpa? estuvo oculto casi un siglo¿De quién es la culpa?. Ahora, su lectura no sólo nos ofrece otro punto de vista, sino que nos descubre a una autora de fuste.

"Supongo —afirma Ana Llurba— que el lugar secundario de las mujeres no se manifiesta en la vida en común con escritores sino con los artistas y las carreras profesionales en general". La escritora argentina, cuya última novela es La puerta del cielo, recuerda que, en una carta a una amiga, citada por Irene Chikiar Bauer en Virginia Woolf. La vida por escrito, "cuando V. le pregunta si está escribiendo, la amiga le responde que 'es mejor estar casada'. No me puedo imaginar cuánto talento hemos perdido, pero sí cuánto trabajo queda por hacer para descubrir, recuperar, revisitar a todas esas autoras que recibieron el reconocimiento que merecieron por el solo hecho de ser mujeres".

Los tiempos han cambiado, pero...

Sería difícil encontrar, al menos en los países de nuestro entorno, un caso parecido al protagonizado por Tolstaia (o eso nos gusta creer). Sin embargo, abundan los testimonios que dan cuenta de la dificultad añadida que para muchas autoras es el hecho de ser mujer, la ansiedad que su labor les genera, lo difícil que es para ellas afrontar las críticas, la presión.

A finales del año pasado llegó a las librerías Expuesta, de Olivia Sudjic, un ensayo en el que explica cómo lidia con la ansiedad que padece, ansiedad que se manifiesta en la fobia de sentirse juzgada y en la incapacidad de gestionar el escrutinio así como el volumen de información de Internet… la presión por no estar a la altura, el llamado "síndrome de la impostora". "Es una disección de los micromachismos y las estructuras patriarcales", dijo en una reseña escribió Elena Medel. "Hay crudeza y una distancia paradójica y sutil en su reflexión sobre el síndrome de la impostora, en la manera en la que aborda las críticas –y la presión– a la que se enfrenta una mujer que crea".

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Pregunto a Ana Llurba si las escritoras soportan más presión que los hombres. No duda: "Por supuesto". "Lamentablemente —afirma—, ser mujer hoy todavía implica que la gente no se limite a leerte sino a criticarte por tu apariencia, por las decisiones que deberías estar tomando o no a tu edad, por tu vida personal, familiar antes que por tu trabajo creativo". Raquel C. Picó no puede hablar por las escritoras, pero recuerda que hace tiempo, entre las periodistas de su círculo, todas online, era frecuente comentar hasta qué punto era frecuente que sus textos recibieran comentarios "y no de los positivos, sino de los de 'no sabes qué dices' o de los despectivos", apostillas mucho más negativas e hirientes que las dirigidas a aquellas noticias que firmaban hombres. "Luego salió aquel estudio de The Guardian y vimos que nuestra percepción era similar a lo que decían los hechos". El estudio mencionado, parte de un trabajo más amplio sobre el fenómeno del acoso en Internet, revisó 70 millones de comentarios hechos en la web del diario británico: de los 10 autores peor tratados, 8 eran mujeres y 2, hombres negros.

Por todo ello, denunciar sigue siendo importante, estar atentos. Pero más importante todavía es, así lo cree Ana Llurba, trabajar, escribir, seguir con tus proyectos, juntarte con amigues a organizar nuevos proyectos, a repensar. "El feminismo —asegura— es un proceso de deconstrucción interseccional constante de una misma con las demás y del relato que nos contamos, no es una meta a la que llegás y te dan un carnet y ya está".

Eso dice, y pone el punto final con unas risas. Porque la pelea es seria, las ausencias muchas, el daño irreparable… pero hace falta ánimo y buen humor para seguir en la batalla.

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