Cultura

Yo que tú lo leería, forastero (y forastera)

Imagen de wéstern.

Algunas veces, el éxito de un libro contagia la programación de todas las editoriales, ansiosas por repetir la fórmula ganadora; otras, la coincidencia de títulos emparentados se produce por generación espontánea.

Estos días encontramos en las librerías wésterns firmados por autores españoles como Francisco Serrano (En la costa desaparecida), En la costa desaparecidaOlga Merino (La forasteraLa forastera) y, pronto, Jon Bilbao (Basilisco). Lo que es más: así como la obra de Merino podría adscribirse a ese subgénero autóctono bautizado como "wéstern ibérico", en las de Serrano y Bilbao se encontraría cómodo el mismísimo John Wayne.

"La idea de escribir un wéstern o, mejor dicho, las ideas, las imágenes, que me han llevado a escribir uno diría que han ido surgiendo de manera espontánea ―me dice Serrano―. Todos los códigos del Salvaje Oeste y la Frontera ya formaban parte de los otros géneros en los que suelo escribir, la ciencia ficción y el policíaco y sus intersecciones. Al hacerse patente eso, a lo largo de unos cuantos años y muchas lecturas, la idea de escribir un wéstern puro, primero como juego y luego como reto, ya no parecía tan disparatada. Solo se trataba de ponerme unas reglas para escribir una historia canónica de vaqueros y ver cuánto podía retorcerlas sin llegar a romperlas y añadir algo personal a la historia".

Merino acepta que su novela, a caballo entre Londres y Andalucía, sea definida como wéstern. "Indudablemente contiene el ingrediente básico del wéstern: un mundo duro y violento, pero con belleza y dignidad. La venganza, el desarraigo y el peso del propio destino son también elementos clave en el temario del género". Al final, subraya, la mitología del wéstern resalta los mismos valores que los clásicos griegos —la lealtad, la fortaleza de espíritu, el honor—, y las buenas películas del género, sin grandes estridencias ni efectos especiales, aspiran a contar una buena historia con personajes sólidos. "En ello he puesto el empeño".

En cuanto a Bilbao, se da la circunstancia de que mientras espera el bautizo de su criatura, que llegará a librerías en junio, ha sido padrino de otro wéstern. "Ya había entregado Basilisco a la editorial cuando se me ofreció traducir A lo lejos, de Hernán Díaz". El editor de Impedimenta, Enrique Redel, sabía de su afición al género y creyó que podría ser un traductor adecuado. "Entre ambas tareas no hubo contaminación, por expresarlo de algún modo, ya que la propuesta de Díaz difiere bastante de la mía, se aproxima más al wéstern clásico, mientras que Basilisco juega con la metanarración"Basilisco.

Escritores a la intemperie

"Hay una dimensión del wéstern, la legendaria, diríamos, o mejor, lo que tiene de cuento (el hombre ante lo indómito) que trasciende al género y es común a casi todos los géneros aventureros, que pasan por el requisito de que no haya civilización: la aventura ocurre allí donde no hay Estado, donde no alcanza la ley ―dice Pedro Vallín―. De ahí que cualquier espacio o tiempo intersticiales donde no alcance el Estado pueda cobijar un wéstern, sobre todo si el paisaje acompaña". Vallín, periodista, es autor de un celebrado zapatazo editorial, ¡Me cago en Godard!, donde se ocupa profusamente del wéstern cinematográfico. "En esos términos, no hay nada casual en que Intemperie, la novela de Jesús Carrasco como la película de Zambrano, operen o puedan ser leídas dentro de los códigos del wéstern. Otra cosa es el wéstern en términos historicistas, en que opera como la concreta conformación de un legendarismo ex novo sobre la génesis de Estados Unidos."

Antes de esta hispanización, alimentó nuestro país una tradición de novela popular del Oeste sostenida por autores muy feraces: Marcial Lafuente Estefanía, Silver Kane… pero era otra cosa, y otros tiempos. "Lafuente Estefanía, general de la artillería republicana, con más de 2.600 títulos a sus espaldas, merecería un monumento ―defiende Merino―; a mi abuelo paterno le chiflaban sus novelitas de quiosco". Entre ellas, por cierto, al menos una titulada, precisamente, La forastera.

Son muchos los que defienden la abundantísima producción de esos esforzados de las letras entendidas como entretenimiento y sustento, aquí mismo, Alfons Cervera les dedicó un canto emocionado, si bien… "Con todo el respeto a los autores citados ―dice Jon Bilbao―, puede que sus libros sean los más conocidos en estos lares, pero no son los más representativos, ni mucho menos, de la literatura wéstern. Otros autores, como Alan Le May (Centauros del desiertoCentauros del desierto) o Michael Blake (Baila con lobosBaila con lobos) escribieron con un estilo propio de la alta literatura, huyendo de los tópicos y de los mensajes conservadores y maniqueos". Para él, arrimarse al wéstern tuvo algo de reto y de capricho personal, pero llegó al convencimiento de que era el género apropiado para algunos de los temas que quería abordar, como la masculinidad y la lucha por las libertades individuales.

Solo ante el peligro

En origen, explica Bilbao, el wéstern respondía a dos intenciones poderosas: construir un relato mitificado y expurgado del nacimiento de los Estados Unidos y concienciar al público de que el deseo individual debe ceder el paso al bien común, a la sociedad, a la ley y al progreso. "Estos dos objetivos se persiguieron sobre todo en el ámbito del cine y en el de la literatura popular, porque ahí era donde el mensaje podía llegar a más gente. Si se hacía mal, era fácil caer en el conservadurismo y en una plasmación muy simplista de los hechos históricos. Pero el cine y la literatura abundan también en ejemplos de todo lo contrario".

Es su condición de relato mítico del nacimiento de una nación lo que hace inevitable, cree Serrano, una narrativa conservadora, destinada a reforzar una serie de valores muy concretos y a diferenciar las identidades correctas de las que no lo son; sin embargo, su condición hegemónica en la industria del entretenimiento del siglo XX obliga a enriquecer, haciéndola más compleja, esa receta original.

Por todo ello, concluye Vallín, es un género violento, como lo es todo relato heroico o todo cuento, con los que comparte estructura narrativa. Y aunque hay wésterns profundamente reaccionarios, como Río rojo (1948), de Howard Hawks, "no son ni mucho menos la mayoría. El relato sustancial del wéstern estadounidense es un viaje de la selva a la ley, como dirían los maestros Xavier Pérez y Jordi Balló, a partir del arquetipo del intruso benefactor. El esquema clásico, que es el mismo de Mary Poppins, es el de un forastero que llega a un lugar donde impera el caos, o la ley del más fuerte, y que lo abandona dejando orden tras él, dejando una comunidad civilizada. El gran capital, sea latifundista, minero o ferroviario, es siempre el villano, y el hombre común, su víctima". Por eso, si hay que juzgarlo por la mayoría de sus títulos, "es un género teñido de democratismo, y, por tanto, un género progresista".

Que no, obviamente, feminista. Las mujeres en el wéstern, repasa Olga Merino, son meretrices, bailarinas del saloon, sufridas esposas del granjero o chicas que causan problemas por su sensualidad salvaje.saloon Nada que ver con su protagonista, Ángela/Angie, que "asume el papel tradicional del cowboy: es una mujer libre, con una existencia errante; no quiere ataduras ni servidumbres". A Merino le resulta interesante el que uno de los mejores escritores del género fuera mujer: Dorothy M. Johnson (1905-1984), "Valdemar está reeditando su obra en una colección estupenda", la colección Frontera, también elogiada por Jon Bilbao.

Los apellidos del wéstern

Hago memoria: wéstern, spaghetti wéstern, wéstern crepuscular, galáctico, andaluz, ibérico… "Neo wéstern ―me releva Jon Bilbao―, acid wéstern, wéstern revisionista, meta wéstern, weird wéstern". Son epítetos que quieren matizar el estilo de la narración, aunque él se teme que, en bastantes casos, "ese abuso de los adjetivos es consecuencia del prejuicio de cierto público, para el que el wéstern es un subgénero con escaso caché literario. Los editores y los directores de cine prefieren 'adornar' la denominación del género para distanciarse del mero wéstern a secas".

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El wéstern despojado de todo el ornato histórico y folclórico, dice Serrano, habla, primero, de un tipo de conflicto y después, quizá, de un paisaje que tiene una plasmación literal pero también funciona como representación, y no solo como marco, de ese conflicto. En el wéstern hay barrancos angostos y pilares de roca en el desierto, y praderas inmensas y, en el horizonte, montañas de dimensiones colosales, "que es lo mismo que decir que se habla de la vida trashumante, de los nómadas tras los bisontes, de las caravanas de colonos, siempre más allá de la última frontera establecida". Son las posibilidades ilimitadas de un territorio que se creía infinito.

Un paisaje… vacío. En España se dan dos factores que facilitan la adopción del modelo: nuestra historia y nuestra geografía. En opinión de Vallín, haber perdido tantas veces el tren de la modernidad, haber perpetuado hasta el último cuarto del siglo XX un mundo rural medievalizado, atávico, casi medieval y a medio civilizar, nos acerca a los modelos del género. Añádase que ser un país europeo con grandes espacios abiertos e inhabitados, remotos "también facilita la incrustación de los códigos del wéstern. Y esto, en un doble sentido: España es un marco para el wéstern, pero además los españoles podemos decodificar su discurso mejor que un alemán o un inglés, porque nuestra historia y paisaje están más cerca del wéstern".

Por lo demás, los géneros que disponen de pautas más o menos convencionales y que son tan fecundos acostumbran a crecer y multiplicarse. En definitiva, dejo el cierre a Olga Merino, el wéstern es tan dúctil que casa también estupendamente con la comedia o con el cine bélico, pues muchas películas se rodaron con la guerra civil norteamericana como trasfondo. "¿Proliferación? ¿Moda pasajera? No lo sé. ¿Han pasado de moda las novelas decimonónicas? Para mí, no. A fin de cuentas, a los lectores nos interesan las buenas historias bien contadas, lleven el apellido que lleven".

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