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El covid-19 no fue creado en un laboratorio

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El Orden Mundial

¿Estaba prevista una epidemia como la del coronavirus? ¿La violencia contra las mujeres es más alta en los países nórdicos? ¿Existe la huelga a la japonesa? infoLibre publica un fragmento de El mundo no es como crees, un libro firmado por el equipo de El Orden Mundial en el que se tratan de desmontar muchos de los mitos y falsas creencias que plagan nuestro día a día. En tiempos de desinformación y noticias falsas se ha vuelto más necesario que nunca entender el mundo que nos rodea no solo por mera curiosidad, sino por el impacto que tienen las fake news en nuestras vidas en multitud de aspectos. El Orden Mundial es un medio de análisis internacional divulgativo e independiente y la revista de asuntos internacionales y geopolítica más leída en español. El mundo no es como crees sale a la venta el 1 de septiembre publicado por Ariel.

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El 9 de diciembre del 2019, apenas unas semanas antes de que China alertara al mundo de que estaba sufriendo el brote de un virus desconocido, la OMS celebraba el cuarenta aniversario de la erradicación de la viruela, una enfermedad tremendamente contagiosa y con millones de víctimas a sus espaldas desde hace milenios. La conmemoración no era menor, ya que la viruela es la única enfermedad infecciosa que afecta al ser humano que ha podido ser erradicada en la historia (aunque haya otras como la tosferina, la varicela o el tétanos que vayan camino de ello gracias a las campañas de vacunación). Pero aquel suceso, datado oficialmente en 1980, se enmarcaba también en el contexto de la Guerra Fría, así que tanto Estados Unidos como la Unión Soviética decidieron guardarse una muestra del virus, temerosos de que el gran adversario pudiese utilizarlo como arma bacteriológica. Hoy esas muestras siguen tanto en el CDC de Atlanta como en un laboratorio ruso en mitad de Siberia, y hay opiniones de todos los gustos respecto a esta política: quienes están a favor argumentan que es conveniente mantener muestras a buen recaudo para poder reaccionar de forma rápida si en el futuro hubiese un rebrote inesperado; los opositores cuestionan esta prevención y apuntan a que al no destruir esas muestras nos arriesgamos a que en un accidente o un robo premeditado, el virus pueda escapar del control al que está sometido.

Esta última posibilidad, la de un accidente que libera involuntariamente un peligroso virus, ha sido un recurso constante en cine, series, videojuegos o literatura, con el que poder desarrollar posteriormente una trama pandémica. En círculos más heterodoxos también ha tenido predicamento, y muchos postulados conspiranoides tienen estrecha relación con virus y armas bacteriológicas que distintos poderes tratan de aprovechar en su beneficio. Con todo, la pandemia del coronavirus no ha podido escapar de esos marcos de referencia, a veces muy asentados a nivel popular. Estados Unidos, por ejemplo, acusó en numerosas ocasiones a China, durante los primeros meses de la pandemia, de ser responsable de que el virus escapase de uno de sus laboratorios. Incluso el propio país asiático, en un intento de complicar todavía más los argumentos, llegó a acusar a los estadounidenses de crear el virus, llevarlo hasta allí y soltarlo para poder culparles de la pandemia. Estas retorsiones argumentales, con algunas versiones absolutamente delirantes, han tenido difusión en tanto que todavía no se conoce con precisión el origen del virus y encajan muy bien con los sesgos conspiranoides que determinados grupos de personas tienen respecto a este tema. Bien es cierto que factores como que en la ciudad donde se detectó el primer brote se encuentre el Instituto de Virología de Wuhan, dependiente de la Academia China de las Ciencias, no han hecho sino potenciar esas teorías alternativas sin ninguna base científica y asentadas sobre casualidades y no causalidades.

Más allá del uso político que se le quiera dar al origen de la pandemia, que indudablemente existe y va a seguir existiendo, la comunidad científica coincide en que el origen del brote epidémico es, casi con toda seguridad, animal, y en que las teorías que apuntan a un fallo de seguridad o a una creación artificial del coronavirus no se sostienen. Tampoco las agencias de inteligencia: aunque el presidente Trump haya afirmado en numerosas ocasiones que el virus procedía de un laboratorio, sus propios asesores han descartado esto. Richard Grenell, su director de Inteligencia Nacional, afirmó en un comunicado que existía un consenso entre las distintas agencias de inteligencia estadounidenses de que el virus no tenía manipulaciones genéticas o estaba creado por el ser humano. Otro tanto opina el doctor Anthony Fauci, nombrado responsable sanitario de la pandemia en Estados Unidos, quien afirmó en una entrevista para National Geographic que "si miras la evolución del virus en murciélagos, lo que hay ahora apunta de una forma muy muy fuerte a que este virus no ha podido ser manipulado artificial o deliberadamente".

Descartar este origen artificial no es algo coyuntural, sino que venía precedido por numerosas investigaciones desde hacía años que ya alertaban del origen animal (y, en concreto, proveniente de murciélagos) de un próximo coronavirus. Los precedentes reforzaban esta teoría: si el SARS (síndrome agudo respiratorio severo) y el MERS (síndrome respiratorio de Oriente Medio) provenían de murciélagos que se lo habían contagiado al ganado, el siguiente caso, en tanto que no se había puesto ninguna solución a las causas que motivaban estos brotes, tenía altas probabilidades de originarse por las mismas razones.

En el año 2007, cuatro investigadores del Departamento de Microbiología de la Universidad de Hong Kong señalaron, en un documento que estudiaba la recurrencia de episodios infecciosos de coronavirus, uno de los focos que hoy se cree más probable como origen del brote epidémico. En esta investigación concluían que "las evidencias por las que los murciélagos de herradura son el reservorio natural de virus similares al SARS-CoV y las civetas son el huésped por el que se amplifica, subrayan la importancia de los animales salvajes y la bioseguridad en granjas y mercados de comida al aire libre, que pueden servir como fuente y lugares de amplificación de nuevas infecciones". Una descripción que concuerda bastante con lo que hoy se apunta fue origen del covid-19: un mercado callejero en la ciudad de Wuhan carente de un estricto control sanitario. Y no estaban solos. En marzo del 2019, cuatro científicos del Instituto de Virología de Wuhan realizaron una recopilación de estudios sobre la relación entre murciélagos y coronavirus en China. Una de sus conclusiones fue clara: "Es bastante probable que futuros brotes de coronavirus parecidos al SARS o el MERS se originarán por murciélagos, y hay una creciente probabilidad de que esto suceda en China. Así, la investigación de coronavirus procedentes de murciélagos se ha convertido en un asunto urgente para la detección temprana, lo que minimizaría el impacto de esos futuros brotes en China". Ese futuro apenas duró unos meses.

Incluso la propia OMS, que suele ser bastante conservadora en sus anuncios, ya afirmó a principios del mes de mayo del 2020 que el origen del coronavirus era natural, y que al analizar la secuencia del genoma, este no mostraba ninguna modificación anormal, teniendo casi un 80% de coincidencia con el SARS original (de ahí que su nombre también sea SARS-CoV-2). Sin embargo, descartar factores simplemente elimina explicaciones erróneas sin mostrar automáticamente la correcta. La OMS ha concluido que el coronavirus procede de un murciélago, pero admite que existe algún animal, hoy desconocido, que actuó de intermediario entre los mamíferos voladores y los humanos.

Y es que el mercado de Huanan, en la orilla occidental del Yangtsé y donde se estima que se produjo el brote inicial, era el ejemplo perfecto de un lugar muy sensible en materia de salud pública pero sin ningún tipo de seguridad o control para garantizarla. Por lo que sabemos, en este mercado —que fue clausurado a finales de diciembre por las autoridades chinas, al poco de detectarse el brote— se vendían decenas de especies de animales salvajes que eran expuestos, vivos y muertos, sin demasiadas medidas higiénicas. En este lugar podíamos encontrar desde el ganado más ortodoxo en la dieta occidental, como aves, cerdos o carne de vacuno, hasta puercoespines, zorros, civetas, ranas, serpientes o perros, entre otros especímenes. Muchos de ellos podían ser ese intermediario necesario para que cientos de millones de personas hayan acabado confinadas en sus hogares.

Aun así, el mayor obstáculo para conocer de manera fidedigna cómo se produjo este brote no es la falta de datos en sí misma, sino las trabas humanas, en concreto las que China parece estar poniendo. Hoy sabemos que el paciente uno —no el que se contagió en el mercado, sino el que fue contagiado por ese desconocido paciente cero— tenía coronavirus a mediados del mes de noviembre. Pekín tardó más de un mes en dar la alarma, cuando, previsiblemente, ya se habrían producido cientos o miles de contagios. También sabemos que los primeros médicos que avisaron de que el virus al que se enfrentaban no era como los demás fueron desoídos; alguno, incluso, fue víctima del propio covid-19. Esta laxitud en abordar el brote inicial por parte de las autoridades ha llevado a especular con que la cifra oficial de fallecimientos anunciada por China esté muy por debajo de la cifra real, aunque esto en ningún caso se ha podido confirmar. De igual manera, las peticiones internacionales para que se elabore una investigación independiente que esclarezca el origen y el alcance inicial de la pandemia se han encontrado con fuertes reticencias por parte del Gobierno chino, que incluso ha tomado represalias económicas contra países que han sugerido esta investigación, como Australia. Con todo, parece que en Pekín, temerosos de no poder controlar al milímetro la información que se elabora, son celosos en cuanto a permitir que organismos o personas que escapan a su control husmeen en cuestiones que les podrían comprometer. Hoy China, independientemente de ser el foco de la epidemia, mantiene una imagen internacional de éxito en el control del coronavirus dentro de sus fronteras. Una investigación independiente que revelase negligencias de las autoridades, destrucción de pruebas o manipulación de estadísticas voltearía completamente esa percepción, y el país quedaría marcado durante mucho tiempo como el gran responsable de la pandemia del año 2020. Como el mundo con la viruela, el gigante asiático no se puede permitir una fuga que lo ponga en riesgo.

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