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Franco y la cruz laureada de San Fernando: un caudillo que se cree sus propias mentiras

Raro será el español de mi generación que no recuerde los retratos de Franco en uniforme de gala o de paseo ostentando orgullosamente la Gran Cruz Laureada de San Fernando. Se la concedió el Consejo de Ministros y se la impuso el bilaureado general José Varela en el desfile del “Día de la Victoria”. Es algo archisabido. Con ello Franco vio satisfecho un deseo que se le había denegado, en relación con la Cruz Laureada de San Fernando, cuando era todavía un joven comandante, recién ascendido, en las añejas campañas de Marruecos. En ambos casos se cumplió la normativa vigente. Desde la primera biografía de Franco hasta la última (y salvo contadas excepciones) los historiadores pro-franquistas han desfigurado los hechos. En puridad, atendiendo, lo supieran o no, al gozo narcisista de Franco. La EPRE (evidencia primaria relevante de época) permite reconstruir las razones de la denegación de la Cruz Laureada en su momento. Ilustran a la perfección uno de los rasgos más destacados de la personalidad de Franco: creerse sus propias mentiras. Hubo más, ya estudiados por algunos historiadores, como su inmensa capacidad para dar y aceptar coba. La combinación de ambos refleja una personalidad cuya tipificación es asunto de sicológos o sicoanalistas. No es de mi competencia. En una serie de artículos sacaré a la luz las primeras manifestaciones de tales rasgos.

La base fundamental de mi análisis será lo que todavía subsiste de la Hoja de Servicios de Franco. No ignoro que tal tipo de documentos es susceptible de alteraciones, distorsiones, modificaciones, sustracciones y desapariciones. También en el caso que nos ocupa, pero los agentes que las propiciaron no siempre fueron genios. A veces quedan suficientes papeles para intuir lo que pudo haber detrás.

Los ascensos de Franco en la escala militar son hiperconocidos. Reproduzco los iniciales para refrescar la memoria de los amables lectores:

Entra en la Academia el 29 de agosto de 1907.Sale de la Academia como segundo teniente el 13 de julio de 1910.Asciende a primer teniente por antigüedad el 13 de julio de 1912.Asciende a capitán por méritos de guerra el 1 de febrero de 1914.Asciende a comandante por méritos de guerra el 29 de junio de 1916.Asciende a teniente coronel por méritos de guerra el 31 de enero de 1922.

 

Ninguno de los exégetas y “pelotas” ulteriores de SEJE (Su Excelencia el Jefe del Estado) objetará, espero, a este calendario, absolutamente fáctico. De él se desprenden las siguientes afirmaciones:

  1. Su educación militar empezó a una tierna edad. Había nacido el 4 de diciembre de 1892. Tenía algo menos de 15 años cuando llegó a Toledo.
  2. Tal educación fue, como era costumbre, rápida y sumaria. Tres años. Ni uno más, ni uno menos.
  3. El primero, y único, ascenso por antigüedad se produjo algo menos de año y medio después. Suele mencionarse ya que ninguno de los siguientes lo fueron por tal motivo.
  4. Su primer ascenso por méritos de guerra ocurrió otro año y medio más tarde. Con 22 años ya era capitán.
  5. En el decisivo pase a la calidad de jefe (comandante) tardó algo menos de dos años y medio.

 

Por consiguiente, no es de extrañar que la atención de los historiadores se haya concentrado en los puntos 4 y 5 de la escala anterior. Corresponde al coronel de Infantería, ya fallecido, Carlos Blanco Escolá el mérito de haber pasado por la piedra fina lo que pudo haber detrás de ambos ascensos basándose en la hoja publicada de servicios del capitán general Francisco Franco.

El primero se hizo tras una serie de vicisitudes normales en la vida de un oficial de línea en Marruecos. Quizá sin quererlo, los redactores de la hoja dieron una de las claves por las cuales hay que leer con lupa este tipo de documentos: el 16 de noviembre de 1912 se le concedió la cruz de primera clase del Mérito Militar, con distintivo rojo, “por haber estado sin recompensa durante tres meses en operaciones activas en la campaña de Melilla”. Es román paladino, como no le habían dado otra durante tan “larguísimo” período en operaciones se le otorgó magnánimamente su primera medalla. Hoy consideraríamos que no era moco de pavo (no sé entonces). Las razones no se explicaron.

El joven primer teniente siguió en servicios de campaña sin que tampoco se mencione en su hoja de servicios publicada el menor hecho relevante. Hubiera sido extraño que se hubiese quedado, cual flor marchita, sin salir del cuartel. Por R.O. de 15 de abril de 1913 se le destinó a las Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla y luego se incorporó a las unidades de operaciones de Tetuán. Tomó parte en los combates de Wad-Ras, Bini-Sidi y Benkarri. ¿Resultado? RAS (como dicen los franceses, rien à signaler). Ciertamente tuvo ocasión de disparar algunos o, incluso, muchos tiros.

También participó en reconocimientos, en la protección de un convoy, en la toma de una loma y cuando se trató de establecer un reducto (blocao). ¿Conducta distinguida o distinguídisima? Otra vez RAS, pero de la habitual lluvia de condecoraciones le cayeron algunas. Por R.O. de 7 de octubre de 1913 se le concedió una cruz, “en recompensa a los servicios prestados en el territorio de Tetuán”. Y, sin más detalle, una María Cristina de 1ª clase por “operaciones en territorio de Tetuán desde el 25 de junio a fin diciembre de 1913”. ¡Wow!

En otra ocasión (¡oh, cielos!) apresó a una guardia enemiga y siguió participando en algunos combates. Con la columna del general de brigada Dámaso Berenguer “protegió los trabajos para la construcción de un blockhaus”. Después tuvo lugar un hecho que, con la perspectiva que da el tiempo, quizá quepa caracterizar de trascendental, aunque no he visto que muchos biógrafos lo comenten como se merece.

El 13 de mayo de 1914 se le nombró ayudante segundo del primer grupo de compañías, mandadas por el comandante Julián Serrano Orive. Escoltó a los jefes de varios poblados (lo que no parece que diese lugar a luchas fieras y tampoco fueron detalladas en su hoja de servicios publicada). En septiembre tomó parte con la columna Berenguer en combate. Quizá fuera en esta ocasión cuando su “pelotillero” máximo, Joaquín Arrarás, se inventó la admiración que el general supuestamente empezó a profesarle. De esta leyenda se han hecho eco numerosos autores, pero la hojita de servicios vuelve al RAS. Sorprendente, porque menciona hasta los más leves detalles como que, de nuevo, en la protección de la construcción de otro reducto Franco “sostuvo ligero tiroteo con el enemigo”. ¡Caramba! El teniente y sus hombres dispararon contra los moros. Pregunta: ¿para qué estaban allí si no?

(continuará)

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