Francia

Sarkozy o la revancha del electorado

Se trata de una derrota y de una humillación. Sarkozy, tras ser despedido por su propios votantes, ha visto cómo su estrategia saltaba por los aires. En este ejercicio inédito de democracia, toma el relevo una derecha dura que encarna Fillon.

Se trata de una ejecución en la plaza públicaejecución. La caída de Nicolas Sarkozy, en la primera vuelta de las primarias celebradas en la derecha y el centro, este domingo 20 de noviembre, es mucho más que una derrota electoral. Hemos asistido al despido sin miramientos del ex jefe del Estado, pero no en el marco de una pugna tradicional entre la derecha y la izquierda, sino que se ha producido en propias filas, en un electorado de derechas que, desde hace casi 15 años, ¡lo designaba sistemáticamente su líder! Se trata de una carta de despido en toda reglar –quizás una lettre de cachet– remitida por la derecha al hombre que aspiraba con total impunidad a recuperar la presidencia perdida en 2012.

Si bien es verdad que, como dice el dicho, nunca se está muerto en política, la humillación y el golpe recibido es de tal magnitud que resulta difícil imaginar que Nicolas Sarkozy pueda volver a organizar una nueva marcha conquistadora. Además, la derrota resulta más interesante y cruel para el interesado porque es fruto de un ejercicio democrático a gran escala, inédito en la derecha de gobierno: la celebración de primarias. El éxito es incontestable puesto que más de cuatro millones de personas acudieron a las urnas (frente a los 2,7 millones votantes de 2011, cuando la izquierda celebró primarias) y se trata de una consulta a la que, más allá de algunos obstáculos, no se le pueden poner peros.

Sabíamos que Nicolas Sarkozy era muy reticente a la celebración de primarias, cuyo riesgo letal midió de inmediato para verse obligado acto seguido a aceptarlo. Porque desde 2012, el ex jefe del Estado no ha dejado de construir un pueblo Potemkin, unido al conformismo ronroneante de una burbuja que conforman los medios de comunicación y los sondeos. Primero fue el turno del mito de una “verdadera-falsa derrota” en 2012: dos semanas de campaña de más y Sarkozy hubiese ganado a Hollande... A continuación, en el verano de 2014, llegó la puesta en escena del patriarca que regresaba para poner orden en la familia: Marlon Brando-Don Corleone iba a calmar a los enfants terribles y a volver a unir a una familia destrozada.

Nuestros analistas políticos serviles han desarrollado mecánicamente una película construida en numerosas ocasiones por Nicolas Sarkozy. Pero el storytelling esta vez estaba agotado simple y llanamente porque el hombre, que no había cesado hasta 2012 de violentar a su propio partido, a las personas de su entorno y a sus aliados, había sido derrotado, vencido por François Hollande. Y nada podía ser como antes, en la medida que sus rivales en la derecha ahora estaban dispuestos a recuperar la libertad. Con François Fillon y Alain Juppé al frente.

Nicolas Sarkozy cometió el error estratégico de parar el reloj y, con ello, hacerlo todo como antes. Ellen Salvi, redactora que cubre la información de la derecha para Mediapart, socio editorial de infoLibre, desde hace varios años, ha documentado ampliamente ese pueblo Potemkin de Sarkozy: un entorno casi inexistente, un trabajo programático descuidado; un electorado que se limita a un club de fans y siempre esas certidumbres agitadas y despectivas contra los que, en sus propias filas, opinaban diferente.

¿Creía Nicolas Sarkozy que se impondría en la derecha teniendo como equipo a Brice Hortefeux, a Pierre Charon, a Éric Ciotti, como club de fans los jubilados del Sudeste, como programa un sorprendente catálogo que mezcla los referendos, la xenofobia creciente, histeria antimusulmana y como lemas las dobles raciones de patatas fritas y somos galos? Su capacidad de influencia sobre los propietarios de los medios de comunicación dominantes, sobre algunos analistas políticos, su activismo intacto han podido llevar a pensar eso en esta burbuja de los medios de comunicación y de los sondeos. Los electores de derechas han decidido otra cosa.

Se trata de una nueva lección para nuestras “élites” políticas, encerradas en esquemas obsoletos, en maniobras del aparato que no interesan a nadie y en relaciones inmóviles y encorsetadas con la sociedad. Bruno Le Maire ¿lleva cuatro años trabajando el terreno como ha dicho a los cuatro vientos? Aparentemente no ha aprendido nada, tan ocupado como estaba fabricándo otro pequeño pueblo Potemkin del que convertirse en único héroe. Nicolas Sarkozy, más que nadie, sencillamente no ha querido entender nada de la evolución de una sociedad golpeada por diez años de crisis, por un paro masivo, víctima del terrorismo y sumido en las guerras regionales.

La mediocridad, como la peligrosidad de las respuestas, que ha fingido aportar han inquietado a este electorado de derechas, decepcionado como está por el balance del quinquenato 2007-2012. Su desprecio altivo de la justicia, las imputaciones, los escándalos reiterados, entre otros asuntos, han acabado por descalificarlo. Los electores de derechas son, en ese sentido, como todos los ciudadanos: lúcidos, con memoria, y se encuentran consternados por la impunidad de un ex jefe del Estado. En ese sentido, supone una buena noticia. Cumplimos con los estándares de la práctica totalidad de democracias europeas, que quieren que un dirigente derrotado se retire de la vida política.

El gran choque liberal

Estas primarias se revelan también apasionantes por lo que dice del estado de la derecha francesa. La agenda Patrick Buisson, que agita el hedor de la crisis identitaria y de la islamofobia, que quiso imponer Nicolas Sarkozy ha sido reprobado por su electorado. Con François Fillon, toma el relevo una derecha dura, tradicionalista muy anclada en las regiones. Desde que trabajaba con Philippe Séguin a principios de los 90, Fillon ha cambiado mucho en muchas de sus posturas políticas, pero sigue siendo un ideólogo que siempre ha desarrollado programas políticos precisos y sólidamente anclados en una derecha muy conservadora.

Su programa económico de un gran impacto liberal bebe directamente del thatcherismo de los años 80thatcherismo. Su determinación a la hora de anular los sindicatos, a “enviar a los gendarmes” contra los que se oponen y para iniciar reformas en la familia o sociales apoyadas por la derecha católica, francamente, no tiene nada de gaullismo social. La referencia al gaullismo –si todavía tiene sentido– sólo puede aplicarse a sus posiciones en materia de política extranjera: desconfianza hacia la UE; determinación a la hora de construir una alianza nueva con Rusia.

François Fillon, el colaborador de Nicolas Sarkozy, finalmente apenas tendrá que cargar con el peso del balance del quinquenato 2007-2012, que también es el suyo ya que fue primer ministro durante cinco años. Fue muy rápido ya que tuvo la habilidad de hacer inventario y crítica de ese periodo, atribuyéndose las reformas populares entre la derecha (universidades, jubilados) y culpando a Sarkozy los de los estrepitosos reveses (guerra en Libia, aumento de la deuda en 600.000 millones). Desde entonces, primero se dedicó a esta derecha conservadora, liberal y provinciana, decidida a aplicar de inmediato “las reformas hasta el final”. Y eso viene a explicar con bastante lógica que se haya situado a la cabeza en la primera vuelta. ¿No era él, apoyado por el mayor número de parlamentarios de derechas, otro signo ignorado por los grandes medios de comunicación y los sondeos?

Por último, la sonora derrota de Nicolas Sarkozy se cobra, de rebote, a otra víctima: François Hollande. Toda la estrategia desplegada desde hace dos años por el Elíseo se ha venido abajo. Se basaba en favorecer la candidatura de Sarkozy, dado que el jefe del Estado estaba convencido de que volvería a imponerse en ese partido de 2017, igual que lo hizo en 2012. No sólo así lo ha dicho en los numerosos libros de confidencias realizadas a los periodistas desde el verano de 2016. Hay una serie de decisiones políticas que también pueden explicarse por la voluntad de preparar al rival.

Por ejemplo, en materia de política extranjera, los silencios continuos de François Hollande en la acción de su predecesor: en lo que respecta a las consecuencias del desastre de la guerra en Libia de 2011, sobre la crisis de los servicios de inteligencia francés en la lucha contra el terrorismo, crisis que tiene su origen –entre otras razones– la calamitosa reforma de 2008 y la creación de la Dirección General de Inteligencia Interior (DCRI). Por último, un presidente de la República es responsable de la ética pública. No ha hecho nada, ni dicho nada de la multitud de escándalos que han salpicado a Nicolas Sarkozy y a sus colaboradores. Sin embargo, podía hacerlo sin menoscabar la independencia de la Justicia.

Echando por tierra los esquemas construidos pacientemente tanto por los sarkozystas como por los partidarios de Hollande, el electorado de derechas ha venido a confirmar que nada iba a suceder como estaba previsto en las presidenciales. La magnitud de la crisis de representación política, crisis de los partidos, desaprobación de los dirigentes es tal que el electorado parece dispuesto a volver a repartir las cartas. Una buena noticia tras la derrota incontestable de Nicolas Sarkozy.

Traducción: Mariola Moreno

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