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Assange, el hombre que EEUU detesta

Varias personas muestran su apoyo a Julian Assange, tras su detención, en Melbourne (Australia).

Mathieu Magnaudeix (Mediapart)

Cuando Julian Assange fue detenido por la policía británica, hace diez días en la Embajada del Ecuador en Londres, donde estaba refugiado desde hacía siete años, Joshua Green se acordó de una tarde especial: el 19 de octubre de 2016, en la última campaña, justo un mes antes de la victoria sorpresa de Donald J. Trump en las elecciones presidenciales.

Green, periodista de la revista americana Bloomberg Business Week, estaba en los entresijos del tercer debate presidencial entre Donald Trump y Hillary Clinton. Doce días antes, WikiLeaks acababa de publicar una segunda tanda de intercambios pirateados por hackers cercanos a Moscú en los correos electrónicos del partido demócrata. Coincidencia provocadora: esta publicación era intervenida apenas una hora después de la revelación de un vídeo de hacía una década en el que Trump se jactaba de “agarrar a las mujeres por el coño”.

Aquella tarde, cuando Trump elogiaba casi a diario los méritos de WikiLeaks, a Green le había llamado la atención un detalle. “Es difícil no ver entusiasmo de la campaña de Trump a favor de Julian Assange”, comentó en Twitter, enlazando con el relato que había hecho de esa tarde. “Tenían en la pared un poster en el que se veía a Assange declarar: 'Querida Hillary, echo de menos la lectura de tus emails clasificados'”. Hecha la verificación, se trataba incluso de una publicidad de la campaña de Trump, pagada y difundida por ella, como puede verse en esta foto de un periodista de la CNN de ese mismo 19 de octubre.

En julio, el candidato republicano había incitado públicamente a WikiLeaks a publicar 30.000 correos electrónicos suplementarios, aunque obtenidos ilegalmente a través de un pirateo masivo que había alertado a los servicios de inteligencia americanos.

En el transcurso de su último mes de campaña, Trump había citado a WikiLeaks al menos 124 veces, según la web Politifact, en términos elogiosos: “I love WikiLeaks” (el día 10), “Estos WikiLeaks, es increíble, tenéis que leer esto” (el 12), “Es formidable” (el 13), “Un tesoro” (el 13), “Me gusta leer WikiLeaks” (el 4 de noviembre).

Ver resumen en este video de la cadena CBS:

Trump no perdía ninguna ocasión de clamar su amor y su reconocimiento hacia la web de Julian Assange. Y aunque el fiscal especial Robert Mueller, por razones aún desconocidas, no pudo concluir que la campaña de Trump se encontraba en situación de “conspiración” con el “Gobierno ruso” para influir en las presidenciales, quedó establecido que su hijo Don Jr. y su consejero Roger Stone tuvieron contactos frecuentes con WikiLeaks. Este último ha sido incluso acusado por haber mentido sobre sus contactos con la plataforma.

Después de tanta efusión, el contraste es particularmente sorprendente: desde que Assange ha sido arrestado, Donald Trump hace todo lo posible para tomar distancias con el paria.paria.

Al día siguiente de la detención del fundador de WikiLeaks, Trump aseguró en el Despacho Oval que él “no sabía nada de WikiLeaks”. “No es mi problema, si hay algo con Julian Assange será determinado en parte por el ministro de Justicia, que hace un excelente trabajo, yo no sé nada, no es asunto mío”.

Desde ese momento, la Casa Blanca estima que sus declaraciones de amor del pasado eran “bromas”. Sean Hannity, el hombre de las sucesivas verdades, confidente y propagandista jefe de Trump, que trabaja en la cadena Fox News, ha borrado incluso numerosos tweets que alababan a Assange y WikiLeaks.

La nueva línea presidencial es clara: se trata de ignorar e incluso ver hundirse a WikiLeaks. Una manera para Trump de alinearse con la Administración americana que considera a Assange no como un denunciante, sino como un agente extranjero que ha traicionado secretos de Estado.

“WikiLeaks funciona como un servicio de espionaje hostil”, había dicho en abril de 2017 Mike Pompeo durante su primer discurso como director de la CIA. “Assange y la gente de su calaña buscan honores personales a través de la destrucción de los valores occidentales”. El mismo Pompeo está hoy a la cabeza del departamento de Estado y es uno de los personajes más influyentes de la Administración Trump.

La difusión en 2010 por WikiLeaks de documentos y vídeos abrumadores que prueban los atropellos americanos en Irak y en Afganistán, de millones de cables diplomáticos procedentes del Departamento de Estado y también, hace dos años, de revelaciones sobre el espionaje masivo por la CIA de smartphones, televisiones conectadas y navegadores, sigue siendo un trauma para las autoridades americanas.

“En la comunidad de la inteligencia, la rabia es perenne”, recuerda la agencia Associated Press, citando el resentimiento de un antiguo jefe espía de la NSA, la agencia americana encargada de la vigilancia e interceptaciones.

Según los términos del acta de acusación en los Estados Unidos, revelados inmediatamente después de su detención, Assange está demandado por haber animado a la ex militar Chelsea Manning, entonces destinada en Irak, a “craquear la contraseña de un ordenador del gobierno americano clasificado secreto”, una pena que puede costarle cinco años de cárcel. Si Assange fuera extraditado en los próximos meses o años, la justicia americana podría, cómo no, añadir otros cargos y, por ejemplo, unir su caso a una tentativa de espionaje.

Un senador demócrata: “Es nuestro”

Manning, condenada en 2013 a treinta y cinco años de cárcel por un tribunal militar, vio su pena conmutada por Barack Obama en enero de 2017, pero ha sido devuelta a prisión el mes pasado concretamente por haber rechazado declarar ante un jurado sobre sus vínculos con Assange. Manning denuncia que hay una acción legal para “perseguir a activistas” e intimidar a los denunciantes.

Cuando Barack Obama estaba en la Casa Blanca, el vicepresidente Joe Biden, posible candidato a las elecciones presidenciales del próximo año, había calificado a Assange de “terrorista high-tec”. Pero la Administración había suspendido las demandas contra Assange preocupada por infringir la primera enmienda de la Constitución americana (la libertad de expresión) y de obstaculizar la libertad de prensa.

La Administración Trump no es tan pudorosa. Lo más inquietante para Assange es que muchos demócratas y una parte de la prensa han terminado por sobrecargarle, especialmente por su atrevido papel durante la campaña de 2016. Para mucha gente, Assange es un traidor y/o un agente ruso, no un denunciante y mucho menos un periodista.

Hillary Clinton, preocupada en un primer momento por las revelaciones de Assange, no ha ocultado su satisfacción. “Assange debe responder por sus actos”, declaró la ex secretaria de Estado. “Es un poco irónico: Assange será tal vez el único extranjero que esta administración querrá acoger en los Estados Unidos”, añadió.

“Espero que pronto se explicará sobre su ingerencia en nuestras elecciones por cuenta del gobierno ruso de Putin”, ha escrito en Twitter Chuck Schumer, jefe de los demócratas en el Senado. “Cualesquiera que hayan sido las intenciones de Assange en WikiLeaks, se ha convertido en un participante directo de los esfuerzos rusos para debilitar el Oeste y minar la seguridad americana”, piensa Mark Warner, jefe de filas de los demócratas en la comisión de inteligencia del Senado. “Espero que la justicia británica le transfiera rápidamente a los Estados Unidos para que pueda recibir el veredicto que se merece”. Salvo algunos matices, este discurso no está muy alejado del estilo Pompeo.

Otro demócrata, aunque alineado a menudo con las posiciones de Trump, el senador de Virginia Occidental Joe Manchin, se ha destacado por un comentario marcial: “Estará muy bien verle regresar a suelo americano. Es nuestro (sic) y podremos conseguir los hechos y la verdad”.

Un hecho a destacar es que sólo una candidata demócrata, la representante de Hawái Tulsi Gabbard,  se ha expresado sobre la detención de Assange denunciando “una amenaza para los periodistas y todos los americanos”. El silencio de Bernie Sanders ha sido notable. Alexandria Ocasio-Cortez, representante de Nueva York y nueva abanderada de la izquierda americana, ha mostrado su “preocupación” en cuanto a las repercusiones sobre el derecho a informar. “Hay mucha preocupación, incluso entre la gente que no está de acuerdo con Assange o que ha sido molestada por él en el pasado”.

Estas divergencias en los puntos de vista se dan también en la prensa, primera afectada por los episodios judiciales del asunto Assange. Algunos comentarios, como este de “Se lo ha buscado” del periodista Michael Weiss en The Atlantic, resultan extraños porque parecen condenar toda su carrera de denunciante.

En un editorial duro, el Washington Post, que ha utilizado como otros medios las informaciones publicadas por WikiLeaks, ha decidido desmarcarse de Assange por haber “obtenido documentos de forma poco ética”, “publicado informaciones en dominio público sin verificar su carácter fáctico o dado a individuos una oportunidad de comentar”, o también por haber “cooperado en el complot de un régimen autoritario extranjero con vistas a dañar a un candidato a la presidencia americana beneficiando al otro”.

“El señor Assange no es un héroe de la libertad de prensa”, estima el comité editorial del periódico, que se esfuerza en demostrar que Assange no ha respetado las “normas del periodismo”.  ¿Assange es un periodista o no? En las columnas del mismo periódico, la cronista Margaret Sullivan, antigua periodista del New York Times, lamenta el regreso de este “debate sin fin”. “Es la naturaleza de las actuaciones judiciales del gobierno americano la que marcará la diferencia”, explica. En realidad, dice, la verdadera cuestión es saber si las actuaciones emprendidas contra Assange pueden de una forma u otra cuestionar la libertad de informar en los Estados Unidos. Y en este caso, escribe, el acta de inculpación contra Assange es “preocupante”. Evoca como elementos a cargo el hecho de que Assange haya hablado con Manning por mensajería segura, el hecho de que haya tratado de ocultar su identidad o el de que le haya animado a transmitirle información. Actividades que constituyen en realidad el núcleo del oficio de periodista.

“Se piense lo que se piense de Assange, se le quiera llamar periodista o no, el acta de inculpación provoca preocupaciones más amplias para la prensa en general porque su redacción es muy general e incluye prácticas periodísticas habituales”, dice Caroline DeCell, jurista del Knight First Amendment Center de la universidad neoyorkina Columbia.

Glenn Greewald, fundador de The Intercept, está preocupado por la “criminalización del periodismo”. Daniel Ellsberg, fuente del Washington Post en el asunto de los Pentagon Papers, comienza a hablar. Según él, Assange, si es extraditado, verá como le añaden “una larga serie” de cargos y “estará en la cárcel de por vida”. “Lo que está en juego es la libertad de prensa”, advierte. “Creo que todo el mundo debería unirse en este caso, se piense lo que se piense sobre su persona”. ___________

Assange, condenado a casi un año de cárcel por violar la libertad condicional en Reino Unido

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  Traducción de Miguel López.

Aquí puedes leer el texto original en francés:

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