Lo mejor de Mediapart

La doble condena de la migración femenina

Maryama vigila a sus gemelos, nacidos en 2019.

Cuando Annie salió de Gambia a los 23 años, lo dejó todo atrás. Sus estudios en Administración y dirección de empresas, una familia con la que ya no se llevaba bien y, sobre todo, heridas que eran difíciles de volver a cerrar. Hoy, junto a una treintena de mujeres espera la concesión del estatus de refugiada en el centro de acogida para migrantes que el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) tiene en Medenine, en el sur de Túnez.

Sabe poco sobre el país, sólo habla inglés. Esta futbolista aficionada, lesbiana, ya había sido condenada al ostracismo por su familia tras negarse a contraer matrimonio en su pueblo. “De donde yo vengo, tienes un 80% de posibilidades de casarte con alguien a quien no has elegido, por no hablar de la mutilación genital que puedes padecer desde muy joven. Tuve suerte porque pude ir a la escuela y a la universidad”, dice.

Se vio forzada a tomar la decisión de abandonar Gambia. “Cuando me fui a la capital a estudiar, mi familia le pidió a mi tía que dejara de darme alojamiento. Me encontré en la calle unos días y luego en casa de mi novia, pero era insoportable... Así que cuando vi en las redes sociales que algunas personas estaban cruzando el mar para llegar a Europa, me dije a mí misma ‘¿y por qué no yo?’”.

Este es el comienzo del descenso al infierno para Annie, que consiguió el dinero para tomar un autobús a Senegal, luego a Mali, para llegar a Niamey en Níger y luego a Agadez. Un contrabandista la mete en un coche para cruzar el desierto hasta Libia, donde llega sin un céntimo. “Empecé a trabajar como empleada doméstica en una casa de Trípoli, pero el lugar donde estaba fue bombardeado [en 2018], así que fui a Zuara con lo que había ganado para intentar llegar a Europa”, cuenta.

Ya ha contado su historia como migrante varias veces; rememora una y otra vez los traumas sufridos. “Me secuestraron en la calle, en Zuara, un hombre estaba convencido de que yo había ayudado a una amiga mía, a quien él había violado, a escapar de su casa. La mujer tenía a su bebé y por ello corría un grave peligro”. Después de torturarla durante varios días con cables eléctricos, su carcelero comete un error al llevarla al baño: Annie se las arregla para escapar.

“No tenía nada para hacerme a la mar, cuando me dijeron que en Túnez podría haber sitio para mí en un campo de refugiados. Cuando llegué a la frontera, los guardias nacionales tunecinos nos ayudaron a mí y a mi amiga, que tenía un niño”. Para ella, Túnez es una etapa en el camino. Se informó sobre los derechos LGBT en el país; son inexistentes y un tabú y sabe que no podrá vivir allí como una persona plena. “Todavía cuento con irme, pero espero”, confía.

Centros coordinados por Acnur

Muchas otras mujeres migrantes han llegado a los centros de Medenine y Zarzis, coordinados por el Acnur y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), después de vivir rutas migratorias difíciles, a menudo expuestas a la violencia de género, por no mencionar la explotación y a veces la trata de personas. Representan el 25% de los migrantes alojados en los centros (1.100 personas).

En el centro de Acnur, pueden recibir apoyo psicológico, pero muchas se ven expuestas a problemas cotidianos, como alimentar a sus hijos pequeños y criarlos en el centro, donde sólo hay un espacio dedicado al ocio infantil. El Consejo Tunecino para los Refugiados (CTR) ayuda a su educación e integración, y la Tunisian Association for Management and Social Stability (TAMSS) les apoya en la creación de microproyectos o en la búsqueda de formación (en peluquería, por ejemplo) para las amas de casa en su país de origen.

Pero la realidad de la vida cotidiana en los centros de acogida y la lejanía del país de origen son prioridades a veces difíciles de gestionar.

En el centro dirigido por la OIM en Medenine, unas 40 mujeres viven en varios pisos con sus hijos y menores no acompañados, todos ellos en situación de vulnerabilidad. Hay jóvenes que ven vídeos en sus teléfonos mientras los más pequeños juegan entre las escaleras. En cada habitación, de una a tres mujeres comparten una habitación de unos 15 metros cuadrados.

Maryama, de 28 años, de Sierra Leona, trata de enfriar el aire con un ventilador sobre una mosquitera, bajo la que ha colocado a sus dos bebés, nacidos el 30 de junio de 2019 en Zarzis. “Pude dar a luz aquí en el hospital y me trataron bien, pero es difícil criar a los niños en un centro de acogida. Mi principal problema es encontrarles leche”, dice. Gracias a la ayuda económica de la OIM, que asciende a 30 dinares semanales (9 euros), puede alimentarse a sí misma y comprar leche, pero a veces los tiempos son difíciles.

“Me gustaría encontrar trabajo, pero sigue siendo complicado, no sabes con quién puedes dar”, afirma. Su experiencia en Libia fue traumática. Fue violada y tuvo que dar a luz a sus dos hijos en Túnez. Quiere empezar una nueva vida, en Túnez o en otro país africano.

A su lado, Nadège, de 32 años y eye-liner de color azul brillante en los ojos, habla animada en francés. Originaria de la República Democrática del Congo, huyó de su país porque trabajaba para la Comisión Electoral Nacional Independiente (CENI) encargada de las elecciones y se vio sometida a presiones tras los resultados de los comicios.

“Fuimos el blanco de la población. Me fui y llegué aquí en abril de 2019. Un amigo me ayudó a ir a Libia, pero tuve problemas para trabajar allí. Como resultado de ello, una mujer marfileña me llevó a Zarzis. Estoy dispuesta de verdad a trabajar, limpiar, coser, incluso trabajar en el campo, no me molesta. Antes incluso fui ayudante médica, así que puedo hacerlo de nuevo”, asegura.

Pero en Medenín, gran parte de la ayuda entre migrantes funciona a partir de redes comunitarias, hay que conocer a las personas adecuadas, los contactos adecuados. “Las ayudamos como podemos, ya sea dándoles leche o remitiéndolas a mujeres que llevan más tiempo allí, pero todavía es provisional”, dice Mongi Slim, presidenta de la sección regional de la Media Luna Roja en Zarzis, una ONG tunecina.

Según un informe de 2016 de Médicos del Mundo, las mujeres migrantes se encuentran a menudo en una forma de precariedad socioeconómica porque no tienen permiso de residencia para trabajar.

Mientras que algunas mujeres solicitantes de asilo en el centro del Acnur han recibido formación, lo que se solicita son limpiadoras del hogar, un trabajo que en Túnez no se controla bien y en el que las mujeres migrantes son a menudo víctimas de abusos. Las migrantes también están expuestas a la trata de personas, como se destaca en un informe de la OIM sobre la trata en Túnez ya en 2013. En los últimos años, los medios de comunicación tunecinos y extranjeros han informado de numerosos casos de esclavitud moderna, sin que se haya realizado ningún esfuerzo real por regularizar la situación de estas mujeres y su acceso al mercado laboral. _______________

Más de 41.800 migrantes llegaron a España en 2020, un 29% más que en 2019, 23.023 de ellos a Canarias

Más de 41.800 migrantes llegaron a España en 2020, un 29% más que en 2019, 23.023 de ellos a Canarias

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

Más sobre este tema
stats