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La comunidad negra de EEUU pide colaboración a sus "aliados" blancos para frenar el racismo sistémico

Mensaje publicado en una red social con la etiqueta #whiteprivilege.

En las redes sociales y en las pancartas que exhiben los manifestantes, en la prensa local y nacional... Desde la muerte de George Floyd –el hombre de raza negra asesinado por un policía blanco, que se arrodilló sobre su cuello en Mineápolis el lunes 25 de mayo–, resulta imposible escapar al término white privilege [privilegio blanco]. O lo que es lo mismo, el hecho de que los blancos, por el color de su piel, se benefician de ventajas de las que las minorías raciales carecen, dentro y fuera de Estados Unidos.

Estos días, los manifestantes negros recurren a dicha expresión para instar a sus “aliados” blancos a utilizar su sitio en la sociedad para frenar el racismo sistémico que reina al otro lado del Atlántico. “Denuncia el racismo cuando lo veas”, “Escuche a los negros sin decirles cómo llevar su lucha o cómo hacer el duelo”, “Mantén conversaciones difíciles con las personas de tu entorno sobre tus prejuicios”, se puede leer en la red social Instagram.

Por su parte, los blancos también abordan la cuestión en vídeos y mensajes difundidos con las etiquetas #whiteprivile o #whiteprivilegeisreal. “El silencio de los blancos es cómplice”, escribe en Instagram una joven, que viste una camiseta con varios nombres de afroamericanos asesinados por la Policía. “Soy blanca y me he beneficiado del color de mi piel toda mi vida”, apunta otra. Otros, como los actores Blake Lively y Ryan Reynolds, no ocultan cierta culpa. “Nunca nos hemos tenido que preocupar por la ley o por lo que podría pasar si nos detuviese la policía”, confiesan en un post publicado el 2 de junio. “Estamos avergonzados por haber consentido estar tan desinformados sobre el racismo sistémico”.

El concepto se desarrolló por primera vez en los círculos académicos en la década de los 80. Peggy McIntosh, profesora de estudios feministas en la Universidad Wellesley, lo acuñó con la publicación, en 1988, de una lista de 46 manifestaciones de este privilegio blanco –“Puedo encender la televisión o abrir el periódico y ver mi raza ampliamente representada”, “Puedo hablar con la boca llena sin que se justifique por el color de mi piel” o “Si la Policía me detiene o si Hacienda me hace una inspección, puedo estar seguro de que no es por mi raza...”.

El concepto, despreciado por la derecha estadounidense, ha dado lugar a corolarios como la white guilt o white shame, ese sentimiento de culpa y vergüenza que sienten los blancos, que se sienten responsables del racismo que les rodea. Robin DiAngelo, un experto en el privilegio de los blancos, ha escrito sobre la “white fragility” [la fragilidad blanca] para describir la incomodidad que sienten los blancos en las discusiones raciales. Este fenómeno se acentúa por la “insularidad racial” de los estadounidenses blancos, especialmente cuando viven en zonas rurales o suburbanas (suburbios residenciales).

“Aunque la insularidad de los blancos varía según la clase social –los pobres y las clases trabajadoras están generalmente menos aislados racialmente– los blancos como grupo siguen estando generalmente protegidos por el entorno social, las instituciones, las representaciones culturales, los medios de comunicación, los libros de texto, las películas, la publicidad y los discursos dominantes”, escribe en un artículo publicado en la revista International Journal of Critical Pedagogy. “Para muchas personas blancas, los cursos obligatorios de educación multicultural o las formaciones en ‘competencia cultural’ que se requiere en el mundo empresarial son el único momento en que se cuestiona de manera directa y sistemática su visión de las cuestiones raciales”.

La irrupción del movimiento Black Lives Matter en 2014, tras varios casos de violencia policial contra los negros, ha llevado a muchos blancos, especialmente a demócratas, jóvenes con estudios, a cuestionar las desigualdades raciales en el país. La web de análisis FiveThirtyEight, que cita diversos sondeos y encuestas de opinión, explica que la proporción de demócratas blancos que creen que “el país necesita hacer más para asegurar la igualdad de derechos para negros y blancos” pasó del 50 al 80% entre 2008 y 2017. Estos demócratas blancos también respaldan cada vez más el concepto de “reparaciones”, una forma de compensación dirigida a los descendientes de esclavos que se debatió brevemente en las primarias demócratas.

Por otra parte, los blancos de izquierdas reconocen más que sus homólogos republicanos que los negros se enfrentan a la discriminación en el acceso al voto y al tratamiento que reciben por parte de la Policía.

Cuando la muerte de George Floyd se hizo pública, con la difusión de un vídeo terrible de diez minutos que mostraba su detención y posterior asfixia, Joanne Shea, una neoyorquina blanca, que ronda los 40 años, no lo pensó dos veces para echarse a la calle. Esta mujer no quiere un mundo así para su hija de 12 años. “Los blancos necesitan estar activos en esta lucha. Tenemos que reconocer que caminamos todos los días con nuestro privilegio”, continúa esta mujer de New Hampshire, un estado predominantemente blanco de la costa este de los Estados Unidos, con la que coincidimos en una manifestación. “Los progenitores blancos tenemos que enseñar a nuestros hijos este privilegio, explicarles la opresión de la que han sido víctimas los negros desde hace generaciones. Permanecer en silencio es ser partícipe de esta situación”.

SURJ (Showing up for Racial Justice), un grupo de justicia racial con presencia sobre todo en Mineápolis organizó una videoconferencia a finales de mayo para los “blancos” que quisieran implicarse. Enseguida se alcanzó el límite de las 1.000 inscripciones. Hayden Mora, uno de los intervinientes, pidió a la audiencia virtual que se movilizara para presionar a los “alcaldes complacientes” con los policías violentos y exigir la “desinversión” en los departamentos de Policía en beneficio de los programas sociales. En Estados Unidos, los ayuntamientos y los Estados son los que aportan el grueso de la financiación a los 18.000 policía locales.

“El electorado blanco tiene un peso político desproporcionado debido a los límites actuales de los distritos electorales pensados en detrimento de las minorías. Si se hubiera movilizado un 2% más de votantes blancos en Georgia, Stacey Abrams sería la gobernadora de Georgia”, dijo, refiriéndose a la demócrata negra aspirante en 2018 y que fue derrotada, por un estrecho margen, por su oponente republicano en unos comicios cuestionados. Esta posible aspirante a las presidenciales de 2020, junto a Biden, ha creado un grupo, Fair Fight, para luchar contra la “supresión de electores”, proceso consistente en adoptar restricciones electorales para impedir que ciertos grupos, incluidos los afroamericanos, voten.

El SURJ no sólo tiene en el punto de mira cargos de alcalde y gobernador, sino también aquéllos relacionados con la Justicia, como los sheriffs y los fiscales de distrito, puestos que en Estados Unidos son electos. “Quienes alcanzan el poder permanecen en el cargo por el silencio de los blancos”, explica Carla Wallace, otra participante en la videoconferencia. “El movimiento de derechos civiles de los años 60 ya nos emplazó a movilizarnos”.

Sesenta años después, la historia se repite. En la ciudad de Nueva York y en otras partes del país, los blancos participan en gran número en manifestaciones organizados por grupos antirracistas. “Necesitamos blancos”, precisa Anthony Ortiz, un neoyorquino de 23 años de origen portorriqueño y presente en una concentración el domingo. “Los blancos no tienen las mismas limitaciones económicas, financieras y políticas que nosotros”.

Multitudinarias protestas antirracistas en Francia, Reino Unido y Alemania por el asesinato de George Floyd

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Traducción: Mariola Moreno

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