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¿Quién se cree la "reinvención" de Macron?

Jean Castex y Emmanuel Macron en una imagen de archivo de enero de 2019.

Emmanuel Macron lo aseguró: “No recuperaremos el curso normal de nuestras vidas, como ha ocurrido con demasiada frecuencia en el pasado en crisis similares, sin comprender nada y sin que nada cambie”. Era el 10 de diciembre de 2018, en pleno auge del movimiento de los chalecos amarillos. El presidente, que hablaba desde el Palacio del Elíseo, se expresaba en tono solemne para comenzar lo que pronto llamaría “el acto II” de su quinquenio. Al término de una crisis así, prometió que nada volvería a ser lo mismo.

Un año y medio después, el jefe de Estado lo repitió de nuevo: “Sepamos en este momento cómo salir de los caminos trillados, de las ideologías, reinventarnos a nosotros mismos, yo el primero”. Esta vez, la crisis es sanitaria –será también una crisis económica y social– pero las palabras son las mismas. En la mayoría de los casos, todo el mundo esboza sus planes para el día de después. Todas las opciones institucionales salen de los cajones: crisis de Gobierno, referéndum y disolución. “No se puede descartar nada”, dice el portavoz de los diputados de La República en Marcha (LREM) Stéphane Séjourné.

La misma musiquilla emerge de los mismos pasillos ministeriales. Hay que repensarlo todo, encontrar “la superación” de 2017, no cerrarse ninguna puerta. La perspectiva de 2022 ya está en la mente de todos. Esta vez será la buena. Además, los macronistas hablan ahora del “acto III” como algo natural, mientras que resulta difícil de entender cuándo entró realmente en juego el acto II. Los actores no se movieron, ni tampoco los diálogos. Desde los chalecos amarillos, ciertamente ha habido un “gran debate”, pero ¿para qué ha servido sino para volver a hacer una campaña en mitad del mandato?

También hubo algunos mea culpa de Emmanuel Macron sobre sus sentencias y su fastidiosa tendencia a entrometerse en todo, incluso si eso significaba provocar un cortocircuito en todo el sistema. Pero la naturaleza rápidamente recuperó la ventaja. Los más quisquillosos recordarán también que el primer ministro pronunció un segundo discurso de política general en el que prometió “un profundo cambio de método” para “volver a poner al ser humano en el centro de nuestras preocupaciones”. ¿Y después?

Posteriormente, el Ejecutivo siguió imponiendo su proyecto de forma rápida, sin cambiar ni una sola coma. “Nos votaron para aplicarlo”, insisten constantemente los miembros del Gobierno, siendo sin duda un espejismo colectivo la presencia de la extrema derecha en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2017. Los organismos intermediarios, a los que se les había garantizado que se les escucharía más, pronto se dieron cuenta del engaño.

Les bastó ver en noviembre de 2019 la entrada en vigor de la reforma de la prestación de desempleo, calificada de “masacre” por el secretario general de la CFDT, Laurent Berger, para comprender que las promesas se habían volatilizado. Luego siguió el espinoso tema de las pensiones y la movilización social sin precedentes, que finalmente condujo a un 49-3, sorteado dos semanas antes de que Francia fuera confinada. Fue una demostración, mediante el ejemplo, de que nada había cambiado realmente, ni en el fondo ni en la forma.

Sin embargo, los ministros lo juraron en su momento: las reivindicaciones sociales habían sido escuchadas y todo se había ya hecho de forma ordenada, incluida la reforma del sistema sanitario y el plan de emergencia hospitalaria presentado a finales de noviembre de 2019. Todos en el Gobierno elogiaron el carácter “excepcional” de las medidas anunciadas. Nunca visto antes. Una “señal sin precedentes de la confianza del Gobierno en los hospitales públicos”, en palabras de Édouard Philippe. Se necesitó una pandemia global –y un enfrentamiento con las enfermeras– para que Emmanuel Macron finalmente accediera a reconocer mezza voce como “un error de estrategia”mezza voce.

Se prometió un “plan masivo” para los hospitales a finales de marzo, pero “todavía no hay nada muy concreto”, deplora el Inter-Urgences. El Elíseo reconoce que la reflexión sobre la gobernanza de los hospitales se encuentra todavía dando los primeros pasos. La aplicación de la segunda parte de la reforma de la prestación por desempleo, que afectará a los más frágiles de los precarios, se ha aplazado hasta principios de septiembre. En cuanto al proyecto de ley de las pensiones, por el momento ha quedado en suspenso, mientras el delegado general del LREM, Stanislas Guerini, se pregunta si no debería ser pospuesto “como parte de un nuevo proyecto presidencial”.

La idea misma de organizar una campaña en torno a un asunto que ha provocado tantas movilizaciones en su contra dice mucho de la capacidad de algunos macronistas de sentir el país en el que evolucionan. Como el hecho de que un centenar de diputados hayan contemplado que los trabajadores del sector privado y público puedan ofrecer vacaciones pagadas a los sanitarios. Cuando se escuchan semejantes propuestas, pero también el modo en que varios ministros se felicitan de los tres primeros años del quinquenio –“nuestras reformas económicas nos han permitido gestionar la crisis”, dice uno de ellos–, parece que vivimos en el planeta Júpiter.

Porque si la crisis ha demostrado que alguien tiene razón, son aquellos que han estado expresando su enfado en la calle durante meses. Por otra parte, no sólo ha revelado la debilidad de las políticas decididas desde arriba, sino que también ha expuesto las disposiciones de un poder que es incapaz de cuestionarse a sí mismo cuando se ve atrapado en el incumplimiento. Como tal, el tema de las mascarillas es un ejemplo evidente. Durante varias semanas, el Ejecutivo no ha dejado de mentir constantemente para ocultar una escasez evidente a ojos de todos. El lunes por la noche, en BFMTV, Emmanuel Macron volvió a lo que el escritor Jerome Ferrari llama “el ejercicio constante de la negación”, asegurando a la cámara que “nunca hubo escasez” de mascarillas.

Estas palabras indignaron a la oposición legítimamente. Sobre todo, confirmaron que el jefe de Estado no había aprendido nada, porque no se expresaría como lo hace si realmente hubiera tomado la medida de lo que está en juego en la sociedad, donde el rechazo es tal que parece no tener retorno. Él, que dijo en el mensaje de Año Nuevo, en 2019 que “nada se construye sobre mentiras o ambigüedades”, sigue siendo un desestabilizador. A lo largo de la crisis, se ha disfrazado, a veces como un señor de la guerra, a veces como un coach cultural que insta a coger el toro por los cuernos, donde las galas de un presidente de la República probablemente habrían bastado.

Sus diversas actuaciones sumieron a algunos de sus seguidores en un abismo de consternación. Pero aún no ve el problema. Del mismo modo, no entiende que el personal de enfermería no se preocupe en absoluto por las medallas que planea otorgarles. La desconexión del poder, sin embargo, reside en este símbolo: aquellos gracias a los cuales “la nación se sostiene”, como parece que Emmanuel Macron se ha dado cuenta de repente, no son niños esperando un premio de bronce o dorada.

Los que se echan a las calles el 1 de mayo no es gente que busca gresca. Los que llevan años luchando contra las políticas neoliberales que se les imponen no necesitan más “pedagogía”. Aquellos que muestran su desconfianza en un estado fallido no son “galos resistentes al cambio”. Así que cuando BFMTV le pregunte sobre esta desconfianza, que probablemente le jugará una mala pasada dentro de dos años, el presidente de la República no debería responder, con una sonrisa en su rostro, que no se “cuestiona [su] estado de ánimo”.

De hecho, no se trata de su estado de ánimo, sino de su ejercicio de poder. Cuando explica que “somos un país que desde hace décadas conoce la duda y la división”, el jefe de Estado no hace más que eludir responsabilidades. Esto ha sido así desde el comienzo de su mandato de cinco años; él está en el centro de todo, pero nada es nunca completamente culpa suya. “No creo en los milagros, así que creo que esta desafiante Francia existe y no ha cambiado”, dice de nuevo. “Lo importante, en este período, es que si debe haber un último para defender la República en toda su unidad, soy yo”. Yo, yo, yo. Y millones de ciudadanos que son invisibilizados.

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Traducción: Mariola Moreno

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