Los diablos azules

Manuel Vilas: "La literatura nos recuerda que debemos vivir"

El escritor Manuel Vilas.

Carolina Reoyo

Ordesa es un parque nacional español, situado en el Pirineo aragonés, que ocupa más de 15.000 hectáreas y alcanza los 3.355 metros en el Monte Perdido. Y es la última novela de Manuel Vilas (aragonés también), de 392 páginas, un paseo por un paisaje no siempre montañoso, pero igual de vacío: el pasado, deshabitado por los que vivieron en él y ahora han muerto, una España y una infancia que no existen. Su editora en Alfaguara, Carolina Reoyo, lanza al autor seis preguntas para acompañarle en su excursión. Manuel VilasCarolina Reoyo

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Pregunta. Ordesa es un libro que nace del dolor, del amor, y del desarraigo. ¿La literatura sana, redime, libera?Ordesa

Respuesta. Ayuda a saber qué paso. Nombrar las cosas, precisarlas, verlas fuera de tu cabeza, redime y además fortalece el sentido de la vida. La vida son los nombres de la vida. La literatura nos recuerda que debemos vivir, pase lo que pase. La cita de Violeta Parra con que se abre el libro ya explicita ese agradecimiento a la vida.

P. Por un proceso de transferencia, el lector siente que tu relato familiar es también, de una forma u otra, el de su propia familia. ¿Todas las familias (felices o infelices) se parecen?

R. Me he dado cuenta de que sí, de que todas las familias se parecen mucho. Sobre todo por lo que me comentan los lectores del libro. Lo paradójico es que creemos tener una familia peculiar y distinta y casi la ocultamos por miedo a su disfuncionalidad, y al final te das cuenta de que más o menos todas las familias son idénticas y todas son disfuncionales y en todas hubo errores y malentendidos. También hay algo importante: la familia de Ordesa tiene el contexto de los años sesenta y setenta en España. Los lectores de Ordesa se reconocen en esos parámetros sociales e históricos de aquella España. Fue la España de mis padres. El pasado es irredimible, eso lo dijo Eliot, pero estaba ya en toda la tradición clásica, desde la Biblia a Jorge Manrique. El pasado es irredimible, nos queda el consuelo de la memoria.

 

P. Los tres conceptos fundamentales de la existencia están en el centro de Ordesa: la vida, el amor y la muerte. Ese sustrato atávico, ¿es lo que nos une por encima de cualquier diferencia?Ordesa

R. Sí, porque estamos hechos de tiempo. Los seres humanos somos tiempo, y la mejor forma de consumir el tiempo es en el amor. Pero el mundo está lleno de ruidos. En Ordesa he querido quitarle el ruido al mundo. Y entonces, cuando eliminas el retumbante sonido del mundo, se oye solo eso: vida, amor, y muerte, como una salmodia, como un rezo ancestral.

P. Autobiografía, crónica, ficción. Prosa y poesía. Palabras e imágenes. Todo ello está en Ordesa. Dinamitas las fronteras entre géneros y formatos. ¿Cómo se mezcla todo esto para contar una historia?Ordesa

R. Es algo que viene del corazón. Si escribes desde el corazón, los géneros literarios se desvanecen. Aparece la verdad como destino. La vida tiene dimensiones ocultas, que pasan a la literatura sin respetar los géneros. La vida es indefinida. Por eso mi libro contiene esa indefinición. Pero todo da igual mientras las páginas sean vida.

P. ¿Reformar el pasado es posible?

R. Puede que sí, puede que al aferrarte a tu pasado lo estés trayendo de nuevo al presente con una misión distinta. Mi novela quiere recordar que el pasado de un ser humano es un enigma. No todo lo que nos ocurrió fue visible. Pasaron cosas ocultas, que no supimos entender en su momento. En el pasado ocurrieron cosas que se resuelven en el presente, con la memoria. El pasado nos sigue mandando mensajes. El narrador de Ordesa cree recibir mensajes de sus padres muertos. En la búsqueda de nuestro pasado hay belleza y hay dignidad.

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P. ¿Qué significa Ordesa, el paisaje de tu infancia, en tu libro? ¿Somos el paisaje en el que crecimos? Ordesa

R. Mi padre amaba el Pirineo. Nos llevaba al Parque Nacional de Ordesa los domingos de verano, en su Seat 850. Estaban allí las montañas. Me pareció que mi padre era una montaña, algo inamovible, algo que siempre iba a estar allí, aunque en silencio. El silencio de nuestros muertos es como el silencio de las montañas, eso quise decir. Por eso se titula así el libro.

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