El rincón de los lectores

Los finales falsos de Joan Margarit

El poeta catalán Joan Margarit.

Marisa Martínez Pérsico

La editorial argentina El suri porfiado acaba de publicar Finales falsos. Poemas escogidos 1975-2017, una antología de algunos de los mejores poemas de Joan Margarit. Es la primera vez que la obra del poeta catalán se publica en Argentina, y lo hace con selección y prólogo de Marisa Martínez Pérsico. Reproducimos aquí el prólogo a esa edición. 

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En el prólogo a Aiguaforts (Aguafuertes) Joan Margarit explica que siempre ha procurado que sus títulos, dentro de la limitación de su brevedad, hicieran referencia a un contenido cercano a su memoria sentimental. El título que elegí para esta antología argentina intenta responder al espíritu de «condensación significativa» que caracteriza la obra del poeta catalán. A lo largo de sus libros Margarit problematiza la idea de final, duda de los desenlaces definitivos (de los amores, de las lecturas, de la vida). En cambio, sus poemas suelen tematizar procesos de transformación de experiencias que conllevan una ruptura, un límite o un adiós, abordando sus complejidades y contradicciones sin simplificaciones maniqueas. Así, en la Canción de cuna dedicada a Joana, el poeta celebra los años que ella dejó «dentro de nosotros» y acepta que «envejecer será también guardar/ los colores que un día brillaron en tus ojos». La música es un momento de reencuentro, de diálogo y presencia: «Te canto a ti, pero lo ignoran todos./ Nadie sabe por qué soy un viejo que canta». Los libros son otra forma de trascendencia, como sucede en el poema que invoca a un hipotético lector: «impedirás que muera y, una tarde,/ me dejarás ser tú en otra lluvia». En los grandes amores, a las rupturas suceden necesariamente los regresos: «cuando intentaba abandonarte,/ la auténtica aventura fuiste tú».

El estilo de Margarit rechaza el derroche retórico y gestual en favor de la claridad. El autor se rige por el dictado de una inteligencia sentimental que «supone el repudio de una concepción del arte –la que tiene que ver con la primacía del experimentalismo, la gratuidad y el irracionalismo– y paralelamente, la decidida afirmación de otra tradición cultural: la que viene en derechura del mundo clásico grecolatino y su exigencia de un arte útil y dulce» sostiene José-Carlos Mainer en su introducción a la edición de Todos mis poemas publicada por Austral. Los poemas de Margarit suelen resolverse en aforismos categóricos, a la manera de la lírica de tradición latina o siguiendo el uso habitual del soneto, o concluyen con una admonición o un dístico.

Poeta-arquitecto, Margarit es catedrático jubilado de la Escuela Superior de Arquitectos de Barcelona y formó parte del equipo que dirige las obras de la Catedral de la Sagrada Familia de Barcelona, entre muchos otros proyectos edilicios de envergadura a nivel autonómico. Esta doble naturaleza decanta en su lírica: el autor entabla numerosas analogías entre el mundo edilicio y emocional de sus personajes poéticos. Para Antonio Jiménez Millán «Joan Margarit se interna en los paisajes degradados de la ciudad con la misma lucidez que despliega en la indagacion de los espacios familiares, cada vez más conciente de un vacío interior al que compara, muy eficazmente, con el óxido que corroe los monumentos». El dolor es una forma del equilibrio y entra en el cálculo de estructuras del edificio vital. Gentes y muros conviven y se agrietan, los barrios sin estuco se corresponden con la presencia de mujeres despeinadas, la vida puede dar a las personas colores vulgares como el del hormigón. De esta correspondencia entre personas y casas nace un concepto poético que se funda en la defensa de la concisión, la medida y el equilibrio: «Sobre la concisión, un poema es como la estructura de un edificio muy particular a la que no le puede faltar ni sobrar ni un pilar, ni una viga: si sacásemos una sola pieza, se desplomaría», sostiene Margarit en el epílogo de Cálculo de estructuras.

He recogido en esta antología algunos poemas que testimonian la situación de bilingüismo superpuesto catalán-castellano y la prohibición del uso público del catalán durante la posguerra franquista. Sobre estas cuestiones conversamos en una entrevista que le hice en Barcelona, en febrero de 2018, publicada en el periódico infoLibre, donde me relata experiencias de niñez que luego se reflejan, estilizadas, en muchos versos suyos: «esta infancia se desarrolla en un país donde acaba de haber un millón de muertos. Y al final ganó lo peor. Como pasó con vosotros en Argentina, por los tiempos de la dictadura, claro. Lo peor es lo que gana. Aquí mataron a todos. Entonces vivo en una casa con un padre, una madre, un tío, un abuelo y una abuela acojonados. Absolutamente aterrorizados. Con el tío loco que todavía seguía poniendo banderas catalanas. Por lo tanto, hablando en catalán a la hora de comer pero no transpasando ninguna información que pudiera llevar al hijo a territorios hostiles. En casa siempre fueron objetivos: perteneces a una familia pobre que ha perdido la guerra. Punto».

He seleccionado, también para este volumen, una serie de poemas de carácter metaliterario donde el yo lírico reflexiona sobre los procesos de escritura, lectura y creación. El marcado «costado magisterial» de Margarit lo encontramos en sus libros de prosa, entre los que destaco las Nuevas cartas a un joven poeta cuyo título es un guiño evidente a las Cartas a un joven poeta de Rainer Maria Rilke. Este autor es un faro que lo «ayudó a formular las cuestiones fundamentales, me mostró que, en poesía, dudar es en realidad negar. (...) Todavía conservo aquel ejemplar anotado y subrayado de 1957, de Ediciones Siglo Veinte, de Buenos Aires». En sus páginas Margarit expone los pilares de su arte poética: «No se trata de definir la poesía a partir de la rima, el ritmo o la métrica, pero menos aun a partir de su desprecio. No creo en el arte sin esfuerzo, ni en que sea suficiente esforzarse para escribir un buen poema (...) el joven poeta debe sumergirse en la obra de los maestros, pero también ha de saber salir de ella».

Nombrar la nieve

Nombrar la nieve

Quiero concluir este prólogo compartiendo un fragmento del intercambio epistolar que mantuve por correo electrónico con el poeta en agosto de 2017 mientras yo preparaba su antología La libertad es un extraño viaje para la editorial granadina Valparaíso. Le comenté que tenía la duda de si usar la palabra duermevela o la palabra entresueño en un poema mío, porque aunque en español duermevela me sonaba anacrónico, la palabra italiana dormiveglia me gustaba mucho, aunque no significaran lo mismo. Le dije que me decantaba por la primera, pero que me interesaba conocer su opinión. Esta fue su respuesta:

Está muy bien escogido tu ejemplo de entresueño y duermevela, y tu elección es evidente que no podía ser otra, tampoco en España. Cuando el diccionario da dos significados a una palabra, esa palabra nunca se libra de tener los dos a la vez, y es ahí donde vivimos los poetas. Fíjate lo que dice la RAE de tus dos palabras:Entresueño:1. m. Estado intermedio entre la vigilia y el sueño, caracterizado por la disminución de lucidez en la consciencia.2. m. duermevela.Duermevela:1. m. o f. Sueño ligero en que se halla el que está dormitando.2. m. o f. Sueño fatigoso y frecuentemente interrumpido.De hecho el diccionario se hace un lío para decirte algo tan sencillo como que es indiferente utilizar una u otra. Pero debería decir:Entresueño: Sueño ligero en que se halla el que está dormitando con aparente –o real– disminución de lucidez en la consciencia. Deja buen recuerdo y, si hay interupciones con recaída, son plácidas.Duermevela: Sueño ligero –o no– pero frecuentemente interrumpido. Deja mal recuerdo.

Por eso un poeta debe leer poco el diccionario, debe llevar, ya, dentro, el suyo propio.

Marisa Martínez Pérsico

Viterbo, junio de 2020

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