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El rincón de los lectores

El aprendizaje del lenguaje

Portada de 'Peñas arriba', de José María Pereda, en la colección Austral.

Félix Santos

Andaba yo rematando la adolescencia, cuando mis primeras lecturas me abrieron al conocimiento de un lenguaje que se expandía más allá de la terminología cotidiana aprendida en el ámbito familiar y en la escuela. Fue la lectura de una novela de un escritor de finales del siglo XIX, José María de Pereda, a quien algunos, no yo, consideran no demasiado importante. Me congratula que recientemente Fernando Aramburu haya salido en defensa de su calidad como escritor. Pues bien, su novela Peñas arriba me abrió los ojos y el oído a la deslumbrante realidad de la lengua castellana. La había recomendado en clase el profesor de Literatura, un cura, don Ángel Zorita, probablemente porque consideraba a Pereda como un novelista católico. En ese libro encontré descripciones de las montañas de Cantabria con palabras de una sonoridad que se me quedó grabada para siempre.

Una tarde de unas vacaciones de Navidad, estaríamos entonces a mediados de los cincuenta, había ido yo a la Casa del Libro, Espasa-Calpe, en la Gran Vía madrileña, a comprar esa novela de la que el cura Zorita nos había leído algunos pasajes.

De aquella tarde en la Casa del Libro guardo la sensación (parangonable a la emoción del cazador o del pescador o del explorador), entonces por primera vez, de la búsqueda y el hallazgo del libro deseado. Allí estaba la pieza, de la colección Austral, que todavía conservo y de vez en cuando releo con un sentimiento que me hace revivir la emoción de aquella primera vez, cuando tenía diecisiete años. Cada vez que he vuelto a entrar a esa librería a lo largo de los años, he recordado siempre la estantería en que encontré esa novela de Pereda, según se entra, al fondo a la izquierda, y he revivido aquella vieja sensación tan placentera.

Marcelo, el joven protagonista de la novela, acompañado por Chisco, un criado de su tío, y dos cabalgaduras, una portadora de su equipaje y la otra montada por él mismo, ascendían montaña arriba por las cercanías de Reinosa hacía la casa de sus mayores en Tablanca. La senda que seguían la va describiendo Pereda con un castellano crujiente, como recién horneado: “A veces era tan fino el tapiz de hierba menuda entre brezales rastreros y apretados que resbalaban sobre él los caballos con mayor frecuencia que sobre los pedruscos y lastrales del camino andado por la linde del valle”. O “a cada lado una profunda hoyada con hermosas brañas en su ladera...”. O refiriéndose a “los grandes doseles de granito con lambrequines de zarzas y escaramujos...”, o a “las montañas del brocal que alzaban las cabezas de granito...”.

Y anotaba:

por alguno de aquellos intersticios de aquella escombrera de montes dislocados, musgosos unos y a medio revestir de avellanales, árgomas y acebuches otros, alguno de ellos bien poblado de hayas robustas o de esbeltos mostajos (el árbol de sabroso y encarnado fruto)...

 

En fin, aquellos trazos descriptivos de Pereda me hicieron descubrir la reciedumbre y rotunda sonoridad del idioma castellano, sensaciones pronto consolidadas con la lectura de las descripciones que de los campos de Castilla hiciera Antonio Machado, a quien descubrí también por aquellos años:

Colinas plateadas,grises alcores, cárdenas roquedaspor donde traza el Duerosu curva de ballesta...Todavía los grises serrijones,con ruina de encinares y mella de aluviones,las lomas azuladas, las agrias barranqueras,picotas y colinas, ribazos y laderasdel páramo sombrío por donde cruza el Duero,darán al sol de ocaso su resplandor de acero...

 

Por ello tengo una muy personal querencia por esa novela del cántabro Pereda y por los poemas sorianos de Machado. Aún recuerdo, también con emoción, cómo conseguí ahorrar las dieciocho pesetas que me costó el libro de las Poesías completas del poeta sevillano, editado igualmente en la colección Austral, que tanto he releído al cabo de los años. También lo compré en la Casa del Libro. Lo rememoro ahora con la misma sosegada melancolía con la que visito aquellos lejanos días de la adolescencia en que di con el aprendizaje del lenguaje.

Ya entonces fui comprendiendo lo que Unamuno expresara sabiamente en un hermoso soneto que comienza:

La sangre de mi espíritu es mi lenguay mi patria es allí donde resuenesoberano su verbo, que no amenguasu voz por mucho que ambos mundos llene.

Ioana Gruia, la escritura como refugio y como conocimiento

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Félix Santos es periodista y escritor. Su último libro, publicado en 2019, es Cuadernos para el diálogo y la morada colectiva (editorial Postmetrópolis).

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