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¿Por qué lo rechaza el PSOE?

¿Por qué el pasado 26 de febrero el PSOE votó en contra de la propuesta de resolución de CiU de que se permita a las comunidades autónomas, municipios y parlamentos celebrar referéndums mediante iniciativa popular?

La propuesta era sobre todo procedimental, frente a la declaración abiertamente soberanista que se aprobó en el Parlament catalán el 23 de enero, con el voto en contra de PP, Ciutadans y PSC (si bien cinco diputados socialistas rompieron la disciplina de voto y se abstuvieron).

En la votación del Congreso del 26 de febrero, lo que se dilucidaba no era si Cataluña debe ser independiente o no, sino si el debate sobre el futuro de Cataluña debe canalizarse mediante un referéndum. Algunos dirigentes del PSOE consideraron que la propuesta de CiU tenía trampa, pues su fin último es hacer avanzar la causa nacionalista. Pero de lo que trataba no era de juzgar las intenciones últimas de los promotores de la propuesta, sino de valorar su conveniencia atendiendo a razones democráticas.

El PSC, al votar a favor, actuó de forma coherente. Su posición, que a mí me parece impecable, es que la mejor forma de resolver el debate catalán pasa por la celebración de un referéndum en el marco de la legalidad. Para entender la lógica de dicha posición, es necesario, como he señalado en otro lugar, distinguir dos planos de análisis: uno consiste en resolver cómo debe procesarse la petición de secesión de un territorio y otro, independiente del primero, es qué postura adoptar con respecto al asunto de la secesión. Es decir, se puede, por motivos democráticos, defender un referéndum sin por ello abrazar las tesis nacionalistas. Lo que no tiene sentido es mezclar los dos planos y rechazar el referéndum por estar en contra de la secesión. Esto es algo que se entiende bien en Cataluña: las encuestas (la del Centre d'Estudis d'Opinió o la de MyWord) ponen de manifiesto que en el otoño de 2012 el 75% de los catalanes quería que se celebrara un referéndum (el 72% en el caso de los votantes del PSC, según MyWord). Se trata de porcentajes muy superiores a los de quienes propugnan la independencia, lo que demuestra que los ciudadanos y algunos partidos como el PSC hacen la distinción que he señalado.

En Cataluña no hay violencia, el debate independentista se desarrolla democráticamente, con representación de todas las posturas en el Parlament y hay una abrumadora mayoría a favor de un referéndum. ¿Qué razones puede haber para oponerse al mismo?

Algunos dicen que debería votar toda España. Pero debe recordarse que el objetivo del referéndum es averiguar cuántos catalanes realmente quieren la secesión. Si la independencia obtuviera un apoyo claro (por ejemplo, el de la mitad del censo electoral) habría que abrir negociaciones entre las partes, España y Cataluña, para gestionar la demanda de independencia. Y si no obtuviera tal apoyo, los nacionalistas tendrían que olvidarse del asunto durante un tiempo prudencial (puede regularse y acordarse cuántos años hayan de pasar antes de poder convocar otro referéndum).

Otros alegan que realizar un referéndum supondría forzar a la gente a elegir entre dos opciones extremas, cuando la mayoría se siente catalana y española a la vez. Sin embargo, la pregunta del referéndum gira en torno a la construcción de un Estado catalán, no en torno a la identidad de la gente. De la misma manera que dentro del Estado español hay personas que se sienten solo catalanas o más catalanas que españolas, en un hipotético Estado catalán podría haber ciudadanos que se sintieran solo españoles o más españoles que catalanes. En un referéndum como el que se plantea, no se pide a la gente que defina sus lealtades nacionales, sino sus preferencias sobre la organización política de un territorio.

Más allá de argumentos filosóficos, creo que si el PSOE no ha querido seguir la misma vía que el PSC es por dos motivos. El primero es electoral: los estudios del CIS muestran (aquí y aquí) que en la opinión pública española ha habido un giro re-centralizador y que, además, los votantes de izquierdas están más divididos en torno a la cuestión territorial que los de derechas. En septiembre de 2012 había un 24% de españoles que manifestaban desear un Estado sin autonomías. Esto es un cambio radical con respecto a un pasado no tan lejano, cuando había una mayoría favorable al sistema autonómico.

Con estos datos, muchos en el PSOE pueden pensar que cualquier gesto de comprensión hacia los independentistas catalanes tendrá un elevado coste electoral, pero no debe olvidarse que una vez que el debate se ha polarizado, quien lleva la iniciativa y tiene mayor credibilidad en la defensa de España frente a las amenazas de Cataluña y el País Vasco es el PP y no el PSOE. El PSOE no podrá ganar nada si en una situación de creciente polarización se pone a la cola del PP. Más bien, debe tratar de desactivar la polarización e intentar persuadir a la sociedad de que la mejor manera de resolver el desafío independentista es mediante parámetros democráticos y no nacionalistas.

El segundo motivo no se basa en el cálculo, sino en la convicción. Estamos viendo estos días que muchos dirigentes socialistas son nacionalistas españoles que anteponen la unidad de España a los procedimientos democráticos. De todas las declaraciones que ha habido, me ha impresionado especialmente la de Patxi López afirmando que los socialistas vascos arriesgaron la vida por oponerse al derecho a decidir. Parece mentira que haya que recordar a estas alturas que en Cataluña el debate no se realiza bajo la coacción de la violencia y el menoscabo de las libertades, como sucedió en el País Vasco durante la época del Plan Ibarretxe, sino de forma civilizada y democrática.

En lugar de intentar impedir que los catalanes se pronuncien sobre su futuro político, ¿no sería más razonable para el PSOE apoyar el referéndum y tratar de convencer a la sociedad catalana de que no se fuera incidiendo en lo mucho que tenemos todos que ganar si permanecemos unidos?

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